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Pilares del interior

Identificador
19245_02_045n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 29' 28.17'' , - 2º 39' 41.41''
Idioma
Autor
Ana Belén Fernández Martínez,Ezequiel Jimeno Martínez
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Nuestra Señora de Monsalud

Localidad
Córcoles
Municipio
Sacedón
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
EL MONASTERIO de Santa María de Monsalud se encuentra enclavado en una suave ladera que desciende de la denominada Tierra Prieta, hacia el valle del Guadiela. A través de la carretera que une al cercano término de Córcoles con el municipio de Casasana, accedemos por camino recto y practicable a los restos que en la actualidad conservamos de su antigua estructura. El enclave está situado en plena Alcarria, en el extremo suroriental del denominado “Monte de los frailes”, dentro del actual municipio de Sacedón, junto a los términos de Alcocer y Millana, villas ambas que cuentan también con vestigios románicos en su patrimonio. Su emplazamiento, aterrazado y dominante sobre las márgenes del arroyo Sacedón, al sur del río Tajo, constituye un ejemplo típico del manifestado por los monasterios cistercienses. El conjunto arquitectónico es uno de los mejor conservados hasta la fecha, gracias también a la labor de restauración que se ha llevado a cabo en los últimos años y que mantiene en buen estado parte de su arquitectura románica. Sobre los inicios y la fecha de fundación del monasterio de Monsalud hay ciertas incógnitas, no se sabe con certeza su fecha exacta o concesión del permiso para llevarlo a cabo. Según diversos autores existen varias referencias sobre su posible fundación. Se puede decir que son tres las opiniones sobre quién y cómo fundó el monasterio. Para no llevarnos a confusión las iremos explicando una por una: la primera dice que fue el rey Alfonso VII el fundador principal, hacia 1138; otra de las opiniones gira en torno al hijo de éste, Alfonso VIII, cuando llegó al trono y concedió favores para su fundación. Por último está la que la atribuye a don Juan Treves, arcediano de Huete, hacia 1167, la cual está más fielmente documentada. En primer lugar la referencia más antigua, y la menos fiable sobre la posible fundación a manos del rey Alfonso VII, gira en torno a 1138 o 1140. Se basa en la investigación hecha por el historiador del cenobio, el Padre Cartes, según cita Herrera Casado, quien basándose en tradiciones poco probadas asegura que ya existía en 1138, cuando Alfonso VII, yendo a conquistar Cuenca, fundó en Villafranca, junto al término de Auñón, el primer enclave de un monasterio de monjes bernardos, más al norte de su actual emplazamiento. Según dice, vinieron a fundarle tres monjes del cenobio de Scala Dei en la provincia de Tarragona, pero dos años más tarde, en 1140, cambiaron de lugar por ser muy estrecho y se asentaron en la aldea de Córcoles, perteneciente a don Juan de Treves, arcediano de Huete, junto a la ermita de una virgen muy venerada por entonces, la Virgen de Monsalud. Según Pérez Arribas, esta opinión no tiene mucha certeza ya que el Padre Cartes se basa en un documento que se guardaba en el Monasterio de Scala Dei que hace referencia a la descendencia de la realeza, documento no muy creíble por los historiadores ya que aparece Ildefonsus VII… cuando los reyes no utilizaban números romanos, por lo que la mayoría de los autores descartan este primer acercamiento sobre la fundación de Monsalud. La segunda opinión, en la que se piensa que el monasterio fue fundado por el rey Alfonso VIII, es más probable, dada la expansión de la orden del Císter a principios del siglo XII; estas fundaciones, en la época de la Reconquista, tenían como objetivo afianzar las posiciones cristianas en su avance contra los musulmanes, para recuperar los territorios perdidos, ello se incentivaba con la creación de monasterios, que servían de lugar estratégico y de refugio en caso de necesidad. Existe un documento traducido del latín de 1169 por el que el rey Alfonso VIII, estando alojado en el castillo de Zorita de los Canes, confirmaba y ampliaba la donación hecha por don Juan, Arcediano de Huete y propietario de las tierras de Córcoles. Dice así el documento, según Pérez Arribas: “En nombre de nuestro señor Jesucristo. Amén. Nada hay que tanto agrade a su divina majestad como el amor a su iglesia y a su persona y obsequiarla y honrarla y librarla de los ataques de los hombres perversos, por tanto, yo Ildefonso Rey por la gracia de Dios, con el consejo y voluntad de mis varones, con sola la esperanza de la vida eterna… hago gracia de donación al Monasterio de Santa María del Monte de la Salud y a vosotros el abad de este lugar Fortún y a los hermanos que sirven a Dios en el mismo, presentes y futuros. Y que doy la villa de Córcoles, con todas sus pertenencias desde el río Guadiela hasta el término de Pareja y desde los términos de Sacedón hasta los términos de Alcocer. Las tierras, los prados, los montes, pastos, aguas y todo, tal como nuestro amigo Juan, Arcediano de Huete, lo dio y concedió para siempre. Igualmente mando, que vuestro ganado, en todo mi reino libremente se apaciente y que ninguno se atreva a prohibirle los pastos como si fuese mío. Hecha esta carta en Zorita en la era de mil y doscientos siete años, el cinco de mayo, reinando en Toledo y Castilla, y Nájera y Extremadura“. Aquí termina la cita, cuya fecha es del año 1169 de nuestra era; siendo, por tanto, un documento que pone de manifiesto la voluntad de Alfonso VIII de repoblar ciertas zonas de la Alcarria, aunque no determina en parte que fuera él el fundador del monasterio. Por último, la tercera opinión sobre la fundación del monasterio, por parte de son Juan, Arcediano de Huete, se basa en un documento histórico que se conserva en el Archivo Nacional, que data del siglo XIII y que Pérez Arribas transcribe así del latín: “En el nombre de la única, santa e indivisible Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que es adorada por todos los fieles en su unidad. Y por razón y autoridad de las Sagradas páginas se comprueba ser suyas todas las cosas, que por los fieles a Dios sin devueltas, del que proceden todas las cosas, para hacerse un tesoro en el cielo. Por esta causa, yo Juan, Arcediano de Huete, con sola la esperanza de la vida eterna, que es Cristo, con grata y agradable voluntad, concedo al Monasterio de Monte de la Salud, la aldea que se llama Córcoles, Digo que doy y concedo al monasterio dicho, la aldea con todos sus términos, montes, tierras, aguas, prados, pastos, entradas y salidas y con todos sus derechos…” Éste es el único documento, fechado en 1167, sobre el que nos podemos basar para decir que el monasterio no pudo ser fundado mas allá de esa fecha, siendo el que se tiene como prueba fiable sobre que en esa fecha ya existía el monasterio, que ya llevaba unos años formado. Según cita Fernández Izquierdo, con la aparición de la orden Militar de Calatrava en 1158, como la primera de estas congregaciones que con carácter hispánico vendría a apoyar el proceso expansivo de los reinos cristianos hacia el sur peninsular, la corona castellano-leonesa no dudó en conceder su apoyo a los caballeros freyles. Entre las primeras donaciones que recibe Calatrava, para su defensa y para la formación de señoríos, están las que se producen en la Alcarria, en concreto en lo que luego sería el señorío calatravo más septentrional en Castilla. En los primeros inicios del monasterio, la orden Militar de Calatrava tuvo que tener mucha influencia, ya que anduvo siempre ligada a la orden del Císter, de la cual eran devotos, gozando desde 1174 de ciertos derechos sobre Monsalud por donación de Alfonso VIII. La abadía de Córcoles y sus términos fueron entregados el 12 de marzo de 1174 al maestre de Calatrava, sirviendo posteriormente como sede transitoria de la capital de la orden al caer en manos musulmanas el Campo de Calatrava, tras la batalla de Alarcos en 1195. Años antes, hacia 1180, la orden de Calatrava iba expandiendo sus dominios territoriales en la Alcarria, un proceso que se completó a partir de la concesión del primer fuero a Zorita, por el que a través de donaciones de nobles de la corona se logró la creación de un núcleo territorial compacto en torno a Zorita y el valle del Tajo, de notable interés estratégico de cara a los musulmanes de las cercanas tierras conquenses, y que serviría tres años después, en 1177, para reconquistar Cuenca por parte de Alfonso VIII. Será a partir de la derrota de Alarcos en 1195, cuando los almohades tomen el castillo de Calatrava, propiedad de la orden, por lo que ésta tuvo que refugiarse en otros lugares. Uno de esos lugares sería Zorita de los Canes, en el que vivieron los maestres de la orden hasta que en 1212, tras la batalla de las Navas de Tolosa, volvieran a su anterior fortificación, arrebatada a los musulmanes. Antes de volver, pasarían también una temporada en el monasterio de Monsalud, aunque no hay documentos que lo acrediten, pero existen, en cambio, dos inscripciones que así lo atestiguan. Situadas en la entrada de la sala capitular, recuerdan el lugar de enterramiento de los dos maestres calatravos, como se puede leer, don Nuño Pérez de Quiñones y don Sancho de Fontonova. Este hecho pone de manifiesto el paso de los calatravos por este monasterio, que también puede deducirse por el escudo de la orden de calatrava grabado en sus muros. Tras el reinado de Alfonso VIII, que muere pocos años después de ganar la batalla de las Navas de Tolosa, en 1214, el esplendor del monasterio siguió vivo y acumulando más posesiones, ya que otros reyes hicieron donaciones territoriales y concedieron favores a la comunidad bernarda de Monsalud. En una bula de Inocencio IV, fechada en 1250, se mencionan las propiedades del monasterio, todas en la región alcarreña, y que eran, entre otras la heredad de Villaverde, en Castejón; las de Ulmera y Buenafuente; una finca en Alocén, y el territorio de Auñón en Villafranca. Así pues, los sucesivos monarcas fueron confirmando la donación de otros territorios. La dirección del monasterio se debe en parte a la llegada de monjes franceses de Scala Dei a esta zona de la Alcarria primero, y posteriormente a Monsalud, como ocurrió con el primer abad del cenobio, Fortún Donato, quien, según la leyenda, era discípulo de San Bernardo, y aportó la esencia de la reformada orden cisterciense, basada en la rigurosa y austera forma de vida espiritual que luego se vería plasmada en la arquitectura románica, exenta de ornamentación en todo conjunto monasterial. Le siguió a éste don Raymundo, que junto con él y el siguiente abad, don Bueno Emelyno, constituyeron el trío fundador de este cenobio. Hacia la mitad del siglo XIV, era abad don Arnaldo de Pomares, junto con otros muchos que con sus nombres nos muestran que en el alto puesto siempre figuraban monjes extranjeros, principalmente franceses. En un principio, según la regla de San Benito, el cargo de abad era perpetuo, desde su inicio hasta su muerte. Los monjes cistercienses conservaron esta costumbre hasta que a principios del siglo XV, hacia 1425, Fray Martín Vargas reformó el Císter en Castilla, y adoptó el sistema trienal de abadías, aunque en Monsalud no se llegó a adoptar hasta el siglo XVI. Fue en esta mitad del siglo XVI cuando el monasterio de Monsalud vivió su mejor época. Llegan monjes que le dan aire nuevo, es cuando se termina de realizar las obras del claustro y la escalera principal de sillería, se adornó la sacristía, se llevó agua corriente al monasterio, en definitiva, unos cambios que hicieron del cenobio uno de los lugares de culto más importantes en toda la Alcarria, atrayendo tanto a monjes cistercienses como a peregrinos de todos lados, que venían a venerar la imagen de Nuestra Señora de Monsalud, reconocida por sus milagros, gozando en toda la zona de gran fama. Este esplendor continúa en los siglos siguientes, hasta que en 1835, con la ley des- amortizadora de Mendizábal, fue perdiendo monjes, bienes de gran valor e importancia monástica, y más tarde clausurado y dejado al abandono, como tantos otros monasterios e iglesias alcarreñas. Hasta encontrarnos en la actualidad con sus ruinas, que, restauradas, nos dejan entrever cómo fue aquel monasterio y centro de culto que atrajo a tantas gentes de tierras lejanas, que significó para muchos un núcleo de defensa en las luchas con los musulmanes y, para otros, un centro de retiro y de veneración por la imagen de Nuestra Señora de Monsalud. El conjunto monástico que hoy se conserva en Córcoles está integrado por una serie de edificaciones y reedificaciones en las que se combina diversos estilos y épocas, lo cual es señal clara de las diferentes etapas por las que pasó el edificio. Aunque en su mayor parte la estructura del conjunto es del siglo XVI, perviven aún importantes restos de estilo románico, como la iglesia y algunas dependencias del claustro. Nos da la bienvenida la puerta principal del monasterio, edificada en 1584, que porta en su frontis el emblema de la orden Cisterciense de Castilla. La portería del convento es más moderna, del XVII, compuesta de una puerta neoclásica con imágenes del Creador y los patriarcas de la orden, San Benito y San Bernardo. El monasterio conserva parte de la valla de su huerta, en las que autores como Antonio Herrera vieron torrecillas de carácter decorativo. Los muros del cenobio están bien diferenciados por estancias. La iglesia se forma con sillares de piedra, recortados y unidos mediante argamasa; las demás dependencias, como las del claustro y las anejas, se levantan con sillarejo reforzado con pilares en las esquinas para ayudar a su estabilidad. Actualmente podemos ver paredes de ladrillo y revoques de hormigón, fruto de una mala restauración. Antes de entrar al conjunto, nos damos cuenta de que la iglesia está situada al Sur y no al Norte, como lo hicieron las demás abadías, para poder amortiguar los fríos vientos del Norte. Esto, suponemos, que se debe a la orografía propia del terreno, por tener que salvar un desnivel bastante acusado al Norte, circunstancia que no sucedía al Sur. La iglesia es de tres naves, la central más ancha que las laterales, finalizando en tres ábsides, el central más ancho que los laterales. El transepto es poco acusado, y el crucero no sobresale en altura del resto de la iglesia. Al exterior, en la puerta de acceso desde el Oeste se abre un arco carpanel, con decoración de bolas en su chambrana y pequeña hornacina sobre él; suponemos que es una construcción del siglo XVI, así como los dos contrafuertes y el óculo superior. Existe otro acceso en el lado sur del transepto al que se accede desde una portada compuesta por arco de medio punto en el que se abren cuatro arquivoltas y una chambrana en la parte superior que se apoyan en pilastras sin capiteles. Encima de ella se coloca un rosetón lanceolado, cuyos huecos más antiguos son los inferiores, ya que los superiores están restaurados. A cada lado de esta nave del transepto se colocaron dos contrafuertes, del derecho salen, a su vez, otros tres apoyados en el mayor. Al exterior la cabecera crea un magnífico juego de volúmenes, en los que lo vertical se va imponiendo a lo horizontal. Por un lado, el ábside central se alarga y se yergue por encima de los dos absidiolos laterales; del tramo recto del presbiterio surge el gran ábside semicircular en el que se unen al paramento cuatro lesenas semicirculares desde el alero a los pies, lo cual nos ayuda a entender mejor el espacio compartimentado exterior, el del centro está mutilado por un ensanche poco afortunado donde se colocó el camarín de la Virgen de Monsalud. Entre las lesenas se abren tres ventanales en arco de medio punto, en derrame al interior, que iluminan la nave central. A su vez, en cada uno de los absidiolos se inserta una saetera abocinada con un arco en disminución y junquillos que le dan sencillez y esbeltez. Presbiterio, ábside y absidiolos están recorridos por un alero que se apoya en los canecillos típicos del Císter, con decoración a modo de rollos, característicos también de iglesias como la de Zorita de los Canes o Buenafuente del Sistal. La techumbre, a base de teja árabe, es producto de la restauración de 1980. La iglesia al interior es la que presenta la pervivencia de formas románicas, a las que se han ido encastrando elementos góticos. El proyecto inicial daba al ábside central la típica bóveda de horno, pero ésta se sustituyó por otra que utilizaba nervios curvos que acababan en el arco de ingreso. El presbiterio se cubre con bóveda de crucería que acaba en sencillos capiteles y fustes que descansan en basas, con la particularidad de tener grabadas las comunes garras de león, a modo de lengüeta en las esquinas, que también encontramos en la vecina iglesia del castillo de Zorita de los Canes. En su paño derecho encontramos una obra inaudita que no desmerece en nada a la grandiosidad del cenobio. Se trata de un pequeño lavatorio excavado en el muro; lo componen un hemiciclo, con arco de medio punto apoyado en columnillas con capiteles de hojas y volutas. Rodeando la venera a la que llega el agua por un canalillo, se encuentran cuatro paños decorados con tracerías de tradición mudéjar; a pesar de que la porosidad de la piedra las ha dañado, podemos aún distinguir la pericia del artista en la talla de los motivos geométricos entrelazados, insertados en sendos círculos y dos arquillos lobulados entre las columnillas. Se cubre con una pequeñísima bóveda de crucería adaptada al espacio. El paso al ábside mayor se compone de un arco apuntado doblado que remata en la línea de imposta, que recorre todo el espacio sagrado, y a su vez en dos capiteles foliáceos con volutas en su parte superior. Recorre el fuste, el muro y acaba en basa similar a la de los arcos de la bóveda del presbiterio. Los ábsides laterales se cubren, en el tramo recto, con bóveda de cañón apuntada, y en el semicircular, con bóveda de horno. En sus paramentos hay hornacinas en hemiciclo con función litúrgica. El transepto se cubre en sus tramos laterales con bóveda de cañón apuntada y en el crucero con bóveda de crucería, reforzada por cuatro elementos que se apoyan en cuatro grandes arcos de medio punto doblado y sirven de compartimentación del espacio. En la nave del norte se ubica una pequeña terraza saliente, a modo de coro, que está comunicada con el dormitorio de los monjes por medio de una escalera de caracol, junto al ábside norte, para el oficio de maitines. A cada lado del transepto se colocan dos rosetones, que estarían decorados con lacería, una de las pocas licencias ornamentales que se permiten los monjes. El problema de la transición de las formas góticas a un espacio concebido en su esencia en el románico, lo observamos en las cubiertas de las naves laterales y central, en la adaptación de las bóvedas de crucería a unos soportes que no aguantarían los empujes. Para solucionarlo, dispusieron los arcos fajones del eje de la nave mucho más anchos y, a su vez, los formeros de paso a las naves laterales. No siendo esto suficiente, debieron también de modificar los soportes, añadiendo al pilar cruciforme los cuatro lados donde descansaban los fustes de los arcos, unas medias columnas pareadas que disimulaban el grosor dándoles mayor verticalidad. Los capiteles de las naves cuentan con una decoración diversa, temas foliáceos, pequeñas coronas rematadas por bolas o, simplemente, cestas vacías. En todo el conjunto se resume la austeridad del Císter, su espíritu de concentración y la sola adoración de Dios. Nos adentramos ahora en las dependencias monásticas; desde la iglesia lo haremos por el arco apuntado doble del norte del transepto. La primera estancia que sale a nuestro paso es la antigua sacristía, de planta rectangular. Se halla cubierta con bóveda de cañón apuntado, a la que en el siglo XVII se le adosó un espacio rectangular orientado al Este. En su lado derecho se abren dos hornacinas apuntadas, que se utilizarían como Armariorum donde se guardaban los libros que se leían en los oficios, era la llamada Lectio Divina. Inmediatamente después se dispone la majestuosa Sala Capitular, donde se celebraban las sesiones del capítulo. Se accede a ella mediante una portada de tres arcos apuntados, sólo con acceso abierto el central, y división al interior en dos naves con dos columnas centrales de capiteles foliáceos, fuste cilíndrico, con ábaco y basas octogonales. Éstas compartimentan el espacio en seis tramos mediante crucería que se apoya en columnas adosadas al muro de cesta corintia y columnillas con basa pentagonal, en correspondencia con el ábaco. En la jamba de entrada observamos una inscripción que proclama el perpetuo descanso a dos maestres de la orden de Calatrava, don Nuño Pérez de Quiñones y don Sancho de Fontonova. Junto a ésta se encuentra la escalera de acceso al hoy arruinado dormitorio de monjes, que se cubriría con arcos de diafragma compartimentando el espacio a razón de las saeteras que distinguimos a ambos lados. La siguiente estancia, junto a la escalera de planta rectangular, cubierta con cañón apuntado, cuenta con acceso al claustro y a la huerta por medio de una puerta hoy tapiada; según el plano ideal cisterciense, podemos afirmar que se trata del auditorio donde el prior daba la faena de cada día a los monjes, que entraban uno por uno y salían directamente a la huerta. En su flanco derecho se encuentra un acceso al hueco que deja la escalera de subida al dormitorio, el cual podría ser utilizado como archivo. Las cuatro crujías del claustro se cubren con bóvedas sexpartitas, con ojivas y claves en sus cruces. Se adosan al claustro en sus pandas norte y oeste una serie de edificaciones que forman parte de las reformas del siglo XVI y XVII; destacamos la situada junto al dormitorio de monjes, que guarda la misma disposición de planta de salón con techumbre de madera a dos vertientes. Basándonos en este plano ideal, la cilla y el refectorio se colocarían en la panda norte y las dependencias de legos y la hospedería estarían en la crujía oeste, más alejada de la iglesia. La antigua bodega del monasterio se encuentra al Norte, excavada en la roca, con una primera sala rectangular que da paso a otras tres donde estarían las barricas del vino. Todo el recinto monástico, a pesar de su avanzada degradación, nos ayuda a entender cómo los monasterios van cambiando de disposición y cómo se van adaptando a las nuevas formas de arquitectura. En su iglesia hay una mezcolanza entre planta románica, gruesos soportes y bóvedas ojivales que intentan, por medio de arcos apuntados, hacerse su hueco en el antiguo espacio. Muchos autores ven en esta mezcla una pervivencia del estilo hispanolanguedociano de los monasterios cistercienses de Gascuña y Languedoc, ya que los monjes fundadores procedían de esta región francesa, pero en Monsalud vemos igualmente referencias a otras casas castellanas, aragonesas e incluso navarras. Los años de construcción se mueven entre fechas confusas que empezarían en 1170 hasta 1200, cuando ya las bóvedas de medio cañón se sustituyen por las de arista, y las formas del románico se van aderezando con elementos incipientes del gótico.