Sant Martí de Collfred
ARTESA DE SEGRE
Iglesia de Sant Martí de Collfred
La aldea de Collfred está situada al pie de la montaña de Grialó, desde donde domina el sur del valle del Segre, y se beneficia a su paso de las aguas del canal de Urgell. Desde Artesa de Segre, se accede a través de la carretera de Tremp hacia Comiols. A 2 km aproximadamente de la salida de Artesa, a mano derecha, se encuentra la carretera que lleva a Collfred. La iglesia de Sant Martí, rodeada por campos de labranza, se erige en la parte más alta del pueblo.
La iglesia de Collfred, que pertenecía a la jurisdicción del castillo de Montmagastre, gracias a la donación de 1054 de Arnau Mir de Tost y su esposa, entró a formar parte de las posesiones de la canónica de Montmagastre, la cual, a su vez, pasó a depender de la abadía de Àger en el año 1065. En una acta testamentaria de 1169, se menciona el templo como Sanctum Martinum de Colle Frigido. Perteneció al dominio jurisdiccional de la abadía de Sant Pere de Àger, tal y como se indica en la bula papal de Alejandro III, fechada en 1179, en la que se especifican las iglesias que formaban parte de las posesiones de esta canónica, entre las cuales se cita la eclesiam de Quallfred. Junto con Vilves y Comiols se mantuvo bajo el dominio del condado de Urgell hasta 1413, año en el que desapareció éste, y sus posesiones pasaron a manos de la Corona de Aragón. Durante el siglo xvi, la abadía de Montserrat amplió sus dominios y compró a los descendientes y hombres de confianza del rey de Aragón, Fernando de Antequera, los términos de Vilves y Collfred.
Sant Martí de Collfred es una iglesia románica que ha sufrido algunas alteraciones a lo largo del tiempo, fundamentalmente en el siglo xix, con la construcción de una capilla y una sacristía en el norte, y con la apertura de una nueva portada en la fachada occidental. La primitiva fábrica medieval responde a un diseño de nave única y cabecera formada por un ábside semicircular liso cubierto por una bóveda de cuarto de esfera. Destaca su decoración a base de ocho modillones cóncavos de rollos que sostienen la cornisa. Cada modillón está configurado por cinco baquetones, excepto el central que posee seis, de los cuales, los que rematan las piezas presentan sus caras laterales labradas a bisel exornadas con una flor de seis pétalos. Muchos de estos rollos presentan restos de una tonalidad rojiza, por lo que se supone que originariamente deberían tener estar policromados. La presencia de este elemento decorativo en el ábside viene a corroborar su excepcionalidad, pues es totalmente inusual en el románico catalán del siglo xi. El empleo de estas molduras ha sido vinculado habitualmente con la tradición cordobesa, sin embargo, se ha planteado otra hipótesis que afirma que no presentan relación directa con la arquitectura omeya sino con modelos utilizados en iglesias como las de Escalada o Peñalba, pertenecientes a la arquitectura prerrománica castellano-leonesa de los siglos x y xi. Otros ejemplos de este tipo de decoración se encuentran, por ejemplo, en Santa María de Lebeña, en el monasterio de Suso en La Rioja y en San Román de Moroso en Cantabria. Entre los modillones se disponen ménsulas monolíticas lisas formadas por sillares de mayor tamaño que los utilizados en el resto del ábside.
En el muro sur se abría la portada original, que es de una gran simplicidad y está cegada. Se caracteriza por la falta de ornamentación y está resuelta con un arco de medio punto dovelado. Parece ser que se accedía a ella mediante unos pequeños peldaños de los cuales algunos restan in situ. En este mismo lienzo, en el nivel inferior, hay otra abertura tapiada, la cual no se sabe bien qué función desempeñaría. Sobre el muro occidental se alza una espadaña de dos vanos, la cual se añadió posteriormente, utilizando otro tipo de aparejo, como consecuencia de una reforma a la que fue sometido el templo. La puerta actual, que se abre en este mismo muro, fue realizada en el siglo xix. La iluminación del templo se consigue mediante tres ventanas, ubicadas una en el eje del ábside, y las otras dos en las fachadas septentrional y meridional respectivamente. Todas ellas son de doble derrame y están resueltas con sendos arcos de medio punto monolíticos. La otra abertura, correspondiente a la sacristía, es posterior.
El aparejo utilizado en los paramentos exteriores es regular, y está formado por sillares bien tallados y escuadrados de mediano tamaño, salvo en el zócalo del ábside, en donde su labra es más tosca. El edifico presenta en todas sus caras, salvo en la de poniente, numerosos mechinales dispuestos en hiladas horizontales. Las fachadas acentúan su austeridad con la desnudez de todo ornamento escultórico, el cual sólo se ve interrumpido por los modillones que configuran la decoración absidal.
En el interior de la iglesia, la nave se cubre con una bóveda de cañón semicircular reforzada con cuatro arcos fajones, también de perfil semicircular. El ábside está enmarcado por un arco presbiterial en gradación. Los arcos descansan sobre medias columnas adosadas al muro, formadas por dos o tres bloques, los cuales se apoyan sobre una basa constituida por una voluminosa y rústica moldura semicircular. Coronan las columnas unos capiteles troncocónicos rematados con un ábaco rectangular. En su mayor parte las cestas de los capiteles son lisas. Tan sólo dos capiteles en el muro sur presentan una tosca decoración incisa, en la que se representa, en un caso un rostro inciso y en el otro unos motivos geométricos dispuestos en dos hiladas en zigzag. En el lado sur del espacio absidal, a ras de suelo, se ubica una hornacina con un arco de medio punto. En el muro sur, en el primer tramo de la nave, debajo de la ventana, se abre una credencia de forma cuadrada. En este mismo muro, en el cuarto tramo, se conserva el arco de la portada original, que actualmente, al estar cegada hace las veces de hornacina.
En el siglo xix, al costado norte del primer tramo de la nave se abrió una estancia con función de capilla, a través de la cual se accede a la sacristía. También pertenece a este momento de remodelación de la fábrica, la creación del coro. La técnica constructiva empleada en el interior no difiere de la exterior, aunque aquí exhibe una mayor tosquedad, la cual también se refleja en la ejecución de los elementos estructurales, su disposición, y el juego de proporciones. El edificio fue objeto de una restauración en 1990, la cual consistió básicamente en la eliminación del tabique que tapaba el ábside y el levantamiento del revoque que cubría las paredes, aunque en algunos casos se interrumpió, porque la piedra que afloraba era pequeña y con esta acción se descomponía el muro.
La iglesia de Sant Martí de Collfred, tanto por la técnica constructiva empleada como por la singularidad de su decoración absidal, en la cual seguramente se reutilizó material anterior, como los modillones, es un caso claro de persistencia de las viejas concepciones arquitectónicas, que se adaptan a los nuevos lenguajes formales y constructivos del siglo xii.
Texto y fotos: Helena Soler Castán - Planos: Marc Santacreu Ortet
Bibliografía