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Cornisa de ángulo. Piedra caliza. 66 x 24 x 19 cm. Procedencia desconocida

Identificador
33000_0105
Tipo
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Ángel Ricardo
Colaboradores
Museo Arqueológico de Asturias
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de San Vicente. Museo Arqueológico de Asturias

Localidad
Oviedo
Municipio
Oviedo
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
EL MONASTERIO DE SAN VICENTE, también llamado de Antealtares hasta el siglo XII, se situaba detrás de la catedral y al lado del cenobio femenino de San Pelayo. Tradicionalmente se acepta que la fundación de este cenobio está ligada a los orígenes de la ciudad de Oviedo y sería casi simultánea a la iniciativa fundacional del monarca Fruela I (757-768), quien erigió en este mismo lugar la primitiva basílica dedicada a San Salvador, que precedió al actual conjunto catedralicio. Según un documento datado en el año 781, en torno al 761, el abad Fromistano, su sobrino Máximo y sus siervos se instalaron en un lugar desierto llamado Oviedo, lo roturaron para el cultivo y erigieron en él una basílica bajo la advocación del mártir San Vicente. Veinte años después, el mencionado diploma recoge un pacto monástico entre Fromistano, Máximo y un individuo llamado Montano junto con otros veinticinco monjes para vivir en comunidad respetando la regla de San Benito. Este documento ha llegado hasta nosotros a través de una copia del siglo XII con evidentes anacronismos e interpolaciones, como las referidas a la regla benedictina, que han despertado evidentes sospechas acerca de su autenticidad en no pocos estudiosos, sospechas que se incrementan aún más si tenemos en cuenta el hecho de que tras la supuesta fundación del monasterio, éste no vuelve a aparecer en la documentación hasta el año 969. Independientemente de la controvertida fundación que se menciona en dicho diploma, numerosos autores explican esa falta de documentación por la vinculación del monasterio a la catedral de Oviedo a principios de la novena centuria. En efecto, la comunidad de San Vicente debió de ocuparse del culto de San Salvador de Oviedo, al igual que ocurría con los monasterios cercanos a otras sedes próximas a la asturiana, como la legionense y la astoricense, y tal como estaba planteado el locus sanctus de Santiago de Compostela, que, aún sin alcanzar el rango de ciudad episcopal hasta el siglo XI, tenía rodeado el sepulcro del apóstol de una serie de establecimientos religiosos. Y lo mismo ocurría en otros centros de devoción europeos, como San Juan de Letrán y Santa María la Mayor de Roma, en los que se aprecia una situación similar. En el año 969 aparece la primera mención a San Vicente como monasterio constituido, pero dependiente de San Salvador. El primer documento donde el clero catedralicio es recogido a modo de una comunidad distinta de la de San Vicente data de 990, año en el que surge un Mirellus abas como director de los cultores Ovetensis ecclesie, distinto del propio abad del cenobio. La separación de ambas congregaciones se consolidó a mediados del siglo XI, cuando el clero de San Salvador se reorganizó en un cabildo de canónigos regulares a la romana y los monjes de San Vicente adoptaron la regla de San Benito. Por lo tanto, la diferente orientación de vida de las dos comunidades, una canónica y otra monástica, está plenamente encauzada, aunque el monasterio de San Vicente siguió dependiendo, al menos teóricamente, de la catedral. También a mediados del siglo XI el dominio monástico de San Vicente inició un período de expansión que se prolongará hasta finales de la misma centuria. A esta expansión, de menores proporciones a la impulsada por el abad Pedro en la centuria siguiente, contribuyeron la corte leonesa y la alta nobleza, que concedieron a la abadía de Antealtares varias donaciones. El 19 de agosto de 1045 los reyes Fernando y Sancha donaron al monasterio de San Vicente las iglesias de San Juan y Santa Columba, situadas a orillas del mar y al lado del castillo de Gozón. Mediante un documento datado en 1079, el rey Alfonso VI concedió al cenobio ovetense numerosas propiedades y confirmó otras que le fueron donadas anteriormente. En 1047, los condes Piñolo Jiménez y Aldonza Muñoz, fundadores del monasterio de San Juan Bautista de Corias (Cangas del Narcea), otorgaron a San Vicente la villa de Vescas junto a una sierva llamada Bidia y a sus hijos Eufemia y Armentario. Dichos condes, que pertenecían a la alta nobleza asturiana, cedieron además al cenobio de Antealtares en el mencionado año la villa de Andoriga que habían recibido de Fruela Vélaz y doña Elio. A pesar de la relevancia de estas donaciones, el dominio monástico se incrementó especialmente gracias a concesiones de los pequeños propietarios, según se desprende de veintisiete documentos pertenecientes al cenobio. A finales del siglo XI el abad de San Vicente y el obispo de Oviedo protagonizaron un enfrentamiento al que hacen referencia dos documentos. Uno de éstos data de 1090 y recoge una especie de actas de un pleito, sustanciado en el propio monasterio de San Vicente ante Alfonso VI. En este pleito el obispo Arias alegaba que el monasterio pertenecía de antiguo a la sede ovetense, mientras que el abad Ramiro replicaba diciendo que el monasterio correspondía al rey. La decisión real fue favorable al obispo, pues el mencionado monarca donó el monasterio de San Vicente a la Catedral de Oviedo, según se desprende del otro documento fechado en 1097. No obstante, Fernández Conde cree que estos documentos son falsificaciones confeccionadas por el obispo Pelayo que trató de incorporar en el patrimonio diocesano no sólo a San Vicente de Oviedo, sino también a San Juan de Corias (Cangas del Narcea) y parte de los bienes de Santa María de Lapedo (Belmonte). En 1130 es elegido como abad del monasterio Pedro, uno de los prelados más ilustres de San Vicente, cuyo mandato se prolongó hasta 1156, año en el que fue promovido a la silla episcopal de Oviedo. La actividad de Pedro contribuyó de manera decisiva al crecimiento del dominio de este cenobio ovetense, que recibió un importante número de donaciones. Gracias a este incremento del dominio monástico y al buen entendimiento con la diócesis, al que se hará referencia a continuación, pudieron acometerse las obras de ampliación y reforma de la fábrica del cenobio, que tuvieron lugar a mediados de la duodécima centuria, impulsadas posiblemente por dicho abad. Una parte de las mencionadas donaciones fue llevada a cabo por parte de miembros de la corte leonesa. En efecto, la primera de ellas se refiere a la realizada por Alfonso VII, que, en septiembre de 1133, donó al monasterio una serna situada entre la colina de Oviedo y la iglesia de San Julián de los Prados. Dos décadas más tarde, en el año 1152, su hermana la infanta Sancha concede al cenobio la heredad de Plantada, que se localizaba en tierras de Gozón, y la villa de Barredo, situada en territorio de Nembro, y pocos años después, a finales de la misma década, Fernando II junto a su hermana la reina Urraca otorgó al monasterio de Antealtares el de San Esteban, emplazado en el valle de Laviana, con toda su feligresía, heredades, edificios y plantaciones. Por su parte, Gontrodo Petri, concubina del emperador y madre de la reina Urraca, hizo donación a la abadía de San Vicente en 1143 de la mitad de la villa de Ambás (Villaviciosa) y de media heredad de Tedaga, con la condición de que estas propiedades no pudieran ser vendidas ni dadas en prestimonio. Cuatro años más tarde la misma Gontrodo ofreció al cenobio una heredad situada junto al río Sella que le había sido donada por el emperador Alfonso VII. También contribuyó a la mencionada etapa de florecimiento de San Vicente la pequeña nobleza, que se muestra abiertamente generosa con el cenobio. Las donaciones de algunos nobles resultaron singularmente valiosas por su frecuencia y continuidad, al ser ofrecidas dentro de una misma familia, ya sea por distintos parientes o a lo largo de más de una generación. Esta circunstancia resultó ampliamente favorable para la abadía, ya que le permitió incorporar un número creciente de propiedades al mismo tiempo que completar anteriores adquisiciones, al reunir distintas fracciones hereditarias de una misma explotación. Entre el conjunto de propiedades recibidas destacan, por su mayor dotación y rentabilidad, los hospitales, alberguerías y monasterios, como el hospital de Rioseco (Siero), que le es cedido en 1141, y el de San Clemente de Lomes (Allande), que recibe en 1147, o el monasterio de San Juan Bautista de Ranón (Fano, Gijón), convertido enseguida en priorato. Parece que el monasterio llega a un buen entendimiento con la diócesis a mediados del siglo XII, pues en 1149 el obispo Martín acuerda con el abad Pedro la permuta de varias heredades, y en 1151 el mismo obispo dona al cenobio la iglesia de Santiago de Ralos. Mediante un documento datado en el año 1154, dicho abad concedió a dos canónigos de San Salvador de Oviedo el usufructo de una iglesia situada junto al Nora para agradecerles la benevolencia que habían manifestado hacia la comunidad benedictina al acceder a cambiar sus casas, que impedían la expansión de la fábrica de San Vicente, por otras viviendas de los monjes. Del mencionado diploma se desprenden no sólo las buenas relaciones entre la sede ovetense y el monasterio de Antealtares, que sin duda facilitaron el nombramiento de Pedro como obispo, sino también que a mediados de la duodécima centuria se llevaran a cabo los trabajos de ampliación y reforma de la fábrica conventual. De éstos únicamente se conservan algunos vestigios, a los que se ha hecho referencia en el apartado dedicado al Museo Arqueológico de Asturias, situado precisamente en el claustro de época moderna del mencionado cenobio, que sustituyó al románico al que pertenecen dichos restos. Éstos se relacionan con otros trabajos llevados a cabo en Oviedo en el tercer cuarto del siglo XII en la Cámara Santa, en San Pelayo y en Santa María de la Vega.