Identificador
09589_02_017
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 4' 2.03'' , -3º 19' 8.38''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega,Augustín Gómez Gómez
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Siones
Municipio
Valle de Mena
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
APESAR DE QUE ALGUNOS HISTORIADORES afirman, siguiendo a Madoz, que perteneció a la Orden del Temple y que su construcción fue iniciada por doña Endrequina, al igual que San Lorenzo de Vallejo de Mena, toda la vinculación de Siones (y no de su iglesia) con las órdenes militares se reduce a la existencia de un maestre de la Orden de Calatrava llamado Martínez Pérez de Siones (1172-1198) y de un tal Gundissalvus de Siones que aparece como testigo en una donación hecha a la Orden de San Juan de Jerusalén en 1176. Hay constancia, sin embargo, de que Santa María de Siones (o Exiones) fue una abadía seglar que, al menos hasta mediados del siglo XIV, poseyó heredades y derechos en algunos lugares del Valle de Mena, como Cadagua, Hoz y Villasuso, tal como expresa el Libro Becerro de las Behetrías. Ya entonces, según consta en la obra Bienandanzas e Fortunas, la citada abadía era propiedad de Lope García de Salazar, llamado de Siones, y de su esposa doña Toda Fernández de Vallejo. Éstos percibían los diezmos de la iglesia a cambio de sostener el culto y de proveer al nombramiento y manutención de los beneficiados que la regían. Fue su hijo, Juan López de Salazar, el que sucedió a su padre en el patronato de la iglesia, titulándose “abad de Siones”. Junto con la iglesia de Vallejo de Mena, Santa María de Siones (declarada Monumento Nacional en 1931) es uno de los más importantes y mejor conservados edificios románicos del valle, a pesar de que a lo largo del siglo XIX fue objeto de una serie de restauraciones que alteraron en gran medida su aspecto original, sobre todo por lo que se refiere a algunos elementos escultóricos que fueron tallados de nuevo. Ya en el siglo XX fue restaurada bajo la dirección de Francisco Íñiguez Almech, mientras que la intervención más reciente ha corrido a cargo de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León. El edificio, que se encuentra emplazado en una pequeña explanada a la salida del pueblo, llama la atención por el excelente estado de conservación de su fábrica, labrada en buena sillería caliza y datada en los últimos años del siglo XII o primeros del XIII. Consta de una cabecera semicircular con tramo recto y una sola nave compuesta por tres tramos, destacando en planta y alzado el que está más próximo a la capilla mayor, el cual hace las veces de pseudo- crucero merced a la construcción de dos edículos laterales de los que luego trataremos. La iglesia cuenta con dos accesos, la portada principal abierta en el hastial occidental y una secundaria en el muro sur de la nave. En el exterior, el ábside se eleva sobre un pequeño banco en resalte y se compartimenta en tres paños separados por dos columnas adosadas que llegan hasta la corn isa, rematadas ambas en capiteles decorados con cabezas masculinas flanqueadas por hojas planas acabadas en volutas. Otras dos columnas se colocan en el codillo que se forma en la unión del tramo absidal con el presbiterio, tal como ocurre en otros edificios románicos de la provincia (Padilla de Abajo y Padilla de Arriba, entre otras). La del lado meridional muestra un capitel con tres cabezas o máscaras antropomorfas separadas por dos personajes sedentes, mientras que la del lado norte lleva un capitel liso en su mitad inferior y con volutas en la superior. Todo el perímetro de la cabecera está recorrido a media altura por una imposta decorada en el frente con pequeños bezantes y en el bisel con tetrapétalas inscritas en círculos separados por vástagos anillados que se rematan en volutas, motivo que también se repite en las iglesias de Tablada del Rudrón, Castrillo de Riopisuerga, Fuenteúrbel, Boada de Villadiego y Butrera. Partiendo de esta imposta y en cada uno de los paños del ábside, se dispone una ventana aspillerada cobijada por dos arquivoltas de medio punto que descansan sobre cuatro columnas. Las arquivoltas interiores presentan grandes tacos o dentellones mientras que las exteriores son de bocel y mediacaña, excepto en la ventana central que se decora con una escena cinegética protagonizada por un perro que persigue a una liebre o conejo, alternando ambos con motivos geométricos realizados mediante diferentes tipos de entrelazo. En esta misma ventana, sobre el hueco de la aspillera, aparece esculpido un clípeo o medallón con una flor de cuatro pétalos. Los capiteles muestran bolas con caperuza en distintos niveles, hojas lisas rematadas en caulículos, cuadrúpedos, una máscara masculina y un busto de un personaje que abre su boca con ambas manos, en un gesto un tanto burlón. Los cimacios exhiben bolas, bezantes, entrelazos y motivos vegetales. La ventana del muro sur del presbiterio presenta signos evidentes de haber sido reconstruida en época relativamente reciente. Se corona toda la cabecera con una serie de canecillos -en su mayor parte restaurados- adornados con aves, leones, cabezas caprinas, máscaras, motivos geométricos, figuras humanas en distintas actitudes (dos lectores compartiendo un mismo libro, personajes erguidos, de medio cuerpo, etc.), una mano -como en Vallejo de Mena y Santillana del Mar-, etc. Dos gruesos contrafuertes delimitan en cada lado el tramo correspondiente al falso crucero que se articula en dos cuerpos separados por un pequeño tejaroz; el inferior liso y el superior con dos arcos ciegos de medio punto encima de los cuales se abre una ventana aspillera. El acceso al interior se realiza a través de dos portadas abiertas en los muros de la nave; una al mediodía y la otra en el hastial occidental. La primera se compone de un arco de ingreso apuntado, decorado con una moldura de bocel seguida de una mediacaña cargada de hexapétalas encerradas en clípeos. A continuación se disponen dos arquivoltas también aboceladas y un guardapolvo recorrido por un fino baquetón, apoyando todo ello sobre dos pares de columnas con capiteles en los que se representan arbustos de los que aparentemente cuelgan piñas, motivo que se repite en los capiteles del interior de Vallejo de Mena. La portada occidental, por su parte, se halla ligeramente adelantada respecto a la línea general del muro y protegida por una sencilla cornisa soportada por canecillos de nacela. Consta de cinco arquivoltas de medio punto decoradas con boceles entre mediascañas y un guardapolvo con perfil de nacela. Destaca por su singularidad la manera en que se adornan las jambas, con pequeños fustes o boceles entre los que se colocan las cuatro parejas de columnas, elevándose todo ello sobre un alto zócalo o banco con la arista moldurada. Las jambas sobre las que apoya el arco de ingreso llevan además una mediacaña repleta de piñas. Los capiteles de estas columnas son idénticos a los descritos en la portada meridional, con la salvedad de que presentan su collarino sogueado. En el interior, la nave presenta dos campañas constructivas claramente diferenciadas por el distinto tipo de cubrición empleado en cada una de ellas; el tramo de los pies muestra bóveda de cañón sobre fajones, mientras que los otros dos tramos lo hacen con bóvedas de tipo angevino con plementería cupuliforme reforzada por nervios. Los arcos que separan estos tramos van sustentados por columnas entregas que portan capiteles de bolas con caperuza y hojas planas. La cabecera, por su parte, presenta medio cañón en el tramo recto y bóveda de horno en el hemiciclo absidal. Lo más interesante y original del edificio se encuentra en el falso crucero y en el espacio absidal. El primero es de mayor altura y recibe la iluminación a través de dos saeteras abiertas en la parte superior de los muros oriental y meridional. A los lados de este tramo se disponen dos edículos de planta rectangular y abovedados que se abren al interior por medio de dos arcos apoyados en columnas; los del lado del evangelio algo apuntados y los de la epístola de medio punto con el intradós formado por dos grandes lóbulos. En el interior de estos edículos corren unas arq u erías ciegas formadas por arcos de medio punto, salvo uno de ellos que es trilobulado. Esta organización se ve en parte alterada en el lado del evangelio donde se abrió el muro para alojar una pequeña escalera de caracol que comunicaría probablemente con una pequeña tribuna abierta sobre el propio edículo, o tal vez con un cuerpo superior de campanas parecido a los de San Pedro de Tejada, Valdenoceda, El Almiñé, Escaño, Monasterio de Rodilla, San Quirce, etc. Es posible que este cuerpo nunca se construyese y si se hizo debió de cambiarse el plan pues la primitiva escalera no se llegó a terminar, levantándose a su lado otra, con acceso desde el exterior, que comunica con el actual campanario. Estos edículos monumentalizados, que si bien funcionalmente acaso pudieran relacionarse con los altares-nichos de Nuestra Señora del Valle en Monasterio de Rodilla, Santa María de Bareyo (Cantabria) o con algunos ejemplos sorianos, desde el punto de vista arquitectónico y escultórico suponen un paso adelante puesto que crean en realidad un concepto espacial y ornamental más evolucionado. Su presencia estaría justificada por la multiplicación de altares que imponen los usos litúrgicos. La decoración escultórica presente en ellos es abundante si bien la talla resulta bastante tosca. Los capiteles de los arcos que dan acceso al edículo meridional se decoran con un cuadrúpedo, el de la derecha, dos niveles de hojas planas con bolas y volutas, el de la columna central, y con una enigmática escena el de la izquierda, en la que aparecen un personaje sentado frente a lo que parece una muchedumbre representada por medio de varias cabezas superpuestas. Junto a este capitel, pero en una pieza diferente, hay otros tres personajes que pudieran formar parte de la misma escena, uno de pie vestido con túnica al que sujetan otros dos, uno de ellos portando una espada envainada. Para Paloma Rodríguez-Escudero se trataría de Cristo asistiendo a su propio juicio ante el Sanedrín. De difícil interpretación es también la figura que asoma en el capitel pinjante de uno de los arcos y que la citada autora identifica con un personaje saliendo de un sepulcro. Por otra parte, las cuatro columnas de las arquerías ciegas del fondo exhiben en sus capiteles motivos vegetales muy esquemáticos (bolas con caperuza, sencillas volutas y hojas cóncavas), además de cabezas de animales superpuestas y unos curiosos seres fantásticos con cuerpo de cuadrúpedo y cabeza de ave. En uno de los lados cortos del edículo, bajo un arco de medio punto, se colocó un relieve en el que se escenifica una disputa entre mujeres, ya que una de ellas tira del cabello a otra arrodillada que presenta un aspecto un tanto demoníaco y sobre la que se posa una paloma. Se ha interpretado como la pugna de Santa Juliana con el demonio. En uno de los capiteles que soportan el arco están representados además una serpiente y un grotesco personaje que por su aspecto (pezuñas, cabello erizado en forma de grandes mechones, orejas puntiagudas y vientre hinchado) bien pudiera ser el diablo. Similar aspecto ofrece el mascarón que decora la otra cesta. En el acceso al edículo septentrional encontramos tres capiteles: uno con cuatro cabezas antropomorfas separadas por bolas con caperuza, otro con sencillas hojas rematadas en volutas y bolas y un terc e ro con una lucha o duelo ecuestre. Esta escena, de delicada factura, está protagonizada por dos jinetes en plena acometida, equipados ambos con cota de malla, yelmo, espuelas, escudo almendrado y lanza. Tras cada uno de ellos camina un soldado armado también con espada, escudo y yelmo. La escena se desarrolla sobre un fondo, al parecer vegetal, en el que destaca el abundante uso del trépano. El cimacio se decora con pequeños billetes. Una re p resentación muy similar se encuentra en un capitel de la cercana iglesia de Vallejo de Mena. En el interior del edículo, en el lado más largo, hay dos arcos ciegos: uno de medio punto con botones en la chambrana y el otro trilobulado, con veneras en el borde y una cabeza monstruosa mordiendo a una serpiente bajo el lóbulo central. Los capiteles en que apoyan se decoran con motivos vegetales (hojas de grandes pétalos encerradas en círculos) y figurados. En uno de ellos se escenifica a un jinete vestido de campaña que arremete con escudo y lanza contra un enorme grifo que se defiende con una de sus patas. Completan esta representación varios elementos vegetales, como volutas anilladas y hojas dispuestas de forma helicoidal. El otro capitel muestra a tres personajes sedentes, el del centro con una copa o cáliz en sus manos que tal vez pueda aludir a una ceremonia eucarística. En la portada de San Pantaleón de Losa hay una escena muy parecida, sólo que allí el personaje del centro porta un libro abierto. Los cimacios se decoran con octopétalas perforadas en el centro y tetrapétalas inscritas en círculos. El arco de la izquierda desapareció al construirse la escalera que hay empotrada en el muro. En el costado oriental de este edículo -bajo un arco ligeramente apuntado- hay un relieve en el que parece representarse un pasaje de las Tentaciones de Cristo en el desierto, con la figura sedente de Jesús portando báculo, libro y nimbo crucífero, acompañado de una figura demoníaca que le señala con el dedo. La representación se completa con las figuras del Tetramorfos que aparecen colocadas en los arranques del arco (San Juan y San Mateo) y en los capiteles de las columnillas que lo soportan (San Lucas y San Marcos). La arquivolta se ornamenta con labores de entrelazo, encestado, botones y una especie de nubes. Al espacio de la cabecera da paso un arco triunfal de medio punto doblado que descansa sobre una pareja de columnas portadoras de capiteles figurados en los que se representa a cuatro serpientes entrelazadas y a un soldado con escudo y espada enfrentándose a un reptil bicéfalo. La riqueza ornamental de la cabecera se refuerza con la solución utilizada en los muros del tramo presbiterial, en los cuales se dispone un gran arco de medio punto con puntas de clavo en la arista que engloba a su vez un cuerpo bajo con doble arquería ciega y otro superior con un solo hueco. En el lado norte los arcos inferiores son trilobulados, decorándose el de la izquierda con entrelazo en la chambrana y aros entrecruzados en la rosca, mientras que el de la derecha, con el intradós angrelado, exhibe un entrelazo con botones en la chambrana y mediacaña perlada en la rosca. En el de la izquierda se abre un sencillo vano que comunica con una pequeña dependencia. Los capiteles sobre los que apoyan muestran a una cabeza barbada tocando un cuerno, tres arpías de largo cuello vuelto hacia atrás -similares a las de La Cerca y Fuenteúrbel- y tres personajes dentro de una barca que también aparecen en las dos localidades anteriores, además de en San Pantaleón de Losa, Villacián de Losa, Vallejo de Mena, Momediano y Boada de Villadiego. Esta escena ha sido interpretada a veces como la Pesca Milagrosa, si bien hemos de observar que ninguna de las figuras porta atributos que permitan identificarla con Cristo ni tampoco están representados los aparejos propios para faenar, como en otras representaciones de este tipo (por ejemplo en la ermita soriana de Garray). Por otra parte, la exuberancia decorativa es tal que hasta los fustes de las columnas requirieron la atención de los escultores. La mejor muestra la podemos ver en la columna de la derecha, con hojas planas imbricadas, como en la portada de Colina de Losa, y la central cubierta toda ella por un complicado entramado vegetal que acoge a su vez a seres fantásticos, aves, una especie de contorsionista y una pareja acechada por dos serpientes, en clara alusión al castigo de la lujuria. En los extremos de este tramo se colocan las dos columnas del arco mayor, cuyos capiteles se decoran con un ser monstruoso y tres niveles de hojas cóncavas. Una imposta con un tallo ondulante del que nacen hojas separa este cuerpo del superior en el que se dispone un hueco con un relieve decorado con una figura adulta -tal vez una mujer- que sujeta entre sus manos a un niño al que parece arrojar a una corriente de agua representada con una gruesa forma ondulante. A los lados, rematando los fustes de las columnas, se colocaron las figuras de una mujer sentada con los brazos cruzados sobre el regazo y una cabeza masculina. En el tramo recto del lado sur sigue el mismo esquema ornamental, con la diferencia de que los arcos ciegos del cuerpo inferior son de medio punto. El de la izquierda se embellece con entrelazos, botones y perlas, mientras que el de la derecha lo hace con pequeños bezantes en el guardapolvo y diecinueve arquillos en las rosca por los que asoman otros tantos personajes a los que sólo se les ve la cabeza y las manos. Este tema se repite con ligeras variantes en las ventanas absidales de Bárcena de Pienza y Butrera. Las tres columnas que soportan esta arquería llevan capiteles figurados: el de la izquierda con una cabeza de animal (perro), el del centro con dos parejas de cuadrúpedos afrontados en las esquinas (posiblemente leones), junto con cabezas de liebre o conejo en los lados cortos, y el de la derecha con una enigmática escena en la que una gran ave parece picar de un objeto que sujetaba un hombre con unas grandes tenazas, tema similar al de un capitel de Fuenteúrbel que parece aludir a un pasaje legendario o mitológico. Las columnas del arco mayor presentan capiteles exornados con una cabeza barbada y otra de animal. A la altura de éstos corre una imposta de semicírculos entrelazados que separa este cuerpo del superior en el que se abre un hueco con una aspillera y dos columnas de reciente factura. La unión del tramo presbiterial con el ábside se resuelve mediante una columna a cada lado rematada con una gran voluta y recorrida en sentido vertical por una banda en cuya parte superior se abre una ventanita por la que asoma un personaje (San Pantaleón de Losa y Bareyo). El espacio absidal articula su perímetro en dos niveles de arquerías ciegas separados por una línea de imposta y coronados por otra. La que marca el arranque de la bóveda es de nacela mientras que la otra se cubre con un entrelazo y un tallo vegetal. La arquería baja combina cuatro arcos ligeramente apuntados con tres de medio punto, todos ellos profusamente decorados con baquetones anillados, bezantes, bolas, cintas perladas, entrelazos, guirnaldas, etc. Este sentido ornamental se da también en las arquerías y ventanas de algunas iglesias de la zona de Amaya (Fuenteúrbel, La Piedra y Boada de Villadiego, entre otras). En la rosca de uno de los arcos se muestran tres figuras ataviadas con túnica y capa -una de ellas sedente- seguidas de una máscara monstruosa, un caldero colgado de un gancho, un ángel y un personaje atado de pies y manos a un mástil que sujeta otro personaje sedente. Pérez Carmona identificó esta escena -a nuestro entender con poco fundamento- con el milagro de Santo Domingo de la Calzada cuya intercesión salvó la vida de un joven peregrino que había sido ahorcado injustamente. Más bien parece tratarse de la disputa del alma de un condenado que es preso de sus propios pecados. Los capiteles de este primer nivel muestran un variado repertorio ornamental en el que destacan motivos vegetales, bolas con caperuza, formas tubulares superpuestas (Escalante, Sobrelapeña, Talamillo del Tozo, Virtus, ermita de Bárcena de Pienza y Vallejo de Mena), cabezas monstruosas y dos escenas figuradas. En una de éstas se narra la lucha de David contra Goliat. El primero ha descendido de su montura dispuesto a enfrentarse al filisteo con sus armas de pastor (el cayado y la honda), mientras que el gigante se muestra bajo el aspecto de un guerrero medieval, a caballo, embrazando un escudo almendrado y blandiendo una espada en su diestra. El escultor ha intentado simultanear dos momentos de la acción: por un lado el instante en que David carga su honda y por otro cuando el pagano recibe el impacto de la piedra en su frente. La escena guarda un gran parecido con otra del mismo tipo que aparece en una de las ventanas de la colegiata de Santa María de Toro (Zamora). Otro de los capiteles se adorna con el tema del Pecado Original, con la serpiente susurrando a Eva y Adán llevándose la mano al cuello. En la arquería superior los elementos ornamentales se circunscriben a los capiteles y cimacios en los cuales se manifiestan los siguientes motivos: gruesas cabezas de clavo, entrelazos, piñas, volutas, puntas de diamante, leones afrontados, cabezas antropomorfas, veneras, etc. Dos de ellos lucen escenas que parecen sacadas de la vida cotidiana: en una dos personajes sedentes custodian unas tinajas y en la otra una pareja de operarios portan un cubo o caldero colgado de un madero que sostienen en sus hombros, ante la atenta mirada de otras dos figuras colocadas en los extremos, una de ellas femenina. Este último tema se repite en Linares de Sotoscueva, San Martín de Frómista, San Pedro de Valdecal (Museo Arqueológico Nacional), Santillana del Mar y Silió, interpretándose en algunos casos como vendimiadores o porteadores de vino y en otros como albañiles que trasladan la argamasa. En líneas generales se puede decir que la decoración escultórica de Siones es variada pero de escasa calidad, destacando el esquematismo y la sencillez de los plegados, la ingenuidad de las figuras, la falta de proporción y la talla tosca, fruto todo ello de una técnica poco depurada. Aunque algunas piezas son de una ejecución más cuidada existe una gran uniformidad en toda la escultura, lo que parece evidenciar la intervención de un único taller. Desde un punto de vista iconográfico y estilístico se encuentran claros paralelos en iglesias próximas como las de Butrera, Bárcena de Pienza (canecillos), La Cerca y Vallejo de Mena, así como en otras de la zona de Amaya, ya mencionadas. Esta misma vinculación se puede establecer también con dos edificios cántabros: Santa María de Bareyo, con la que guarda igualmente algunas afinidades arquitectónicas, y San Román de Escalante. En definitiva, y como ya señalara García Guinea, parece que estemos ante un grupo de canteros de posible origen trasmerano que extienden su actividad a iglesias del norte de Burgos, especialmente de Mena y de Losa. En este sentido hay que insistir en que algunos detalles vistos en Siones, como la doble arquería del ábside, la articulación de los muros del presbiterio con dobles arcos enmarcados por otro mayor, el pseudo-crucero con capillas o edículos laterales y la técnica escultórica de relieves y capiteles nos llevan a relacionar a los maestros que aquí trabajaron con los mismos que intervinieron en Bareyo a finales del siglo XII o comienzos del XIII, cronología que mantenemos para el templo burgalés. Las soluciones arquitectónicas, especialmente sus bóvedas de crucería octopartita, apuntan hacia las mismas fechas.