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Canecillos en el muro norte

Identificador
47640_01_014
Tipo
Fecha
Cobertura
41º 42' 38.58'' , -4º 58' 58.87''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de El Salvador

Localidad
Peñaflor de Hornija
Municipio
Peñaflor de Hornija
Provincia
Valladolid
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL PUEBLO ESTÁ ENCLAVADO en la llanura parámica de Torozos, encaramado sobre la ladera de un profundo valle por cuyo fondo corre el río Hornija. Su caserío lo componen bajas viviendas de adobe y piedra, organizadas en torno a una calle mayor trazada de este a oeste. En el centro de una amplia y alargada plaza se encuentra la iglesia del Salvador, por completo exenta y circundable. Hace ya varios decenios que el hundimiento de buena parte de su techumbre provocó una ruina progresiva y el consiguiente abandono del edificio para el culto. Actualmente, sin embargo, todavía se mantiene en pie toda la caja muraria, de caliza de la comarca calzada con cuñas de arenisca, conformando un recinto cerrado en el que es posible reconocer las fases de un proceso constructivo iniciado en el siglo XII y no finalizado hasta el siglo XVI. Resultado de tan prolongada elaboración es una planta irregular, desequilibrada por los añadidos. Tiene dos naves, de las cuales, la septentrional es la principal; rematada en ábside semicircular con tramo presbiterial. La de la epístola, fruto de una ampliación posterior, es más estrecha y se debió concebir con función accesoria ya que en su tramo final se yergue la torre, y en el correspondiente a la cabecera se habilitó una sacristía, quedando, de este modo, restringido su desarrollo longitudinal a la luz del gran formero que la separa de la nave del evangelio. Comenzóse a construir el templo por el ya referido ábside, datable en la decimosegunda centuria, aunque no antes de 1150. Es de sillares bien escuadrados, colocados predominantemente a soga en hiladas isódomas. Componen un tambor liso, sin vanos ni elementos delimitatorios, en el que, a falta de un desaparecido alero, aporta dinamismo la yuxtaposición del ligeramente sobresaliente volumen cúbico del presbiterio. El abovedamiento nos ha llegado intacto, merced a su perfecto despiece y al grosor de los muros, sobre los que descansa con intermediación de una imposta corrida. La bóveda con que se cubre el hemiciclo es de horno, y de cañón simple la de su tramo antecedente. Se encuentran separadas por un arco de medio punto que apea en semicolumnas adosadas a los muros. Por las desconchaduras del enlucido que enmascara los capiteles asoman grandes hojas lanceoladas y cóncavas que, situadas en los ángulos de la cesta, arrancan del astrágalo. La única visible en el capitel del lado de la epístola aloja una bola, mientras que las dos del opuesto presentan nervadura axial y, entre ellas, dos esquemáticos caulículos entre cruzados, decorados en su interior con incisiones paralelas en sentido oblicuo. En los cimacios (prolongación de la susodicha imposta) se aprecian series de tretrafolias inscritas en círculos, en los frentes, y hojas como las de las cestas en las aristas. Todos los motivos tienen un estilo tosco y con evocaciones arcaicas, reforzado por la talla a bisel con que fueron labrados, que induciría a pensar en un adelantamiento de la fecha de factura antes dada. Las basas, por el contrario, la confirman, pues son áticas, con garras (ahora masas amorfas por el desgaste), que conectan el toro inferior al plinto, y escocia recortada en dientes de sierra, según un modelo que no fue utilizado por estas tierras hasta la segunda mitad del siglo XII. La edificación de la nave no se realizó de manera inmediata, sino que quedó postergada hasta el siglo XIII, coincidiendo con un momento en el cual la localidad adquirió cierta relevancia. Subsisten de esta fase constructiva, estilísticamente de transición, dos tramos abovedados de la nave y todo el muro del evangelio. Son los contiguos a la cabecera, de la que sobresalen en todas sus dimensiones. Presentan sendas bóvedas de crucería con nervios de sección cuadrangular, tímidamente apuntados, entre fajones de apuntamiento más evidente. Recogen los empujes, en ambos casos, pilastras lisas (sólo molduradas con listel a la altura de la línea de imposta absidal) adosadas a los muros, del mismo perfil que los perpiaños y cruceros, no reforzadas en el exterior por los habituales contrafuertes. En la zona de conexión con el presbiterio se eleva una sencilla espadaña de remate triangular coronado con una crucecita, calada por una esbelta tronera ojival, de inequívoca influencia cisterciense. Coinciden en el muro del evangelio dos características singulares: el uso de mampostería para la composición de los paramentos y la ubicación de la portada en la fachada septentrional. La utilización de mampuestos calizos en la cara vista de la citada fachada, la principal de la iglesia, donde además está la puerta de acceso, sólo se explica si hubiera estado revocada y protegida por un pórtico. En una fotografía de 1921, publicada en el Catálogo Monumental, puede verse, en efecto, un porche columnado (cuya presencia hoy sólo nos revelan algunos mechinales) que, tal vez, no fuera el primigenio pero que, en todo caso, ocuparía su mismo lugar, ocultando la tosquedad o salvaguardando el enlucido de la pared. Los intercolumnios estaban tabicados, formando al menos una estancia (¿sacristía o capilla?) a la que se accedería por un vano, actualmente cegado, desde la nave. A partir de los tramos abovedados y hasta la esquina noroeste este muro es más bajo, como si nunca hubiese estado preparado para recibir bóvedas. De él sobresale, en su lienzo central, la portada, bajo una hilera de canes sin decorar que antaño soportaron un tejaroz. Es de tal pureza formal y parquedad ornamental que resulta inevitable remitir su origen al influjo de las obras del Cister. Consta de dos arquivoltas apuntadas, de arista viva, y arco de ingreso con tendencia semicircular (aunque un retallado del intradós de su clave parece agudizarlo), que voltean sobre jambas, con la sola intermediación de una imposta de nacela lisa. En los siglos XV y XVI se acometieron las reformas y ampliaciones del edificio hasta darle la fisonomía que ahora reconocemos en las ruinas. El muro de la epístola fue sustituido por un gran arco formero, comunicante con una nueva nave por la que el templo se ampliaba hacia el sur. En su cabecera se habilitó una sacristía, de escaso interés arquitectónico. A los pies, se erigió con excelente sillería una potente torre, originariamente de tres cuerpos y no concluida hasta 1660, según nos informa una inscripción labrada en su base. De estos momentos deben datar las techumbres, posiblemente de madera, en la actualidad hundidas, y un coro alto del que no quedan sino las huellas de su anclaje al hastial de poniente.