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Canecillos con motivos geométricos del lado septentrional del presbiterio

Identificador
40238_01_115
Tipo
Fecha
Cobertura
41º 29' 2.79" , -3º 57' 31.7"
Idioma
Autor
Raimundo Moreno Blanco
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de Santa María de Cárdaba o Santa Apolinia

Localidad
Pecharromán
Municipio
Valtiendas
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL ANTIGUO PRIORATO de Santa María de Cárdaba se encuentra situado en el partido judicial de Cuéllar, a unos 800 m al sur de Sacramenia tomando la humilde carretera provincial que une esta localidad con la vecina Pecharromán siguiendo el cauce del arroyo que irriga el valle. Al este y oeste lindan con él sendos oteros, en cuyas vertientes opuestas se yerguen el monasterio cisterciense de Santa María de Sacramenia y la villa de Fuentidueña. Los inicios de la historia de Cárdaba están aun por esclarecer debido a las dudas cronológicas que ofrecen sus restos arquitectónicos, el silencio documental y la falta de intervenciones arqueológicas. Este primer momento arrancaría de fecha incierta y llegaría hasta el año 937 en que pasa a depender como priorato del monasterio burgalés de San Pedro Arlanza. En opinión de Martín Postigo se habría tratado de un monasterio visigodo, basándose en los hallazgos de esa época en el valle del Duratón y en la arquitectura de la nave, punto este al que aludiremos más adelante. Ya en dos cartas de dotación de terrenos al monasterio de Arlanza fechadas en 912 se mencionaba el monasterio de Cárdaba. Ambas de veracidad aún no resuelta, que en opinión de Martínez Díez sólo pueden aludir a situaciones del siglo XII, y que para Martín Postigo serían directamente falsificaciones realizadas por el monje Florencio, calígrafo de San Pedro de Arlanza y Santa María de Valeránica; sumándose a estas opiniones otros autores como Amador de los Ríos, Serrano o Linage Conde. La primera de ellas es una donación por parte de Fernán González y su mujer Sancha en la que se especifica: et in Sacramenia Sancta Maria de Cardeba pro pastura. Hec omnia determinata que continentur ad parte ecclesie vestre cuncta ad integro deliminata iure perhenni concedimos abenda. La segunda está redactada por la familia del citado Fernán González, en ella tras una enumeración de los términos que pasan a depender de Arlanza, se concluye mencionando Cárdaba: et in Sacramenia Sancta Maria de Cardaba cum cui adiacenciis, ut eum edificetis. Sí se tiene por cierto el desaparecido documento del primero de marzo de 937 en el que el Conde de Castilla Fernan González, junto con su esposa doña Sancha, donan al monasterio de San Pedro de Arlanza el monasterium Sancte Marie quod est situm in Cardaua por motivos exclusivamente religiosos: pro animabus nostris. Por lo demás, el documento se centra en señalar con detalle los límites de los términos y heredades que pertenecían a Cárdaba. Según el estudio de Martín Postigo, todo parece apuntar a que se trataba de la primera donación, no encontrando evidencias de que ésta se hubiese realizado con anterioridad. Con ello comenzó una relación de dependencia que se extendería durante poco más de cinco siglos y medio, que como advierten Cuadrado Sánchez y López de Guereño, nos han legado una mínima serie de noticias. Entre ellas destaca un documento con fecha del 24 de abril de 1176, firmado por el rey Alfonso VIII, por medio del cual el monarca reconoce a Arlanza el derecho de tener en el priorato cierto número de vasallos para el goce y usufructo de los montes. Por ello es posible pensar que al igual que en otros prioratos benedictinos -se repite el caso en San Frutos del Duratón, dependiente de Santo Domingo de Silos- el abad hubiese enviado desde Arlanza algunos monjes con el fin de explotar las tierras. Continúa el silencio documental hasta finalizar el siglo XII, en el que al igual que en el posterior únicamente se rompe con documentos de confirmación de la dependencia del priorato segoviano con respecto al monasterio burgalés en 1189-1190 y 1217. Ya en el siglo XIV, en 1338, se nos ofrecen datos más puntuales de la vida de Cárdaba. En esa fecha el Papa Benedicto XII, con el fin de reformar en lo necesario los monasterios benedictinos de la diócesis de Toledo entre los que se encontraba Arlanza, dispuso un repaso a las cuentas de cada uno de ellos. Allí se especifica la difícil situación del cenobio burgalés, a la que no escapaba el priorato de Cárdaba. Éste por entonces malvivía con los 54 almunes de pan que le rentaba el altar mayor, 30 que procedían del alquiler del granero y 24 del molino, además del cultivo de las viñas de los alrededores que producían cien cántaras de vino. Suman el total de las cantidades 493 maravedís, habiendo de vivir de ello dos monjes que eran además ayudados desde Arlanza. La última etapa de Santa María de Cárdaba comienza en 1488, fecha desde la que liga su destino a Santa María de Sacramenia. La proximidad del monasterio cisterciense, situado en el coto de San Bernardo a unos 3 km, y la lejanía de la abadía de Arlanza en territorio burgalés, hicieron posible un trueque de posesiones del que saldrían beneficiadas las tres partes, pasando a convertirse el antiguo priorato en granja del mencionado Sacramenia. Siendo abad del último cenobio Juan de Acebes se incorporó a su disciplina la “granxa o priorato de Santa Maria de Cardaba, con su coto redondo, jurisdicción civil y criminal; un batan; un molino; las casas que tenia dentro del coto y la ermita o iglesia de Santa Maria”. En contraprestación Arlanza recibió “los préstamos o beneficios simples: el uno en Aldeorno y el otro en Ontaria o Fontoria del Pinar ambos en el obispado de Osma” según citan Cuadrado Sánchez y López de Guereño basándose en el Libro Tumbo del Real Monasterio de Santa María de Sacramenia depositado en Archivo Histórico Nacional. Así pues el funcionamiento de Santa María de Cárdaba tras el truque en poco habría de diferir del de otras granjas adscritas a monasterios de la orden cisterciense. Su organización, salvando las diferencias, era muy similar a la de la casa madre repitiéndose a menor escala la distribución y partes de la abadía. Al frente de ellas se encontraba el maestre de granja, converso que dirigía la explotación, quien a su vez hacia de nexo con la administración del monasterio a la hora de solventar los temas económicos. En cuanto a la jurisdicción criminal es relevante la alusión que a ella se hace en el anterior documento de 1488, y que al menos seguía vigente en 1556, cuando pese a haber sido derribada su horca se volvió a levantar reafirmándose así el poder del abad en su territorio. De los límites de la granja a fines del siglo XV informa un documento fechado el 23 de julio de 1491 en el que se especifica que estos abarcaban “Desde la tierra tabernera que es bajo el molino de la muger de Fernando de Cuéllar a las peñas del relox, y desde bajo de dicho molino también a la covatilla del cerral y desde allí por el quiscerral por la cumbre de las aguas vertientes a dar al camino de las tres encías, y desde allí viene a dar en la tierra de la lámpara que es hondo de las tres encinas que están junto con la tierra de Redondo y desde allí al prado de Sacramenia, y desde allí van a dar al camino de Santovenia junto a las tierras de Benito Fernández, desde donde va a la Peña Bajona”. Al igual que sucedía en los siglos anteriores, pocas son las noticias que de Cárdaba nos han llegado fechadas en época moderna. Hay que esperar hasta el siglo XVIII, momento en el que el monarca Felipe V confirmó entre otros privilegios a Sacramenia la granja de Cárdaba el 20 de marzo de 1713. Más adelante, en 1744, se realizó ante el escribano de Fuentidueña Antonio González Almazán una nueva hitación de la granja teniendo en cuenta anteriores apeos. En 1747, el 17 de septiembre, se colocó en la ermita una imagen de la Virgen dándola la advocación del Nombre de María, acudiendo al acto religioso que se celebró en conmemoración de tal ocasión el abad de Sacramenia fray Martín Collado. En 1755 el coto de Cárdaba se tenía en arriendo, realizándose uno el 17 de abril ante el escribano de Hontangas de la Cueva por ocho años en el que se incluían las casas, la iglesia y las viñas. Al año siguiente tras pintarse la capilla y adornarse todo “con decencia” se devolvió en procesión la imagen de la Virgen que durante las obras se había trasladado a la casa madre. Al redactarse el Catastro de Ensenada habitaban en la granja dos labradores, más el molinero y el batanero. Tras el proceso desamortizador del siglo XIX, en la actualidad ha pasado a ser propiedad particular, quedando incluida en una finca destinada a la producción de vino, que envasado se ha estado almacenando en el interior de la ermita durante largos periodos, compartiendo en ocasiones el uso con el de panera. En otros momentos el pavimento llegó a quedar cubierto por una capa de cieno debido a las filtraciones que se producían desde un estanque cercano. Declarada Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento, por Decreto de 22 de febrero de 1996, la ermita se encuentra enclavada en la parte baja de la actual propiedad, cercana a la carretera que une Pecharromán y Sacramenia, debido a lo cual ha quedado soterrado su ábside hasta media altura. Está construida en fábrica mixta de caliza, a través de la cual se aprecian al menos dos fases diferentes en la construcción. Contrariamente a lo que es habitual, la primera de ellas pertenece a la nave, compuesta mediante sillares bien escuadrados que aportan un color ocre a la edificación; la segunda se corresponde con la cabecera, integrada por sillares calizos de buen despiece. El ábside se encuentra canónicamente orientado a levante, realizándose el acceso mediante un moderno vano adintelado dispuesto en el muro septentrional de la nave. Su planta repite el sencillo modelo tantas veces empleado en el ámbito rural de nave rectangular adosada a la cabecera de tramo recto presbiterial y curvo absidal cubriéndose ambos con sillería de excelente estereotomía. Por su parte la nave se cubre mediante bóveda de medio cañón de mampostería que se puede apreciar en la actualidad, al igual que otros ornamentos del templo, al haberse eliminado una capa de enjalbegado que los cubría hasta hace escasos años con la que también se perdieron los restos de policromía del muro sur. Como se ha señalado, la parte más antigua del edificio parece ser la nave. Para realizar esta aseveración algunos autores se han basado fundamentalmente en varios aspectos constructivos: el tamaño de los sillares, el estar dispuestos a hueso en el flanco norte y el posible perfil de herradura del vano situado en el hastial occidental. Examinando por el exterior el muro septentrional, observamos como se encuentra yuxtapuesto a la cabecera, que no trabado, lo que sí sucede en el meridional, habiéndose incluso reaprovechado algunos sillares para la fábrica del presbiterio. También se observa en ambos paramentos un leve recrecimiento, quizá perteneciente al momento de disponer la actual cubierta a dos aguas, así como algunas reintegraciones en los esquinales de los pies. Atendiendo al grosor de los muros, ya advirtieron de su considerable anchura Cuadrado Sánchez y López de Guereño, lo que en su opinión encajaría con paramentos de cronología prerrománica, pese a que no hemos de olvidar que sostienen una bóveda de medio cañón sin ningún contrafuerte externo, lo que necesariamente implicaba un aumento en el tamaño. Menor es el grosor del hastial occidental, que ronda los 90 cm, algo que tampoco sería extraño puesto que los empujes que soporta son menores. Las citadas autoras relacionan esta disminución con las remodelaciones que ha sufrido esta zona, haciendo a la vez notar la presencia de un banco de fábrica que recorre el perímetro del muro que unido a este proporcionaría un grosor similar al de los otros dos paramentos. El otro elemento que hacía decantarse a Martín Postigo por el origen prerrománico de la nave, aparte los vestigios visigodos de la cuenca del Duratón y la fábrica de los muros, fue la existencia de un vano de herradura en el hastial de los pies, único en toda la nave. En la actualidad se encuentra cegado y como ya apuntaron Cuadrado Sánchez y López de Guereño, pese a estar mínimamente peraltado ha sufrido el rozado de sus salmeres y la eliminación de las jambas, lo que impide emitir un juicio certero en la actualidad pese a que en antiguas fotografías sí se observan estas partes antes de ser cercenadas. En el interior sorprende la presencia de un fajón muy cercano a la zona de los pies, que da paso a un ámbito más estrecho debido al mayor grosor de los muros que se ha atribuido a unas posibles obras de refuerzo de la zona tras varias ruinas de la primitiva espadaña. En nuestra opinión, si bien es cierto que existen algunos indicios de que la nave pudiera pertenecer a una construcción de cronología prerrománica, quizá del tiempo en que se la cita por vez primera en los documentos, no lo es menos que estas “pruebas” son cuando menos ambiguas. A ello se añade la falta de un completo estudio arqueológico que aporte datos fehacientes sobre la ermita, sus alrededores y los restos del molino y el batán. Por el momento, parece lo más prudente situarnos en una postura escéptica en lo que se refiere a esta primera cronología del edificio, aun no escondiendo nuestra inclinación a que se trate de una construcción en cualquier caso posterior a la época visigoda. Más identificable parece la cronología de la cabecera a tenor de su escultura y la comparación de sus formas con otros ejemplos de la comarca que se construyen en la segunda mitad del siglo XIII como puedan ser San Miguel de Sacramenia y San Vicente de Pospozuelo con los que encontraremos frecuentes parentescos. Se accede al ábside por medio de un fajón liso que hace las veces de triunfal. Antecede este a un sobrio tramo recto en el que a dos alturas -la del alféizar de los vanos del ábside y la de arranque de las bóvedas- corren sendas impostas que se prolongan por el hemiciclo con ruda decoración de tetrafolias insertas en clípeos tangentes formados por dos pequeños tallos, añadiendo motivos ovalados entre ellos en algunos casos. En el tramo semicircular se abren los tres vanos de iluminación, todos ellos compuestos de saetera y dos roscas de arista viva. Ante el central hoy se ubica el esqueleto de un destartalado retablo renacentista. Al exterior el tambor absidal, pese a encontrarse semisoterrado, se yergue mostrando un buen despiece de sillería que bien podría haberse construido de un solo impulso a juzgar por su homogeneidad. Articulan el paramento cuatro semicolumnas dando lugar a cinco espacios de los que los tres centrales son más amplios, abriéndose en ellos los vanos de iluminación de modo similar a San Andrés de Pecharromán o San Vicente de Pospozuelo. Los tres ventanales repiten estructura formada por estrecha aspillera trasdosada por una rosca abocelada, todo ello guarnecido por chambrana abilletada, simplificando el modelo del único vano de Santa Marina de Sacramenia. Con igual motivo ajedrezado se exorna la imposta que corre por todo el ábside abrazando incluso las columnas adosadas al igual que sucede en el interior del ábside de San Vicente en Fuentesoto y San Miguel de Sacramenia. Sostiene el alero de listel y chaflán una ringlera de canes vegetales, geométricos, animalísticos o simples cavetos en los que al igual que en los capiteles de las semicolumnas se presentan formas de inercia realizadas tardíamente por manos alejadas de los principales circuitos. En ellos se presentan distintas figuras repitiendo modelos vistos en templos cercanos sin perseguir fin catequético alguno. Se suceden, comenzando desde el tramo presbiterial sur, en el siguiente orden: caveto, porcino de afilado morro realzado por estrías longitudinales, vacuno esquemático de boca entreabierta cuya nariz y osamenta se forman mediante dos boceles y sencillo ave al que falta la cabeza, de plumaje inciso y simétrico. Ya en el ábside, el primer tramo lo ocupa un animal que saca la lengua. El segundo tramo, tres cavetos y dos canes de tetrafolias con distintas incisiones. En el tramo central se disponen una ruda hoja de helecho siguiendo modelos de San Vicente de Pospozuelo y San Miguel de Sacramenia bajo sendos rostros animalísticos, caveto, fémina de desproporcionada cabeza, y por último dos cavetos. El cuarto segmento lo ocupan un perfil de nacela, un esquemático rostro de facciones incisas, caveto, modillón de dos lóbulos y de nuevo perfil nacelado. El segmento corto del lateral norte lo ocupa una carnosa hoja de punta vuelta. Finaliza la serie en el tramo recto dispuesto a septentrión: figura humana con las manos atadas a la altura de los tobillos, fruto carnoso bajo hoja picuda similar a los de los cimacios interiores del ábside de San Miguel de Fuentidueña, motivo geométrico de losanges y círculos, y por último dos en avanzado estado de deterioro.