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Canecillo

Identificador
19184_01_033n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 30' 25.80'' , - 2º 34' 19.82''
Idioma
Autor
Ana Belén Fernández Martínez
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santo Domingo de Silos

Localidad
Millana
Municipio
Millana
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
EL TEMPLO, que actúa como parroquia, está situado en el extremo norte del pueblo, en su parte más alta. Desde sus caras este, sur y oeste se disponen las primeras casas de la población, que van descendiendo hasta el cauce del río. El templo se dispone sobre un zócalo que salva el gran desnivel en que se encuentra la cabecera, que está construida en combinación de sillarejo, mampostería y sillares de buena labra reforzando las esquinas. Está dispuesto en una sola planta, con transepto que se abre en pequeños brazos y crucero que se distingue en altura respecto a los brazos, la nave central y la cabecera de testero recto. Toda la iglesia está cubierta a dos aguas con cornisa y teja curva. A los pies se ubica la torre construida en sillares con tres cuerpos retranqueados y remate en balaustrada. Las marcas de cantería son muy abundantes, se encuentran en los sillares de las caras norte, oeste, sur y en la base de la cabecera. Son marcas complicadas en sus trazos, lo que nos da una cronología tardía del siglo XIII y una unidad constructiva. Al interior la nave se divide en cuatro tramos con pilastras adosadas a los muros que sustentan los arcos fajones y formeros de las bóvedas. El crucero se cubre con bóveda sobre pechinas que descansan en pilares. El ábside, al que da paso un arco triunfal de medio punto, también se cubre con bóveda sobre pechinas. El templo parroquial de Millana podríamos datarlo en sus primeras trazas a lo largo del siglo XIII por sus testimonios en las portadas y sus marcas de cantería. El resto de la iglesia es obra del siglo XVI en adelante. En el muro del mediodía se abre la portada principal del templo, correspondiendo con el segundo tramo del interior. El acceso se enmarca en un cuerpo saledizo de sillares bien escuadrados para facilitar el abocinamiento de sus arquivoltas. Las portadas eran el acceso desde el mundo real a la ensoñación del mundo divino, y el derrame de las arquivoltas era visto como una serie de estados de reflexión que el fiel debía pasar antes de entrar al oficio divino. El paso, por tanto, se hace cada vez más estrecho aludiendo a la poca banalidad que debía traer consigo este gesto de entrada al mundo de Dios. Además de esta función frontera, en ellas se transmitían los mensajes moralizantes a los fieles, ya que era paso obligado para todos. La portada de Santo Domingo de Millana es un claro ejemplo moralizador. Se compone de seis arquivoltas de medio punto de las cuales la más exterior y la más interior son lisas, apoyadas sobre pilastras. Las cuatro interiores están aboceladas y descansan sobre ábacos moldurados con bocel y filete formando una línea de imposta que recorre todo el cuerpo saledizo. Las columnas adosadas sobre las que voltean las arquivoltas son de fuste cilíndrico sin decoración, al contrario que las jambas entre las que se enmarca, que están molduradas. Las basas y el plinto en las que apoyarían están totalmente destruidos. En las cestas de los capiteles de la portada se talla un importante repertorio iconográfico. En ellas hay un claro mensaje moralizador y catequizante acerca de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, que son vencidas por la redención. Los cuatro capiteles occidentales representan temas del bestiario medieval. Primero una pareja de basiliscos enfrentados, mitad gallo y serpiente, que según nos describen los bestiarios y los Padres de la Iglesia son el resultado de la incubación por serpientes de huevos de gallina. Plinio el Viejo, en el siglo I, lo describe como una pequeña víbora de cualidades venenosas tan potentes que su simple aliento marchita las plantas, resquebraja las rocas y mata cualquier hombre o animal sólo con su mirada. Esta apariencia del basilisco se mantiene hasta la publicación del Bestiario, de Pierre de Beauvois y otros autores medievales que recogen gráficamente lo que la imaginación popular fue añadiendo a su figura. Se disponen en este capitel con sus alas explayadas, garras, cresta y cola de serpiente enredada entre sus cuartos traseros. La talla es ruda y los detalles apenas pequeñas incisiones. El siguiente capitel enfrenta a dos centauros, con cabeza y tronco humanos combinado con cuerpo y patas de caballo. Simbolizan el pecado, la brutalidad de las pasiones y la tentación carnal. Se les representa portando un arco que disparan generalmente contra las sirenas aladas. En el capitel millanense están con los brazos levantados en acción de tensar el arco contra sus enemigos y aparece parte de la cabellera sobre sus hombros. Incluso en uno de ellos se ven restos del carcaj para envainar las flechas. A su lado, en el tercer capitel, están figurados dos grifos con cuerpo de león, cabeza de cuello alargado, pico y garras de ave. En sus cuartos traseros se alzan unas alas que son idénticas a las de los basiliscos del primer capitel. Además están recubiertos de plumaje semejándose a un águila. Lo consideran enemigo mortal del caballo y capaz de despedazar a un hombre en pequeños trozos y llevarlo a su nido para alimentar a su cría. La simbología de los grifos la tomamos según el Bestiario de Beauveais, de 1206, como emblemática del mal, ya que es la combinación de la rapacidad del águila con la ferocidad del león. Se les consideraba enemigos de equinos, basiliscos y serpientes. En los capiteles occidentales de la portada sur estas luchas están más que representadas, ya que todas los animales del bestiario aquí tallados están enfrentados unos contra otros. Es la significación del caos, de la falta de dignidad entre los seres infernales que, aún siendo todos de naturaleza demoníaca, no son capaces de entenderse. Para terminar, en el ángulo occidental de la portada se muestran dos sirenas pájaro. La representación de estos seres fantásticos ha evolucionado desde la antigüedad. Las fuentes literarias del mundo griego las representan como genios marinos, seres híbridos de cabeza femenina y cuerpo de ave. Fueron el símbolo de las sugestivas tentaciones que acechaban al hombre en el mar y también la representación de los peligros de éste. Finalmente acabaron por representarse en la Edad Media como mujeres con extremidades pisciformes. Estas mujeres-pez tienen dos formas de representación, las de cola bífida, como la representada en el pórtico de la iglesia soriana del Rivero en San Esteban de Gormaz y las de extremidad marina única. La de Millana pertenece al segundo tipo, con la cola que se enreda entre los cuartos traseros. Además están emplumadas y explayan sus alas abarcando toda la cesta del capitel. Sus facciones de mujer llevan un tocado a modo de gorro y el pelo está trazado con pequeñas incisiones hasta los hombros. Los capiteles representados en el lateral derecho son todos, excepto uno, representaciones de la redención del pecado y la maldad a través de la vida de Cristo. En el más occidental vemos un ángel, que, pese al deterioro que sufre, parece clavar las rodillas en el suelo y extender el brazo. Algunos autores como Inés Ruiz han visto en esta escena la imagen de la Anunciación a María pero es destacable la falta de la figura de la Virgen que completaría la escena bíblica. El hecho de que en la cara opuesta del capitel se represente claramente la escena de la Visitación de María a su prima Isabel, y teniendo en cuenta que estas dos escenas era muy común verlas juntas, nos llevaría a creer que existió una imagen femenina hoy desaparecida. La morfología de este capitel nos remite a otra portada alcarreña: Beleña de Sorbe. Entre las dos podemos observar matices que las relacionan. Un ejemplo es este ángel anunciador, cuyas alas están cinceladas de la misma manera que las del ángel de la Resurrección escenificada en uno de los capiteles de Beleña. La escena plasmada en la otra cara del capitel alude al momento del final del viaje a Hebrón que María hace en secreto para comunicar a su prima Isabel la noticia de su embarazo (Lucas 1:39-56). El capitel representa a Isabel, también encinta del que sería San Juan Bautista, abrazando a María y tocándole el vientre en señal de afirmación del embarazo. Ambas visten túnicas similares y se situán en el mismo plano, detalle que nos revela la pertenencia de ambas al mismo mundo. El siguiente capitel es de complicada significación y los investigadores no han llegado a un acuerdo formal sobre ella. Francisco Layna ve en él la escena de las tres Marías ante el sepulcro de Cristo. Antonio Herrera simplemente alude a un ángel y un anciano. Tomás Nieto Taberné la identifica con el nacimiento de Cristo y la figura de un ángel. Inés Ruiz alude claramente al momento del Sueño de San José y el nacimiento de Jesús. Si tenemos en cuenta el detalle de la estrella, hoy muy desgastada, tallada entre las dos escenas, ésta podría ser la iconografía más acertada. La estrella vincula los dos momentos, a ella hace alusión el Pseudomateo XIII, 7, en el que se lee “había una enorme estrella que expandía sus rayos sobre la puerta desde la mañana hasta la tarde”. Por ello en el capitel vemos a San José atormentado y a un ángel que desvanece sus dudas. Más arriba parece representarse el Nacimiento de Jesús, con la Virgen reclinada, aludiendo al dolor del parto, y a otra figura que pudiera ser una de las parteras, Zelomí o Salomé. Sin embargo, la interpretación de la escena podría ser diferente teniendo en cuenta los Evangelios Apócrifos. En este caso la oquedad que se da en la cara este del capitel vendría a ser una figuración de la cueva, el Niño estaría tumbado sobre el pesebre y las dos cabezas que se intuyen serían el buey y el asno. A continuación, en el siguiente capitel, volvemos al tema del bestiario con dos leones afrontados que alzan sus cuartos traseros y aún conservan parte de su melena o guedejas sobre el lomo. Para finalizar la sucesión de capiteles de la portada meridional analizaremos el último capitel. En el centro se coloca un hombre de aspecto anciano, con túnica, barba, alto tocado en la cabeza y expresión de dolor en el rostro. Flanqueándolo se disponen dos diablos, ambos con cuerpo formado por faldellín, torsos desnudos y altos tocados enrevesados. La diferencia entre ellos está en el rostro, uno aparece con cabeza de bovino y cuernos. Es la lucha entre el bien y el mal, los demonios luchan contra la fe humana, tentándonos en su beneficio y haciendo que el reino divino sea puesto en duda por sus fieles. Esta disputa de la figura humana barbada es muy común en el mundo románico; en el ámbito de la provincia de Guadalajara la vemos representada en las portadas meridionales de los templos de Santiago Apóstol de Labros y en Beleña de Sorbe. Fuera del ámbito de la provincia es clara la vinculación con Silos y el capitel que da entrada a la puerta de las Vírgenes en el que se representa este tema, aunque con una talla mucho más depurada y preciosista. El cuerpo saliente en el que se enmarca el acceso se sustenta con una relación de canecillos entre metopas de variada decoración. Todos ellos están bajo una línea, a modo de cornisa, ornamentada con taqueado jaqués. Los canecillos, muy erosionados, dejan entrever figuras humanas, como una representación del tonelero. En ella vemos a un hombre con un pesado tonel de vino a sus espaldas, queriendo mofarse de la afición a esta bebida estimulante. Igualmente vemos una cabeza que parece ser una bestia bovina y una figura humana que debido a su mal estado es imposible descifrar. Las metopas se encuentra decoradas con palmetas y rosetas, aunque en una de ellas aparece representada un ave. Toda la portada tiene claras reminiscencias del monasterio burgalés, tanto en los temas elegidos como en la plasmación formal. De labra más tosca, con cánones muchos menos estilizados o pliegues menos profundizados, tienen en común las fuentes iconográficas y parte de la secuencia representativa. Más evidente es la vinculación de Millana con el templo de Beleña de Sorbe: mismos pliegues en las túnicas, cánones prácticamente idénticos y temas similares hacen que sea posible incluirlas a ambas en un mismo taller o en cuadrillas muy afines. Es importante destacar las portadas de Santa María del Rey, en Atienza, y la de Santiago, en San Salvador de Cifuentes que muestran semejante morfología representativa. Podemos datar la portada durante la segunda mitad del siglo XIII teniendo en cuenta la ya mencionada portada de Santiago de la iglesia del Salvador de Cifuentes con la que comparte fundadora y señora: doña Mayor Guillén. En el muro norte de la iglesia, justo enfrente de la portada meridional, se encuentra otra, hoy tapiada, que merece la pena mencionar. Al exterior se presenta con un arco de medio punto ornamentado con bolas y enmarcado por un alfiz, probablemente de tradición mudéjar. Al interior vemos el arco adovelado que apoya en sencillas y delgadas columnillas. Este acceso se cerró en el siglo XVI y por sus formas pertenecería a los últimos años del gótico. La pila bautismal fue un elemento fundamental en el ajuar litúrgico del templo románico. En las pilas se celebraba el primer rito, el de iniciación, que marcaba la entrada en la comunidad de un nuevo miembro. Los rituales del bautismo daban a la pila la importancia del lugar donde el neófito era muerto y sepultado, para más tarde, al recibir el agua, resucitar en la fe de Cristo. El bautismo era el baño purificatorio que eliminaba el pecado original que nos concibe para poder entrar puros en la iglesia. En el templo de Santo Domingo la pila bautismal se encuentra en el brazo norte del transepto, aunque durante muchos años estuvo relegada a la sacristía. Debió de haber estado mucho antes a los pies, bajo el sotocoro y encerrada detrás de una balaustrada de madera, a modo de pequeño baptisterio. Tallada en un solo bloque de piedra, mide en altura 1 m y 1,12 de diámetro. En forma de copa, se apoya en una basa cuadrada independiente. Está decorada con finos y alargados gallones de medio punto. Este tipo de gallones nos lleva a una cronología más tardía que las pilas bautismales de localidades vecinas como Salmerón o Cifuentes, enmarcándola a finales del siglo XIII.