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Identificador
24500_01_012
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 36' 7.55'' , -6º 49' 9.99''
Idioma
Autor
Nieves López Navarro
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Juan de San Fiz

Localidad
Villafranca del Bierzo
Municipio
Villafranca del Bierzo
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
ENTRE VILLAFRANCA DEL BIERZO Y CORULLÓN, a poco más de un kilómetro de aquella población, se encuentra la iglesia de San Juan de San Fiz, denominada también San Juan de Fiz, San Juan de Viso, San Juan de Visonia, San Fiz de Visonia, San Fiz de Villafranca, San Félix Visuniense, San Felices, San Feliz de Corullón o San Fiz de Corullón, nombre este último que recibe por haber sido parroquia de uno de los barrios de esta localidad, hasta que en el año 1836, según Madoz -o en 1850 según Cosmen-, pasó a depender de Villafranca, segregándose de su barrio original que siguió perteneciendo a Corullón. Su evolución histórica cuenta con numerosos claroscuros. Es teoría comúnmente aceptada que su origen está en el monasterio de Visonia, que sería fundado por el propio San Fructuoso de Braga después de su retiro en el monasterio Rufianense (San Pedro de Montes), en la primera mitad del siglo VII, aunque M. Díaz y Díaz sostiene que este Visonia estaba en El Caurel (Lugo). En el año 938 un sacerdote, de nombre Montano, entrega la mitad de las propiedades que tiene en Corullón al obispo asturicense Salomón, especificando que estaban inmediatas a la iglesia de San Juan, templo que Augusto Quintana identifica con el nuestro, aunque a nosotros nos parece un momento demasiado temprano para que ya aparezca esta nueva advocación; sin embargo San Feliz, junto a Corullón, sí aparece en el inventario de bienes de la iglesia de Astorga realizado en el año 1021, aunque también pudiera tratarse de la cercana localidad de San Fiz do Seo, con la que a veces se ha confundido, pero desgraciadamente, al conservarse sólo la regesta del documento, no se puede confirmar un extremo u otro. Durante el reinado de Alfonso VI forma parte del patrimonio real y en el año 1125 su hija D.ª Urraca lo entregará al monasterio de Santa Marina de Valverde y con éste pasará definitivamente a integrarse dentro de las casas dependientes de Carracedo, aunque rápidamente se convertirá en simple granja. A partir de entonces el lugar pasa a un segundo plano y poco más se sabe de él. Así, en un documento conservado en el cartulario de Santa María de Carracedo, que recoge una compraventa entre particulares de una viña en Cacabelos, en 1231, aparece un tal Roderico Fernandi, comendario de San Fiz, nombre el del personaje que coincide con un tenente de Aguilar por aquellas mismas fechas, con un tenente de Benavente e incluso con un comendador hospitalario. Entre 1238 y 1240 los monasterios de Carracedo y Samos entablan un pleito sobre algunas posesiones en Visonia, conflicto en el que tendrá que intervenir el obispo de Astorga, nombrando jueces a varios clérigos de Villafranca; y ya a fines de la Edad Media el monasterio de Carracedo acostumbra a arrendar la granja a determinados particulares, como se ve en una carta de 1432 que recoge el contrato de aforamiento del lugar a Juan González (o Gómez) y a su mujer María Alfonso. No está muy claro si finalmente el monasterio pudo ceder parte de la propiedad y cómo se hizo pues se ha sostenido también que perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén, interpretando aquella presencia del comendador Rodrigo Fernández en San Fiz, que citábamos arriba. Tal aseveración se apoya igualmente en el pacto suscrito en 1233 sobre la contribución de diezmos y procuraciones que las iglesias sanjuanistas deben pagar al obispo de Astorga, donde se cita la de Sancti Felices, iuxta Villam Fran - cam, que debía contribuir con “dos procuraciones” y “una media de vino” y que Barquero Goñi identifica con la que nos ocupa. Por otro lado M.ª C. Cosmen señala cómo en el archivo parroquial de Villafranca consta que en 1738 dependía de la encomienda hospitalaria de Quiroga, aunque reconoce que no ha podido hallar otras menciones en documentos de la orden, y todavía pertenecía a San Juan de Jerusalén y a la misma encomienda gallega en la primera mitad del siglo XIX, cuando Pascual Madoz escribe su famoso Diccionario, aunque este autor atribuye la construcción de la iglesia a los templarios. En todo caso cabe suponer que la primitiva advocación de San Fiz se complementaría con la de San Juan con la llegada de los hospitalarios, de ahí las sospechas que manifestábamos sobre la cita del documento del año 938. Se localiza la iglesia encajada en el vallejo que forma el arroyo de San Juan -o de San Fiz, según Madoz-, que discurre junto al muro sur, casi en su encuentro con el río Burbia, en medio de una prolífica vegetación de huertos, nogales y maleza. La construcción se realiza fundamentalmente a base de pizarra verdosa, bien en despiece de mampuesto -como ocurre en la nave-, bien a base de sillares de módulo un tanto irregular, como sucede en la cabecera. Ocasionalmente aparecen piedras de granito y especialmente de toba, roca ésta que se da tanto en elementos estructurales como decorativos, sobre todo en la zona del ábside; por su parte la nave presenta también cantos rodados y algunos ladrillos entre sus muros. Finalmente, en la espadaña predominan los cantos de río, con mampostería de pizarra para los huecos del campanario. La cubierta es de lajas de pizarra, según la costumbre de la comarca. La planta muestra nave única, con cabecera compuesta por largo presbiterio y ábside semicircular, con espadaña a los pies, sobre el hastial. Dos puertas dan acceso al templo, una situada en el muro norte y otra en el sur. Aunque ha sufrido diversas reformas a lo largo de su historia, nos hallamos ante un edificio que prácticamente en su integridad es románico aunque las diferencias constructivas, en lo que se refiere a materiales empleados, habría que relacionarlas más con disponibilidades económicas que con diferentes cronologías. De todos modos, aunque aceptemos la existencia de varias campañas constructivas, éstas se realizarían en muy breves años y no se diferenciarían de otra manera. La mejor construcción corresponde al ábside y al presbiterio, totalmente de sillería, con piezas que llegan a sobrepasar los dos metros de longitud. El espacio absidal, semicircular, se organiza al exterior con tres paños separados por pilastras regulares que mueren en el alero y arrancan de un pequeño plinto, el del lado meridional decorado con una banda geométrica de aspas a bisel. Esta cabecera se divide a su vez en tres cuerpos, separados por dos impostas molduradas, la inferior de raro perfil de bocel superado por chaflán y la superior de doble nacela bajo listel, con amplio vuelo; sobre la inferior, presidiendo el testero, se ubica la única ventana, una estrecha, alta y simple saetera. El alero está sostenido por un conjunto de canecillos hechos en piedra de toba, de simple nacela o decorados con sencillos motivos de cilindros, rollos o dobles hojas. No deja de llamar la atención la presencia de este tipo de material, de apariencia tan pobre. Quizá haya que pensar que en origen estaba enlucido y puede que pintado. El mismo tipo de alero se prolonga en el largo tramo presbiterial, ligeramente más alto y que sigue el mismo sistema constructivo, reforzado en su unión con el hemiciclo con sendos contrafuertes. En el muro meridional se abre una ventana cuadrada de cronología moderna, sobre la cual se aprecia un arquito moldurado correspondiente a una saetera semidestruida. En el lado septentrional subsiste otra ventana de época, aunque parece de diferente factura, en esta ocasión de arco doblado, con el perímetro exterior apuntado, moldurado y hecho en pizarra y con el arco interno de medio punto, simple y construido en toba. La diferencia con la primitiva del muro sur es tal que ni siquiera están a la misma altura, aunque sí podemos considerarlas de un mismo momento románico. Hasta hace escasos años estuvo oculta por el cuerpo de la sacristía, que cubría ese muro del presbiterio y que fue demolido en la última restauración y del que todavía es posible ver la puerta que daba paso al interior del templo, ahora cegada de mampostería. De las dos impostas que recorrían el ábside sólo la superior se prolonga por los muros del presbiterio, decorando incluso los contrafuertes que contrarrestan los empujes del arco triunfal. Continuando en el exterior, la nave, como ya se dijo, es de muy distinto aparejo, y aunque todo el basamento sigue siendo de largos sillares de pizarra, aparenta en conjunto mayor pobreza gracias al uso de la mampostería, que sin embargo estuvo revocada. Dos saeteras en el septentrión y una en el mediodía -de dudosa cronología, al menos aquéllas- aportan ligera iluminación al interior. El alero sur está sostenido por canecillos de toba similares a los de la cabecera, con sus mismos motivos decorativos. Contrariamente, los del lado norte están tallados en pizarra y aunque se hallan muy deteriorados parece que son de nacela o de proa de nave. Dos puertas dan acceso al interior, ambas de época románica. La principal se abre a mediodía, en un cuerpo avanzado sobre el muro, construido en sillarejo y mampostería, con empleo también de arenisca, fundamentalmente en los arcos, rematándose todo con sencillo tejaroz, de cornisa achaflanada, sin canecillos. Forman la puerta tres arquivoltas de medio punto, la más interior, correspondiente al arco de ingreso, simple y lisa, y las otras dos con grueso bocel en las aristas, trasdosado todo con chambrana de perfil biselado en cuya clave quedan restos de una posible cabeza antropomorfa. El dovelaje descansa sobre impostas también biseladas que dan paso a las pilastras, con dos columnas acodilladas en cada lado para recibir las arquivoltas exteriores. Estas columnas -perdidas en dos casos- se apoyan en plinto y podium individual, con basas áticas y con capiteles de cesta corta, tallados en piedra arenisca con toscos motivos vegetales a base de gruesas y macizas hojas en dos planos, el posterior rematado en pomas. Se hallan en precario estado, muy erosionados, hasta el punto que el del interior del lado izquierdo está completamente perdido. La portada septentrional es mucho más simple y pequeña, a ras de muro, con arco de medio punto doblado, hecho a base de lajas de pizarra. La arquería exterior apoya sobre una imposta labrada sólo en el intradós, completa en el arco interno, con perfil biselado. Ante el umbral se dispone una lauda sepulcral monolítica, ornada con una cruz en relieve, elemento que además marca la cota del suelo original románico, recuperado parcialmente en este sector en las excavaciones arqueológicas que han acompañado a la restauración, tras retirar las acumulaciones de tierras que se han ido formando a lo largo de los siglos. Seguramente ésta es la puerta que se empleaba para salir al cementerio. Sobre el hastial se levanta la espadaña, de lados escalonados y rematada a piñón, con dos huecos de medio punto para las campanas. En todo el perímetro de la nave, a media altura, aparecen una serie de canzorros que sostendrían la viguería de un pórtico que envolvería al conjunto, a excepción de la cabecera y que hemos de suponer también de cronología románica. Ya en el interior del templo, tras la última restauración, en la cabecera se nos muestran los muros desnudos y las bóvedas revocadas, éstas de horno y medio punto, que parecen tender a un ligero apuntamiento. Dos impostas recorren las paredes del hemiciclo, una a media altura, con bisel y listel unidos por canalillo en V, y la otra en la base del abovedamiento, prolongándose también por el presbiterio y arco toral y mostrando un perfil de bocel, diente y listel. En el centro, sobre la imposta inferior, se dispone la saetera, con amplio abocinamiento. El arco triunfal, que está un tanto deformado, es doblado, de medio punto, aunque también parece tender a un ligero apuntamiento y apoya sobre pilastras rematadas en la descrita imposta. La nave, igualmente con los muros desnudos, presenta en su mitad posterior un bancal de mampostería, mientras que la cubierta es una sencilla estructura de madera a dos aguas, como ha debido tener a lo largo de toda su historia. Durante la restauración de 1987 se llevó a cabo una excavación arqueológica que, al margen de localizar la necrópolis medieval asociada al templo, descubrió bajo la cabecera una gran cisterna de planta cuadrada, hecha en mampostería de pizarra y enlucida con opus signinum, que se ha fechado en época romana. Esta construcción, visible en la actualidad, sirve como cimentación al muro norte del presbiterio, mientras que el resto de la cabecera tiene cimentación propia a base de cantos rodados, hoy igualmente visible. En conclusión, el edificio que hoy podemos contemplar es una obra que prácticamente en su integridad podemos fechar en época románica, quizá con la única excepción de la espadaña y de alguna de las ventanas, que son obras posmedievales. Es un templo que reiteradamente ha sido señalado como de marcado carácter rural, donde se ha destacado su muy escasa ornamentación, caracterizada además por su extrema tosquedad. Pero si la parca escultura no resalta en absoluto por su calidad, la traza y realización arquitectónica manifiestan mayor pericia, especialmente en ábside y presbiterio, lo cual desmentiría aquel pretendido “ruralismo”, término que por otro lado nos parece muy poco adecuado para calificar construcciones de época románica, al menos mientras no se definan de forma precisa las cualidades de los núcleos de población durante aquellos siglos. La diferencia en cuanto a materiales pudiera responder a dos campañas -en todo caso llevadas a cabo con muy escasa diferencia de tiempo- pero es posible que obedezcan, como ya se dijo, a las posibilidades económicas de quienes erigieron el templo y que tal vez se iban agotando a medida que avanzaba la obra. En cuanto a la cronología, prácticamente todos los autores repiten la misma coletilla: fines del siglo XII o incluso comienzos del XIII, aportando como argumento -las escasas veces en que esto se hace- lo escueto de la decoración. Ahora bien, si atendemos a la estructura de la portada meridional, especialmente a la morfología de sus arquivoltas, veremos que son más bien típicas de momentos románicos más antiguos, e incluso los capiteles, a pesar de su sencillez, no tienen por que ser necesariamente tan tardíos pues son formas que se dan a lo largo de todo el período románico, generalmente dotados de mayor relieve cuanto más antiguos. Por todo ello creemos que debe tenerse en consideración la posibilidad de una mayor antigüedad para este edificio, cuya construcción pudiera haberse ejecutado dentro de la segunda mitad del siglo XII pero en años más cercanos a la mitad de esa centuria.