Pasar al contenido principal
x

Vista del conjunto actual de Sant Esteve de Banyoles

Identificador
17015_01_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42.120556, 2.769444
Idioma
Autor
Jordi Camps i Soria
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Sant Esteve de Banyoles

Localidad
Banyoles
Municipio
Banyoles
Provincia
Girona
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Sant Esteve de Banyoles

Descripción

BANYOLES

 

Banyoles es la capital de la comarca del Pla de l’Estany, un municipio de gran importancia demográfica e histórica en la provincia de Girona. La ciudad está ubicada en la ribera oriental del lago del mismo nombre (el estany de Banyoles), en el límite oriental del Sistema Transversal Catalán, en una depresión natural que tiene su origen en la cuenca lacustre. La planicie de Banyoles está rodeada de sierras, excepto por el Sur, en donde se abre la plana de Cornellà del Terri en dirección a Girona. El municipio está flanqueado al Norte por los bloques abruptos de la Mare de Déu del Mont, y a poniente por la sierra de Rocacorba. El término municipal cuenta con una superficie de casi 11 km² y limita con los municipios de Porqueres y Fontcoberta.

 

El topónimo podría remontarse a la época romana. Al parecer, el lugar contaba con unos baños públicos en una zona de terrazas travertínicas localizadas por encima del lago; el nombre podría derivar de la palabra latina Balneolae, baños pequeños. Sin embargo, el topónimo Baniolas no aparece documentado hasta el siglo ix, por primera vez en un precepto del rey Luís el Piadoso (822). La ciudad medieval se formó alrededor del monasterio benedictino de Sant Esteve, fundado hacia el año 812 por el abad Bonitus, quizás sobre un antiguo templo tardorromano. Más adelante, el núcleo urbano se expandió en torno a la iglesia de Santa Maria dels Turers (alzada entre 1269 y 1333), y se fortificó con un recinto amurallado entre los siglos xiii y xv. En el siglo xii, Banyoles fue un importante centro de elaboración de paños, los famosos “draps banyolesos”, que se exportaban por todo el Mediterráno. La gran época de expansión económica del municipio corresponde a los siglos xiii y xiv.

 

 

Antiguo monasterio de Sant Esteve de Banyoles

 

El conjunto correspondiente al antiguo monasterio benedictino de Sant Esteve de Banyoles se sitúa en el extremo este de dicha población, fácilmente localizable mediante la señalización urbana. Lo que fue uno de los primeros grandes cenobios de la Cataluña altomedieval es actualmente un centro fundamentalmente construido en el siglo xviii, rehabilitado, en cuyas antiguas dependencias, ahora propiedad del obispado de Girona, se halla la sede del Arxiu Comarcal del Pla de l’Estany. Por su historia, y a pesar de lo poco que ha conservado, dicho monasterio benedictino fue uno de los conjuntos monumentales más relevantes de la zona nororiental de Cataluña. Más allá de la documentación, que proporciona numerosos datos reveladores, los actuales testimonios de la época románica consisten en los vestigios de las plantas de sucesivas cabeceras de la iglesia, de algunos muros reaprovechados, así como de un significativo grupo de capiteles y otros fragmentos escultóricos, buena parte de ellos pertenecientes al antiguo claustro, repartidos entre el propio edificio y el Museu Arqueològic Comarcal de Banyoles.

 

El primer dato relativo al monasterio data del año 822, cuando el rey Luis el Piadoso concede al segundo abad del monasterio, Mercoral, un precepto de inmunidad, a instancias de Rampó, conde de Barcelona i Girona. Este documento también proporciona datos sobre el origen del cenobio, al citar a Bonitus (o Bonit) como fundador del mismo en un emplazamiento donde ya existiría una iglesia anterior (antiquitatus ecclesia fundata fuerit), en tiempos del obispo gerundense Odiló, quien dejó de serlo en 812. Consecuentemente, esta fecha constituye la referencia segura más antigua del cenobio. Posteriormente, diversos privilegios y otros favores concedidos por los monarcas carolingios durante los siglos ix y x irán consolidando el papel del centro, al mismo tiempo que facilitaron el crecimiento de su patrimonio, de posesiones entre los condados de Cerdanya, Empúries, Girona y Barcelona. Entre estas posesiones, siempre se ha destacado que Sant Pere de Rodes, la gran abadía ampurdanesa, estuvo supeditado durante un tiempo a Banyoles, lo que provocó disputas con el cenobio languedociano de Saint-Polycarpe de Rasès. Desde esta perspectiva, el monasterio fue una base fundamental para el poblamiento y la consolidación de esta zona contigua a Girona tras el dominio andalusí.

 

Una posible destrucción causada por conflictos de carácter sucesorio tras la muerte de Guifré el Pelós pudo obligar a una reconstrucción y, en cualquier caso, a la primera consagración documentada del monasterio, el año 889, a cargo del obispo de Girona, Servus Dei. Más tarde tuvo lugar, probablemente, una nueva destrucción, en esta ocasión provocada por ataques o razias de los árabes, o normandos, o magiares, previamente a una siguiente consagración en 957. El documento correspondiente aporta datos interesantísimos sobre el edificio, de gran significación para el conocimiento de la arquitectura altomedieval en Cataluña. Se hace referencia a que el obispo de Girona, Arnulf, la consagró, en tiempos del abad Acfred, siendo dedicado el templo a san Esteban protomártir, san Juan Bautista y san Martín. Pero destaca especialmente la mención de que la iglesia fue construida desde de los cimientos hasta el tejado con cal y piedra tallada. En 1017, una bula del papa Benedicto VIII sitúa la abadía bajo la supeditación directa a Roma, tal como se fue produciendo en otros centros. Progresivamente, el cenobio vivió un proceso de regresión y deterioro de la vida monacal, situación que experimenta un cambio cuando, en 1078, Banyoles es vinculada al monasterio marsellés de San Víctor, a cargo del conde de Besalú Bernat II, situación confirmada en 1081 por el papa. Estos cambios encaminados a la reconstrucción del monasterio, coinciden con una nueva consagración en 1086. La renovación debió de conducir a la reconstrucción de de la iglesia y, algo más tarde, del claustro.

 

Durante los siglos xii y xiii fue aumentando el poder de los abades y del monasterio sobre la población de Banyoles, lo cual provocó disputas con el gobierno de la vila, que obligaron al abad Guillem II a renunciar a algunas “malas prácticas”, en 1263, y a otorgar la carta de población en 1303. Además, sus bienes también serían embargados en 1285 por el rey Pedro el Grande, según parece a causa de la complicidad del abad, junto con diversas autoridades eclesiásticas del entorno de Girona, con el bando oponente durante la invasión de las tropas francesas de Felipe III, el Atrevido. Por otro lado, los movimientos sísmicos que asolaron la región entre 1427 y 1429 provocaron la destrucción de la torre campanario y de parte de la iglesia, que en 1431 estaba en proceso de restauración. Posteriormente, durante la Guerra contra Francia, en 1655, el monasterio fue asaltado y destruido, perdiendo parte de su fisonomía “medieval”, especialmente con la destrucción del claustro. Durante los siglos siguientes fueron reconstruyéndose o reformándose el campanario, actualmente de planta octogonal (1692-1699), la pequeña cúpula (1787), así como el claustro el cual, proyectado en 1722, fue construido hacia 1783. También la estructura general de la iglesia actual pertenece al siglo xviii. De mismo modo que tantos centros eclesiásticos, Sant Esteve se vio afectado por la suspensión del Trienio Liberal (1820-1823) y, definitivamente, por la desamortización en 1835. Siguieron momentos de abandono y expolio hasta que en 1863 fue convertida en casa-misión del Obispado de Girona. Diversas campañas de excavaciones arqueológicas (1968, 1981) y de restauración (1999) permitieron recuperar el funcionamiento del edificio y descubrir restos funerarios y diversos vestigios escultóricos, algunos de ellos atribuibles, como veremos más adelante, al claustro. Un nuevo hallazgo fue puesto a la luz a principios de 2016, al ser descubierto un nuevo capitel en una prospección arqueológica llevada a cabo en un terreno situado detrás del monasterio y correspondiente a la muralla.

 

 

Los vestigios arquitectónicos

 

Tal como hemos comentado al principio, los vestigios arquitectónicos del monasterio medieval, y concretamente de la época románica, son escasos. Algunos paños de muro todavía visibles y aprovechados para la construcción actual, y los trabajos de excavación arqueológica practicados bajo el presbiterio de la misma, permiten aproximarse a su evolución en época alto-medieval y románica. De este modo, su análisis ha permitido establecer algunas hipótesis sobre la evolución de las plantas de la iglesia, especialmente la de finales del siglo xi.

 

En primer lugar, los restos considerados como los más antiguos se corresponden con un ábside de forma semicircular, algo alargado, construido con un muro de unos 55 cm de grosor, con revestimiento de estuco por ambos lados y con indicios del arranque de columnas adosadas en la embocadura. Probablemente se correspondiera a un edificio de una sola nave cubierta de madera, perteneciente a la primera iglesia monástica, de manera que se trataría de una construcción del siglo ix, según Moner y Riera. Siguiendo los resultados de las campañas de 1968 y 1981, hay una segunda estructura ubicada más al Oeste que la precedente, que pertenece a una absidiola con ligera forma de herradura, cuyo muro es prácticamente de un metro de grosor. El material parece pertenecer al entorno de Banyoles. Normalmente, esta parte ha sido relacionada con el edificio consagrado en 957.

 

A una de las fases altomedievales del edificio podría haber pertenecido una pieza pétrea esculpida en los laterales mediante motivos geométricos muy simples, técnicamente muy toscos. Mide 98 x 50 x 20 cm (núm. inv. 50-E, Bisbat de Girona). Por la inclinación de los laterales podría tratarse de una imposta, aunque tampoco pueden descartarse otras funciones, como la de un ara de altar, tal como se ha sugerido. Otro relieve, con representaciones de arcos, con mayor sentido del volumen, podría haber desempeñado una función similar.

 

Finalmente, hay una tercera serie de vestigios que debieron de pertenecer a la iglesia consagrada en 1086, según todos los indicios y según el acuerdo de quienes han intervenido en el monumento y lo han estudiado (L. Constans y, especialmente, Moner y Riera). Posiblemente, de aquella construcción hayan sobrevivido la base de la torre campanario, el ángulo sudoeste de la fachada, parte de los brazos del transepto, del cual aparecen todavía restos de las arcuaciones del exterior del brazo norte, mientras que hay restos de la cabecera por debajo del pavimento actual. De este modo, se vislumbra un edificio de proporciones notables, con tres ábsides y transepto cuya orientación varió ostensiblemente respecto de las iglesias precedentes, que fue seguida ya por el edificio actual. Son notables los testimonios del absidiolo septentrional, con aparejo regular en travertino, con pequeños sillares unidos con mortero de cal. También hay indicios de la existencia de pilares semicilíndricos en el crucero.

 

Todo ello ha permitido plantear que el edificio, fechable a partir de las últimas décadas del siglo xi, era una amplia iglesia de tres naves, con un transepto de cierta envergadura y cabecera tripartita. El tratamiento de los muros y la articulación de algunas partes del mismo con arcuaciones de una cierta profundidad, muestran una opción más avanzada que la del llamado primer románico, visible en otras construcciones de esta zona entorno al Pirineo oriental. Es imposible precisar el margen cronológico de la obra, reconstruida seguramente a raíz de la renovación espiritual del monasterio y de su adhesión a Marsella, de modo que las únicas referencias las hallamos entorno a su consagración, en 1086.

 

Poco más se puede decir del resto de dependencias del conjunto o del perímetro del claustro. Éste pudo ser construido en el marco del proceso de renovación del cenobio de finales del siglo xi o, mejor dicho, a partir de la misma y en fechas difícilmente precisables, muy probablemente ya dentro de la siguiente centuria. El análisis de su escultura puede proporcionar mayor información sobre el mismo. Cabe decir, sin embargo, que el análisis de algunos testimonios conservados en el Museu Arqueològic Comarcal de la población y en el propio monasterio, pueden hacer suponer que hubo obras más allá de 1150.

 

 

El claustro y sus testimonios escultóricos

 

El claustro de Banyoles debió de emplazarse en el lado sur de la iglesia, aunque por el momento no podemos determinar cuáles fueron sus dimensiones y cómo estuvieron organizadas sus dependencias en época medieval. Solamente disponemos, en este sentido, de la planta que dibuja Gaietà Barraquer del monasterio en el siglo xviii. En este sentido, es presumible imaginar la sala capitular en la galería oriental, en proximidad con la iglesia, tal como era costumbre y como queda reflejado en la citada planta. Tampoco es posible reconstruir la morfología de las galerías, más allá del hecho de que se evidencia la existencia de una serie de columnas con capiteles decorados, que por su análisis lo convierten en uno de los primeros conjuntos de este tipo decorados con escultura en Cataluña.

 

Se han conservado dos grupos de capiteles pertenecientes al claustro que, por su repertorio y calidad, muestran un proyecto remarcable a nivel iconográfico. El primer grupo, más estudiado, se conserva en el Museu Arqueològic Comarcal de Banyoles, y se compone de unos siete capiteles, uno de los cuales ha desaparecido. Muchos de ellos son objetos recuperados procedentes de edificios o lugares de Banyoles y sus alrededores. El segundo, depositado en las dependencias del Bisbat de Girona en el monumento, incluye las piezas descubiertas en diversas campañas de restauración, en especial la de 1999. A ellos hay que añadir otro capitel, ya citado, que actualmente depositado en el museo. La mayor parte de las piezas responde a unas medidas habituales de entre 35 y 38 cm. de altura y anchura máxima (a la altura del ábaco), por unos 21 en la base, como enlace con el fuste. De modo significativo, no poseen collarino, circunstancia que en casos concretos podría atribuirse al mal estado de la pieza, pero que es generalizado y por tanto atribuible a su estado original y a un planteamiento arquitectónico distinto al de otros ejemplos. Por otro lado, alternan la forma tronco-cónica invertida con la trapecial o tronco-piramidal invertida, con diversas opciones, que casi siempre implica una ocupación de la totalidad de las superficies, ábaco incluido.

 

No obstante, se observan entre las piezas diferencias cualitativas y, en algún caso, de tratamiento, con lo cual es prácticamente seguro que no todas las piezas atribuidas al claustro pertenecieran al mismo. Este podría ser el caso del capitel inventariado con el núm. 10 (del que debemos de lamentar su desaparición en 1995), tal como ya señaló L. Torralbo, que había sido hallado en un muro exterior del monasterio. A diferencia de los restantes, disponía de collarino, y presentaba un esquema compositivo derivado del capitel corintio, a base tres registros de hojas de acanto y un florón en el lugar correspondiente del dado central del ábaco. Sus dimensiones también son distintas a las de los restantes (30 x 15 cm). Algunas de las hojas parecen no haber estado talladas en detalle, como si se tratara de una pieza destinada a ser adosada. Lejanamente, recuerda los capiteles de tipo corintio de Sant Pere de Rodes, de la primera mitad del siglo xi. De este modo, esta pieza pertenece a una fase distinta de las restantes, y podría haber pertenecido a otro espacio, siendo atractiva la hipótesis de que hubiera decorado la entrada al ábside. Al fin y al cabo, la pieza muestra un carácter antiquizante propio de la escultura del monasterio ampurdanés, pero detectado también en obras de la ciudad de Girona fechables hacia 1100.

 

El resto de capiteles muestra un repertorio basado en la figuración, especialmente zoomórfica, y a temas de carácter floral y geométrico. No podemos ahora entrar en el análisis detallado de todos y cada uno de ellos (ver el trabajo excelente de L. Torralbo, de 2009), de manera que nos detendremos en algunos de los más significativos. Entre los capiteles zoomórficos es especialmente significativo el que contiene parejas de aves afrontadas, con las cabezas en los ángulos; a pesar del deterioro de algunas partes delicadas como los ángulos superiores (núm. inv. 2). Este tema es muy frecuente en el románico, pero que parece conectar más directamente con formulaciones desarrolladas en centros como Moissac y Saint-Sernin de Toulouse en el entorno del 1100. También se han encontrado paralelos en un capitel doble del claustro de Saint-Pons de Thomières, que nos sitúa igualmente dentro del ámbito languedociano. Con todo, también hay que tener presente su presencia en conjuntos catalanes, desde los claustros roselloneses hasta conjuntos pertenecientes al 1200. Pero lo que puede indicar mayor proximidad a las fórmulas del 1100 es la composición del capitel, de cierta rigidez, y la escasa fluidez del desarrollo de las composiciones, en el enlace entre registros y en las propias representaciones, a menudo sobre un fondo prácticamente liso. Una impresión semejante provoca el desarrollo de los seres en los capiteles que muestran los grifos afrontados (núm. inv. 35) y los leones, pasantes y también afrontados (núm. inv. 7), a pesar de responder a unos repertorios frecuentes, tanto en Cataluña como en otros ámbitos del románico, ya desde finales del siglo xi.

 

Otra pieza interesante, que forma parte del grupo descubierto en 1999, es el de las sirenas-pez (núm. inv. 22E). Se trata genéricamente de un tema igualmente muy desarrollado durante el románico, como podemos ver en ejemplos destacados los claustros de la del monasterio de Ripoll, de la catedral rosellonesa de Elna y, también, en Sant Pere de Galligants, en Girona, entre otros. Con todo, su composición basada en una figura en cada cara, que levanta los brazos en dirección a los ángulos y sostiene sendos peces con las manos, cuenta con un paralelo inmediato procedente del claustro de Sant Miquel de Fluvià (origen identificado recientemente), conservado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC 24019). También en este caso, hay que recordar un capitel de la cabecera de la iglesia de Sant Pere de Galligants, donde una sirena toma un pez con cada mano rodeada de centauros.

 

Entre los capiteles con motivos vegetales o entrelazados, cabe señalar la existencia de composiciones que muestran irregularidades en la fusión entre los distintos registros. Uno de ellos, mezcla elementos de entrelazado y vegetales, ordenados en tres niveles (núm. inv. 3), recordando formulaciones del siglo xi. En otro caso, hay un sistema de entrelazado con palmetas del que L. Torralbo ha observado un claro paralelo en la cabecera de Sant Joan de les Abadesses (núm. inv. 4). En otro orden de cosas, aparece el tema de la figura humana entre tallos vegetales o cabezas de leones, que también muestra una larga tradición en la escultura románica.

 

Finalmente, citaremos el capitel de estructura cúbica, aparentemente inacabado (núm. inv. 26E). De nuevo en Sant Miquel de Fluvià aparece otra versión de este tema. Responde a una tipología muy poco usual en Cataluña, pero de clara raíz italiana o centroeuropea, de manera que hay numerosos precedentes del tema en el ámbito germánico y en puntos del norte de Italia como la Lombardía, especialmente en el siglo xi. Aunque en Inglaterra, el motivo también se desarrolla en obras del siglo xii. También se conservan algunas impostas decoradas con palmetas, con un ajedrezado o simplemente lisas y alguna base de tipo ático. Por último, merece ser destacado el capitel con decoración de hojas de acanto, siguiendo el esquema del corintio, publicado a comienzos de 2016, que muestra un planteamiento algo más desarrollado y fluido que los tratados hasta el momento.

 

La escultura de los capiteles del claustro de Banyoles se inscribe en un grupo que cuenta con escasos elementos de comparación entre los principales conjuntos catalanes fechables hacia al segundo y último tercio del siglo xii. Parecen denotar a nivel compositivo un bagaje relacionada con otras fuentes, con los registros y elementos figurativos articulados de manera rígida. El hecho es visible en los capiteles de carácter vegetal, especialmente en los que ofrecen tres registros, o incluso en los capiteles con decoración zoomórfica. Los recuerdos, algo lejanos, con piezas de Moissac o Toulouse fechables hacia 1100 permitirían inclinarse por una fecha temprana del conjunto, si bien sensiblemente alejada de la fecha de consagración. Otra opción sería entender la tosquedad de las piezas como el resultado de un taller modesto, activo en un momento avanzado dentro del siglo xii. Pero la ausencia de elementos comparativos convincentes nos hace pensar más bien en la primera hipótesis. De confirmarse esta datación, estaríamos ante algunas de las primeras experiencias de escultura monumental del siglo xii en Cataluña, formando parte de una serie de conjuntos como Sant Esteve d’en Bas (Garrotxa) o Sant Joan les Fonts (Garrotxa), o incluso Sant Joan de les Abadesses. Hay también ciertas concomitancias con la iglesia de Santa Maria de Porqueres, no lejos de Banyoles. En la misma dirección, las conexiones con la decoración de la cabecera de Sant Pere de Galligants, en Girona, son uno de los componentes más destacables, hasta el punto de que algunos temas de Banyoles podrían interpretarse como simplificaciones de los gerundenses. En otro orden de cosas, es interesante plantear la influencia de este conjunto sobre el claustro de Sant Miquel de Fluvià (Alt Empordà), dado que algunos de los temas del mismo parecen reproducir los de Banyoles, con un mayor grado de tosquedad y sencillez.

 

Con todo, y más allá del problema de su datación, la escultura de Banyoles, con sus repertorios de tipo vegetal y zoomórfico, puede inscribirse en la serie de conjuntos nor-catalanes en que los programas iconográficos no recurren a la temática historiada (especialmente Sant Miquel de Cuixà y Santa Maria de Ripoll). Si bien hay que tener en cuenta que desconocemos la mayor parte de su decoración, no debemos olvidar aquellos conjuntos en los que hay un grupo de capiteles donde se concentra un pequeño grupo de temas del Nuevo testamento (como sucede en el claustro de San Pedro de Galligants). De hecho, algo similar sucede con el espíritu de los elementos conocidos del propio claustro de San Víctor de Marsella, centro del que dependía el monasterio de Sant Esteve, tal como sucedía con Ripoll, o incluso Cuixà, y a pesar de que a nivel técnico y estilístico se manifieste una situación muy diferente. La experiencia de Banyoles nos sitúa ante uno de los casos más difíciles de explicar en el contexto de los monumentos del ámbito nororiental catalán, en la vertiente sur del Pirineo, entre Girona y Ripoll. El estudio más detenido de los puntos de contacto con varios monumentos de esta zona ya citados permitirá, sin duda, contribuir a su contextualización. Pero su escultura muestra indicios de pertenecer a una tendencia y a un grupo distinto, estilísticamente, al que la historiografía ha pautado entorno a los centros roselloneses y ripolleses fechables a partir del segundo cuatro del siglo xii.

 

De acuerdo con la documentación fotográfica, existirían otras muestras de escultura que se han asociado con el monasterio de Sant Esteve de Banyoles. Así, al grupo se pueden añadir un capitel publicado por Puig i Cadafalch en 1918, con decoración de volutas, del que desconocemos su localización actual, y posiblemente un capitel historiado atribuido a Banyoles, bien que no parece pertenecer, por estilo y la composición, en el grupo del claustro que ahora nos ocupa (fotografías en el Archivo Mas, e-8855-56).

 

Los datos de referencia para situar la construcción del claustro de Banyoles son indirectos, y tampoco pueden utilizarse de manera determinante. Sabemos hasta qué punto una fecha de consagración puede o no indicar el estado de avance de una iglesia, y a pesar de ello el año 1086 parece comportar un punto de partida; a este contexto responde la anexión del monasterio a la abadía de San Víctor de Marsella, lo que también sucedía con centros como Ripoll.

 

Entre los vestigios escultóricos de Banyoles se incluyen objetos que debieron de pertenecer a otras partes del monasterio entre los que se podrían incluir portadas, ventanales, etc., o incluso otros tipos de decoración arquitectónica del edificio correspondiente a la consagración de 1086.

 

Por último, debemos de hacer referencia a una tegula con una inscripción de carácter funerario fechada en el año 1003. Descubierta durante la campaña arqueológica de los años 1960, mide 55 x 41 cm, y actualmente se conserva en las dependencias del antiguo monasterio (Arxiu Municipal de Banyoles). Alude al monje Llunesi, personaje que podría corresponder al monje documentado en 1008, como indició L. Constans en 1985. Su excepcionalidad radica en el hecho de que es la única pieza de este tipo que puede ser fechada en torno al año 1000.

 

A modo de balance, y retomando las ideas comentadas al principio, los escasos vestigios materiales del monasterio de Sant Esteve reflejan su importancia y poder tanto en los siglos alto-medievales como del románico. Ello queda en parte negado por su fisonomía actual, reflejo, por otro lado, de sus vicisitudes, de una historia repleta de destrucciones y reconstrucciones. La historiografía y los trabajos de conservación del patrimonio de estas últimas décadas han permitido recuperar parte del monumento, del cual quedan todavía aspectos por reconstruir y por sistematizar, y del que llaman especialmente la atención lo que pudieron ser la iglesia y el claustro en unas fechas que pueden situarse entre las últimas décadas del siglo xi y las primeras del xii.

 

Texto y fotos: Jordi Camps i Soria

 

 

Bibliografía

 

Abellán i Manonellas, J. A., Grabuleda i Sitjà, J., 2012; Barraquer i Roviralta, 1906, pp. 48-59; Camps i Sòria, J., 1998, p. 107; Camps i Sòria, J., 2008; Catalunya Romànica, 1984-1998, V, pp. 390-403; Constans i Serrats, L., 1953; Constans i Serrats, L., 1982; Corominas Planellas, J. M. y Marqués Casanovas, J., 1967-1978, II; Español Bertrán, F., 2003; Fort, 2000, p. 261-267, 292-303; Moner i Codina, J. y Riera Micaló, J., 1991, pp. 390-403; Palmada Auguet, G. et alii, 2005; Puig i Cadafalch, J., Falguera, A. de y Goday, J., 1909-1918, III, fig. 1027; Puigdemont s.d.; Riu-Barrera, E., 1997; Tarrús i Galter, J., [1977], p. 5; To i Figueras, L. y Galofré, J., 2013; Torralbo Salmón, L., 2009; Torres Molina, A., 2000; Vidal Lyl, J. L., 2001; Villanueva, 1802-1853, XIV, pp. 240-263.