Castillo de Navata
NAVATA
El término municipal de Navata està situado en el sector suroccidental de la comarca del Alt Empordà, entre los ríos Manol y Fluvià, en la llamada Garrotxa ampurdanesa. Comprende el pueblo de Navata, cabeza de partido, el vecindario de Can Miró, el agregado de Canelles y el pueblo de Taravaus, que le fue agregado en 1969. La carretera N-260 de Besalú a Portbou, cruza su término y la villa de Navata, a la altura del km 47. Un brancal de la misma conduce al pueblo de Taravaus mientras que a Canelles, al sur del término, se llega por una carretera local que enlaza con la N-II.
Entre los meses de abril y diciembre del 2011 se llevó a cabo una intervención arqueológica con motivo de la urbanización del centro histórico de la localidad. Se localizaron unas estructuras que se asociaron a la muralla medieval del municipio y que permiten pensar que ésta tendría un perímetro irregular de planta trapezoidal, con los lados más largos al este y al sur. Sin embargo, no se consiguió localizar la ubicación de las torres ni los portales.
Castillo de Navata
Los restos del castillo de Navata se encuentran a unos 2 km al Suroeste de la población. Permanecen en pie, todavía, gran cantidad de muros y algunas torres, en un altozano rodeado por campos de cereal y por una zona de vegetación boscosa. Se accede partiendo de la calle del Castell, pasando por el cementerio de la localidad y tomando siempre las bifurcaciones a mano derecha hasta llegar a un grupo de casas donde se extingue el camino. Debe entonces descenderse a pie hasta la riera de Àlguema, cruzarla y seguir un sendero que se adentra en la zona boscosa. Al cabo de diez minutos de marcha ascendente, divisaremos el gran muro que queda en pie del castillo.
La primera anotación sobre el castillo data del año 1051 y está relacionada con Rodlenda de Navata, señora del castillo. Más adelante, Bernat Adalbert de Navata firma en 1071 y 1093 sendos pactos con el obispo Berenguer de Girona para la defensa de la parroquia de Sant Pere, con su sagrera, ipsa forteza de Navata, castro de Navata. En 1099, el mismo Bernat Adalbert cedió el castillo al conde de Besalú, Bernat II, a cambio de recibirlo como feudo y de que se estableciese la baronía de Navata. En el año 1190, el rey Alfons el Casto hizo donación en feudo de la villa de Perelada a Bernat de Navata y a su esposa Ermessenda. Seguimos encontrando documentos de 1226 y 1227 en que aparece Arnau de Navata como señor de Perelada. La baronía se mantuvo bajo control de los Navata hasta el enlace de Ermessenda, hija de Arnau de Navata, con Dalmau de Rocabertí (1249), por el que la población quedó directamente bajo el poder de los vizcondes. Además, Arnau de Navata, en 1256, cedió a Jofre de Rocabertí todos los derechos señoriales que tenía en la villa de Perelada. Sabemos, por Miret i Sans, que en 1272 el infante Pedro, futur rey Pedro el Grande, hizo una permuta con Dalmau de Rocabertí por los castillos de Navata y Vilademuls. Fue durante este período que los Rocabertí repararon y reforzaron la fortaleza, que fue objeto de constantes asedios y batallas duranta la baja Edad Media. En el siglo xv fue preparado para armas de fuego, aumentando el grosor de sus murallas y torres, y abriendose torreras y aspilleras. A finales del siglo xvii comenzó el abandono del castillo, que culmina en el siglo xviii.
El castillo de Navata era el típico castillo feudal, similar a los que surgieron entre los siglos xi y xii que albergaban la vivienda del señor y su familia en los pisos superiores, mientras que las plantas bajas se utilizaban como almacén de víveres. La guarnición se alojaba en estancias anexas a la muralla, en torno del patio de armas. Parece que los sirvientes vivían en poblados o en casas cercanas y accedían diariamente al castillo.
El castillo se ubicaba, como hemos mencionado, en un altozano que ocupaba en su totalidad, protegido por el lado norte por un risco, y por los tres costados restante por un foso de unos tres metros de profundidad, que todavía se conserva. Su recinto amurallado era de planta cuadrangular, con patio central y edificaciones alrededor.
Todavía hoy llama la atención el espectacular muro de poniente, de casi 25 m de longitud y con un grosor de 1,10 m y una altura conservada de 6 m. Se observan siete aberturas rectangulares de derrame simple con una profundidad de un metro aproximadamente, de factura posterior, así como algunas saeteras y almenas. El aparejo que lo compone es a base de piedras, apenas desbastadas, colocadas en hileras longitudinales.
En el ángulo suroeste se levanta una torre cilíndrica, ligeramente troncocónica en su base, que se conserva hasta una altura de unos nueve metros. El muro de la torre es de gran anchura y conserva una saetera para armas de época posterior, y una abertura que probablemente comunicaba con el paso de ronda. En el interior podemos ver una bóveda semiesférica a base de pequeñas piedras que forman hiladas circulares concéntricas. En el otro extremo del muro se levanta una torre cuadrada, cuyo aparejo, en la parte superior es a base de piedras trabadas con abundante mortero. Del muro norte, quedan unos ocho metros cercanos al ángulo noroeste, con un grosor de 80 cm y una altura de unos 2,5 m. Del resto de la fortaleza sólo quedan escasos restos de muros apenas perceptibles.
En cuanto a la datación del recinto, pensamos que del primitivo castillo (siglos xi-xii) sólo queda la nave de la capilla, situada en el extremo noreste del recinto, que describiremos a continuación. El resto de la fortificación pertenece a los siglos xiii y xiv, con importantes modificaciones en el siglo xv.
Capilla de Sant Joan
En el extremo noreste del recinto del castillo se alzaba esta capilla cuyos restos todavía podemos admirar. Las escasas noticias documentales que la mencionan se remontan al año 1251. Posteriormente, en 1291, parece que el vizconde Dalmau de Rocabertí instituyó un beneficio según el cual se la dotaba con 50 medianeras de cebada, 20 de trigo, 15 sumadas de uva y 6 cuartos de aceite que debía percibir de los mansos vecinos. A cambio se celebrarían tres misas semanales en sufragio del alma del fundador de la dinastía y de sus difuntos, además de mantener encendida día y noche, una lámpara de aceite junto al altar y no podían faltar cirios para la celebración de las misas.
La capilla, que se encuentra en un estado ruinoso, servía de base a la torre angular del noreste del recinto, que formaba parte de las defensas del castillo. Se trata de un edificio de planta rectangular, sin cabecera destacada. El muro oeste ha desaparecido, pero todavía se conservan los muros laterales y el de la cabecera, en el que se abre un pequeño ojo de buey. Tampoco se conserva la bóveda, que era de perfil apuntado y de la que solo queda el arrnque inferior, separado del muro por una cornisa en bocel.
En cada uno de los muros laterales se abre una ventana de medio punto abocinada, que en el exterior se transforma en saetera. A nivel del suelo del muro este y del sur se abren tres ventanas saeteras y una más en el muro norte, reforzando así el carácter defensivo del edificio.
El aparejo combina los sillares de buen tamaño y factura del interior de la nave y zona absidal, con las piedras de río trabadas con mortero, en los muros exteriores. Dejamos constancia de los sillares que conforman los ángulos del edificio y seguramente la fachada principal que sólo conserva un fragmento de muro.
A pesar de que por las características constructivas se debería datar el edificio hacia la segunda mitad del siglo xiii, pensamos que hubo una capilla anterior, que datamos a finales del siglo xi.
Texto y fotos: Montse Jorba i Valero
Bibliografía:
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