Pasar al contenido principal
x

Restitución gráfica de la sección de la nave del jardín y alzado meridional de la nave del río

Identificador
31000_0289
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Institución Príncipe de Viana
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Palacio Real. Archivo General de Navarra

Localidad
Pamplona / Iruña
Municipio
Pamplona / Iruña
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA ACTUAL SEDE del Archivo Real y General de Navarra, diseñada por Rafael Moneo y edificada entre 1999 y 2003, encierra en su interior los restos del Palacio Real de Pamplona, que constituyen uno de los conjuntos de arquitectura civil más interesantes del románico español. Está situado en el ángulo noroccidental de la “ciudad” de la Navarrería, formando parte del núcleo más antiguo de población cuyos vestigios arqueológicos remontan hasta época romana. Su ubicación aprovecha el espolón que asoma sobre el cauce del río Arga, constituido por barrancos naturales abruptos en dos de sus lados, lo que facilitaba la defensa. Hoy en día se yergue poderoso tanto si lo contemplamos desde el antiguo burgo de San Cernin, al otro lado de la vaguada convertida en Cuesta de Santo Domingo, como si lo hacemos desde la orilla del río, en la zona de la Rochapea, que ofrece el punto de vista óptimo para captar su fuerza constructiva. De todos modos, la presencia de restos románicos, camuflados en la reforma reciente, sólo es evidente en la distancia corta, bien en el patio que ha conservado la parte baja de dos muros, bien en la Sala de Exposiciones. Es justamente éste el ámbito menos alterado a lo largo de los siglos, capaz de transmitir la fuerza y la rudeza con que se iniciaron en época tardorrománica los amplios abovedamientos de nervios cruzados. Desde el exterior el perfil ideado por Moneo evoca lejanamente el que tuvo en origen el palacio real, con dos cuerpos en L, torre de esquina y sucesión de contrafuertes. Pero no estamos ante un edificio medieval, sino ante uno contemporáneo, de comienzos del siglo XXI, en el que se han aumentado las alturas y variado las proporciones, se han forrado sus paramentos y han desaparecido algunos elementos de gran significado como el complemento lignario que a manera de galería exterior colgaba sobre el río. Para estudiar lo que conocemos de la fábrica tardorrománica trazaremos en primer lugar la trayectoria histórica del inmueble, con especial detenimiento en sus primeras décadas de existencia, para ocuparnos después de sus dependencias tal y como fueron en origen y tal y como han llegado a nuestros días. Antes de la reciente intervención, la apariencia insulsa del gran caserón había despertado escaso interés entre los historiadores. Concretamente, la mayor parte de lo escrito antes de 2004 tenía que ver con el conflicto en torno a la propiedad del edificio, pretendida por monarcas y obispos casi desde sus orígenes. Autores antiguos como Sandoval y Moret (siglo XVII) y otros más recientes como Yanguas y Miranda (siglo XIX) y muy especialmente Goñi Gaztambide (siglo XX) han abordado esta polémica cuestión. Éste último autor es quien con mayor precisión y aporte documental ha señalado los pasos principales del inacabable pleito que enfrentó a las dos instancias principales de la historia medieval del reino navarro. En cuanto a la materialidad del palacio románico, han de reseñarse las aportaciones de Martinena y, sobre todo, de Martínez de Aguirre y Sancho, a quienes correspondió analizar los vestigios descubiertos a lo largo de la intervención en el edificio histórico llevada a cabo entre los años 1994 y 1998. Las circunstancias por las que ha pasado el inmueble, que fue sede de Capitanía General y del Gobierno Militar antes de su abandono y cierre definitivo a partir de 1972, así como su enmascaramiento por las radicales reformas sufridas a partir del siglo XVI, han colaborado a hacer de esta interesante construcción tardorrománica una obra casi desconocida antes de que le fuera consagrada una monografía en el año 2004, excepción hecha de las breves páginas del Catálogo Monumental de Navarra, en que se hacía balance de la intervención arqueológica y se describía lo entonces a la vista. El palacio fue declarado Bien de Interés Cultural en 1995. Resulta paradójico que los monarcas que se titularon reyes de Pamplona carecieran hasta la segunda mitad del siglo XII de una gran residencia monumental en la principal sede del reino. Es muy posible que previamente al siglo XI hubieran dispuesto de una propiedad en la pequeña ciudad, por entonces encerrada en los muros de origen romano que ceñían lo que luego se llamaría la Navarrería. Pero con los cambios sucedidos en época románica, se afirmó el señorío jurisdiccional que el obispo ejercía sobre Pamplona, de modo que hasta Sancho el Sabio (1150-1194), justamente el rey que cambió la intitulación regia de rey de Pamplona a rey de Navarra, no hay noticias de un palacio regio digno de ese nombre. Y lo que es más curioso, la primera noticia documental justamente da cuenta de la entrega del inmueble que nos ocupa, por la cual Sancho el Fuerte lo cedió en 1198 al obispo García Fernández, en reconocimiento de los múltiples servicios prestados y especialmente a causa de los 70.000 sueldos que el prelado le había prestado cuando los reyes de Castilla y Aragón amenazaron una vez más la integridad del reino navarro. En dicha donación se mencionan expresamente los “palacios de Pamplona con su capilla, su granero y despensa, con todas sus cubas y otras vasijas, y con las restantes pertenencias”, que identificamos sin dificultad con la fábrica que aquí vamos a analizar. La construcción del palacio se encuadra perfectamente en el programa de reestructuración del reino emprendido por Sancho el Sabio. Con él pretendía disponer de un centro de poder en el corazón del territorio. Durante su reinado, este monarca tan dado a las reformas también llevó a cabo la renovación del fisco, de la cancillería, del sistema de validación documental, etc. El deseo de manifestar el poder regio no implicaba dotar la construcción de ornamentación exquisita, ya fuera en forma de pintura mural, ya como exorno escultórico. Eso sí, la edificación resulta no sólo coetánea sino también próxima en cuanto a su ideología con relación a lo que hacían otros reyes europeos de su tiempo. En resumen, lo que perseguía el monarca con esta construcción era manifestar su poder mediante el simbolismo que en sí misma encierra toda gran construcción y mediante la obtención de espacios áulicos, como las grandes salas y la torre. Al mismo tiempo, obtuvo un lugar de residencia y un ámbito útil tanto para ubicar el todavía reducido aparato administrativo como para almacenar las rentas que por entonces todavía recibía frecuentemente en especie. La donación de 1198 dio comienzo a un pleito que enfrentó a monarcas y obispos durante siglos, pero que no tuvo otras repercusiones sobre el edificio que las modificaciones introducidas por el uso alternativo de la familia regia y de los prelados. Dado que el palacio se ha visto muy alterado por otros usos todavía posteriores, estimamos que no merece la pena reseñar los cambios acaecidos en los siglos XIV, XV y XVI. Es preferible describir con mayor detalle cómo fue y qué queda de la obra emprendida por Sancho el Sabio, quien de acuerdo con su interés por consolidar la monarquía encargó una edificación en piedra de grandes espacios, sin otro paralelo que el palacio románico de Estella, cuya cronología resulta discutida aunque probablemente sea empeño del mismo monarca. Quizá el modelo seguido fue el palacio episcopal románico de Pamplona, que suponemos construido poco antes, en tiempos del obispo Pedro de París (1167-1193), en el que igualmente encontramos la planta en L, pero no la torre en esquina (el prelado disponía de su torre en otro lugar cercano). Antes de que se iniciara la intervención de los años noventa del pasado siglo, nuestro palacio -entonces llamado de Capitanía o de los Virreyes- se mostraba como un enorme caserón con patio central cuadrangular y múltiples añadidos. Los trabajos previos a la reconversión en archivo, llevados a cabo por el Servicio de Patrimonio Histórico de la Institución Príncipe de Viana bajo la dirección de Javier Sancho, consistieron en el desmontaje progresivo de todos estos elementos, como quien quita cuidadosamente las capas de una cebolla, a fin de localizar los restos más antiguos. Esto condujo al descubrimiento de la planta en L, formada por dos amplias naves (una septentrional, que llamaremos “del río”, y otra occidental, denominada “del jardín”) y una torre de esquina, todo de fuerte aparejo pétreo, completadas por un pórtico abierto al patio y una galería alta que daba al río, ambos de madera. El conjunto parece haber sido edificado en pocos años, con notable unidad y muy escaso complemento ornamental. En época románica, la torre constituía el símbolo arquitectónico de poder por excelencia. La de nuestro palacio se situaba en la esquina donde confluían ambas naves, con perfecta continuidad de hiladas con los muros exteriores de ambas, lo que prueba que no se trataba de una construcción previa a la que se adosaran dichas naves, sino que todo fue edificado a un tiempo. Tiene dimensiones modestas, semejantes a otras torres románicas (7,50 x 7,25 m en planta, con unos 4,5 m de lado en el interior). Desconocemos su altura original, pero desde luego sobresalía con respecto a las naves, como todavía lo hace ahora (naves y torre han sido recrecidas). Como no alcanza la misma anchura que las naves, fue posible circular entre estas sin necesidad de atravesar la torre, lo que facilitaba tanto la comunicación interna como la privacidad de los espacios que ocupaban la torre en altura. Se reconocen al menos cuatro niveles. Del inferior, subterráneo, ignoramos tanto el acceso (probablemente con trampilla abierta en el forjado; carecía de puertas hacia las naves o el exterior) como el uso. Tuvo forjado de madera sobre vigas cuyos mechinales estuvieron unos meses a la vista. En la planta noble, a nivel del patio, se encontraba la estancia principal, cubierta con bóveda de crucería sobre ménsulas en cuarto bocel y cimacio sin molduración. De los arranques de los nervios han llegado dos hiladas constituidas por baquetón grueso flanqueado por otros dos más finos; asimismo delgados baquetones parecen corresponder a arcos formareles. A primera vista estas secciones llevarían a pensar bien en que la bóveda fue añadida a la primera fase del palacio, bien en que participó en las obras un maestro al tanto de abovedamientos más avanzados que los usuales en Navarra a finales del siglo XII. Desde luego, se cuidó especialmente la arquitectura de esta estancia, probablemente una de las principales del palacio. Por encima existió una cámara elevada, a la que se llegaba desde las construcciones de madera situadas en la zona occidental de la nave del río. La cámara alta parece identificable con la denominada “susana” en la documentación del siglo XIV. Fue utilizada como estancia privada del monarca. La altura de la torre permite la existencia de un cuarto nivel bajo cubierta, del que no es posible recabar más datos. Las noticias sobre reparaciones de vigas y tejas en la torre durante el siglo XIV llevan a pensar que tuvo cubierta lignaria, suponemos que desde el principio. La torre tenía tres puertas románicas, dos de ellas en planta baja. La primera, deteriorada, daba a la nave del río, y la otra, en arco apuntado exterior y semicircular interior, comunicaba con una galería de madera dispuesta en el exterior del muro septentrional de dicha nave del río. La tercera puerta, de medio punto, conectaba con dependencias realizadas también en madera en la nave del río. Como se ve, carecía de acceso a la nave del jardín. Hay razones para pensar que en la torre existió bien una capilla, bien una estancia importante, por ejemplo la cámara del rey o quizá la cancillería. En tiempos del los monarcas Evreux la cámara alta cumplió funciones residenciales privadas. La nave del río ofrece las soluciones arquitectónicas más esmeradas. Consta de dos niveles: una gran sala abovedada semisubterránea y otra sala quizá subdividida. La sala abovedada en semisótano (26,80 x 7,10 y unos 6 m de altura) se cubre mediante seis tramos de bóvedas de crucería sencilla, con nervios de perfil cuadrangular (de 50 cm de frente) que arrancan desde el interior de los muros, sin apoyar en ménsulas, y describen su curvatura hasta el entrecruzamiento, resuelto de modo irregular, es decir, sin claves y en cada tramo de distinta manera, aunque se advierte cierto perfeccionamiento conforme avanzaban las obras desde la torre hacia el Este. En cada tramo del muro septentrional se abre una estrecha ventana abocinada, que no coincide con el centro de los espacios entre contrafuertes. El acceso se sitúa en el hastial oriental, mediante una puerta de arco apuntado sin clave; una vez flanqueada, es preciso bajar unas gradas para llegar al pavimento. La situación en semisótano, la apertura de ventanas al Norte así como las referencias a cubas y otros recipientes en la donación de Sancho el Fuerte permiten suponer que esta gran sala, de poderosa arquitectura, se dedicó a bodega o almacenamiento, lo que nos hace reflexionar acerca de nuestra valoración de las distintas soluciones arquitectónicas con relación al esmero de su arquitectura. Encontramos otras bodegas medievales navarras abovedadas con vanos hacia el Norte en el castillo de Tiebas y en el palacio de Olite. Es posible que el nuevo sistema de pechas tasadas que se recogían en moneda o en especie, implantado por Sancho VI el Sabio, aconsejara la construcción de un depósito apropiado en el complejo palaciego regio. Por encima de la sala abovedada y al mismo nivel que el patio se encontraba una nave conformada por cuatro muros y cubierta con techumbre de madera sobre grandes arcos transversales, sistema muy frecuentemente empleado en arquitectura civil y en dependencias religiosas secundarias (son famosos los dormitorios monacales de esta tipología, que también se empleó, por ejemplo, en hospitales). Testimonio de este sistema son las ménsulas que durante la intervención aparecieron en los muros, cuya ubicación coincidía con la de los contrafuertes, de lo que se deduce la existencia de cinco arcos diafragma. La altura del piñón en el hastial oriental, reconocible durante la intervención de los años 90, permite conocer la altura total del edificio. Otro elemento original eran las ventanas, de vano rectangular y poco pronunciado abocinamiento. Había una por tramo entre arcos diafragma y sólo en el muro meridional, lo que no desentona de lo habitual en la arquitectura religiosa coetánea, en la que escasean los vanos en las fachadas septentrionales. En distintos lugares del paramento interno de los muros se localizaron restos del procedimiento ornamental primitivo: un encintado irregular de color crema recubría las juntas de los sillares y sobre dicho encintado se habían pintado líneas rojas que resaltaban el despiece. El mismo procedimiento sencillo de ornamentación se ha localizado en construcciones tardorrománicas navarras como el monasterio de La Oliva. Muy posiblemente la nave del río estuvo compartimentada desde su inicio. Apareció una hilera de ménsulas en el muro de la torre, que probablemente sostenía una estructura de madera, mediante la cual se accedía a la puerta de la cámara “susana”. Durante la intervención de los años 90 se descubrió un gran muro transversal de piedra que dividía la nave del jardín en dos, pero dicho muro no trababa con la obra original, por lo que tenía que ser un añadido que quizá consolidaba una separación inicial de madera. Disponía la nave del río de cuatro puertas: una ya descrita accedía a la torre, otra semejante daba a la nave del jardín, la tercera, de factura muy parecida, abría a la terraza o construcción de madera sobre la puerta de la bodega (se conservan los mechinales ad hoc) y la cuarta era la puerta principal. Las tres primeras presentan a lo largo del grueso del muro un arco exterior, un dintel y un arco rebajado. La principal se situaba más o menos en el centro del muro meridional y constaba de un vano rectangular cerrado en su parte superior por poderosas ménsulas. Quedaba el hueco apropiado para un tímpano semicircular, trasdosado en una arquivolta del mismo diseño. El tímpano ha sido repuesto en la restauración, siguiendo las pautas de la puerta similar que existía completa en la otra nave. En la fachada de la nave que da al río se encontraron mechinales en muro y contrafuertes a tres alturas, preparados para sostener una galería cubierta y probablemente cerrada a la que se llegaba tanto desde la puerta exterior de la torre como desde la terraza delante del hastial oriental. Cuando se excavó la parte norte, se localizaron los arranques de potentes pilares de piedra que debieron de servir para sostener dicha galería, que permite suponer que ésta tenía al menos 3,70 m de anchura. Cabe identificarla con la “galería ental río” que menciona la documentación bajomedieval. No vemos otro uso para esta galería que la contemplación del hermoso paisaje de la Cuenca de Pamplona y los meandros del río Arga, en lo que el palacio pamplonés se parecería a otros románicos que disponían de ventanas o galerías pensadas para la observación del entorno, como estudió Meyer Schapiro. En la fachada del patio también se localizaron restos de ménsulas y mechinales correspondientes a un pórtico que se abría al patio creado por las dos naves en L. En cuanto al uso, la nave del río parece haber estado destinada a la zona privada del monarca, con compartimentaciones tanto en lo horizontal como en lo vertical. El problema es que salvo las ménsulas señaladas, que suponemos de época románica, los restantes elementos visibles antes de la intervención parecían corresponder a remodelaciones acometidas a lo largo de los siglos, por lo que resulta imposible imaginar su estado original. La nave de mayores dimensiones es la que hemos llamado del jardín, por comunicar en su parte occidental con un área ajardinada ampliada en el siglo XIV. Es la mayor, puesto que alcanza los 39,25 x 11 m, lo que nos da una superficie construida superior a los 425 m2. Pese a que llegó a finales del siglo XX distribuida en cuatro niveles, parece que en origen se trataba de un espacio amplísimo, que terminaba en la zona de cocinas, aljibe y botellería junto a la torre. Su sistema de cubierta era semejante al de la nave del río, con grandes arcos de piedra transversales sobre ménsulas sencillas. En este caso, los contrafuertes evidencian que hubo ocho arcos de este tipo, apuntados. Como elemento anejo presenta una torrecilla destinada a aljibe muy próxima a la torre y a la que se accedía desde la zona que suponemos de cocina. Creemos correcto identificarla con la “torre chica” de que habla la documentación bajomedieval. Como no traba con el resto de la fábrica es probable su condición de elemento añadido en época desconocida. La nave del jardín disponía de tres puertas originales y dos góticas añadidas en el siglo XIV. Las originales se situaban una en el muro que la separaba de la nave del río y ya ha sido descrita. Otra parecida pero dintelada hacia el exterior se emplazaba en el hastial meridional y ha sido recientemente tapiada. La tercera era la principal, en todo semejante a la principal de la nave del río, pero con la circunstancia de que había conservado el tímpano original. De las puertas góticas la más interesante era la que daba al jardín, con arco apuntado y escudo en la clave en que se intuyen restos de las armas del obispo Barbazán (1318- 1355). Las ventanas eran muy parecidas a las de la nave del río, una por tramo excepto sobre la puerta. Varias de ellas llegaron en perfecto estado a la reciente intervención pero no han sido conservadas. Contaba también con un gran ventanal rematado en arco semicircular en el hastial meridional, que ha sido rehecho en su mitad inferior. El pórtico abierto al patio que hemos señalado en la nave del río se prolongaba ante la fachada oriental de la del jardín. Pueden verse todavía restos de ménsulas y mechinales. No sabemos que profundidad tenía porque en las excavaciones no fue posible localizar vestigios de los soportes originales. Suponemos que la nave del jardín se empleó como gran sala de reunión. Los textos de la época nos hablan de espacios de este tipo en otros palacios europeos empleados para banquetes, para reuniones solemnes, para impartición de justicia e incluso como dormitorio colectivo en circunstancias extraordinarias. Ha sido posible localizar una de las grandes chimeneas embutidas en el muro que hubieron de servir para caldear las frías jornadas invernales. Restos de hollín permiten suponer que otra chimenea existió junto a la torre. Como allí cerca se ubica la torrealjibe, cabe suponer que en esa zona estuvo la cocina. Con todas las informaciones extraídas del monumento durante los años 1997 y 1998, unidas al estudio de casos comparables en otros ámbitos europeos, ha sido posible llevar a cabo una restitución gráfica de un hipotético aspecto del palacio en la época en que se edificó. Dibujada por Inés Cía a partir de los datos tomados in situ y del estudio llevado a cabo por Martínez de Aguirre y Sancho, la propuesta incluye una planimetría completa de fachadas y secciones, así como dos vistas generales, una desde el exterior y otra desde el interior del edificio. La restitución vino acompañada de una completa relación de los criterios seguidos, en la que se diferenciaba aquello conservado de lo hipotético. Esta restitución es doblemente interesante debido a que la intervención de Rafael Moneo ha modificado irremediablemente lo que quedaba de la construcción original. Se ha mantenido cierta idea del perfil inicial, con torre de esquina, pero tanto las naves como la torre han sido sobreelevadas y perforadas por vanos conforme a la conveniencia del nuevo uso (hay que advertir que los muros tardorrománicos habían sufrido numerosas aperturas y cierres de vanos de manera absolutamente desordenada a lo largo de los siglos, por lo que en este concreto detalle Moneo no ha hecho sino seguir las pautas históricas). Los muros exteriores han sido revestidos con material pétreo que mantiene sólo en esencia las pautas originales. Por la parte interior, se conserva la idea de patio, pero cerrado por sus cuatro lados. Los muros de ambas naves hacia el patio constituyen el conjunto que mejor ha mantenido su aspecto antiguo, al igual que la sala abovedada, empleada en la actualidad como sala de exposiciones en la que es posible reconocer casi a la perfección la apariencia original. La gran sala de la nave del jardín ha sido transformada para ubicar en su interior un salón de actos y en la nave del río ha sido dispuesta la sala de consulta de documentación. Ambas naves han sido compartimentadas en altura, por lo que en ningún lugar es posible reconocer las dimensiones monumentales que al menos hubo de tener el enorme espacio de la nave del jardín. Han desaparecido las ventanas originales y se han conservado las dos puertas principales. El patio ha sido acristalado y ha recuperado los pilares octogonales que debe de tener desde el siglo XVI. En la visión lejana, el perfil del palacio se ve muy alterado por la presencia de la gran torre dedicada a depósito, verdadero tesoro de documentación medieval y posmedieval que encierra la memoria histórica del reino de Navarra En su conjunto, tanto la monumentalidad del edificio como su acusada austeridad (carece de escultura y el revestimiento pictórico parece haber quedado limitado al encintado descrito en la nave del río) y la posibilidad de situarlo en un concreto reinado, el del Sancho VI el Sabio, reorganizador de la monarquía navarra, contribuyen a que el palacio real románico pamplonés se manifieste como una de las edificaciones civiles de mayor interés en el panorama del románico español.