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Puente sobre el Duero

Identificador
49800_01_043
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 57.53'' , -5º 23' 42.96''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Puente Mayor

Localidad
Toro
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
SU TRAZADO COINCIDE con la alineación del eje central de la ciudad y comunicaba con ella a través de una vía que parte de la Colegiata, ondulada y en cuesta muy pronunciada para salvar un desnivel de unos noventa metros sobre los escalones de arcilla interpuestos entre el río y la plataforma urbana. Hoy causa extrañeza su disposición sobre el Duero, que discurre en perpendicular al frente meridional de la población y, por tanto, en paralelo al puente, por donde pasa describiendo un ángulo recto para continuar hacia el oeste; se debe al cambio del curso del río en la Baja Edad Media. De la Crónica de Pedro I, de Ayala, se infiere que un brazo de agua todavía entonces lo atravesaba en perpendicular. Aportó el sobrenombre de la Pont Vieja a varias parroquias de las inmediaciones, como las de Santo Tomás y San Vicente, que un documento de 1344 sitúa iuxta pontem veterem e in ponte vetere respectivamente. La adjetivación de “viejo” sólo se explica por referencia al puente romano que lo precedió en el mismo sitio, al que pertenecieron los sillares almohadillados reutilizados en algunas de sus pilas y tajamares, labrados en una piedra arenisca de tono negruzco y grano más grueso que la arenisca gredosa procedente de las canteras de Valdefinjas con que se llevó a cabo su reconstrucción. Ésta se acometió durante el reinado de Fernando II de León dentro de una amplia serie de propuestas regias destinadas a potenciar y fortalecer la plaza de Toro, que por su situación fronteriza con Castilla y debido a las relaciones hostiles entre ambos reinos había cobrado singular importancia. El puente quedaba integrado en la estructura defensiva que entonces se promovió, pues los muros del segundo recinto, tras abrazar en semicírculo al caserío, descendían por los barrancos desde el alcázar y los escarpes de la Magdalena y convergían en su entrada norte, donde se abría la única puerta meridional del circuito amurallado. Consta que las obras de reconstrucción estaban abiertas en 1194, fecha en la que el lugar de San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca) suscribe un pacto con el poderoso concejo de Toro para que éste lo defienda, concediéndole a cambio la mitad de las tercias de sus iglesias ad faciendam pontem uestram de Tauro. La magnitud y coste de la promoción, con las interrupciones impuestas por las crecidas estacionales del río, demoraron la ejecución al menos hasta el final del reinado de Alfonso IX, quien en el fuero otorgado a Toro en 1222 eximía de tributos al magister de ponte. Con tales fechas conciertan los caracteres formales de la fábrica resultante, que vemos rehecha, deformada y parcheada en su mayor parte por efecto de la serie interminable de reparaciones y consolidaciones que se sucedieron hasta el presente, en prevención de ruinas o para subsanar las ya acaecidas, muy frecuentes tanto por la inconsistencia del lecho de grava de río, por su caudal y pronunciada corriente, como por la ubicación del puente y por la piedra frágil y desmoronadiza con que lo constru y e ron. Ésta es un buen referente para diferenciar la obra de fines del siglo XII y primer tercio del XIII de las múltiples adiciones posteriores, pues, ante los malos resultados de aquella arenisca un tanto deleznable, todas ellas fueron ejecutadas en caliza muy dura aunque de labra poco dócil, procedente de las canteras de Villalonso y otros cerros al norte de Toro. Así deslindado lo original de lo renovado, aquél se reduce a los elementos siguientes, relacionados de norte a sur: el arco primero, exceptuando el que le sotopusieron después en caliza para estabilizarlo, con parte de la primera pila exenta y algo que puede quedar del rebosadero o aliviadero que la calaba a la altura de las enjutas, donde se acusa su cegado por la cara oeste; arcos tercero y cuarto, reforzados en caliza como el anterior, renovadas sus enjutas y demás, incluso la cornisa que discurre bajo el pretil remedando a la preexistente; el quinto y cuarta pila exenta con su tajamar y rebosadero -éste cegado- más un tramo de la cornisa superior, interrumpida sobre la clave, hundidos por imprudencia temeraria en el curso de las últimas obras de consolidación, hará unos quince años, fueron reconstruidos con fidelidad, abriendo el aliviadero; entre el sexto y el séptimo, reconstruidos de medio punto, se mantiene el rebosadero original, las cornisas también fueron renovadas; está rehecho lo aparente de cuanto sigue hasta el arco decimotercero, también reconstruido a medio punto como los dos siguientes, pero cabalgan sobre las pilas románicas cuyos aliviaderos y parte de las cornisas cimeras también se mantienen, aunque los tajamares fueron engrosados y transfigurados y los refuerzos correspondientes, a la cara opuesta, aparecen reconstruidos en consonancia con el formato original, en ángulo agudo; el arco penúltimo también ha sido rehecho conforme a la traza del preexistente, agrandando su luz y reutilizando bastantes dovelas antiguas; a continuación, la pila exenta postrera ha sido afianzada mediante el recrecido de sus tajamares, ocultando el aliviadero, y se conserva el arco decimoséptimo y último, con sus enjutas y alzados, incluida la cornisa, de escala menor, equiparable a la del primero, y como él reforzado por otro que le sotopusieron de igual traza, ejecutado en sillería. Tales restos apuntan a que el puente de estilo románico de transición, iniciado en días de Fernando II de León y concluido hacia 1230, compuesto de diecisiete arcos, supuso la destrucción completa del romano que le precedió; sin embargo, los sillares de éste, en arenisca negruzca de grano g rueso, labrados sólo en los contornos de conformidad con el opus quadratum rusticum, nos advierten que parte de la fábrica romana pudo quedar incorporada a la nueva, pues tan antiguos materiales ni constituyen miembros arquitectónicos de obra romana que haya sobrevivido integrada en la reconstrucción tard o rrománica del puente, contra lo que se viene afirmando, ni datan de los siglos XII y XIII los tajamares en que se encuentran. Éstos son, desde el lado de la ciudad, el quinto, conformado por ellos casi en su totalidad, el decimotercero, con algunas piezas, y el decimosexto o último, con menos; la fisonomía actual de tales tajamares es producto de consolidaciones posteriores y, por hallarse muy descalzados antes de reforzar toda la cimentación del puente en la actuación aludida, pudimos comprobar que tanto el decimotercero como el quinto, tildado de “claramente” romano, esconden tras sí los tajamares en ángulo agudo de la reconstrucción románica, que fotografiamos. Más sillares de idéntica tipología se encuentran en los alzados occidentales de las pilas decimotercera y decimocuarta, con otros labrados en la misma piedra y muy gastados por la erosión que se advierten en los miembros citados y en otras partes; se vieron en el relleno de las enjutas del arco quinto, cuando se hundió, mezclados con argamasa de cal y canto, y se ven en el aparejo del mismo tipo que está al descubierto en el arco decimoséptimo; testifican que muchos despojos del puente romano se aplicaron, como de costumbre, a la fábrica que lo suplantó. Ésta se planteó siguiendo una línea de trazado indeciso, curvada hacia el oeste, sobre una gran losa continua de cimentación en hormigón de cal y canto rodado con lajas, mampuesto y sillares gastados, pilas con tajamares en ángulo agudo, gemelos de los que lo refuerzan a contracorriente, todos ligeramente escalonados, y arcos agudos sin dobladura ni impostas y con claves enteras o partidas, en función de los ajustes. La luz desigual de los originales que subsisten, con sus claves enrasadas a distinto nivel y siempre a considerable trecho de los pretiles, delata la lentitud del proceso constructivo. Sobre las pilas, a la altura de las enjutas, mediaban entre ellos aliviaderos o rebosaderos, a usanza romana y en previsión de las crecidas del río, cerrados en arco de medio punto los del canto septentrional y en arco apuntado los del extremo opuesto. Las cornisas de las cimas se resolvieron según práctica usual en el románico, disponiendo gruesos tableros pétreos sobre rudos canes de frente convexo. No quedan indicios de los pretiles originarios. El alzado lo hermanaba con el puente de Zamora. Por lo demás, el tablero se inicia con rampas en ambos accesos, discurriendo después en plano. En la Baja Edad Media, sin que podamos precisar la data, se alzó sobre la pila exenta penúltima una torre defensiva, “baxa e pequeña fortaleza”, según la Crónica de Pedro I, que la asedió en 1355; recrecida a la muerte de Enrique IV, por ella entraron en la ciudad las tropas de Alfonso V de Portugal tras la batalla de Toro; tenía dos puertas, una en cada frente, desplazadas del eje central y contrapuestas para controlar mejor el acceso. El cambio de trayectoria del río obligó a prolongar el puente volteando arcos sobre los “cinco pilares” que en principio soportaron traviesas de madera y a fabricar una descomunal calzada a continuación, que funcionaba como muro de contención de las aguas, cuyo mantenimiento impuso a la ciudad una carga económica muy pesada.