Identificador
24217_01_017
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 29' 58.95'' , -5º 27' 34.52''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Villaverde de Sandoval
Municipio
Mansilla Mayor
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LOS ORÍGENES DEL MONASTERIO cisterciense de Sandoval se remontan al año 1167, cuando el alférez real, de origen francés, don Pedro Ponce de Minerva, y su familia (principalmente su mujer doña Estefanía Rodríguez, fundadora además de los de Valbuena, Benavides y Carrizo -en donde ingresó como monja hasta su muerte- y sus hijos Ramiro, María y Sancha) deciden fundar -en unos terrenos (Saltus novalis) que habían sido donados al conde en 1142 por el monarca Alfonso VII- un cenobio cisterciense. Puesto que en 1152 el capítulo general de la orden había prohibido las fundaciones de nueva creación (ex novo) los condes donaron el terreno a don Diego Martínez y a unos monjes procedentes del monasterio cisterciense de la Santa Espina (Valladolid). Convertido en filial del cenobio vallisoletano, y de forma indirecta de Clairvaux su casa madre, la vida monástica no surge en Sandoval hasta 1171. Desde ese preciso momento el patrimonio y posesiones monásticas aumentan constantemente gracias a los privilegios y múltiples donaciones de que es objeto por parte, principalmente, de la monarquía: doña Urraca, Fernando II, Alfonso IX, Fernando III, etc. De este último conservamos un documento de 1222 en los que da lugares y dehesas “para reparo del monasterio”. A finales del siglo XV (1486-1487), ya en un momento de incipiente decadencia, entrará a formar parte de la “Congregación de Castilla”, promovida por don Martín de Vargas para restaurar la, a esas alturas, ya relajada observancia bernardina. LA IGLESIA MONÁSTICA El templo de este Monumento Histórico Artístico (declarado el 3 de junio de 1931), en el que se han llevado a cabo distintas obras de restauración (1971-1972, 1992, etc.) -algunas con motivo de la celebración del VIII centenario de su fundación, otras por iniciativas particulares- fue erigido con grandes sillares de piedra caliza, bien dispuestos a soga y regulares en su talla. Presenta planta de cruz latina con triple nave -la central de mayor altura que las laterales- cubierta con crucería y tres tramos cada una de ellas; cuenta además con transepto desarrollado en planta (como el leonés de Nogales, fundado en 1165 y ya prácticamente desaparecido) con sus brazos cubiertos con cañón, mientras que los restantes lo harán con bóveda capialzada de crucería cuatripartita -de ocho plementos en el tramo central- y, por último, triple cabecera semicircular escalonada con ábsides cubiertos por bóvedas de cuarto de esfera o de horno cuyos nervios, en forma de abanico, apean sobre columnas adosadas a medios pilares; cada uno de los ábsides (de mayor anchura y profundidad el central) aparece precedido de un tramo recto cubiertos con cañón. Capillas que se abren a las naves por arcos de medio punto doblados. La iglesia todavía conserva varias puertas de ingreso, dos de ellas localizadas en los brazos del transepto: la primera, brazo norte, era la conocida como “Puerta del Cementerio” por comunicar el camposanto monástico con la iglesia; la segunda se abre en el brazo sur y es la conocida como “Puerta de Monjes”, por ser por aquí por donde accedía la comunidad al templo desde el claustro. Por último cabe señalar la que se encuentra a los pies del templo, en el hastial occidental, más concretamente abierta a la nave del evangelio. Otras comunicaban el templo con distintas dependencias, como es el caso de aquella que -siguiendo el esquema clásico- se abriría en el muro sur del transepto del mismo lado y que comunicaría con el dormitorio de los monjes. Cuenta también con una escalera de caracol que permite el acceso a las cubiertas, abierta en el muro occidental del brazo norte del transepto. El tipo de soporte empleado es el pilar cruciforme, sobre alto zócalo o plinto poligonal (concretamente octogonal asimétrico), con semicolumnas adosadas en sus frentes -de fuste liso, basas áticas y capiteles o bandas a modo de friso corrido- que se quiebran en codillos angulares. En el caso de los arcos fajones o perpiaños de la nave central (apuntados y doblados, con molduraje abocelado) las columnas interrumpen su fuste a elevada altura, sin llegar al zócalo, y descansan en ménsulas; dobles y separadas por un fino listel en el caso de los arcos torales (de medio punto y algo peraltados) y doble moldura de caña allí donde apean los arcos formeros (también apuntados y doblados). Sobre dichos pilares apean los arcos formeros y sobre las columnas los nervios y gruesas ojivas de las bóvedas. En los muros laterales los arcos fajones de medio punto apean en medios pilares, mientras que en los ángulos noroeste y suroeste las ojivas lo hacen nuevamente sobre columnas adosadas. Al exterior los empujes se contrarrestaron con los correspondientes machones o contrafuertes. Exteriormente los semicírculos absidales se articulan verticalmente por unas triples columnillas que, arrancando del zócalo, llegan hasta la cornisa, cumpliendo funciones de contrarresto; en el central (dividido en siete paños por seis haces de triples columnas) se abre un triple vano, único en los ábsides laterales o absidiolos (que constan de cinco paños generados por cuatro haces de triples columnas); vanos de medio punto con dobles columnillas a cada lado en el ábside central -visibles tan sólo por el exterior ya que interiormente se encuentran ocultas por el retablo y es necesario entrar en la llamada “capilla de las reliquias” para poder observarlos- mientras que los abiertos en los ábsides laterales, apuntados, únicamente presentan una columna a cada lado, en el codillo de la jamba. Mientras que en las esquinas del hastial norte del transepto se refuerzan con la presencia de contrafuertes, como también se disponen en los muros de la nave central con la función de aligerar el empuje que ejerce su abovedamiento, sobre el hastial sur se alza una espadaña barroca de piedra, rematada por un frontón triangular y con sendos pináculos laterales, compuesta de dos cuerpos en los que se abren vanos de medio punto (dos en el inferior y uno en el superior). Además de los ventanales practicados en la cabecera, tanto en los paramentos de los brazos del crucero como en los de la nave central, encontramos vanos de medio punto -de cronología románica los del primer tramo- entre contrafuertes escalonados (remarcando al exterior la división interna en tramos) o bien óculos o rosetones. Todos ellos ayudan a una buena iluminación del templo, predominando el modelo de saetera, de clara tradición románica. Podemos distinguir en su construcción varias fases o etapas: - La primera, inmersa dentro de la denominada arquitectura tardorrománica o de transición al gótico (finales del siglo XII, principios del XIII), abarcaría un proyecto ambicioso al que pertenece la totalidad de la cabecera, transepto y primer tramo de las naves (que incluiría los cuatro pilares más orientales), empleando soluciones ya góticas tales como ubicar sobre los soportes románicos cubiertas con ojivas o arcos cruceros de refuerzo (sistema similar al existente, por ejemplo, en el cenobio cisterciense de Monsalud de Córcoles, provincia de Guadalajara). Sabemos que en dichas obras trabajaron -entre 1202 y 1262- los maestros Dominicus y Micael además de fray Juan (magister operis en 1242), el monje Nicolás y Juan Peláez. En opinión de Gómez-Moreno los autores de esta fábrica fueron los mismos que trabajaron en el cercano monasterio femenino de Gradefes, “ganando respecto a ella, en esbeltez y claridad cuanto pierde en complicaciones de estructura”. - A una segunda, gótica enormemente tardía (segunda mitad del siglo XV), se debería la prolongación de las naves en dos tramos más (y por tanto también los dos pilares más occidentales, de similar sección que los anteriores pero cantoneados) y el consiguiente cerramiento del edificio por el hastial occidental. No debemos olvidar también el más que probable re c recimiento de los brazos del crucero que ocasionó la perdida de la primitiva cornisa, y con ella la de su primitiva decoración. ¿Por qué se detuvo la construcción del edificio y se continuaron las obras en este período? Al parecer, y en opinión de Fernández, Cosmen y Herráez, se debe a una serie de condicionantes técnicos, principalmente a errores de cálculo a la hora de proyectar las cubiertas y los soportes. De lo que no hay duda es de que el responsable de esta “continuatio” o ampliación fuera el abad don Pedro de la Vega, tal y como reza en una inscripción que se encuentra a los pies de la nave del evangelio, en el muro norte. Dicha inscripción viene a decirnos lo siguiente: AÑO DEL SEÑOR DE MCCCCLXII AÑOS A XXVII DIAS D MARZO EL ONRADO VARÓN D PEDRO DE LA VEGA ABBAD D ESTE MONAS COMENZÓ ESTA OBRA EN SERVICIO DE DIOS Y AHORA DE SANTA MARÍA DE SANDOVAL. - Y por último -siglo XVII- se llevó a cabo la construcción de la espadaña y la reconstrucción o reforma del claustro primitivo. DEPENDENCIAS CLAUSTRALES Reducidas la mayor parte de las múltiples dependencias monásticas a informes paredones (o utilizadas, algunas de ellas, como cuadras por aquellos modernos colonos que aquí se asentaron en la primera mitad de este siglo), hemos de centrarnos en aquellas que se conservan parcialmente localizadas en su mayoría en la panda oriental del claustro, y todas del siglo XIII. Este último se encuentra adosado al muro sur de la iglesia, que en su estado actual es obra del siglo XVII. Consta de dos pisos o galerías articuladas a base de arquerías con pilastras toscanas y pretiles, las del piso superior cegadas por reformas posteriores abriéndose en su lugar sencillas ventanas rectangulares con óculos en su parte superior. Todas las pandas o crujías se cubren con bóvedas de lunetos fabricadas con ladrillo, incluso la oriental y más antigua, aunque en algunos casos se pueden observar restos de las primitivas bóvedas claustrales. Todavía conserva -de norte a sur- varias estancias: - Prácticamente en ángulo con el muro meridional del brazo sur del transepto encontramos un hueco adintelado; macizado en su parte inferior (1/4 de su altura total), podría tratarse el primitivo hueco destinado a armariolum, es decir, a la librería monástica. - Aparecen ahora dos pequeños accesos de medio punto enmarcados por gruesos boceles. Podría tratarse, aunque si tenemos en cuenta el plano cisterciense ideal elaborado por Aubert y Dimier aquí se ubicaría la sala capitular, del acceso a la sacristía (que se comunicaría con la iglesia mediante una puerta practicada en el muro meridional del brazo sur del transepto). Sería éste un caso un tanto excepcional, ya que normalmente la sacristía no comunicaba con el claustro , sino únicamente con la iglesia. - A continuación encontramos un arcosolio sepulcral, apuntado y doblado sobre columnas, con restos de un sarcófago que José María Quadrado llegó a ver completo. - Encontramos ahora la entrada -bajo arco de medio punto sobre triples columnas e intradós doblado y lobulado sobre dos pares de columnas- a la sala capitular; esta entrada aparece flanqueada por sendos arcos -ahora ciegos- de idéntica luz, que en esta ocasión engloban arcos geminados de medio punto sobre parejas de pequeñas columnas sobre zócalo. La talla de los capiteles es muy esquemática, a base de sencillas hojas con bulbos y en los arcos predominan sencillos boceles y arquillos. Actualmente es imposible acceder a su interior, dado el estado de ruina en el que se encuentra. - Tras dejar atrás un arcosolio sepulcral (en el espacio en el que según el plano ideal se encontraría la escalera de acceso al dormitorio de monjes), localizamos un doble acceso que da paso a una estancia dividida en tres tramos. Cubierta con bóvedas de lunetos (aunque todavía se pueden ver restos de su cubierta ojival original), aparece un enterramiento en su muro este, en donde todavía se observa la huella de un primitivo acceso al exterior. Pudiera tratarse quizás del primitivo, aunque posteriormente modificado, “locutorio”. - Y por último señalar la entrada a la primitiva sala de monjes, probablemente de dos naves separadas por columnas y tres tramos cada una, cubiertos con bóvedas ojivales cuyos arranques y plementerías todavía son parcialmente visibles. El resto de las dependencias bajas -excepto quizás la fachada del calefactorio, ubicado casi en el ángulo oriental de la panda sur- se encuentran prácticamente destru idas, así como las del piso alto, aunque el muro superior de la panda del capítulo analizada todavía conserva los vanos de medio punto correspondientes al dormitorio de monjes. Destrucción que afecta de manera especial al claustro que se extendía al oeste del primitivo (probablemente del siglo XVI) destruido por sendos incendios acaecidos a finales del siglo XVI y principios del XVII (1592 y 1615). LA ESCULTURA El tipo de decoración esculpida que encontramos en Santa María de Sandoval responde en cierta medida y como no podía ser de otra forma a los rigurosos y austeros “principios” escultóricos que regían la estética cisterciense, descaradamente antifigurativa en pro de una ornamentación vegetal y geométrica predominante. Nada mejor que analizar dos de las tres portadas abiertas en el templo (puesto que la que comunicaba con el claustro -según los restos aún visibles, de medio punto sobre un par de columnas emplazadas sobre alto podium- fue sustituida por otra clasicista del siglo XVII) para comprobar los distintos sentimientos que, a nivel ornamental, regían dos momentos tan dispares como finales del siglo XII y pleno siglo XV. La denominada “Puerta del Cementerio”, abierta en el brazo norte del transepto, pertenece a la fase más primitiva del edificio: abocinada y de medio punto, sus tres arquivoltas -con decoración en zigzag muy acentuado o simplemente con una sencilla moldura de medio punto o de baquetón- apean sobre tres pares de columnas cuyos capiteles presentan distinta temática: entrelazos, flores hexapétalas, palmetas, etc. En cuanto a la portada occidental, también abocinada y apuntada, sus tres arquivoltas -separadas por bandas planas ornamentadas con motivos vegetales de hojarasca- presentan una mayor riqueza iconografía en la que se conjugan elementos vegetales y figuras antropomorfas y zoomórficas; tanto arquivoltas como bandas apean sobre seis esbeltas columnas a cada lado. Cada una de ellas con su correspondiente capitel de sección hexagonal, en donde se reproducen distintas imágenes relativas a monjes en distintas actitudes (casi todos con libros en las manos excepto dos, uno con las llaves -el portero- y otro el cocinero), y fustes que apoyan en basas sobre zócalos cilíndricos. Sobre el dintel, formado por un arco carpanel ornamentado con hojas de roble, el tímpano aparece decorado con un relieve en el que aparece Cristo crucificado flanqueado a su derecha por una Virgen sedente con el Niño y por San Bernardo ¿o deberíamos identificarlo con el abad don Pedro de Vega? arrodillado a su izquierda; la escena se desarrolla en el monte Gólgota (representado por un peñasco con símbolos mortuorios como la calavera y un fémur). Sobre el vértice de la última arquivolta un ángel sostiene un escudo de armas. Al exterior predominan, en el caso de la cabecera y transepto, los capiteles campaniformes lisos, a veces coronados por almejas (como en el cenobio de Moreruela y en la catedral de Zamora), o bien decorados con temas vegetales, principalmente hojas lanceoladas soldadas a modo de cáliz (muy similares a las que ornan los capiteles de los altares del monasterio -también cisterciense- de Santa María de Valdediós en Asturias y en el más cercano de Gradefes). Una distinción cronológica que, cómo no, también se hace patente en el interior del templo, muy especialmente en los capiteles, en donde se han llegado a diferenciar dos grupos; así, en su parte más antigua (cabecera, transepto y primer tramo de las naves) predomina el rigorismo y austeridad cisterciense no exenta de ciertas alusiones a la temática románica (representaciones del bestiario, luchas, ángeles apocalípticos, etc.) sobre una cesta troncocónica invertida y ábaco liso con una decoración estrictamente basada en formas fitomórficas tratadas de forma muy estilizada, pero con una talla prácticamente plana y muy angular o geométrica (rosetas inscritas en círculos, palmetas, piñas, cintas, arquerías yuxtapuestas, almenados, círculos secantes, etc.). Sencillez que denotan también los capiteles de la sala capitular, en donde cabe destacar la decoración geometrizante de alguna que otra arquivolta a base de modillones de rollo, motivo que ya en el tercer cuarto del siglo XII vemos aparecer en la catedral de Zamora y, posteriormente, en Santa María del Mercado (León). A medida que nos vamos alejando de la cabecera del templo, la escultura, a la vez que se vuelve más complicada -con intrincadas labores de calado- cambia su temática, empezando a aparecer una mayor fantasía figurativa en la que abundan las representaciones de animales fantásticos y la simbiosis de elementos vegetales (guirnaldas) y figurativos (figuras humanas desnudas): es el que se considera como segundo grupo. Hacia los pies del templo, los capiteles se transforman en bandas decorativas. Algunos basamentos de la zona más antigua van recorridos por cenefas y en sus esquinas muestran talladas flores de lis, palmetas entre cintas, hojas nervadas, etc. Y también en la decoración de las claves se marcan las diferentes etapas constructivas, o al menos las más importantes (rosetas, motivos florales, figurados y simbólicos), así como en las marcas de cantero (de mayor complejidad y rica iconografía las del siglo XII) o en el perfil de los nervios de las bóvedas. Exteriormente los paramentos absidales presentan tallados los capiteles de las columnas laterales de las triples columnas que suben hasta la escalonada cornisa; y lo hacen con entrelazos, animales afrontados y otros elementos vegetales. Estos capiteles se disponen de forma alternativa entre canecillos a veces de simple nacela o bien con diferentes motivos, todos ellos muy generalizados en la iconografía románica: flores de seis pétalos, entrelazos, “atlantes”, luchas con animales, etc. No obstante destacar también, por lo excepcional, el báculo esculpido en una de las ventanas del ábside central, que ha sido definido como “una licencia que se ha permitido el maestro de obras, fuera de la ornamentación habitual de estos momentos”, pero que también podríamos interpretar como una exaltación simbólica del poder episcopal. Respecto a la talla existente en el tímpano de la portada occidental resaltar la influencia que sobre ella ejerció la escultura flamenca del siglo XV, presente en detalles como la exagerada torsión del cuerpo de Cristo o el plegado de las ropas de la Virgen (profusión de pliegues presente también en el hábito de los monjes que aparecen en los capiteles). Dentro del apartado escultórico cabría destacar dos piezas. La primera, ubicada junto a la puerta occidental, es un capitel corintio reaprovechado como pila de agua bendita; su tipología y talla nos retrotrae a períodos prerrománicos, más concretamente a la época de repoblación (siglo X). A pesar de sus concomitancias y analogías artísticas con los del tramo oriental del cercano templo de San Miguel de Escalada, se considera que procede de la primitiva fábrica altomedieval del desaparecido monasterio, y también cercano, de San Pedro de Eslonza. Y la segunda es una pieza del mobiliario litúrgico; nos referimos al altar situado en el hemiciclo del ábside norte. Del tipo “mensae” o altar bloque, paralepípedo y confeccionado a base de sillares sobre zócalo, posee columnillas angulares con capiteles vegetales muy esquemáticos, uno de ellos sustituido por la imagen del báculo (que ya veíamos representado en el interior de una de las ventanas del ábside central). Como curiosidad la presencia de una cruz ancorada, de Calatrava o Alcántara, enmangada en un astil. Pero no podemos concluir este breve estudio de la decoración esculpida de Sandoval sin hacer referencia a la escultura funeraria, puesto que en el interior del templo encontramos tres sepulcros de finales del siglo XIII o principios del XIV. Todos ellos se encuentran muy deteriorados: dos de ellos, localizados en la parte baja de los muros presbiteriales de la capilla mayor y mirando hacia el altar, uno en frente del otro, pertenecientes a los fundadores del cenobio, el francés don Pedro Ponce de Minerva (muerto en 1174) y su mujer doña Estefanía Rodríguez (fallecida en 1183); y un tercero, abierto en el muro norte del brazo norte del transepto, perteneciente a don Diego Ramírez de Cifuentes. Junto a este último señala Cruz y Martín la existencia de una leyenda: “Aquí yaze el señor Don Diego Ramírez de Cifuentes... quién donó a este monasterio a Navatexera y Otero y las heredades de Nogales, porque dieran sepultura aquí a dicho hermano... era de mil quatrocientos y siete”. Todos ellos en la modalidad sepulcral de arcosolio y de similares características, puesto que en las tapas aparecen representados en bulto redondo los personajes en posición yacente y en los frontales distintas escenas: en el caso de los condes escenas de duelo. La imagen policromada y tallada en madera de la titular del monasterio, Nuestra Señora de Sandoval, se encuentra actualmente en el palacio episcopal de León. Sedente y con el Niño, responde al modelo tradicional de Theocokos, con gesto expresivo y factura cuidada. En el Museo Arqueológico Nacional se guarda una arqueta-relicario de esmalte de Limoges, datable hacia 1230; de tipo tumbal aparece rematada por una crestería de arquillos de herradura y bolas. Se decora frontalmente con ángeles inscritos en círculos, mientras que en los laterales aparecen los apóstoles bajo arquerías.