Identificador
09530_01_020
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 44' 4.03'' , - 3º 24' 48.46''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Oña
Municipio
Oña
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
COMO EL RESTO DE LOS GRANDES monasterios de fundación altomedieval, Oña experimentó una profunda y continuada remodelación de su primitivo conjunto monumental. Ya en 1332 se derribaban los ábsides tardorrománicos para ser remplazados por una amplia cabecera cuadrangular, cubierta con techumbre de madera, que proporcionaba a la iglesia un diáfano y desahogado coro. A ella se trasladó el panteón condal. Durante la segunda mitad del XIV, después de haber sido víctima del saqueo con la guerra civil, el abad Sancho Díaz (1381- 1419) decidió fortificar el monasterio, recomponiendo y restaurando el perdido tesoro. Desde comienzos del siglo XV, al abrigo de una holgada situación económica, se emprendía nuevamente un proceso de renovación, que afectaría en gran medida al conjunto plenorrománico. Durante el abadiato de fray Juan de Roa (1465-1479) comenzaron a sustituirse las oscuras naves del viejo edificio. Adaptándose al crucero del XIII, y manteniendo la caja mural del siglo XI, se llevó a cabo una nave única de mayor altura y con capillas laterales. Para hacer frente al peso de sus bóvedas se introdujeron arbotantes y, con objeto de compensar la escasa iluminación que permitían las pequeñas saeteras románicas, se realizaron amplios vanos en alto. Esta campaña tardogótica, que también abovedó la gran cabecera construida durante el siglo anterior, dignificaba además el panteón, sustituyendo los viejos sepulcros pétreos por otros de nogal, cobijados por templetes, y encargando la realización de un retablo. Finalmente, se modificaba la portada exterior en el pórtico occidental del viejo templo. Concluidas las obras en la iglesia, y superados los problemas derivados del ingreso de la comunidad en la Congregación de Valladolid, se decidió continuar con las dependencias monásticas. En los años de tránsito del siglo XV al XVI se desmanteló el claustro románico llevándose a cabo uno nuevo que, a partir de una inscripción desaparecida, se ha adscrito a Simón de Colonia (1508). También la mayor parte de las dependencias experimentaron reformas: nuevos dormitorios en la crujía meridional del claustro, junto al refectorio. A mediados del XVII se ponía en marcha, una vez más, otro amplio programa constructivo: ahora, cámara abacial, renovación de la mayordomía y la hospedería y, sobre todo, una nueva cillería que alaban todos los cronistas. En la iglesia se sustituyó la bóveda del crucero por un cimborrio. También en esta época, aprovechando un lienzo de muralla, se monumentaliza el acceso principal con una gran fachada. Durante la primera mitad del XVIII se eliminó el recinto fortificado meridional y se edifica un patio. A lo largo de esta centuria, además, la iglesia adquirió en su interior el aspecto actual. Lo más relevante fue el desmonte del antiguo retablo mayor para realizar el camarín, que hoy alberga los restos de San Íñigo (obra de 1756). En cambio, el siglo XIX -como para el resto de monasterios- iba a significar, desde sus inicios, el principio del fin. Durante la invasión napoleónica lo ocuparon las tropas francesas, que habían saqueado también la villa. Los destrozos que causaron en las diversas dependencias sumieron a Oña en un considerable deterioro; profanaron el panteón y el conjunto de sepulturas y dispersaron su contenido. El Trienio Liberal y, finalmente, la desamortización de 1835, pusieron el punto final a su trayectoria benedictina y quedó abandonado. A los pocos años de su desmantelamiento la situación del conjunto era ruinosa: en 1837 se había desplomado la torre, arruinando la llamada capilla de Sancho IV y dañando parte del muro septentrional de la iglesia. En 1842 el monasterio -con excepción de la iglesia, que se convierte en parroquial de la villa-, fue adquirido en subasta pública por un particular. Durante estos años se acometieron algunas obras en el templo; entre las que afectaron al conjunto medieval cabe destacar la construcción, en 1856, de una amplia espadaña en la fachada occidental, que hará las veces de la arruinada torre de campanas. En 1880 los jesuitas adquirieron el conjunto con excepción de la iglesia, el claustro y la llamada To rre del Reloj, que eran propiedad del pueblo a raíz del decreto de exclaustración. Fueron necesarias una serie de intervenciones dirigidas a habilitar el conjunto, obras que prosigueron tras su ocupación como Colegio Máximo. Como otros centros religioso-monásticos, en 1931 fue declarado Monumento Histórico-Artístico. En 1967 la comunidad jesuita se vio obligada a trasladarse a Bilbao, incorporándose a la Universidad de Deusto. Los edificios, nuevamente en venta, en esta ocasión son adquiridos por la Diputación Provincial de Burgos, que decidió convertirlo en Hospital Psiquiátrico Provincial. De las construcciones primitivas no se conserva nada visible. Tenemos que pensar en la existencia de un edificio construido hacia 1011, momento de su fundación. Seguramente este primer edificio sería sustituido a partir de 1033, tras la reforma monástica y la disolución de la comunidad dúplice. Desconocemos si esto se produjo de manera inmediata o, por el contrario, hubo de esperar a la consolidación de la renovada comunidad, durante el gobierno del abad Íñigo (1035-1068). Lo único que sabemos es que, tras su fallecimiento, el futuro santo debió enterrarse en el muro meridional de la construcción, entonces existente. Teóricamente los templos prerrománicos de Leire y San Juan de la Peña podrían proporcionarnos una idea aproximada sobre la tipología templaria de la hipotética iglesia en estos años iniciales. Pero, sin rechazar esa posibilidad, también es muy probable una intervención constructiva durante el abadiato de Íñigo. El seguro incremento de la comunidad y una próspera situación financiera posibilitarían algo más que la ampliación de las primeras, y sin duda efímeras, dependencias claustrales. Sobre la iglesia románica el documento más antiguo -puesto de relieve por Whitehill- se encuentra en el Cronicón de Cardeña (ca. 1327) en donde se informa de que la iglesia de Oña fue edificada en 1074. Sin embargo, la credibilidad de esta fuente en general, y en particular por lo que respecta a Oña, resulta más que dudosa. Es significativo que a continuación sitúe la toma de Toledo (1085) en 1075 o, años antes, el óbito de San Íñigo (†1068) en 1047. Un dato que podría ofrecernos alguna información indirecta se deriva de las diversas ubicaciones del sepulcro del santo abad, hasta su introducción en la iglesia. Considerando que, como se ha visto, desde el último cuarto del siglo XI y comienzos del XII se puso en marcha un proceso de renovación templaria, precisar el momento en que se produjo el traslado resultaría de gran ayuda para determinar, aproximadamente, la fecha de conclusión de los trabajos constructivos en la campaña que nos interesa. Como se sabe, en Silos, el perfecto conocimiento del paso de los restos de Santo Domingo (†1073) desde el claustro a la iglesia (1076) ha permitido el establecimiento de cronologías relativas para ésta. Sin embargo, en nuestro caso resulta tarea compleja, ya que no contamos más que con las informaciones, indirectas y contradictorias, transmitidas por los diferentes autores modernos. Como por otro lado parece lógico, todos ellos parten de que la primera localización fue “la claustra”, es decir, en la clausura monástica, y seguramente en el muro meridional del templo. Puede señalarse que en 1125 se documenta un primer traslado pero no hay unanimidad respecto al lugar en el que fueron colocados los restos: por un lado se dice que desde el claustro viejo al nuevo; por otro desde el claustro a la iglesia. Tras el Concilio de Tours (1163) Alejandro II concedió facultad al obispo de Burgos para canonizar al abad Íñigo. En 1203 [1065 según Argáiz] se trasladó, junto a las reliquias de San Ato, desde el claustro “a donde yacen juntos” (¿la iglesia?). En 1332 se derribó la cabecera tard o rrománica. En 1455 se trasladó desde un lugar “poco decente” a una nueva capilla de la iglesia. En 1465-1478 se procedió a abovedar la cabecera. Finalmente en 1470 se trasladó a una capilla, en el muro meridional del templo. De todo ello puede señalarse que partimos de que la gran movilidad experimentada por los restos del santo abad parece debida a la puesta en marcha de obras, tanto en la iglesia -sustitución del viejo templo a fines del siglo XI y construcción de una nueva cabecera en los primeros años del XIII- como en el claustro. Con las precauciones que exigen los contradictorios datos expuestos, no parece probable que los restos de San Íñigo se introdujeran en la iglesia hasta su canonización en 1163. Las noticias de 1125 están lo suficientemente interpoladas para dudar de su veracidad, aunque es probable que respondieran a un traslado de las reliquias del santo-taumaturgo en el mismo claustro. Con las reservas que cabe imponer, podemos suponer que a su muerte, en 1068, el abad Íñigo fue enterrado en la zona de clausura, junto al muro meridional del templo prerrománico. El inicio de las obras en la nueva iglesia románica obligaron a que se trasladara a otro lugar, que los diferentes autores identifican con la panda del refectorio. En 1125 es llevado al muro de la recién construida iglesia, en donde reposa hasta que, a partir de 1163, ya canonizado, pudo introducirse en la iglesia desconociendo el lugar en el que se depositaron. Desconocemos si las obras de ampliación de su cabecera, a comienzos del siglo XIII, exigieron el traslado, ya que no sabemos su ubicación exacta en este período, aunque no es descartable su localización en la zona oriental y, por lo tanto, su inevitable desplazamiento. Con el derribo de estos ábsides (1332) se produce un paréntesis informativo de casi siglo y medio, en 1455 fue necesario el traslado a una capilla nueva, a causa de que el lugar se consideraba “poco decente”. Dentro de la dificultad que entraña el precisar su nueva localización, podemos suponer que podría tratarse de un espacio específico, en el área de la gran cabecera tardogótica, del que hasta entonces carecía. Hacia 1470, con la construcción de la bóveda de la capilla mayor en marcha, el sepulcro se retrasaría a la nave, concretamente a su muro meridional, colindante al claustro. En el muro medianero de éste se mantendría, hasta un “fabricado” redescubrimiento en 1598. Este suceso coincide -quizá no casualmente- con el comienzo de las obras del claustro. De este lugar pasarían nuevamente a la capilla mayor, hasta su definitiva instalación en el camarín construido en 1756, donde actualmente se encuentran. Centrándonos en la iglesia, la construcción actual se encuentra sometida a la caja mural del viejo templo románico, que es claramente perceptible desde el hastial y a lo largo de todo el paramento exterior del muro perimetral norte, hasta el supuesto arranque de la cabecera. También resulta posible rastrearlo, a pesar del enfoscado, en algunas zonas del interior. Es por esto que podemos plantear que alcanzaría una longitud aproximada de 40 m x 16 m de anchura. Asimismo, los contrafuertes del hastial permiten aproximarnos a su distribución espacial: tres naves, de 6 m la central y 4 m las laterales. El material utilizado es la piedra toba escuadrada, conformando una sillería pseudoisódoma. Son excepción los soportes ornamentales, todos ellos realizados en caliza. Además, hay que sumar una serie de fragmentos, entre los que sin duda destacan cinco grandes capiteles de caliza (0,60 x 0,32 x 0,55 m) y otros tantos modillones. Todos ellos fueron encontrados in situ en el curso de los años setenta y comienzos de los noventa; actualmente se exhiben en el claustro. No conservamos resto visible alguno de la primitiva cabecera que, como se ha dicho, se derribó a comienzos del siglo XIII para dar paso a la ampliación oriental. Baste decir que se compondría de tres ábsides, que arrancarían de la posición actualmente ocupada por los pilares occidentales del crucero que conservamos. Con orientación septentrional se erigía la torre -desplomada a mediados del XIX-, parte de cuya sillería se encuentra dispersa en el cementerio de la villa y conformando la fábrica de la llamada casa de herramientas, junto al hastial. Afortunadamente, se mantuvieron algunos testigos que nos posibilitan conocer su configuración tectónica. En el nivel inferior se aprecian dos ménsulas y parte de los arcos que configuraban la capilla del Cristo. Su comunicación con el templo se cegó tras el derrumbamiento de la torre. Sobre ellos se desarrolla un gran arco doblado de comunicación desde la iglesia, apoyando sobre sendos capiteles, parcialmente ocultos por el muro postizo contemporáneo a la capilla tardogótica. Más arriba, una línea de imposta lisa, el arranque de una ventana y sendas “pseudotrompas” que sostendrían la cubierta primitiva. A partir del lienzo conservado, y teniendo en cuenta la estructura cupulada que cerraba este espacio, podemos considerar que alcanzaría una superficie de 6 m por lado. En el ángulo oriental permanecen aún en pie los restos de un husillo y su correspondiente puerta de acceso, con arco de medio punto ciego. Se inserta en su sillería una columna y dos fragmentos de chambrana. Tanto ésta en su diseño, como la basa y el capitel en dimensiones, presentan una completa semejanza con las de los dos vanos conservados en el hastial. También comparte con ellos el fuste monolítico. Así, se impondría su pertenencia a una ventana de columnas acodilladas. Sin embargo, tanto sus dimensiones -definidas por el propio tamaño de la columna-, como su tipología, son propios de un desarrollo plano, por lo que resulta difícil aceptar que su ubicación actual -un husillo cilíndrico- fuera la original. Desconozco otros ejemplos de husillos que, con dimensiones tan limitadas, presenten vanos de estas características. Todo apunta a que éste no fuera su emplazamiento primitivo y, aunque carecemos de imagen completa de la torre, es muy posible que en ella se abrieran ventanas del mismo tipo que las que encontramos en el frente occidental, con las que el ejemplo que nos ocupa presenta evidentes similitudes. En el interior, esta zona se corresponde con el primer tramo tardogótico del templo, cubierto en altura por la bóveda de la capilla lateral septentrional. Su acceso lo posibilita una escalera de subida al tras-órgano, ubicado en el crucero del XIII. Es, pues, el lugar en que se imbrican las tres fases que configuraron el templo. Lo primero que llama la atención es un cuerpo ortogonal, que invade el espacio de lo que fue nave lateral del evangelio. Se adapta al ángulo del husillo y, tanto en la parte inferior como en su cornisa, aparece una línea de imposta taqueada, claramente reaprovechada. Buena parte de la superior es nueva, pero su configuración es idéntica a las que ornamentan el conjunto arquitectónico oniense (0,20 m). Esta última recorre dicho módulo hasta encontrarse con un sencillo pilar, sobre el que apoya el arco perpiaño gótico de la nave lateral. En el cuerpo ortogonal es claramente perceptible una fractura vertical, que interrumpe las hiladas de sus sillares: es aquí donde el muro plenorrománico es remplazado por el de la primera campaña del XIII. En el tramo siguiente -hacia el oeste-, que se corresponde con el primero de la nave del XIV, vuelve a constatarse el enorme formero de medio punto, doble rosca y perfil rectangular, que comunicaba la nave lateral norte con este ámbito cuadrado que formó parte de la torre. Se encuentra parcialmente oculto por la sillería, colocada tras ser anegado por la capilla del Cristo, y el casquete de la bóveda del XIV. La ventilación de esta última la posibilita un sencillo vano abierto en el muro. Cubre este espacio, hoy oculto, la bóveda cuatripartita de la abortada reforma del XIII; se aprecia, además, en posición transversal, otro arco de medio punto a modo de arbotante interno. Desde esta posición es posible observar, parcialmente, el capitel occidental románico, ya visto desde el exterior. Regresando al exterior, y avanzando ahora hacia el cuerpo de naves, se conserva también, aunque muy alterado, el paramento norte; lo horadan ocho sencillas ventanas de medio punto, acodilladas y con un suave derrame, que se prolongan hasta el hastial. Aún pueden apreciarse las señales de una imposta, seguramente taqueada, que recorría todo este lienzo, dibujando las chambranas de los vanos, presumiblemente afeitada al situarse aquí la capilla de Sancho IV. Sin embargo, no queda vestigio alguno de contrafuertes que, de haber existido en origen, tendrían que haber interrumpido esta línea. Por lo que respecta al paramento sur, tan sólo resta, parcialmente descubierta al exterior, la ventana más occidental. En el interior de los muros laterales, en la zona más próxima al hastial, se puede percibir parte de una línea de imposta taqueada (de nuevo 0,20 m de altura) de idéntica composición a la que, en el exterior, enmarca las ventanas de la fachada. Se extiende de forma discontinua a lo largo del paramento meridional, hasta el tramo del crucero. En este mismo lienzo todavía subsisten algunos de los primitivos fustes -reaprovechados para el apeo de los nervios góticos-, que se entregan directamente al muro sin el apoyo de codillos. El más próximo al crucero ha conservado su basa ática, si bien se afeitó el zócalo sobre el que apoyaba. Respecto a la fachada, también bastante distorsionada por la gran espadaña que la corona, vanos y contrafuertes interiores permiten establecer que se organizaba en tres calles, en correspondencia con las tres naves. En el centro desarrolla un pequeño pórtico cuadrangular, cuya portada exterior, tal como ya se ha dicho, fue sustituida a fines del siglo XV, si bien se conservó la arquivolta exterior -de rosca plana y arista recorrida por un grueso bocel- y la chambrana taqueada. La rosca muestra sus dovelas decoradas con sencillas cuñas paralelas, talladas a bisel. De los dos vanos que desde el hastial iluminaban las naves laterales, tan sólo nos ha llegado completo el septentrional. El del lado sur -al igual que el contrafuerte correspondiente- se cercenó parcialmente cuando se construyó bajo él una capilla, de la que aún es posible apreciar una ménsula, en el ángulo con el sobrepórtico. Aquél se articula con columnas acodilladas de fuste monolítico, basas áticas sobre plinto y zócalo, y capiteles con cimacios taqueados (0,20 m) que se prolongan en la línea de imposta. Las cestas se decoran con volutas superpuestas y muñón de flor pentafoliada (izquierda), y volutas entrelazadas (derecha), ambas de 0,35 m de altura. Ya en ambos vanos, los arcos son de medio punto, con doble arquivolta de arista abocelada, la superior decorada -en la zona plana de la rosca- con motivos de cuñas paralelas, como vimos en la portada; los cobija una chambrana taqueada que descansa finalmente sobre la línea de imposta. La solución de las arquivoltas nos permite imaginar que la portada debió presentar una factura similar, si bien no parece que pudiera haber desarrollado un derrame acusado, debido al reducido grosor del muro en que se abre. Seguramente contaría con un sólo acodillamiento a cada lado, sobre el que se dispondrían sendas columnas. Sobre la bóveda del pórtico, y enrasado con las dos ventanas laterales, se encuentra un sencillo vano, abierto también en arco de medio punto doblado, pero sin ningún tipo de articulación ni molduras decorativas, que completaría la iluminación del templo en su nave central. Este vano p e rmanece hoy oculto por el cuerpo que se superpuso al pórtico y que eliminó el tejadillo a dos aguas, que en origen debía cubrirlo. En los muros laterales de esta pequeña estructura se aprecia lo que podría ser su límite de altura, una imposta lisa. Finalmente, en cuanto al interior del pórtico (3,30 x 3,10 m), se aboveda con arista y se abre a la iglesia mediante un sencillo arco, trasdosado por una línea decorativa compuesta por segmentos de entrelazos. Tras este umbral, espacio transitorio cuyo más inmediato paralelo habría que buscarlo en el ya mencionado de San Pedro de Arlanza, se penetra en la iglesia. ¿Cómo se han interpretado estos restos? Los primeros autores tendieron a unificar los vestigios pertenecientes al románico pleno y al románico tardío. En 1840, Juan Guillén Buzarán hacía una apasionada denuncia por el estado de deterioro y abandono en que se encontraba el conjunto monástico, e insertaba un tosco grabado en el que se podían apreciar aún los restos de la torre, derruida tres años antes. La primera aproximación cronológica llegó de la mano de Rodrigo Amador de los Ríos, quien señalaba que la iglesia románica fue construida a fines del siglo XII o principios del XIII, durante el reinado de Alfonso VIII. Por su parte la fachada occidental no podría ser llevada más allá de los últimos días del siglo XII. Años más tarde era Eloy García de Quevedo quien manifestaba, indirectamente, la opinión de Vicente Lampérez sobre la influencia de Las Huelgas de Burgos en los restos que se consideraban de comienzos del siglo XIII. Este último señaló que un templo de comienzos del siglo XII experimentó una reconstrucción casi total en el primer tercio del siglo XIII aprovechando los restos anteriores. Basándose en los datos derivados de la supuesta primera traslación del cuerpo de San Íñigo supuso que la primera iglesia románica podría estar concluida en el año 1124. En 1917, Enrique Herrera Oria retomaba el planteamiento de Lampérez sobre la iglesia románica tardía. Walter Whitehill (1941) se centró también en la iglesia, y siguiendo la escueta información que proporciona el Cronicón de Cardeña, señalaba que la iglesia plenorrománica se habría construido en 1074. De esta forma, coincidiría con el marco cronológico supuesto para Frómista (ca.1066), con la que -al igual que Arlanza- se emparentaría tipológicamente. Para él, sobre el pórtico se alzaría una torre con un plantemiento similar al de la fachada de San Esteban de Corullón. En sus líneas básicas esta opinión fue reproducida por José Gudiol y Juan Antonio Gaya (1948). En 1950 aparecía la obra del jesuita Enrique Arzalluz, en el que, introduciendo dibujos explicativos, trazaba la trayectoria constructiva del conjunto monástico. Para este autor, en la línea de Lampérez, una nueva iglesia y su claustro sustituían al viejo monasterio a comienzos del siglo XII. Sin razonarlo, señalaba que el templo estaría concluido totalmente en 1174 y a comienzos del XIII era derribado y reemplazado por otro mayor. Sus opiniones fueron compartidas por José Pérez Carmona (1959). Desde entonces y salvo algunas referencias puntuales, las aproximaciones al conjunto románico experimentaron una detención que concluyó en los años noventa. Entre aquellas, Salvador Andrés Ordax (1987) sugirió la posibilidad de que la iglesia hubiera incluido un transepto, aunque sin justificarlo explícitamente. Al analizar los restos románicos de la iglesia de Oña, lo primero que hay que señalar es que la iglesia responde, en todos sus elementos, a los parámetros del románico pleno y, a juzgar por los restos conservados, manifiesta una completa unidad de fábrica en la campaña plenorrománica que ahora analizamos. La ausencia total de excavaciones se presenta, sin embargo, como una lamentable carencia que nos impide puntualizar sobre aspectos tales como la definición y tipología de los soportes internos. Sin embargo pueden señalarse algunas cuestiones. La tipología del pórtico occidental responde a una solución muy extendida desde época paleocristiana y se convirtió en una verdadera constante arquitectónica en época medieval. Teniendo en cuenta la ausencia de contrafuertes exteriores, la particularidad de columnas entregas al muro en el interior y, finalmente, la escasa potencia de los muros, que no supera en ningún punto el metro de anchura, puede establecerse que la iglesia, no sólo no se abovedó, sino que todo apunta a que nunca se planificó de esa manera. La torpeza que muestra el único elemento sustentante que se ha conservado, la trompa de la supuesta torre, pone de manifiesto la limitación técnica de que adoleció la cantería oniense. Así pues, nos encontraríamos ante un proyecto arquitectónico que enlaza con otros coetáneos como el de Arlanza. Los vanos de iluminación son perfectamente visibles en el muro del lado norte; a su vez, en el lienzo meridional podemos determinar aproximadamente la longitud del tramo entre dos columnas entregas. Si aplicamos a este último la distribución de vanos constatable en el lado norte, y a su vez proyectamos a lo largo de toda la caja mural fustes entregos cada 6 m, el resultado es que en algunos tramos la prolongación de éstos interceptaría el desarrollo de los vanos, lo que indicaría que dichos fustes fueron colocados con posterioridad a la elevación de todo el perímetro mural, ventanas incluidas, y sin considerar la ubicación de éstas. Respecto a la antigua torre, monasterios como Leire, Cardeña o Silos, y, con posterioridad, la mayor parte de las iglesias que optaron por esta estructura polifuncional, las ubicaron en el tramo correspondiente al crucero. Sin embargo, la de Oña presenta una diferencia sustancial respecto a todas las demás: el gran arco doblado que la comunicaba con el templo. Parece difícil que un arco de esta monumentalidad, que conlleva un acusado sentido de deambulación, fuese concebido para dar acceso desde la iglesia al piso bajo de una torre; lógicamente, debía comunicar con un espacio más importante. Éste y otros indicios apuntan la posibilidad de que, en realidad, se tratara del brazo de un transepto, al que se sumaría otro en el lado meridional. De esta forma, Oña plantearía un recurso espacial muy utilizado a lo largo del siglo XII, con una particularidad: el abovedamiento con cúpula y su remate exterior torreado. Efectivamente, en el tramo conservado las trompas nos hablan de la presencia de una bóveda semiesférica, sobre la que -a modo de crucero monumentalizado- se levantaría una torre. Resulta interesante cotejar estos restos con el más tardío crucero del priorato oniense de mayor importancia: San Pedro de Tejada (segundo cuarto del siglo XII). Allí, tomando uno de sus lados, y con una diferencia material (caliza), de estereotomía y técnica evidente, entre las dos trompas, plenamente configuradas, que descansan sobre un resalte moldurado, se sitúa el mismo pequeño vano rectangular que vemos parcialmente en Oña. En cuanto a la realización de transeptos, los referentes más próximos en cronología los encontramos en la catedral compostelana (ca. 1105), en el segundo San Isidoro de León (post. 1124) y en las iglesias monásticas de Santo Domingo de Silos (ca. 1130-1140) y San Facundo y Primitivo de Sahagún o San Isidoro de Dueñas (fines del XII). A excepción de la catedral compostelana y de la iglesia de Sahagún, el resto de ejemplos asumieron este recurso litúrgico-espacial en un segundo momento. En Oña, sin embargo, de interpretarse esta estructura como el brazo de un transepto, se adaptaría desde un principio, tal y como evidencia la unidad de fábrica subrayada por los capiteles, parcialmente cubiertos. El peculiar tratamiento recibido por este transepto -considerando que el otro brazo fuera similar-, con cubierta cupulada y remate torreado, nos sitúa ante una tipología que no encuentra respuesta en nuestro románico. Para encontrar la planificación de transeptos similares hay que retrotraerse a ejemplos, tan lejanos cronológicamente, como el representado por Santa Lucía del Trampal -con las lógicas reservas derivadas de su fuerte restauración-, que plantea tres torres. Fuera de lo hispánico, la existencia de iglesias con varias cúpulas resulta bastante común, sobre todo en el amplio grupo de “file de coupoles”, cuya primera experiencia -Saint-Étienne de Périgueux- data de comienzos del XII. Sin embargo, además de no rematar en torres, su particular mecanismo tectónico, fundamentado en las pechinas, y la potencia de muros, lo alejan de la presumible solución oniense. Tan sólo un pequeño grupo de templos, muy disperso y con el común destino de la destrucción, estaría constituido por torres cupuladas de similar disposición: Déols (Indre), Saint-Martin de Tours (Indreet-Loire) y Cluny (Saône-et-Loire). Sin embargo el ejemplo más próximo, y del que no se registran consecuentes, lo encontramos en la tercera iglesia de Cluny. El gran transepto presentaba un eficaz tratamiento volumétrico; estaba provisto de tres torres, de la cuales, las correspondientes a los brazos del propio transepto se abovedaban con cúpulas sobre trompas. La cronología de esta zona ha sido tradicionalmente establecida a partir de la adjunta Torre del Reloj, cuya capilla fue consagrada en 1115, aunque otras opiniones llevan su realización a una segunda fase, cronológicamente más tardía. Otro edificio de gran interés es la iglesia colegial de Sainte-Marie de Quarante (Hérault) que, construida su zona oriental a mediados del siglo X I (1053), destaca por incluir un transepto que al exterior se remata en torres. Sin embargo, existen varios problemas para la existencia en Oña de brazos de transepto torreados. En primer lugar, un análisis del paño mural correspondiente en el lado sur, es decir, en el lugar al que se abriría un hipotético brazo meridional muestra claramente la inexistencia de fractura alguna. Esto resulta bastante extraño, sobre todo si tenemos en cuenta que en su extremo derecho u occidental se conserva una de las columnas con basa románica del primitivo templo, lo que certifica la coetaneidad de los muros próximos. Además partimos de que el trazado del claustro tardogótico actual respondería al románico previo, en su última configuración. A ello hay que sumar la conservación del refectorio, de mediados del siglo XII, que marca el límite oriental de la panda sur del claustro en esas fechas. Además, la actual panda del capítulo corresponde, en su disposición topográfica, a la reforma tardorrománica que -como se ha dicho- sustituyó la primitiva cabecera del templo por otra más retrasada hacia Oriente. Esta panda se planificó desde los nuevos ábsides, en diagonal descendente N-S, seguramente a fin de enlazar con la del refectorio. Si consideramos la posibilidad de que en el lado sur del templo se hubiera dispuesto un brazo de transepto y atendemos a las soluciones topográficas asumidas por otros conjuntos con similares características, como Silos, se presentan ciertas dificultades. Efectivamente, un tramo cuadrangular de transepto impondría una panda del capítulo absolutamente ajena a la mentada panda del refectorio, así como un desarrollo claustral muy reducido. Si, en cambio, pensamos en la posibilidad de que este brazo hubiera sido eliminado, ello debió suceder antes de 1141, año en el que se concluía el refectorio. De no ser así, nos encontraríamos ante una disposición claustral que en la década de los años treinta del siglo XII resultaría bastante atípica, aunque no absolutamente descartable si atendemos a otras configuraciones, como la del propio Cluny. Sólo una excavación a rqueológica podría aclarar esta cuestión. En lo que se refiere al pórtico, se ha propuesto que fuera destinado a albergar los restos de los condes y reyes castellanos, siguiendo la tradición hispánica ilustrada por múltiples ejemplos. Sin embargo, sus dimensiones (poco más de 3 m por lado) resultan algo escasas para la coexistencia de las sepulturas con la función de acceso principal a la iglesia. A fines del siglo XI se conservarían, al menos, las sepulturas de los condes fundadores -Sancho García y Urraca-, su hija Tigridia -primera abadesa de la comunidad-, el conde García y el rey Sancho II. Lo angosto del espacio y el nulo vestigio de cualquier testigo que pudiera hacernos pensar en esa ubicación, dificultan su confirmación. Además, parece extraño que una iglesia que se levanta exnovo a fines del siglo XI, no contemplara la realización de un espacio funerario más capacitado para la recepción de nuevos enterramientos privilegiados. Por ello, dada la entidad de los difuntos y la limitación espacial de la estructura, este pórtico de entrada podría interpretarse, simplemente, como la pervivencia de un elemento de transición espacial, muy expandido en el pre rrománico hispánico, del que seguramente dispuso el propio templo prerrománico de Oña. Parece por lo tanto que las sepulturas se ubicaran en el exterior, concretamente en el ángulo suroeste del mismo pórtico. Existe una persistencia en la utilización de ese espacio, como ponen de manifiesto los restos de abovedamiento gótico y la parcial destrucción de la ventana meridional del hastial. Ya se ha mencionado la manda emitida por Alfonso VII en 1137 para que los sepulcros de sus antepasados, hasta entonces in obscuro loco, fueran introducidos en la iglesia. Resulta extraño que no se cumpliera, ya que sólo nueve años después, en 1146, escogía el panteón oniense para enterrar a su hijo, el infante García. Sin embargo, a fines del siglo X I I I, Sancho IV -verdadero reformador de panteones regios- reprochaba que las sepulturas estuvieran ubicadas en el exterior del templo y ordenaba su traslado a una nueva capilla, que habría que construir con advocación a Santa María. Argáiz señalaba que “estaban antes a los pies de ella, en un patio que hoy esta cercado de muralla, en arcas de piedra, con sus epitafios”. En lo que se refiere a la escultura, hay que señalar que en el curso de los sucesivos trabajos de restauración han ido saliendo a la luz diversas piezas que se conservan dispersas entre la sala capitular y el claustro del monasterio. El conjunto responde a dos grupos de factura y técnica muy diferente que podrían atribuirse, al menos, a dos talleres. En primer lugar se encuentran cinco capiteles procedentes del interior de la iglesia (0,60 x 0,35 m), de caliza, estilísticamente pleno-románicos (ca. 1080-1100) y encontrados a fines de los años setenta en el muro meridional, a la altura de cubiertas y en su primitiva ubicación. Excepto uno, prescinden de la figuración y el resto reproducen el motivo más reiterado de este taller: entrelazos con volutas. Puede verse en un ejemplar conservado in situ -en muy mal estado-, en el pilar oriental del arco de apertura hacia el presunto transepto y, finalmente, en la chambrana de la puerta occidental de la iglesia. Este motivo, ajeno a lo hispánico, se desarrolla con profusión en Francia desde época carolingia, generalizándose, especialmente, en el área del Macizo Central francés durante el siglo XI. En nuestro territorio se observa en los ejemplos románicos más tempranos como el ábside central, en San Salvador de Sepúlveda (post. 1093). El capitel figurado presenta una composición destacada sobre un fondo neutro, rematado en volutas ralladas que convergen en los ángulos, y muñón central. Sobre él se desarrollan dos figuras de gran torpeza: león dominado por un hombre. En ambas coexiste el tratamiento de bulto, para la definición de figuras y objetos, con la talla a bisel e incisiones, centradas en los detalles: pelaje del animal, meandros del collar... Ninguna de ellas invade el espacio del collarino. Frente al acomodo del animal a la cara principal de la cesta, el escultor, dando muestra de su dificultad en la creación de composiciones figuradas, ha postergado al personaje a una de las caras laterales. Este desequilibrio compositivo no hace sino acentuar las limitaciones del autor, que representa un cuerpo embrionario sin ápice de anatomía. El cabello, que pretende ser rizado, se recoge con una cinta en un lejano eco clásico. Por último existe un capitel corintinizante ubicado en fecha desconocida en el husillo (0,45 x 0,35 m) que muestra una hilera triple de caulículos con una resolución más evolucionada que las precedentes. Finalmente hay que hacer referencia a los capiteles de la ventana septentrional de la fachada oeste. Pertenecientes también a este taller, sus dimensiones coinciden, aproximadamente, con las del capitel precedente, con el que se relacionan también plásticamente. Una vez más las cestas se decoran con volutas superpuestas y muñón de flor pentafoliada (izquierda), y volutas entrelazadas (derecha). Existen también algunos modillones de diferentes facturas; la mayor parte de ellos aparecieron in situ en lo que fue la cornisa SW del templo pleno-románico y podrían ubicarse en las primeras décadas del siglo XII ya que manifiestan un conocimiento pleno del léxico vigente en los principales focos activos en el entorno de 1100 (ángel, figura de animal, motivo vegetal). Puede decirse que estamos ante una plástica, fruto de un taller que presenta un léxico muy limitado, cuya base la conforman entrelazos y volutas entrecruzadas. Sólo uno de ellos -y un modillón- incluye decoración figurada, si bien muy primaria en su factura, y ninguno debió rematarse con otro cimacio que no fuera el taqueado que recorre el conjunto de las líneas de imposta. La unidad de la mayor parte de la fábrica viene confirmada, pues, por la homogeneidad escultórica. Por otro lado, los focos escultóricos aludidos, con los que pueden establecerse concomitancias compositivas, pertenecen todos ellos a las últimas décadas del siglo XI. Sin embargo, no hay motivo ni composición alguna que pueda relacionarse con el prolijo recetario ornamental de los principales centros en las dos últimas décadas del siglo XI. Respecto a la datación de todos estos restos, en primer lugar hay que reiterar la desconfianza al año 1074 por parte del Cronicón de Cardeña, debido a los errores que presenta en otras datación. El contexto político-religioso de las últimas décadas del siglo XI hacen aconsejable hacer arrancar la primera fábrica románica de Oña al período 1076-1080. Es entonces cuando se dirime la adecuación del particularismo litúrgico castellano y leonés a los usos transpirenaicos. Además coincide con la segunda parte del próspero abadiato de Ovidio (1068-1088), quien, aunque desconocemos el grado de protagonismo, hubo de coexistir con el nuevo clima reformista. Iniciativas constructivas renovadoras, como las protagonizadas por el obispo de Burgos o el abad Vicente de Arlanza, son ilustrativas a este respecto. Al igual que el resto de las construcciones, los trabajos debieron demorarse; los canecillos encontrados en el ángulo SW de la iglesia, pertenecientes a un románico más maduro, justifican esta tardanza. De hecho estarían en mayor sintonía con la fecha utilizada por Lampérez para situar el final de los trabajos en la iglesia: 1124. Una década más tarde, en 1137, Alfonso VII realizaba la aludida donación con el fin de que fueran introducidos en el interior de la iglesia los cuerpos de sus antepasados, localizados hasta entonces in obscuro loco. En esa fecha los trabajos debían estar ya centrados en la conformación o renovación de las dependencias claustrales; de hecho -como veremos-, en 1141 se concluía la fábrica del refectorio, en cuya decoración trabaja un taller de técnica mucho más depurada que el responsable de las últimas aportaciones escultóricas de la iglesia. Por tanto, los trabajos debían encontrarse ya en la panda sur del claustro, en el que se habría avanzado paralelamente a los muros perimetrales; cinco años más tarde era enterrado en el templo el infante don García. La iglesia no experimentó nuevas intervenciones hasta el entorno de 1200. Ante la demanda de espacio y al igual que otras construcciones monásticas, se amplió el templo con una nueva cabecera, rebasando la plenorrománica hacia el este y hacia el norte, y se construyeron los torales orientales del transepto, siguiendo el modelo burgalés de las Huelgas. Este proyecto -que afectó también a la sala capitular-, pudo haber planteado la renovación integral del templo, pero no tuvo continuidad hasta muy avanzado el siglo. Es posible que todavía se procediera a sobreelevar la torre, situada al norte, con la anexión de un cuerpo, tal y como re p resenta un grabado de Pérez Villamil. Se re alizarían después dos nuevos pilares, los torales occidentales, sometidos ya a la caja mural del viejo templo de fines del XI. Se posibilitaba, así, la elevación de un nuevo crucero abovedado. Sin embargo, este segundo impulso tampoco fue más allá, manteniéndose las naves románicas -como veremos- hasta entrado ya el siglo XV. De hecho, no se constatan nuevos trabajos constructivos más que a partir de 1285, cuando Sancho IV mandó levantar un panteón funerario -la capilla de Nuestra Señora- para sus antecesores. Ubicada en el exterior, junto a la nave septentrional y la mencionada torre, experimentó sucesivas reformas que acabaron, finalmente, con su pérdida, a raíz de la ruina de esta última en el siglo pasado. A partir de los fragmentos que aparecieron en su área, el claustro románico que fue demolido a fines del siglo XV debía corresponderse, al menos en parte, a pleno siglo XII. La conservación del perímetro que configuraba el antiguo refectorio nos señala la exacta extensión de la panda meridional a mediados del siglo XII (1141), cuando se concluyó. En el transcurso del año 1969, a raíz de una serie de trabajos de reacondicionamiento, apareció en su muro este, a unos tres metros del suelo, una arcada con restos de pinturas. Esta dependencia, que ensalzan a menudo los cronistas por su gran fastuosidad, había sido renovada en numerosas ocasiones, alterando progresivamente su aspecto de origen. Debió tener unas dimensiones de 25 x 8,90 m. El acceso desde el claustro lo posibilitaría una puerta ubicada en su muro septentrional, y a la cocina otra en el occidental. Una serie de vanos, dispuestos en el lienzo meridional, harían posible la iluminación de este espacio, por lo demás, cubierto por una estructura de madera. Como consecuencia de las transformaciones experimentadas por el monasterio entre fines del siglo XV y comienzos del XVI, se abrió un vano de comunicación entre el refectorio y la nueva cocina ocasionando la destrucción de su arco central. Es más que probable que fuera también entonces cuando se emparedó el frontal. Gracias a Gregorio de Argáiz que recogió una inscripción ubicada sobre el frontal sabemos que el refectorio fue obra del abad Juan III (1137-1160) siendo concluido en 1141 (1179 de la era hispánica): In era MCLXXI factum est hoc opus regnante imperatore domno Aldephonso in Toleto et per omnes Hesperias. La citada arquería se compone de dos bloques en caliza blanca, policromada sobre su cara visible, de 0,27 m de profundidad; 0,60 m de altura y 3,17 m (izquierdo) y 2,03 m (derecho) de longitud. Cada uno de ellos consta de tres fragmentos, unidos por una sutura que corta por la mitad las enjutas. Los dos bloques formaban parte de un conjunto que se desarrollaba a lo largo de todo el frente oriental del refectorio -8,90 m-, restando entre ambos un espacio de 1,86 m, cifra que corresponde al diámetro del arco central, hoy desaparecido. Sin embargo en una colección particular se conserva un resto de este arco que permite reconstruir, con bastante veracidad, su desarrollo completo. Presenta dos arquivoltas, una interior, en zigzag, y otra exterior, decorada con palmetas contrapuestas. Sobre esta pieza se desarrolla un friso, algo más pequeño que el precedente (8,5 cm), con parte de una inscripción en la que se puede leer: “...DITIB...” (de condo?). No subsiste vestigio alguno de fustes -seguramente pilastras, a juzgar por el perfil rectangular de los capiteles- y basas. En España, no conservamos ninguna pieza similar. Sabemos, no obstante, que la decoración de refectorios con arquerías en el muro principal, es decir, en el frente oriental, era un recurso articulador corriente en la época. Es el caso del refectorio del monasterio premonstratense de Santa María la Real de Aguilar de Campoo (Palencia), si bien su calidad es netamente inferior a la de la arquería de Oña. En Francia, conviene señalar el magnífico refectorio de la abadía de Saint-Wandrille (Seine-Maritime). La articulación de este frontal presenta una evidente y sorprendente similitud con el cancel del coro de la gran iglesia de Cluny III, fechado hacia 1130. Asimismo la estilística de su ornamentación encuentra semejanzas evidentes con los talleres que ponían fin a la gran iglesia de Cluny en la década de los treinta. No parece arriesgado hablar del traslado de mano de obra borgoñona tal y como prueba el claustro del monasterio de Cardeña hacia 1142. Hay que tener en cuenta que los reinos occidentales de la Península Ibérica formaban entonces un territorio que salía de un período crítico, consecuencia de los dos decenios previos de luchas civiles, y retomaban el rentable proceso de conquista territorial a costa de un al-Andalus considerablemente debilitado.