Identificador
09000_0061
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 20' 19.43'' , Lomg:3º 42' 0.03''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
Localidad
Palacios de la Sierra
Municipio
Palacios de la Sierra
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Burgos
Municipio
Burgos
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
En el Museo de Burgos, que ocupa las antiguas casas renacentistas de Miranda y de Íñigo Angulo, y cuyo acceso se hace desde la calle de Miranda, se hallan depositadas algunas de las mejores piezas del arte románico de esta provincia, tanto de escultura como de imaginería, como de orfebrería. En algún caso lo que el visitante puede contemplar constituyen los escasos testimonios de monasterios medievales desaparecidos, como San Pedro de Berlangas, San Juan de la Hoz o Santa Dorotea de Cigüenza; en otras ocasiones son algunas de las producciones más brillantes del arte románico medieval a nivel europeo, tal es el caso del Frontal de Silos o de la Virgen de las Batallas de San Pedro de Arlanza. Varias de estas piezas, las más relevantes, se estudian en la ficha correspondiente a su lugar de procedencia, por la vinculación histórica y cultural tan directa que tuvieron al sitio donde fueron vistas y veneradas por fieles y monjes durante largos siglos. Nos referimos concretamente a la Virgen de las Batallas -guardada aquí por depósito del Museo del Prado-, que es estudiada en San Pedro de Arlanza, y a tres piezas silenses que se incluyen en ese monasterio: el famoso Frontal (invº 190), la arqueta de esmaltes (invº 197) y la arqueta de origen musulmán, de marfil, con aplicaciones posteriores de placas esmaltadas (invº 198). Del resto haremos aquí un pequeño comentario. 1. ESTELA FUNERARIA DEL CONFESOR GARCÍA Piedra caliza 23,5 x 6 cm Supuestamente procedente del desaparecido monasterio de San Pedro de Berlangas, Tordómar. Invº. 4933 El antiguo monasterio de San Pedro de Berlangas, o San Pedro de Valeránica, se hallaba en el término de Tordómar, junto a las riberas del Arlanza. Aquí ejerció su maestría caligráfica el monje Florencio a lo largo de las décadas centrales del siglo X, escriba de obras tan reconocidas como el documento fundacional del Infantado de Covarrubias, la Biblia mozárabe de León, el Libro de las Homilías de Smaragdo, que se conserva en la catedral de Córdoba, o los Morales de San Gregorio, guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid. Favorecido el monasterio por Fernán González, fue cedido posteriormente por Sancho II al obispo de Oca-Burgos, cuando en el año 1068 restaura la sede. Y en manos episcopales estaría hasta que en 1416 el obispo Pablo de Santa María se lo entregó al noble Gómez Castrillo, lo que sin duda constituyó el comienzo de su desaparición, que ya se había consumado a mediados del siglo XVII. Supuestamente de este monasterio proceden dos piezas conservadas en el Museo, la estela funeraria que ahora nos ocupa y una lauda sepulcral que estudiaremos más adelante, aunque en realidad la estela fue comprada a unos particulares de Tordómar que la conservaban en su casa, sin que pudieran precisar el exacto lugar de procedencia. Esta pequeña estela, que ha perdido el pie pero que conserva en bastante buen estado su cabecera discoidal, es quizás una de las más antiguas e interesantes que se conocen en Castilla y León. Se halla trabajada en las dos caras, con una fina labor, mostrando en su anverso una inscripción dispuesta en doble círculo concéntrico, enmarcando a una cruz griega incisa, de cuyos brazos penden al alfa y el omega. Lamentablemente la inscripción está bastante dañada en el círculo externo, lo que ha hecho que entre otras cosas se haya perdido la fecha del óbito. Su traza es muy regular, con letras de 16 mm. de altura que conservan aún restos de la pigmentación roja que debió servir para destacar el epígrafe cuando estaba dispuesto en el camposanto. En el círculo exterior, el peor conservado, dice: ... [O]RA DECIMA COMPETURI A ... A COMPLETUR ... AS K(a)L(en)D(a)S ... El interior se halla en perfecto estado y dice: OBIT IN PACE FAMVLVS D(e)I GARSEA CO(n)FESOR Escrita en letra visigótica, con algunas abreviaturas, se caracteriza por la casi ausencia de nexos, que sólo aparece en el caso de la F y E en la palabra confesor, donde además la F se prolonga hacia abajo, rebasando el interlineado, lo mismo que ocurre con la P de completur y la L de famulus. En esta última palabra además se da otro rasgo curioso y es que la segunda V en realidad tiene forma de Y, mientras que la primera lleva un trazo horizontal, como si se tratara de una A invertida, una cualidad que aparece en las demás veces que se repite esa vocal. Otras características de la grafía es la letra O romboidal y la existencia de lo que pueden ser algunas minúsculas en kalendas, así como una T cerrada en la palabra obit, mientras que las otras tienen la habitual forma T. Osaba y Uribarri publicaron esta pieza en el año 1976, pero la lectura que aportan del círculo externo es bastante distinta: ... RADELIMA COMPITVRI ... COMPLETUR ... ASIRLO ... En cuanto a la interpretación, el obituario del confesor García no tiene duda alguna, pero el círculo exterior, debido a los daños que le afectan es casi imposible de entender, aunque creemos que puede tratarse de una pequeña oración fúnebre o un verso que cuenta el paso del difunto al Mas Allá, señalando seguramente la hora en que se produjo el deceso. Así pues, nuestra interpretación sería más o menos la siguiente: ... En la hora décima [el alma] ha ido al encuentro ... es colmado ... kalendas ... Murió en paz del siervo de Dios García, confesor. En el reverso aparece incisa otra cruz griega, de anchos y regulares brazos, de la que penden también el A y W, que se rematan en la parte superior del brazo con sendas flores de lis, algo que ya aparecía en la cruz del anverso, aunque en ese caso sólo eran dos pequeñas incisiones paralelas. Este tipo de cruces son muy típicas del mundo prerrománico y aparecen con cierta frecuencia en el arte asturiano, como por ejemplo en las pinturas murales de San Julián de los Prados o en el relieve de San Martín de Salas, pieza esta última en la que las dos letras que representan el Principio y el Fin se corresponden en la parte superior de los brazos también con sendas flores de lis, aunque los brazos no acaban en recto, como es nuestro caso, sino en lóbulos. Esta cruz, junto con la tipología de las letras, fue lo que indujo a Osaba y Uribarri a fechar la pieza entre los siglos VIII y X, pero, sin que pretendamos desechar esta hipótesis, quizás sí que podamos hacer algunas precisiones sobre la cronología. En primer lugar cabe reseñar el hecho de que el monasterio de San Pedro de Berlangas -si es que finalmente la pieza procediera de ahí, como parece lo más verosímil- no aparece documentado al menos hasta el año 942, en la donación que le hace Fernán González de sesenta eras en las Salinas de Añana, aunque sobre esta carta existen sospechas de autenticidad. Por otro lado la pervivencia de este tipo de grafía hasta finales del siglo XI en que se impone la carolina, es un hecho, e incluso hasta tiempos más tardíos, como lo demuestra una inscripción de San Miguel de Cornezuelo de 1200 en la que O sigue siendo romboidal. Lo mismo que la pervivencia de la cruz griega con alfa y omega, que también la encontramos representada por ejemplo en el Liber Testamentorum de la catedral de Oviedo, que se fecha hacia 1118. Es por esto por lo que, sin rechazar de plano la cronología dada por Osaba y Uribarri, también podía establecerse una fecha más tardía, alcanzando al menos hasta los años mediados del siglo XI o el tercer cuarto del mismo, cuando el estilo románico comienza su gran expansión, aunque será precisamente en elementos como la epigrafía donde mejor se mantiene por algún tiempo la tradición visigótica. 2. LAUDA SEPULCRAL DE MUÑO GONZÁLEZ Piedra caliza 99 x 63,5 x 25 cm Procedente del desaparecido monasterio de San Pedro de Berlangas, Tordómar. Invº. 974 Se trata de una tapa de sepultura de sección trapezoidal, con la cara superior a dos aguas y con estola central en la que se dispone la inscripción funeraria. Se conserva sólo la parte de la cabecera, que a juzgar por las medidas puede corresponder aproximadamente a la mitad de la pieza, a no ser que correspondiera a un enterramiento infantil, en este caso de menor tamaño. Los paños inclinados están decorados a base de roleos, en disposición continuada y sinuosa, rematando en hojas apuntadas, un motivo que es muy característico de la ornamentación románica, con multitud de ejemplos repartidos por impostas, cimacios, portadas o pilas bautismales. También fue publicada por Osaba y Uribarri, quienes dicen que cubría a un “sepulcro antropoide y bísomo”, considerándola “de tradición visigótica, pero dentro del mozarabismo, ya que el biselado tan típico de lo visigótico no existe”; sin embargo estos autores no alcanzaron a leer el texto que porta, que consideraban dispuesto en dos renglones. Una lectura parcial ha aportado más recientemente Belén Castillo. Verdaderamente el texto se halla muy maltratado, aunque con una grafía muy bien trazada, que guarda grandes similitudes con la estela anterior. En realidad se trata de una sola línea de texto, que a juicio nuestro dice lo siguiente: OBIT IN PACE FAMVLVS DEI MVNNIV GVNDI[SALVI] ... Murió en paz el siervo de Dios Muño González ... Se repiten las V con trazo horizontal, como en la estela, aunque ahora la presencia de nexos es frecuente y así aparecen ligadas la N y la P de in pace, la F y A de famulus, la D y E de Dei y, aunque se ve mucho peor, parece que también forman nexo la M y V y tal vez las dos N y V final del nombre del difunto (Munniu). La O de obit, más que leerse, casi se intuye, y el nombre del finado también está muy erosionado. Por último cabe reseñar el hecho de que la palabra famulus de dispone en dos líneas, lo que hizo pensar seguramente a los autores que la dieron a conocer la disposición general en dos renglones. En cuanto a su cronología, hacemos extensiva la opinión vertida sobre la estela anterior, de que es un texto que puede alcanzar los primeros momentos del románico, sobre todo en este caso por la presencia de los roleos. Desgraciadamente aquí también se ha perdido la fecha del óbito. 3. CUATRO ESTELAS DE LA NECRÓPOLIS DE PALACIOS DE LA SIERRA Piedra arenisca roja 69 x 14,5 x 15 cm 34 x 21,5 x 16 cm 40 x 21,4 x 7 cm 50 x 33,5 x 16,6 cm Procedentes de las excavaciones arqueológicas en la necrópolis de Palacios de la Sierra. Invº. 8698, 8699, 8700 y 8701, respectivamente Esta necrópolis se sitúa junto al río Arlanza y fue excavada por Alberto del Castillo y sus colaboradores a partir de 1968, exhumándose más de cuatrocientas tumbas de lajas, a las que se encontraron asociadas un total de 112 estelas. Hoy la mayor parte se conservan en la localidad, pero en el Museo se exponen cuatro piezas decoradas, junto a una quinta que en realidad creemos que es una simple piedra, aunque ello no quiera decir ni mucho menos que no cumplió también la labor de señalización de una sepultura. Las cuatro piezas que aquí recogemos son muy distintas, una circunstancia que probablemente obedezca a la posibilidades económicas y técnicas de quien las hizo o mandó hacer. En cuanto a su fecha, según manifiestan los excavadores, debe encuadrarse entre la segunda mitad del siglo XI y la primera mitad del XII, por tanto dentro de un momento románico, que fue precisamente cuando este tipo de señalización tuvo su mayor éxito. La primera de ellas es un bloque prismático, muy alargado, de sección cuadrangular, pero que prácticamente es así de cantera, mostrando en una de sus caras una cruz griega con brazos rematando en curvas, esto es, una esvástica. La segunda es una piedra muy irregular, apenas desbastada, con una cruz griega, incisa, en el anverso y otra similar en la cara plana superior, mientras que el reverso es irregular y carece de motivo. La tercera es una pieza con cabecera discoidal en cuyo anverso alisado se ha grabado incisa una cruz latina. Por último, la cuarta pieza es la mejor hecha, con cabecera discoidal y vástago trapezoidal, decorada en ambas caras con cruz griega de brazos crecientes, en relieve. Casi la mitad superior del disco se ha perdido, aunque llega a verse bien que la cruz de una de las caras porta disco central y astil. 4. TRES ESTELAS FUNERARIAS DE VILLARGÁMAR Piedra caliza blanca 43,5 x 30,5 x 9,7 cm 43,5 x 32,5 x 10,7 cm 49,5 x 36 x 14,5 cm Procedentes de la granja de Villargámar, Burgos Invº. 116, 119 y 170, respectivamente Estas tres estelas, por su procedencia, se asocian al despoblado de Villargámar, documentado desde 1103 y que se situaba al oeste de la capital, pero dentro de su término. Son tres hitos de sepultura cuyo interés radica fundamentalmente en que dos de ellos portan inscripción. La primera es una pieza con cabecera discoidal y vástago de dos cuerpos, uno superior más estrecho -a modo de cuello- que se abre bruscamente para dar paso al sector que iba hincado. El anverso, que se halla alisado, muestra dos círculos concéntricos incisos en cuyo centro se dispone una cruz de Malta, también incisa. Del círculo externo parten dos líneas verticales que recorren el vástago, mientras que entre ambos círculos aparece una inscripción que parecía tener tan sólo dos palabras, ocupando sólo la mitad derecha del posible campo epigráfico y cuya primera palabra, la correspondiente al nombre del difunto, de ha perdido casi por completo. Se lee: ... RS CONBERSVM ... rs, converso. El reverso carece de decoración y tan sólo lleva en el vástago las dos incisiones verticales paralelas. Parece pues pertenecer a un personaje vinculado a algún monasterio, a un lego sin dignidad sacerdotal, es decir, un “converso”. Por el tipo de letra bien puede fecharse en el siglo XII. La segunda de las estelas de Villargámar tiene cabecera trapezoidal, con la parte superior redondeada, con un ancho vástago recto, de hombros marcados. En el anverso muestra una decoración formada por una línea incisa perimetral dentro de la cual se acoge una composición geométrica, de laterales sogueados flanqueando un trapecio dividido en cuatro sectores triangulares mediante las dos diagonales, siendo los laterales lisos y el superior e inferior rellenos de líneas incisas en V. Encima de esta figura geométrica aparece una inscripción con tres letras, aunque quizás pudo tener una cuarta: MUN Sin duda se trata de un nombre, Munio, muy frecuente en todo el ámbito castellano -especialmente en el burgalés- durante la alta y plena Edad Media. La grafía está vinculada a la tradición visigótica, pero perfectamente puede datarse en la segunda mitad del XI. El reverso también pudo tener decoración puesto que las marcas de talla que ahora presenta nos indican que esta cara ha sido retallada en época moderna. En cuanto a la tercera estela, presenta disco decorado en ambas caras, con vástago trapezoidal de hombros marcados. La decoración es bien simple y se repite en anverso y reverso, con una línea incisa perimetral, abierta en la base, que delimita una cruz griega cuyos brazos rematan en tres apéndices, todo hecho a base de incisión. 5. CAPITEL DE SAN PEDRO DE ARLANZA Piedra caliza Capitel: 31,4 x 42 x 35 cm Cimacio: 12 x 52 x 32, 3 cm Procede del monasterio de San Pedro de Arlanza, Hortigüela Invº. 431 No es cuestión de resumir aquí la dilatada historia y la importancia artística de San Pedro de Arlanza, para lo que remitimos a la correspondiente ficha. Inseparable en sus orígenes de la leyenda que lo vincula a la familia de Fernán González, su gran iglesia románica fue fundada en el año 1080 y hoy, como buena parte del resto del edificio, no es más que un montón de ruinas donde el deterioro, todavía en estos tiempos que se dicen ilustrados, sigue avanzando implacablemente para vergüenza de todos. Al margen del voluminoso lapidario que se conserva en el propio monasterio, en el Museo de Burgos se halla un capitel decorado en sus cuatro caras con motivo vegetal organizado en dos órdenes, uno inferior con pequeñas hojas de helecho, sobre las que aparecen grandes cogollos que ocupan las esquinas y centro de la cesta, superado todo por pequeñas volutas. Sobre él se halla un mutilado cimacio -no sabemos si en correspondencia original- decorado con roleos. En nada se parece esta pieza a los demás capiteles conservados en el monasterio de San Pedro de Arlanza y al menos puede decirse que no guarda relación con la escultura de la iglesia, cuyas cestas son mucho más esquemáticas y cronológicamente creemos que anteriores a ésta. Perteneció sin duda a una columna exenta, tal vez del desaparecido claustro románico, aunque tampoco parece coincidir con los restos escultóricos que se han identificado con él. Ibáñez Pérez resalta su clasicismo, poniéndolo en relación con los capiteles 42 y 44 del claustro bajo de Silos, según la nomenclatura de Pérez Carmona. Sin embargo, aunque aparentemente el motivo vegetal guarde ciertas coincidencias -lo cual ocurre a menudo en las cestas románicas con este tipo de decoración-, el capitel de Arlanza está estilísticamente bastante alejado de los del claustro silense. 6. CUATRO CAPITELES DE SANTA DOROTEA DE CIGÜENZA Piedra caliza blanca 28, 4 x 25,7 x 27,5 cm 28,5 x 25,7 x 27,6 cm 39,2 x 45,5 x 29 cm 39 x 46 x 31 cm Proceden del antiguo monasterio de Santa Dorotea, Cigüenza Invº. 127, 128, 173 y 174 respectivamente El monasterio femenino de Santa Dorotea, próximo a Villarcayo, es conocido desde el año 959, cuando la condesa y monja doña Fronilde le entrega una serie de bienes, entre ellos otros monasterios menores. Más tarde pasaría a depender de Oña. Los cuatro capiteles aquí conservados forman dos parejas, los dos primeros de menor tamaño que los segundos, aunque sin duda pertenecientes ambos a un mismo edificio y ambiente artístico. Todos están tallados por tres caras y los motivos decorativos presentan una superficie perfectamente alisada, favorecida por la calidad y textura de la piedra. El primero se decora con amplias hojas lisas cuyas puntas forman volutas de las que penden pequeñas palmetas con cierta talla a bisel, rematando en ábaco de tacos lisos. El segundo, del mismo formato, presenta una decoración semejante, pero ahora de las volutas cuelgan pequeñas cabezas felinas, mientras que los tacos se rellenan con aspas a bisel. Estas dos piezas, por su tamaño y labra parecen corresponder al soporte de algún arquillo adosado a la pared, quizás a un friso de arquerías de las que a veces decoran ábsides o presbiterios. En modo alguno pueden ser de ventana. El tercer capitel, ya de mayor tamaño, sigue la misma tónica que el primero, aunque con las palmetas colgantes más amplias, abiertas casi en abanico, rematando en tacos con aspas biseladas. Su pareja, en cuanto a medidas, lo forma el cuarto capitel, que se sale un tanto de la tónica general, aunque también parte del mismo fundamento. En este caso delante de las dos grandes hojas lisas avolutadas se disponen dos parejas de leones afrontadas. Cada pareja se encuentra en la esquina, compartiendo la misma cabeza. Por el tamaño, estos dos últimos capiteles pertenecerían a un arco toral, quizás a un triunfal. En conjunto nos recuerdan a la composición de algunas de las cestas que decoran la cabecera de San Pedro de Tejada, aunque en este caso el tratamiento es distinto. Su datación quizás pueda incluirse dentro de la primera mitad del siglo XII. 7. CUATRO CANECILLOS DE SANTA DOROTEA DE CIGÜENZA Piedra caliza blanca 28,3 x 26 x 27,5 cm 28,5 x 21 x 36 cm 28 x 20,5 x 37 cm 29 x 20,6 x 35,5 cm Proceden del antiguo monasterio de Santa Dorotea, Cigüenza Invº. 250, 251, 253 y 255 respectivamente El primero representa a una figura humana con cabeza lobuna vista de perfil. El personaje va vestido con túnica sujeta con cíngulo y muestra los brazos cruzados sobre el pecho. Sin duda se trata de una figura satírica, el mismo motivo que encontramos también en uno de los canecillos sin procedencia que se conservan en el patio de la Facultad de Teología de Burgos. Su mayor anchura respecto a las otras piezas se debe a un regruesamiento lateral ajeno a la decoración. El segundo es una triple nacela concéntrica rematada en el centro con dos pitones, un modelo de can que se encuentra ampliamente repartido por toda la provincia. El tercero es un personaje visto frontalmente, con las manos cruzadas sobre el abdomen, mientras que el cuarto representa a una pareja desnuda en amorosa actitud , y que ya Pérez Carmona puso en relación con otros canecillos de San Quirce de Los Ausines, pero que también encontramos en Tobes, en Avellanosa del Páramo, en Neila, en la tardía iglesia de Vallunquera o en otro de los canecillos y en un capitel de la Facultad de Teología. 8. CANECILLO DE SAN JUAN DE LA HOZ Piedra caliza 24,5 x 15,3 x 35 cm Procede del antiguo monasterio de San Juan de la Hoz, Cillaperlata Invº. 8584 Se encontraba este monasterio benedictino junto a las riberas del Ebro, donde fue fundado en una época tan temprana como es el año 890. Parece que en origen tuvo una comunidad dúplice y que de aquí salieron las monjas que en el año 1011 fundaron San Salvador de Oña, del que finalmente pasó a depender hasta su desaparición en el siglo XVII. Durante la década de 1980 fue objeto de varias campañas de excavación dirigidas por Esther Loyola y Josefina Andrío, que documentaron la superposición de tres iglesias distintas. La pieza de época románica que se conserva en el Museo es un fragmento de canecillo con representación de la cabeza de un caballo, de sencilla talla pero de notable naturalidad. Además hay depositado un pequeño capitelillo decorado con hojas lisas en dos planos, que seguramente perteneció a un ajimez, pero que creemos de cronología prerrománica. 9. CAPITEL DOBLE DE SAN MARTÍN DE LOS AUSINES Piedra caliza de Hontoria de la Cantera 35 x 56 x 29 cm Proceden del antiguo monasterio de San Martín, Modúbar de San Cebrián Invº. 8585 Este monasterio, también conocido bajo la advocación de los Santos Mártires, se conoce ya desde el año 944, aunque su existencia debía ser anterior, puesta esta fecha corresponde al acta en la que Diego Gudéstioz, Asur Vermúdez y Fernando Gudéstioz, junto con sus respectivas mujeres, lo emancipan de su dominio. Del año 975 data un pacto suscrito entre el abad y los 33 monjes que habitaban el cenobio, pero en 1039 los reyes Fernando I y Sancha lo entregan a San Pedro de Cardeña. Martínez Díez sitúa el solar de este monasterio, que él llama de San Martín de Modúbar, en término de la actual localidad de Modúbar de San Cebrián, en el pago donde hubo una ermita bajo esta advocación. El nombre que recibe sin duda se debe a que estaba dentro del alfoz de Ausín y cerca de su castillo. El capitel que nos ocupa presenta doble y estilizada cesta, decorada con amplias hojas de helecho que parten del collarino y alcanzan hasta el ábaco, volviéndose en los extremos o enlazándose en la unión entre cestas. Su cronología puede establecerse hacia la década de 1180, compartiendo el mismo ambiente escultórico que se vivía en las Claustrillas del monasterio de Las Huelgas. 10. TRES CAPITELES DE LA MAGDALENA DE TARDAJOS Piedra caliza margosa, muy blanda 27 cm de altura x 29,5 cm de diámetro 27 cm de altura x 31 cm de diámetro 27,5 cm de altura x 28,5 cm de diámetro Proceden de la iglesia de Santa María Magdalena, Tardajos Invº. 247, 248 y 249, respectivamente Tardajos, en el solar de una ciudad romana situada a la vera de una importante vía, aparece en la documentación medieval en el año 1041, en una donación a San Pedro de Cardeña. En 1069 se registra otra donación a Arlanza, pero finalmente su jurisdicción se la repartirían entre el obispo de Burgos, el Hospital del Rey y la orden de San Juan de Jerusalén. De su desaparecida iglesia de Santa María Magdalena proceden tres magníficos capiteles que forman parte de una misma serie. Con una planta más o menos semicilíndrica, su decoración indica que estaban adosados a una pared. El primero representa una figura simiesca alada, vista frontalmente y ocupando el centro de la cesta, surgiendo a sus lados unas carnosas hojas que rematan en abultadas volutas, una de las cuales se dispone sobre su cabeza. Es una imagen que recuerda a uno de los capiteles de la sala capitular de Silos, aunque los monos de este monasterio -mucho más evidentes- aparecen atados y no son alados. El segundo muestra seres híbridos afrontados, que mal podemos llamar arpías. Con las garras sobre el collarino, tienen cuerpo leonino y una cara muy femenina, con ojos almendrados y largos cabellos abiertos en dos mechones que por un lado se enrollan en sendos pitones y por otro se unen en una disposición similar pero conjunta, formando una voluminosa voluta que separa la dos figuras. El tercero porta en el centro un ave -quizás un águila-, en posición frontal, con las alas abiertas, flanqueada en los costados por sendas aves con las alas plegadas. Como los anteriores capiteles, la parte superior remata en volutas. Las tres son piezas de buena calidad, en perfecto estado de conservación, hasta el extremo que llega a verse todo el trabajo técnico del escultor. Indudablemente fue una misma mano la que ejecutó el conjunto, cuya labor se debió realizar dentro de la primera mitad del siglo XII. Junto a estos tres capiteles y procedentes del mismo lugar se exponen dos canecillos idénticos, con cabezas de león de espesa melena (invº, 83 y 84). Están tallados en una especie de caliza marmórea, yesífera o similar y figuran en el Museo como piezas románicas, pero creemos que ni por el módulo ni por la talla son obra de artífices románicos, sino quizás más bien tardogóticos o renacentistas incluso. 11. ESTELA FUNERARIA DE ARAUZO DE TORRE Piedra caliza 58,5 x 38,5 x 37,5 cm Procede de la localidad de Arauzo de Torre Invº. 4101 Arauzo de Torre, en la transición de La Ribera a las tierras serranas, se documenta desde mediados del siglo XI, vinculado al monasterio de San Pedro de Arlanza. Esta estela funeraria, de pie trapezoidal y cabecera circular, se decora en una de las caras con una cenefa perimetral rellena de hoyuelos cuadrangulares, enmarcando una cruz de brazos crecientes formada a base de incisiones paralelas. La otra cara presenta en el centro una estrella de cinco puntas con roseta central y dos cenefas perimetrales, una dentada y otra de tacos en relieve. Aunque puede ser una pieza de cronología románica, cabe pensar también en una cronología algo posterior, si bien los argumentos en uno u otro sentido deben fundamentarse en aspectos estilísticos, harto difíciles de calibrar en piezas de este tipo. 12. DOS ESTELAS FUNERARIAS Piedra caliza 46 x 27,3 x 13 cm 38,5 x 35,5 x 10,7 cm Procedencia desconocida Junto a la anterior, en el patio de la casa de Miranda se conservan otras dos estelas funerarias de cabeza discoidal y cuya cronología pudiera ser románica, sin asegurarlo. La primera, mucho más sencilla, tiene en una de las caras un círculo con siete radios incisos y en la otra una cruz griega con los tres brazos superiores patados. La otra, con vástago de hombros marcados, luce en uno de los lados una hexapétala biselada y en el otro cuatro discos en forma de cruz. 13. VIRGEN DE BUNIEL Madera policromada 37 x 13 x 7 cm Procede de Buniel Invº 437 En relación con el monasterio de San Pedro de Cardeña aparece el lugar de Buniel documentado desde 1058, cuando Nuño Álvarez dona la mitad de la villa al abad Sisebuto. Se halla junto al Arlanzón , muy cercana a Burgos. La talla es una pieza de pequeño tamaño y muy deteriorada por los insectos xilófagos. Sigue la típica disposición de Trono de la Sabiduría, con la Madre sentada sobre un escaño en rígida actitud, vestida con túnica de pliegues rectos -sobre cuyo pecho cruza una estola- y manto cuya policromía en rojo y azul respectivamente parece ser original, ya que en las lagunas que aparecen bajo ella no se ven otros colores. Los pies, separados, asoman bajo el ropaje, mientras que la cabeza se toca con velo con ligeros pliegues rematado por corona real también tallada y que igualmente parece ser la original. Quizás lo más conseguido sea el rostro, con carrillos y barbilla bien marcadas, con un aire de naturalidad no muy frecuente en las imágenes de esta época. Entre sus brazos, dispuestos en paralelo aunque perdidos hasta el codo, acoge al Niño, mayestático, con pies desnudos y vestido con túnica de cuyo cuello pende una estola recta. El mano izquierda porta la bola y cabe suponer que con la derecha -ahora mutilada- estaría bendiciendo. Curiosamente los brazos de la Madre presentan unos orificios que sugieren la idea de que la parte que falta no estaba tallada en la misma pieza de madera sino que eran elementos distintos encajados. Si la rigidez de las figuras es una cualidad muy típica de la imaginería románica, algunos rasgos como el pliegue del velo materno nos hacen pensar en nuevos aires gotizantes, de modo que podríamos fechar la pieza ya en los primeros años del siglo XIII.