Pasar al contenido principal
x

Detalle cristo románico

Identificador
50033_01_002n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 34' 14.20'' , -0º 32' 57.32''
Idioma
Autor
Antonio García Omedes
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

Ermita de San Vicente

Localidad
Ardisa
Municipio
Ardisa
Comunidad
Aragón
País
España
Edificio (Relación)

Museo Diocesano

Localidad
Jaca
Municipio
Jaca
Provincia
Zaragoza
Comunidad
Aragón
País
España
Descripción
Esta espléndida talla en madera de pino policromada procede de la ermita de San Vicente, cercana a Ardisa y perteneciente a la parroquia de Santa Ana. Para María del Carmen Lacarra sería obra del segundo tercio del siglo xiii y fue trasladada al Museo Diocesano de Jaca siendo párroco don Regino Alastrué Campo, en una fecha indeterminada entre 1969 y 1970. Décadas después de su incorporación, Ángela Franco Mata realizó un estudio de la hasta entonces inédita pieza, que alcanza las medidas de 163 cm de altura, 157 cm de extensión máxima entre sus brazos y 34 de anchura. No se han conservado ni la cruz ni los clavos de las extremidades. El Cristo de Ardisa refleja a un Jesucristo que triunfa serenamente sobre la muerte siguiendo la tipología de cuatro clavos habitual en el arte románico. Aunque muy probablemente fuera obra de un taller local no determinado, ha sido relacionado con algunas imágenes del Valle de Arán de los siglos XII y XIII, especialmente con el Cristo del Descendimiento de Mig Arán (siglo XII), obra del maestro de Erill y hoy custodiado en la iglesia de Viella. En dicho contexto pirenaico algunas de las imágenes cristológicas fueron concebidas originalmente como parte de grupos representando el Descendimiento y cumplían un papel litúrgico diferente. Muchas fueron desmembradas a partir del Concilio de Trento, de tal suerte que las imágenes de Cristo fueron convertidas en crucificados. Paradójicamente, éste sería el camino inverso al sufrido por el Cristo de Ardisa ya que, según Franco Mata, el brazo derecho de la imagen ardisana habría sufrido una rotura en el hombro efectuada para transformar el crucificado precisamente en un Cristo de Descendimiento. La imagen fue restaurada en 1992 para recuperar su disposición primigénea. Otros vínculos estilísticos han sido establecidos por María del Carmen Lacarra con otras dos imágenes aragonesas, no sólo por una incipiente aproximación naturalista a algunos rasgos anatómicos, sino por el tratamiento de barbas y bigote, con una peinada barba terminada en rizos acaracolados y esquemáticos. Se trata del Cristo de San Pedro del monasterio de Siresa, obra del segundo tercio del siglo XIII, que fue descubierta en 1995, así como del Cristo de la ermita de San Mamés de Asín de Broto en Boltaña. El cuerpo fue concebido a tamaño natural, con un tratamiento de la anatomía todavía esquemático pero en el que se advierte ese incipiente naturalismo, reflejado en el tratamiento realista de elementos como el esternón, las costillas señaladas por trazos, la pelvis, el epigastrio dibujado con líneas muy marcadas, el bajo vientre plano o el sutil aspecto del perizonium. Así, la figura presenta un ligero arqueo, de modo que el costado superior derecho se curva en esa dirección y su impasible rostro se inclina en esa dirección. Su artífice empleó la fómula de mostrar ambas manos abiertas y los dedos muy alargados, lo que podría retrasar su cronología a mediados del XIII y estaría adelantando elementos de los Cristos góticos, como señala Franco Mata. De extremidades esbeltas, algo esquemáticas pero ligeramente flexionadas en el caso de las piernas, la figura se remata con dos pies ligeramente tornados hacia afuera. En cuanto al preceptivo paño de pureza o perizonium, está construido con suma delicadeza y se bordea con una especie de greca, posiblemente repintada. Se ciñe a la mitad de la cadera, insinuando los huesos, y se cierra en el centro con un complejo nudo detalladamente ejecutado. Sus pliegues caen así entre las piernas, que quedan tapadas hasta las rodillas, quedando la izquierda al aire con un plegado en diagonal y la derecha cubierta. Si el cuerpo prefiguraba la imaginería gótica, la cabeza tiene un carácter más conservador. El Cristo de Ardisa porta barba y bigotes especialmente rizados, pero su cabellera es lisa, se parte en dos sobre la frente, mientras es recogida por detrás y desparrama sus guedejas sobre los hombros, sin acusar su volumen. El rostro, que muestra unos grandes ojos cerrados bajo marcados arcos ciliares, es alargado y severo, con una nariz recta. El hecho de que no se corone con espinas ni diadema alguna permite apreciar mejor el tamaño de sus orejas, un tanto despropocionadas, así concebidas para compensar la altura desde la cual sería contemplada esta escultura. Las suaves carnaciones de la figura sugieren que la policromía fue probablemente resultado de un repinte posterior. Esta aproximación al Cristo de Ardisa hubiera sido imposible sin la amable disponibilidad de la alcaldesa de la localidad, Ángeles Palacio, y del Museo Diocesano de Jaca.