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Capiteles del interior

Identificador
31400_01_088
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santiago

Localidad
Sangüesa / Zangoza
Municipio
Sangüesa / Zangoza
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA BELLA IGLESIA DE SANTIAGO se encuentra al sureste de la ciudad; si unimos con vectores Santa María, el palacio del Príncipe de Viana, Santiago y el Salvador, trazamos un cuadrángulo en el que Santa María y Santiago ocuparían los extremos de una de sus diagonales. Ambas se erigirían como baluartes defensivos asociados al recinto amurallado. Su fisonomía exterior queda determinada por una airosa torre almenada que se erigió en la Baja Edad Media sobre la plataforma del anteábside. Muy afectado por ampliaciones, embellecimientos y los efectos de las guerras, el edificio recuperó su fisonomía interior medieval a partir una compleja restauración que, iniciada en 1966, quedó finalmente inconclusa. Hoy resta por definir la fachada occidental, tanto en el alero del paramento de la portada, como en el vano de la parte superior. Durante las obras se hallaron diversas estructuras y elementos pertenecientes a la obra románica del hastial (una ventana, varios capiteles, una escalera de caracol, etc.). El ábside central románico queda oculto por el retablo mayor. Son muchos los sillares rotos y desaparecidos; no obstante, conserva los tres vanos moldurados, los seis capiteles de las semicolumnas, la bóveda de horno reforzada por semiarcos, etc. También está a la espera de una intervención que lo rehabilite y facilite su conocimiento público. El documento más antiguo asociado a la historia de la iglesia data del episcopado de Sancho de Larrosa (1122- 1142): el obispo pamplonés nombra abad de la iglesia a un antiguo capellán llamado “Diosayuda”. En 1144 el papa Celestino II confirma las posesiones y derechos de la iglesia pamplonesa, incluyendo entre sus bienes episcopales la parroquia de Santiago. Casi medio siglo después, en 1189, figura como abad de la iglesia Pedro Bernárdez, que aparece ya al frente de una comunidad de varios clérigos. Las magníficas naves que hoy observamos pertenecen estilísticamente al periodo gótico, por lo que el origen románico del templo ha quedado habitualmente en un segundo plano. La interesante articulación gótica no es la única causa que ha provocado el anonimato de las partes más antiguas de la iglesia: un retablo barroco oculta la articulación del ábside central; al exterior, la gran torre almenada obligó a asegurar el perímetro de la cabecera con construcciones perimetrales que también ocultan su configuración. Además el interior estaba muy alterado; fue la restauración la que “descubrió” el ábside norte, el mejor conservado, y en general, el edificio como un conjunto arquitectónico medieval. Vamos a observar los diferentes elementos que hoy caracterizan el primitivo templo tardorrománico. Siguiendo las pautas constructivas tradicionales, las obras de la iglesia se iniciaron por los ábsides y la portada del hastial occidental. Es probable que conforme avanzaba la construcción de la cabecera, se cerrara también el perímetro mural del templo. Hoy conservamos de este impulso constructivo los tres ábsides, con sus capiteles y soportes, y la mitad inferior del hastial occidental, con su portada, vanos y soportes interiores. Son suficientes elementos como para hacernos una idea del proyecto románico que inició el templo tal y como hoy lo conocemos. Comencemos con la planta. Muestra una cabecera de tres ábsides, el central, y el septentrional semicirculares, y el meridional recto, que se abren a un cuerpo de tres naves, divididas en cuatro tramos sin crucero. Las dimensiones generales superan ligeramente a Santa María, con algo más de 32 m de longitud, por 13 para las tres naves y unos 6,5 para el presbiterio. El ábside de la epístola exhibe un cierre recto gótico; sobre el cilindro absidal se encajó la escalera de caracol que lleva a la parte superior de la torre finalizada en el siglo XIV. Como veremos luego, el acceso a la plataforma del presbiterio se haría a través de la escalera que la restauración descubrió en el hastial occidental. La escalera accedía a la parte superior del antepecho de la portada, de ahí a la parte alta de los muros perimetrales, después naves laterales, y desde el cerramiento de los ábsides a la plataforma superior del presbiterio. Para ese fin se amplió ligeramente por el lado norte. A pesar de estas reformas e intervenciones góticas, en origen el plano de la cabecera no debió de ser simétrico; el ábside sur carece de soportes por un lado y no traba con la articulación general de los torales del presbiterio. Las asimetrías e irregularidades son también palpables en las naves laterales, determinadas seguramente por la configuración irregular del ábside de la epístola. De hecho, la del evangelio es casi un metro más ancha que la de la Epístola. El presbiterio, de notables dimensiones, destaca frente a los ábsides laterales, convertidos comparativamente en simples edículos. Prácticamente alcanza 10,5 m de longitud por unos 6 de anchura. Se puede comparar con las dimensiones de la capilla mayor de San Miguel de Estella, que se aproximan a 8 por 6,2. Destaca su longitud, que es sólo un metro menor que la del presbiterio de la abacial de La Oliva. El ábside norte mide 4,25 m de longitud por 2,6 de anchura; el del otro lado muestra también la misma anchura. El protagonismo del ábside central frente a los laterales, tanto en anchura como en longitud, es excepcional en Navarra. El cierre cilíndrico está precedido por un anteábside cuadrado sobre el que se levantó la torre. Como en La Oliva, su paramento oriental se articula mediante semicolumnas adosadas, aquí dos, que libertan tres paramentos simétricos horadados con ventanas. El fajón que subraya el encuentro entre ábside y anteábside apea sobre pares de semicolumnas adosadas, siguiendo de nuevo el modelo de la abacial cisterciense. Tras la restauración de los años sesenta, el interior de Santiago adquirió el aspecto noble y proporcionado que hoy podemos admirar. Lamentablemente la articulación del interesantísimo presbiterio románico queda oculta por el retablo mayor barroco que se adhiere a ella. Aunque maltrecha por el paso del tiempo, se puede examinar a través de una puerta abierta en el banco del retablo que da a un exiguo pasaje interior, prácticamente intransitable de puro angosto. Completo y más fácil de apreciar, el ábside norte es el que primero concentra las características románicas de la iglesia. Vamos a comenzar por ahí el análisis del interior del templo. La restauración lo liberó de las estructuras añadidas, descubriendo una bella capilla románica de reducidas dimensiones. Muestra anteábside rectangular y cierre semicircular, con bóveda de cañón apuntado para el primero y horno para el segundo. Una imposta con molduras curvas señala el arranque del vano axial. De profundo abocinamiento, arma su rosca mediante dos columnas acodilladas sobre las que apea un arco de medio punto de elaborada molduración. Cada una de sus dovelas acoge triple baquetón, el central en el ángulo; el externo forma un zigzag que remata la rosca. El medio punto del arco se subraya mediante un guardapolvo con puntas de diamante. A la altura de los riñones del arco corre una segunda imposta, con un sillar taqueado y el resto lisos moldurados. Como es habitual, lo más decorativo de la ventana son los capiteles y las basas. El del lado derecho está muy deteriorado, si bien se adivinan hojas y volutas en el tercio superior; el del otro lado, mucho mejor conservado, lleva dos niveles de hojas bastante naturalistas, con piñas en los centros superiores y una serie de hojitas de remate a modo de cimacio. Las basas, bastante elaboradas, llevan un toro con volutas en los ángulos, media caña y toro fino como remate. El arco de embocadura de la capilla apea en dos poderosas semicolumnas adosadas de similares proporciones a las que veremos en el interior del presbiterio. También coinciden con aquellas los motivos decorativos. Por el lado izquierdo destaca un capitel con hojas de labra poco profunda. Sus venas, abiertas en abanico desde el pedúnculo, muestran curiosas discontinuidades y bordes dentados. La composición básica es muy conocida: hojas angulares que, a modo de anchas lancetas, buscan con sus picos los ángulos del cimacio. Los centros se ocupan con otras semicirculares. Por el otro lado el capitel sigue una composición similar, con hojas lisas que se avolutan en los ángulos superiores, y dobles en los centros. Las basas de los pilares, con elevados plintos de ángulo baquetonado, son muy planas, con garras en los ángulos, y en ocasiones arquillos sobre el toro inferior. El monumental presbiterio, con sus dos tramos perfectamente diferenciados, era el centro focal y monumental del edificio. La articulación del semicilindro que lo cierra por oriente es, desde el punto de vista arquitectónico y decorativo, lo más elaborado. Verticalmente se compartimenta mediante semicolumnas adosadas de dimensiones y características similares a las de la embocadura de las capillas laterales. A ambos lados el conjunto aparece rematado por pares de semicolumnas adosadas. Cada uno de los tres paramentos resultantes acoge un vano también similar al del ábside norte. Nacen de una imposta taqueada que, como en el ábside sur, y en la capilla central de Santa María, recorre también los fustes de las semicolumnas. Seguía también por el anteábside pero sus sillares fueron afeitados. Los capiteles de la doble columna del lado sur llevan hojas lisas con bolas y hojas venosas y dentadas con volutas en sus picos. Como es característico del taller que las labró, sus venillas son discontinuas. El vano ha perdido las columnas y prácticamente los dos capiteles. Por el lado izquierdo ha sido picado, aunque conserva parcialmente su cara interior, que parece llevar hojas con venillas perladas y discontinuas. Sólo conserva el arco con triple baquetón y el guardalluvia de puntas de diamante. El hueco ha sido parcialmente rellenado con piedra para asegurar el apeo de la torre. En la semicolumna siguiente fue desmontado parcialmente el fuste para facilitar el paso por detrás del retablo. Su capitel lleva dos niveles de hojas, las inferiores preferentemente lisas, las superiores de tallos y venas perladas con piñas en los ángulos. El vano axial y el paramento central quedan prácticamente ocultos por la hornacina central del retablo. Entre el maderamen se llega a vislumbrar uno de los capiteles de la ventana. Ha perdido el fuste, como las demás, si bien la molduración de su rosca es la misma. Uno de los capiteles acoge una figura de gran cabeza en el ángulo con grandes manos en la parte inferior. Es el único figurado de las ventanas de la iglesia. Arco y guardalluvias repiten molduración tribaquetonada y de puntas de diamantes. La segunda semicolumna adosada lleva el conocido capitel de hojas dentadas y con volutas en los picos, de marcadas venillas discontinuas. El tercer paramento conserva el vano más completo de los tres que iluminaron primitivamente el presbiterio. Por la izquierda conserva el fuste de la columnilla acodillada, su capitel lleva hojas lisas y piñas en los ángulos y centros; por el otro lado también hojas lisas con volutas en los picos. El arco se moldura de nuevo con triple baquetón; y puntas de diamante en el guardapolvo. Las basas, como las de los soportes torales del ábside, muestran volutas en los ángulos. De los dos capiteles del último soporte, ya por el lado norte del semicilindro absidal, uno muestra dos niveles de hojas venosas en abanico y venilllas discontinuas; las superiores se avolutan en los ángulos, mientras que en los centros de cada cara se colocan cabezas humanas. El siguiente, muy tapado, parece mostrar hojas lisas. La bóveda de horno nace de una imposta lisa que continúa los cimacios de las semicolumnas. Las molduras de puntas de diamantes son prácticamente tangentes a la línea que dibuja la imposta. Está reforzada por potentes semiarcos de sección cuadrada. Tanto arcos como bóveda están policromados. Las pinturas parecen de los siglos XVI o XVII, lógicamente anteriores a la construcción del retablo mayor rococó. Como ya se ha avanzado en el análisis planimétrico, tanto la génesis de la cubierta, como el propio diseño de los soportes, incluyendo las semicolumnas pareadas del fajón, coinciden estilísticamente con la cabecera de la abacial de La Oliva. Recordemos que el presbiterio de La Oliva, de mayor anchura que el de Santiago, refuerza la bóveda con cuatro semiarcos, por lo que son cuatro los soportes y cinco las secciones y los vanos. Estas diferencias cuantitativas no impiden constatar la relación del presbiterio de Santiago con el de la abacial cisterciense. En el suelo del impracticable “pasadizo” que queda entre retablo y muro, se conservan algunas piezas sueltas de las que destacan dos fragmentos con cabezas. La mejor conservada representa a un monstruo que saca su lengua puntiaguda. Recuerda vivamente a uno de los demonios del infierno de la portada de Santa María, también en Sangüesa. Como aquellos, muestra los característicos ojos abultados con iris horadados. La otra pieza, peor conservada, parece una cabeza de perro o felino. El anteábside incorpora en su bóveda importantes novedades estilísticas. Da la impresión de que, construidos muros y soportes, se varía el diseño inicialmente previsto para el cerramiento superior. Se adopta una nueva bóveda de arcos cruzados en lugar del cañón que los soportes predecían. La sección de los cruzados, con triple baquetón sobre base prismática, las pequeñas dimensiones de sus sillares, la irregularidad sinuosa de su trazado y el diseño de los encuentros en cruz coinciden con los de las naves y el crucero de Santa María. Las columnas acodilladas del interior del presbiterio forman parte de los dos pilares torales que soportan el apeo del gran arco triunfal apuntado y doblado. Estos soportes están diseñados para recibir un arco y su correspondiente dobladura. Se forma superponiendo una cruz sobre un cuadrado, al que se añaden las columnas en los codillos y en los frentes. Sorprendentemente los dos no son iguales. El septentrional lleva tres semicolumnas adosadas y cinco en los codillos. Para la configuración ideal del soporte sólo falta la acodillada del interior de la capilla absidal, cuyo arco de embocadura no tiene dobladura. El meridional no acoge ninguna columna adosada en la embocadura de la capilla lateral. Como se verá más adelante esta irregularidad parece determinada por la sucesión de dos planes constructivos distintos. Todas las basas son iguales y presentan un aspecto general plano; están integradas por un doble baquetoncillo superior, nacela y semitoro inferior sobre base prismática. El semitoro lleva una característica decoración a base de arquillos, con garras geometrizadas en los vértices del plano de la base; esta combinación es muy común en la arquitectura navarra del último tercio del XII. En Navarra, el soporte descrito no es demasiado habitual; se han conservado ejemplos similares en San Nicolás de Pamplona y en la abacial de Irache. Los torales de embocadura del presbiterio repiten repertorios decorativos ya observados en la capilla norte y sus soportes. El del lado izquierdo, liso sobre la semicolumna principal, añade bolas en los ángulos y centros. Los menores son también lisos con los citados motivos de hojas lancetadas con los picos hacia los ángulos, y bolas y volutas en los tercios superiores. Por el otro lado, el toral acoge capiteles con decoraciones figuradas de factura ruda y popular, pero composición curiosa y decorativa. El del centro se divide en tres partes: la inferior lisa, la intermedia con personajes en los ángulos que asoman las piernas entre las hojas lisas y bolas gallonadas. El tercio superior acoge cuatro pájaros que unen sus testas en los ángulos sobre las figuras humanas. Les picotean las cabezas. Sus plumas están labradas con gran minuciosidad, a partir de secuencias rectangulares rellenas de líneas paralelas perpendiculares. Es un motivo que parece hundir sus raíces en los repertorios decorativos de la primera mitad del siglo. Una composición similar, ocupando allí el centro del capitel, decora el interior de Santiago de Agüero. A su izquierda aparece un soldado con espada y enorme escudo oval, y hojas dentadas con volutas. Al otro lado, entre los dos niveles de hojas venosas y dentadas ya conocidos, aparece una figura de cabeza humana (¿ángel?). El siguiente, avanzando hacia la capilla sur lleva cimacio taqueado y los restos de una figura muy perdida en ángulo. Vamos a concluir el análisis de la cabecera de la iglesia de Santiago en el ábside sur. Más pequeño, oscuro y sustancialmente alterado con la introducción de la escalera de la torre gótica, conserva un alzado que nos va a permitir concretar más las características del primer proyecto de la cabecera. Hoy vemos un breve espacio rectangular cubierto con bóveda de cañón. Por el lado izquierdo, el arco de embocadura apea en un capitel con fuste cortado a bastante altura. Como el cilindro absidal, dos niveles de impostas articulan el muro y señalan el arranque de la bóveda de cañón apuntado. A media altura son taqueadas y rodean también el fuste de la columna meridional; sobre los capiteles no son simétricas, ya que la del muro sur es taqueada, mientras que la del muro contrario es lisa. También los capiteles son diferentes: el izquierdo conecta perfectamente con los otros del toral; el derecho se relaciona mejor con los del cierre del presbiterio. Pero volvamos a las impostas. La inferior izquierda sube perpendicular a la altura del soporte. ¿Hacia dónde? ¿Cuál era su función? Podemos establecer una hipótesis. La imposta sube, sustituyendo a la semicolumna como soporte, porque por ese lado no había apeo que soportar. El arco previsto para la capilla debió de ser primitivamente de cuarto de cañón. Como sabemos, era un tipo de cubierta relativamente frecuente en Sangüesa y su entorno mediado el siglo XII. Así se definen las laterales de San Pedro de Aibar y de la desparecida de San Nicolás en la misma Sangüesa. Además, su función tectónica ayudaría a soportar el empuje de la torre proyectada sobre el anteábside. De este primer proyecto se habría construido muy poco: el cierre cilíndrico central con sus semicolumnas y los muros perimetrales de la capilla sur. También se inició por entonces el hastial occidental con su portada. Las obras avanzaban lentamente, quizá porque la iglesia primitiva, documentada desde los años 40 del siglo XII estaba dentro del recinto que se construía. La fábrica avanzó tan poco que cuando se continúa el presbiterio por el anteábside y se inicia la capilla norte se adopta un nuevo plan constructivo, más acorde con planteamientos tardorrománicos. Entonces se erigen las cubiertas de las capillas, transformándose la definición arquitectónica del ábside meridional. Observemos detenidamente los capiteles. El la parte baja del toral, ya en el acceso de la capilla, aparece una figura humana en esquina, con la cabeza en el ángulo superior. Sus vestimentas, con cinturón y cenefas arriba y abajo parecen ser nobles. A los lados volutas perladas y elementos con incisiones cruzadas y paralelas que parecen sugerir las arquerías sobre una columna exenta. Con la mano izquierda parece romper la columna. Es la representación de Sansón. La desproporción y rudeza de la labra es el denominador común de todas las representaciones humanas. Junto a él destaca otro gran capitel de hojas lisas y aspecto primitivo. También es liso el de la semicolumna suspendida que soporta el arco de embocadura de la capilla. Frente a él, otro muy elaborado lleva dos niveles de hojas dentadas y venosas con volutas en los ángulos, otras menores intermedias y figuras o cabezas en los centros: por la cara oeste una de rostro masculino con gesto serio que surge entre el follaje; en la cara central otra figura masculina de cuerpo entero hace un gesto con su mano derecha hacia una tercera (¿femenina?), que ya por el otro lado del capitel muestra sus manos caídas entre la hojas. Llevan cimacio taqueado. Si asociamos el esquematismo con que está tratada la escena, con la reducción de los gestos y atributos de los personajes, no es fácil realizar una interpretación. ¿Nos presenta el capitel el tema de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso? Puede ser. Coincidiría con otro muy perdido del toral del presbiterio de Santa María la Real. La proximidad iconográfica y compositiva de ambos es proporcional a la distancia que muestran en la calidad de la labra. Curiosamente, desde el punto de vista estilístico, sus rasgos coinciden perfectamente con los de las figuras que decoran las ménsulas de las trompas del cimborrio de aquella. Tras atravesar las naves góticas, sobre el hastial occidental, volvemos a encontrarnos con elementos románicos. Todo el muro inferior, con los dos soportes que debían soportar el apeo de los perpiaños románicos, se erigió a la vez que se iniciaba la construcción de la cabecera. La obra gótica adaptó estos soportes, desplazando unos centímetros el capitel meridional. Son dos los capiteles conservados. Los dos muy interesantes. El del lado de la epístola es vegetal. Se organiza en tres niveles: el inferior con hojas que nacen en los centros y se curvan hacia arriba, a media altura; el intermedio con amplias hojas de acantos que ocupan los ángulos; sobre ellas aparecen volutas de tallos ligeramente diagonales y en los centros un tercer plano de hojas más pequeñas. Los tres planos están claramente diferenciados por el propio volumen de las hojas. Su labra es carnosa, con venillas y hendiduras que se abren en abanicos; con simétricas labores de trépano que abundan en un ya de por sí trabajado claroscuro. El aspecto final de la pieza, de bello clasicismo, descubre el trabajo de un escultor dotado y minucioso, muy diferente de los que realizan los capiteles de la cabecera. Lo mismo sucede, ahora a partir de motivos figurados, con el que remata la semicolumna del lado norte. Los dos niveles de hojas son sustituidos por cuatro leones simétricos y rampantes. Los del frente largo de la copa vuelven sus cabezas para morder las orejas de un personaje cuya cara ocupa el centro del capitel en su parte alta. Las aristas superiores llevan tallos que se avolutan y hojas colgantes, en un motivo que veremos también en la portada. El conjunto está resuelto con maestría. Los leones entrelazan sus patas traseras marcando con claridad los diferentes planos de la composición; sus melenas, formadas por mechones rizados, son plásticas y variadas. ¿Aporta el rostro humano algún elemento más de análisis en cuanto a la concreción de los modos de labra del taller? Su estado de conservación no facilita las cosas. La cara es cuadrada, de carrillos carnosos y nariz ancha. La boca está labrada con seguridad, lo mismo que los ojos, de doble línea en los párpados y en forma de lágrima que se angula hacia las sienes. Las orejas, quizá determinadas por el propio motivo decorativo, son enormes. Los cabellos se labran, a partir de una raya central, en finos mechones ligeramente ondulantes y paralelos. ¿Nos llevan estas características a la fijación de algún taller de los que durante el siglo XII trabajaron en la ciudad? La composición general de rostro recuerda a alguna del tímpano (condenados) o las arquivoltas (lujuria) de la portada de Santa María. En el exterior tampoco es fácil observar los elementos más antiguos del edificio. La gran torre almenada erigida sobre el anteábside cuadrado obligó a reforzar perimetralmente toda la cabecera, ocultando así su articulación exterior. Por encima de los tejados de la sacristía, reforzando el semicilindro del ábside central, se observan dos semicolumnas adosadas. Son paralelas a las que por dentro soportan el apeo de los semiarcos de la bóveda. Si los tuvieron alguna vez, no conservan los capiteles de remate, ni alero o tejaroz que remate el ábside por ese lado. La fachada occidental presenta mejor el espíritu del templo románico primitivo. En el centro conserva la gran portada abierta sobre un grueso paramento adelantado. Durante la restauración se desmontó una escalera de caracol acodillada a su ángulo derecho. Junto a ella se tapó un vano de medio punto, todavía visible por el interior. Los principales elementos responden a una organización de fachada especialmente frecuente en los templos navarros de tres naves del último tercio del siglo XII: puerta integrada en un profundo paramento adelantado, ventanas en las secciones laterales retranqueadas, escalera que comunica el interior del templo y la parte alta del paramento, y pasaje externo que va también sobre las naves laterales aquí desaparecido. La definición superior del hastial, habitualmente ya gótica, acogía un gran óculo o rosetón. En Santiago de Sangüesa se conserva prácticamente completo el primer nivel de esta forma de organizar el hastial. Más original es la composición del propio paramento. Sus aristas laterales vienen subrayadas por dobles semicolumnas, divididas a su vez en dos niveles, el inferior asociado al jambaje de la puerta, y el superior con semicolumnas dobles propiamente dichas. Recuerda a configuraciones del sudoeste francés; más cerca se conserva una utilización parecida de las dobles columnas de nuevo en Santiago de Agüero. La portada es monumental y de grandes dimensiones. La profundidad del paramento permite un matizado derrame integrado por seis arquivoltas ligeramente apuntadas y molduradas con baquetón entre medias cañas. Apean sobre tres pares de columnas de fustes monolíticos y codillos intermedios también baquetonados. A ambos lados dobles columnillas adosadas continúan el jambaje ya sobre el paramento exterior. Soportan el apeo de abultadas semicolumnas adosadas e integradas en el despiece de las hiladas del muro. Dos zapatas sostienen un tímpano liso, con un Santiago muy posterior en el centro y dos peregrinos pintados ambos lados. Analicemos con detenimiento los capiteles y zapatas. Todos ellos son vegetales, de labra profunda y formas carnosas. Coinciden con las características y composición del vegetal ya descrito en el interior del hastial. Lógicamente su grado de conservación es peor. La acción de la intemperie ha sido fatal con los más expuestos. El doble de la izquierda conserva una cabecita que en la parte alta del centro asoma entre las hojas de acanto. Es un motivo ya observado en el interior. No obstante, aquí está tratado con más finura, plasticidad y detalle. El siguiente permite determinar mejor las características del grupo. Los elementos vegetales se organizan de nuevo en tres niveles de acantos: el inferior con hojas medianas en los centros; el intermedio con hojas grandes que ocupan los ángulos; sobre ellas tallos diagonales que se avolutan en las esquinas y cabecitas humanas centrales. Las hojas se abren en abanico, con perímetro dentado y labores de trépano para acentuar el claroscuro. Las cabecitas están finamente labradas, con los mofletes bien resueltos, párpados con doble línea incisa, labios individualizados y cabellos organizados en mechones paralelos. El siguiente capitel, más deteriorado, sigue las mismas características. El último de este lado obedece a un esquema compositivo dividido ahora en dos los niveles. Por abajo las mismas hojas carnosas que se doblan hacia arriba; la mitad superior lleva abultados tallos triples que se avolutan en los ángulos, formando flores y una gran hoja ovoide que cae hasta el nivel inferior. Ya por el otro lado, el siguiente, uno de los mejor conservados, sigue una articulación similar: hojas abajo y tallos triples que se vuelven volutas de hojas, con otras menores en los centros y una tercera que de la voluta angular nace hacia abajo. El siguiente sustituye los tallos superiores por hojas. El último del jambaje, muy deteriorado, lleva sobre las hojas del primer nivel, torsos humanos muy perdidos. También está muy deteriorado el doble capitel que remata el paramento por la derecha. De nuevo se observan dos niveles de hojas y volutas en los ángulos. Las zapatas acogen cabezas de monstruos que aprovechan toda la volumetría del ángulo de la zapata. El de la izquierda es un felino, de boca en forma de pajarita, grandes ojos, nariz prominente y orejas puntiagudas. El del otro lado es muy original. Antropomorfo, con grandes ojos y mechones picudos de pelo desde las cejas; añade bigote de mechones paralelos y colmillos. Sobre su papada el escultor labra una cara infantil, cómica y mofletuda; nos saca la lengua mientras de su boca nacen sendos caulículos que por los laterales se llenan de hojas digitadas. Son casi cuarenta las marcas de cantero detectadas en el conjunto del templo. Su análisis no es fácil, ya que son numerosos los muros movidos y los sillares reutilizados, sobre todo en las capillas laterales a las naves. Como era previsible confirman algunos de los lazos que desde el punto de vista formal se habían ya propuesto. Al menos cinco aparecen en los soportes de Santa María de Sangüesa; siete se observan también en La Oliva, principalmente en las dependencias del ala del capítulo. Como se ha apuntado repetidamente, la iglesia de Santiago se construyó en íntima relación con la evolución constructiva de su vecina Santa María. Da la impresión de que le sigue cronológicamente un paso por detrás. Los vínculos se observan en el uso de impostas del primer proyecto, en los escultores del segundo, en la bóveda del presbiterio, en algunos motivos decorativos aislados y por último en algunas marcas de cantería. Así, da la impresión de que el inicio de las obras, de las que se realizó muy poco, se concentra en el ábside meridional y probablemente también en la portada; sus características formales reproducen elementos de la cabecera de Santa María y quizá también de otras obras activas a mediados del siglo XII. Se le ha de asignar el límite cronológico más tardío, que se inscribiría quizá en el tercer cuarto del siglo. Muy unido a él, el diseño del presbiterio muestra ya el influjo de La Oliva, y por tanto su cronología se debe inscribir en el último tercio. En los años finales del XII o los inicios del XIII se observa la participación de un taller muy poco dotado, con obra en el primer nivel del cimborrio de Santa María; de entonces debe ser también la bóveda de arcos cruzados. Ya en la primera mitad del siglo XIII se erigirán las naves.