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Capitel del lado meridional de uno de los arco que soportan el cimborrio barroco

Identificador
31395_04_025
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 36' 2.70'' , -1º 38' 37.38''
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia del Santo Cristo de Cataláin

Localidad
Garínoain
Municipio
Garínoain
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA IGLESIA DEL SANTO CRISTO DE CATALÁIN, de gran resonancia litúrgica y devocional en la comarca, se sitúa al pie de la carretera NA-5100 que une Garínoain y Leoz, a poco más de un par de kilómetros de la N-121. Su vinculación con Roncesvalles y uno de los ramales menores del Camino de Santiago, ha determinado que parte de su historia esté asociada a la labor asistencial y de albergue de peregrinos. Hoy, junto a la iglesia, se conservan los restos y ruinas de diversas estancias y casales de origen medieval, organizados en torno a un patio adosado al muro meridional de la iglesia. En el ángulo sureste una construcción prismática, a modo de torreón, articula los lados interiores de su nivel inferior mediante dos amplios arcos apuntados de sección rectangular. Ya en el centro del patio, se acomoda la parcela a las irregularidades del terreno mediante una plataforma montada sobre una galería con bóveda de cuarto de cañón de articulación rústica y popular. En los casales más orientales se ha conservado uno, que monta cubiertas de madera sobre arcos diafragma apuntados, que actualmente está en restauración. Finalmente, por el otro lado, junto al hastial occidental del templo, diversos muretes, asociados en último término a una puerta de medio punto y dovelas regulares, conservan algunas marcas de cantería. El ‘monasterio´ de Cataláin aparece en la documentación por vez primera en 1203. En marzo de ese año Sancho VII el Fuerte dona al hospital de Roncesvalles el monasterium de Catelain, cum omnibus suis pertinentiis. No obstante, según Ibarra, también conservaba el priorato pirenaico documentos que avalaban una segunda donación, fechada sólo cuatro años después, en la que de nuevo Jimeno y Miguel de Garinoain donan el monasterio a la colegiata. Sea como fuere, a partir de entonces Cataláin aparece en los estatutos de Roncesvalles (1287) como clavería, vinculación ésta que conservará hasta ser desamortizada durante el siglo XIX. Los canónigos del hospital nombraban casero y capellán, que en ocasiones ocupó también el cargo de vicario de la iglesia parroquial de Garínoain. Entre 1674 y 1676 se documentan diversos enfrentamientos entre el capellán de Cataláin y el vicario de la parroquia, especialmente virulentos en cuanto al deseo de vicario y feligreses de decir misa en Cataláin el día de San Miguel. A pesar de que ambos cargos dependían entonces de los canónigos de Roncesvalles, las disputas llegaron en varias ocasiones a las manos. En lo que a la documentación atañe, finalmente vicario y parroquianos se salieron con la suya y pudieron realizar, como era tradición el día del santo, una misa cantada en la iglesia del Santo Cristo; eso sí, tras agredir previamente al capellán y romper a hachazos la puerta del templo. Desde el punto de vista arquitectónico, no son tampoco menores los avatares que ha sufrido el edificio. Seguramente por la propia devoción de los vecinos, los desvelos por la conservación del templo han provocado diversas intervenciones, entre las que destacan la reconstrucción barroca del interior, durante la segunda mitad del siglo XVIII, y la reconstrucción restauradora de los años setenta del siglo pasado. En la primera se erigió una nueva bóveda de lunetos para la nave y el cimborrio del presbiterio; la segunda sustituyó los lunetos por una cubierta de madera a dos aguas. Esta última adición reproduce la articulación con que el templo fue proyectado. El resultado es que la iglesia de Cataláin, con su cimborrio barroco y cubierta de la nave contemporánea, ilustra bastante bien el espíritu con que se proyectaron algunos de los templos románicos más importantes de la comarca, si bien prácticamente ninguno llegó a completarse tal y como se proponía inicialmente. De hecho, sólo Olleta conserva cimborrio, también de ladrillo, mientras que Echano y Orísoain, una vez iniciado, lo sustituyeron por una bóveda de cañón apuntado. Por otro lado, aunque las tres muestran indicios de un planeamiento con cubierta de madera para la nave, adoptaron finalmente la bóveda de cañón. Pero observemos detenidamente su planta. El edificio, de amplias dimensiones para su tipología (más de 22 m de longitud, por casi 7,5 de anchura), muestra una composición general coherente y compacta. A occidente, un gran rectángulo, de muros gruesos (algo más de un metro) integra los tres tamos de la nave y el cimborrio. Los únicos soportes destacados en planta son los del cimborrio, con los característicos pilares prismáticos con semicolumna adosada. Su profundidad les permite acoger dos profundos arcos formeros que, con los torales, dibujan la base perfectamente cuadrada del cimborrio. Este amplio rectángulo murario aglutina en sus extremos dos de los elementos plásticos más elaborados del edificio: en el hastial occidental la portada principal del templo; a oriente el cierre cilíndrico del presbiterio. El semicírculo del ábside es algo más estrecho que la nave, lo mismo que sus muros (unos 75 cm), esta vez reforzados por unos curiosos contrafuertes que desvelarán sus verdaderas características en el análisis del exterior. La planta propone lo que en alzado van a ser tres espacios sucesivos bellamente jerarquizados: la nave, diáfana y desornamentada; el cimborrio, como fuente de luz y monumentalidad; y el cierre absidal, con su hermosa articulación de vanos y arquerías como referencia y punto de fuga. De hecho, la luz de cimborrio y vanos ayuda a que todo nuestro interés se centre en el ábside y su articulación. Son tres también los tipos de cerramiento que terminan por definir el volumen interno del edificio. El ábside se cubre con bóveda de horno, el cimborrio con trompas y cúpula, y la nave con cubierta de madera a dos aguas. De esta interesantísima articulación sólo la bóveda de horno se puede considerar propia del siglo XII. El resto ha sido muy alterado por el paso del tiempo y especialmente por la última restauración. El alzado del cuerpo cilíndrico del ábside se organiza mediante dos niveles, el inferior con arquería ciega, y el superior con tres vanos simétricos y abocinados. Los nueve arcos de medio punto del nivel inferior apean sobre columnas con fustes finos, abultadas basas con nacela y toro de variados diseños, y capiteles de geometría prismática decorados con un repertorio decorativo de origen vegetal. Todos diseñan su cesta a partir de los conocidos dos niveles de decoración, con hojas que nacen del cimacio y se curvan en sus picos abajo y tallos diagonales con volutas en los ángulos, y rosetas en los centros superiores. De vez en cuando ambos niveles se unen mediante el tallo o vástago, tan habitual en la Valdorba. De izquierda a derecha, la serie es la siguiente: hojas lisas, abajo, y cimacio con roleos y hojitas; hojas con caulículo central, arriba, los conocidos vástagos de unión sin horadar y cimacio taqueado; tallos cruzados con volutas, abajo, y vástagos horadados, arriba, más cimacio de roleos y hojitas; monstruos patilargos muy perdidos, abajo, y cimacio con botones; los dos siguientes perdidos; el sexto, también muy erosionado, con vástagos horadados y cimacio de roleos; hojas lisas, abajo, y de nuevo roleos en el cimacio en el séptimo; y finalmente, el octavo, reintroducido en la restauración. Las dovelas de los arcos son tangentes a una imposta taqueada que inicia el segundo nivel del cilindro absidal. Señala el arranque de los vanos que, a su vez, alcanzan con su dovelaje la imposta superior decorada con bolas. Esta solución para el ábside, con dos niveles y arquería ciega inferior, es única en el románico de Navarra. De hecho, su fuente de inspiración hay que buscarla en el vecino reino de Aragón, con ejemplos conservados en Loarre y, especialmente, en San Juan de la Peña. El cimborrio barroco está soportado por dos poderosos arcos torales de medio punto y dobladura que apean sobre pilastras prismáticas con semicolumnas adosadas. A su vez, sobre los laterales de los pilares, dos formeros terminan de dibujar el cuadrado perfecto sobre el que se sitúan las trompas y el octógono del cimborrio. Los cuatro arcos que construyen su base cuadrada están a la misma altura. Realmente la geometría del tramo está muy bien resuelta. Lástima que no conserve sus elementos primitivos. Tal como hoy lo vemos, supone el logro más perfecto de su tipología, perceptible también dentro de la Valdorba en Orísoain, Olleta y Echano. De los cuatro capiteles que los reciben, sólo los dos más orientales conservan su decoración románica. Es una lástima que los otros capiteles del templo se hayan perdido, ya que lo conservado es magnífico. El del lado meridional, sobre la tradicional cesta con tallos diagonales, volutas superiores y vástagos, presenta en el centro al rey David, flanqueado por cuatro águilas en los ángulos del capitel. El rey aparece sentado en su trono tañendo un arpa o laúd; las águilas se enganchan con sus garrar al collarino del capitel. La posición del rey evoca un conocido capitel del pórtico lateral de la catedral de Jaca (actualmente en el museo catedral). Las águilas forman parte de un repertorio muy habitual en el siglo XII navarro. Su presencia es especialmente significativa en San Pedro de Aibar. En Cataláin, la labra está dominada por un tratamiento rotundo y estilizado de los volúmenes. En el cimacio, roleos de hojitas, como los de la arquería del ábside, nacen de cabecitas en los ángulos. También es muy bello el capitel del lado norte. Su composición general es la descrita para los capiteles de la arquería absidal, sólo que las superficies están trabajadas con sumo detallismo y minuciosidad. Se nutre de los conocidos repertorios vegetales languedocianos para conseguir una llamativa profundidad en los planos de labra. El nivel inferior lleva grandes hojas festoneadas y hendidas, con lancetas también festoneadas en los centros. La parte superior se organiza a partir de los conocidos tallos diagonales avolutados, de una profundidad y claroscuro desconocidos en la escultura monumental de la Valdorba y su entorno. El cimacio presenta bolas sobre su moldura. Mientras que los tres vanos del ábside carecen de molduración interior, el del hastial de los pies lleva al interior un arco de descarga que apea sobre un par de columnas acodilladas. Sus capiteles muestran grupos de personas de composición simétrica. Pese a estar muy deteriorados, conservan en los ángulos figuras sedentes acompañadas por otras laterales. La labra es sumaria y las anatomías muy deformadas, con grandes cabezas y manos. Los plegados de los ropajes se sugieren mediante dobles líneas incisas paralelas. En el exterior el muro de paramento liso se va a convertir en el principal protagonista. De hecho, la ausencia casi total de contrafuertes, similar a Olleta, deja los muros laterales como superficies continuas, en las que adquieren especial protagonismo unas hiladas muy homogéneas de sillares perfectamente labrados y escuadrados. Muestran numerosas marcas de cantería de desarrollo focal. Las que aparecen en el ábside no se repiten ni en el hastial ni en los muros. El empeño con el que se erigió el templo queda perfectamente ilustrado por la profusa decoración escultórica que ha conservado en su exterior. No obstante, su definición estilística tiende, excepto algunos capiteles de la puerta y las ventanas, a la tosquedad y la labra sumaria. Como es habitual, son tres los focos de atención que debemos tener en cuenta: la fachada de los pies con su portada, las ventanas del ábside con sus interesantísimos capiteles y, finalmente, la colección de canecillos que soportan el tejaroz perimetral. La fachada occidental se organiza en tres niveles: la puerta sobre paramento adelantado, en el inferior; una línea de tres vanos de diseño muy original, en el intermedio, y una airosa espadaña con dos amplios vanos de medio punto y un tercero de menores dimensiones ocupando el ápice de las dos vertientes de su remate. El acentuado abocinamiento de la portada se dibuja mediante dos arquivoltas de medio punto, la exterior de perfil cuadrado y la interior de bocel cilíndrico, acompañadas de dos arcos más sencillos por delante y al fondo, decorados, el interior, mediante flores con tallos y hojas simétricas, y el exterior, con palmetas inscritas. Sobre los portantes se coloca el arquitrabe con crismón trinitario y un amplio tímpano liso. El jambaje escalonado acoge dos gruesas columnas acodilladas de fuste monolítico. Sus capiteles repiten diseños y repertorios que ya hemos visto en el interior. Por el lado izquierdo se observan tres leones patilargos (el central muy perdido) y otros tres personajes llevando en sus manos diversos objetos: gallina, uno; libro y bastón en forma de báculo, otro. Los pies, pequeños y puntiagudos, asoman sobre el collarino. Por el otro lado, el interior muestra una figura en esquina, simiesca y con soga al cuello, flanqueada por sendos hombres y pájaros. El último, con guerreros a caballo y luchando con espadas, es ya de labra y diseño popular. Los cimacios acogen también los roleos con hojas del interior, aunque tratados en ocasiones de forma más rutinaria. Las basas del lado derecho repiten también diseño y molduración de la columnata ciega interior. El paramento que acoge la portada remata con un volado tejaroz, también ajedrezado, que apea sobre siete canes muy deteriorados. Los vanos del segundo nivel muestran una original articulación, excepcional en el románico rural navarro. Los laterales, muy rasgados, señalan el arco interior del abocinamiento mediante una imposta taqueada que remata su semicircunferencia con dos apéndices horizontales, a modo de cimacios; la central, más compleja y decorativa, acoge también un vano rasgado con festoneado en ondas en el intradós, y arco de descarga sobre columnas, descentrado y no tangente al hueco de medio punto. La izquierda conserva un capitel, que aunque muy lavado, sugiere la tradicional división en dos niveles con vástago de unión y cabecita (?). Finalmente, los vanos de la espadaña también perfilan las dovelas de sus arcos con una moldura taqueada a modo de vierteaguas, similar a las laterales del piso intermedio. Ciertamente la organización homogénea y simétrica de la fachada de Cataláin es un caso único en el románico rural navarro. Tras la fachada, vamos a fijarnos en el la organización exterior del cilindro absidal y la interesante y bien conservada decoración de los capiteles de sus tres vanos. Frente a la ausencia total de contrafuertes en los muros perimetrales, el ábside muestra una curiosa organización también dominada por los paramentos continuos de sillares bien labrados y perfectamente escuadrados. Hasta la altura de los vanos se colocan cuatro estribos simétricos, culminados por un remate piramidal. Aunque mucho más bajos, recuerdan otros parecidos de la Asunción de Olleta. Entre ellos se abren los tres vanos simétricos que ocupan el tercio medio del cilindro absidal. Su molduración es la tradicional, con arco de descarga de medio punto y perfil circular que apea sobre comunillas muy estilizadas. También los seis capiteles de los vanos del ábside continúan utilizando los repertorios decorativos y esquemas compositivos del interior. Así, vemos cestas divididas en dos niveles, con hojas, de puntas muy curvadas y vástagos que las unen con el nivel inferior, pencas festoneadas y tallos diagonales que se avolutan en las esquinas. Vayamos por orden. El vano del lado meridional es quizás el más interesante, ya que es uno de los que presenta alguno de los temas que más éxito va a tener entre los repertorios esculpidos en la Valdorba y el entorno de la Sangüesa románica. A la izquierda lleva dos aves picándose las patas, y por el otro lado otras tres, con dos que unen sus cabezas en esquina. El vano axial muestra un mono patilargo con soga atada al cuello y pájaro picándose las patas; frente a él, un capitel vegetal lleva hojas lisas y bolas en dos niveles. El tercer vano, ya por el lado norte, conserva en peor estado la decoración de sus capiteles. Ambos muestran figuras en esquina que se llevan las manos a la boca, en una labra ya bastante rutinaria. También son irregulares, y en ocasiones rutinarios, los canecillos que soportan el tejaroz perimetral. De los treinta canes que sostienen el abultado alero con bocel del muro sur, sólo la mitad conservan restos de sus correspondientes decoraciones. De ellos la mayor parte están tan malparados que no es posible reconocer su contenido. El sillar sobre el que se labraron era fino y longitudinal, de ahí su pésima conservación. Algunos conservan cabezas humanas, restos de animales, una figura de hombre con las costillas esgrafiadas, roleos verticales, équido, hoja festoneada de hojitas con bolas y figura simiesca. Ya en el ábside cambia el diseño del tejaroz, con moldura cóncava y canes más anchos y sólidos. Desde el Sur, comienza esta serie de quince canes con hombre exhibicionista, cabeza de toro, fiera con las fauces abiertas, otro toro, volutas en forma de caracol, cabeza de animal, piña o fruta, cabeza femenina, cabeza masculina con bigote, otra monstruosa, otra más con pelo largo, similar con pelo corto, otra barbada y con rizos, cabeza de cabra. Los de mayor calidad escultórica rematan el muro norte. Como es habitual, su conservación, al estar protegidos de la insolación directa, es también mejor. Entre los veintinueve se suceden roseta con lazos y volutas, rollos, león que recuerda a algunos de Echano, rollos verticales como los del otro lado, tacos, rectángulos concéntricos, hombre sedente, pareja sedente, músico (?), fiera con cabeza vuelta, hombre sentado boca abajo, otro también sentado, león de cabeza vuelta, animal antropomorfo (?), pájaro, mujer exhibicionista, pareja abrazada, asno antropomorfo, músico, hombre de dos cabezas y músico (?). El sillar sobre el que se labran vuelve a ser profundo y estrecho, como los del muro sur. Del análisis del Santo Cristo de Cataláin se desprenden varias conclusiones interesantes. En primer lugar, aunque se relaciona directamente con el modelo de iglesia rural valdorbesa, con cimborrio en el primer tramo de la nave, su planta es la que más vinculación guarda con los ejemplos aragoneses, como Loarre. Ésa parece también la procedencia de la arquería ciega del interior del ábside. Sobre todo los dos capiteles del interior y los de las ventanas exteriores participan de un repertorio decorativo que nace en la antigua puerta de la catedral de Pamplona y se puede seguir también en Leire y otros edificios, como San Andrés de Aibar o Echano. A él se agregan otros temas y composiciones de eco jaqués y tolosano. Da la impresión de que todos estos elementos tienden a confluir en el segundo tercio del siglo XII, cronología que proponemos para la gestación del templo de Cataláin.