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Capitel con Cristo en el Sepulcro

Identificador
40512_01_011
Tipo
Fecha
Cobertura
41º 18' 16.81" , -3º 14' 54.09"
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Pedro Apóstol

Localidad
Grado del Pico
Municipio
Ayllón
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
SITUADA EN EL EXTREMO SEPTENTRIONAL del caserío, dominando el núcleo desde la falda de la loma sobre la que éste se asienta, se alza este notable templo, uno de los más destacados dentro del modesto panorama artístico de la comarca. Aunque se viene considerando que en él los vestigios de la iglesia románica se reducen al magnífico pórtico, en realidad conserva de este estilo la torre y, en buena medida aunque muy modificado, el trazado del cuerpo de la iglesia, salvo la cabecera, sustituida por la actual en época moderna. Sufrió en este momento un notable recrecido la nave, así como el añadido de una capilla al norte, la sacristía al sur de la cabecera prolongando hacia el este el atrio y la transformación éste, cegándose a tal fin los arcos de la galería y habilitando la zona occidental como capilla de la Soledad. Se levantaron la nave única y la torre occidental en sillería labrada a hacha, completándose las reformas y añadidos posteriores en mampostería revestida de esgrafiado, siendo visible la reutilización de numerosas piezas procedentes de la fábrica original. La notable anchura de la nave y la ausencia de contrarrestos nos hacen pensar que recibió en origen cubierta de madera, sustituida hoy por tres tramos de bóvedas de lunetos. La torre, de planta cuadrada, se dispone en el centro del hastial occidental de la nave, comunicándose con su cuerpo bajo -hoy habilitado como baptisterio- a través de un arco de medio punto liso sobre impostas de leve nacela. Este piso inferior se cierra hoy con un cielo raso, aunque suponemos que se proyectó para recibir una bóveda; en sus muros meridional y occidental se abrieron sendas saeteras fuertemente abocinadas al interior. Se eleva la torre sin intermediación de impostas hasta el piso alto, en el que se abren cuatro vanos para campanas, uno por cara, todos de medio punto, ampliados posteriormente el sur y oeste, que prácticamente invaden la cornisa, de chaflán sobre canes de proa de nave. Da acceso a los pisos superiores otra portada de arco de medio punto, descentrada respecto a la anterior y dispuesta a la altura del coro alto que ocupa el fondo de la nave. También se mantiene, dentro de los mismos parámetros de austeridad y probablemente remontada, la portada original, abierta al sur y compuesta de arco de medio punto liso sobre impostas achaflanadas, rodeado por arquivolta lisa y chambrana de nacela. Pero es sin duda la magnífica galería porticada que recubre la fachada meridional del templo la que ha dado a éste justa fama dentro del románico segoviano, y ello tanto por la calidad de su escultura como por conservarse íntegramente. Se alza sobre un elevado podio de sillería de aristas aboceladas y debió ser construida al mismo tiempo que la iglesia, manteniéndose su cierre occidental ciego, la serie de tres arcos a ambos lados de la portada -enfrentada a la de la iglesia y emplazada con notable disimetría- y el primitivo acceso oriental, éste oculto al exterior por la sacristía. Los arcos, de medio punto y lisos, se rodean con chambranas abiseladas, apoyando en dobles columnas sobre basas áticas de amplio y aplastado toro inferior, sobre plintos. Los fustes son monolíticos, coronando sus capiteles cimacios que se continúan como imposta por todo el frente sur de la estructura, decorándose con flores hexapétalas de espinoso tratamiento que brotan de un tallo serpenteante y roleos con hojas acogolladas -en la zona occidental- o bien tetrafolias de doble corola -en la oriental-, motivo que orna también los cimacios. El tipo de las citadas parejas de hojas acogolladas acogiendo piñas son motivo infrecuente en lo segoviano y más vinculado con el románico de tierras de Soria, dándonos ya un primer indicio del origen de estos escultores. Los capiteles, parcialmente ocultos por el cierre de los arcos del pórtico, combinan los temas vegetales con los figurativos, sobre todo extraídos del bestiario, reservándose los historiados para los dos accesos. De oeste a este, vemos así en el primero una estilización vegetal con hojas nervadas muy pegadas a la cesta, de puntas rizadas en la parte alta; le sigue otro con tallos entrelazados entre los que se disponen racimos, figurándose el siguiente, sobre fondo de hojas de puntas acogolladas, con dos híbridos de cabezas humanas, cuerpos de ave y escamosas colas de reptil que, en la cara corta visible, se anudan y ascienden hasta introducirse en las abiertas fauces de un mascarón monstruoso. En este lado, finalmente, los de las columnas entregas reciben ruda decoración vegetal a base de grandes helechos de remate avolutado. La portada meridional del atrio, algo más destacada que los arcos y descentrada hacia el este, muestra igualmente arco de medio punto liso, ornándose la chambrana con dos docenas de cabecitas monstruosas de aire maléfico, la mayoría de bichas tocadas con capirote, aunque hay algunas de cánidos, relacionada como señaló Ruiz Montejo con otras de Pecharromán y Fuentidueña. Apea el arco en dobles columnas adosadas, rematadas por una pareja de capiteles dobles de espléndida factura; en el izquierdo del espectador se representó la Adoración de los Magos, realizando el más próximo a la Sagrada Familia la ritual genuflexión, aquí exagerada y acompañada del beso a los pies del Niño, éste sentado sobre María; tras ellos, como es también habitual, aparece la figura apartada y pensativa de un San José aquí sedente, tocado con bonete, apoyado en un bastón y asiendo el respaldo del sitial de la Virgen, cubierto como el suyo por un grueso paño. Ésta aparece con la cabeza tocada y coronada, los pies apoyados en un escabel ornado con brocados y sosteniendo en su regazo a Jesús, cuya cabeza se ha perdido, aunque tras ella, en la cesta, se grabó en bajorrelieve una cruz patada. Resta la pequeña diestra del niño en actitud bendicente, recibiendo en los pies el beso del primero de los magos, postrado ante él, siguiendo la misma tradición iconográfica del tímpano de Santiago de Agüero, extraída del apócrifo Liber de Infantia Salvatoris, 92 y copiada en El Frago y Biota. Sobre este primer rey completa la composición un árbol de ramas entrecruzadas e incurvadas de las que penden palmetas y frutos acorazonados, así como un disco con incisiones radiales que debe querer representar a la estrella que guió a los reyes. De sus dos compañeros sólo es visible uno, que se muestran de pie y como el anterior coronado, alzando con ambas manos el pomo con su ofrenda. El tercer mago está oculto por el cemento de la puerta. El capitel frontero del de la Epifanía recibe una pareja de grifos afrontados de picos incurvados, que despliegan sus alas interiores -con un espléndido tratamiento del plumaje- y vuelven hacia atrás sus cuellos, en composición que nos recuerda modelos vistos en la sala capitular de El Burgo de Osma o la portada también soriana de Villasayas, pero sobre todo el modelo de grifo de sendos capiteles de San Miguel de Fuentidueña y Cozuelos de Fuentidueña. A la derecha de la portada continúa la serie con un capitel de acanalados helechos, otro también vegetal con dos pisos de carnosas hojas cóncavas de nervios perlados y uno figurado, de complicada interpretación, y no sólo por estar parcialmente oculto. Vemos en él, en sentido contrario al de las agujas del reloj, lo que parece una figura monstruosa de cuerpo cubierto de escamas, que eleva un brazo realizando un gesto con los dedos índice y corazón extendidos y abiertos; sigue un personaje alzando un ramo trifolio que con la diestra se recoge la parte baja de la saya, al que acompaña uno similar en el otro ángulo posando su mano en la grupa de un cuadrúpedo que no resulta visible, mientras alza en la diestra una especie de maza. La cabeza de esta última figura aparece atravesada por un venablo, lo que parece desalentar a seguir la interpretación de Bango y Boto Varela, quienes veían aquí una posible escena circense. Completa la serie una cesta de fondo reticulado sobre el que se labró un entrelazo de tallos entrecruzados ornados con banda de contario. En el acceso de la sacristía a la estancia hoy utilizada como trastero se conserva el acceso oriental al pórtico, de arco de medio punto liso y rasurada chambrana, sobre dobles columnas y cimacios decorados con florones perlados similares a los del frente meridional. El capitel derecho muestra una serie de seis guerreros armados con lanzas, cuatro de ellos cubiertos por cota de malla y los otros dos con túnicas, del mismo tipo a los que flanquean la escena central del capitel frontero, lo que nos hace pensar se trate de la guardia del sepulcro de Cristo. En efecto, en este capitel y con rudo estilo se labraron, flanqueadas por soldados, tres figuras angélicas, la central de la cuales levanta con ambas manos la tapa de un sepulcro mostrando al yacente, mientras que los ángeles laterales portan incensarios y se recogen la parte baja de la túnica en un gesto similar al ya visto. La presencia de ángeles y militares parece aludir a una especie de doble guardia del sepulcro de Cristo en el momento inmediatamente posterior a su deposición y previo a la Resurrección, atípica iconografía que plantea no pocas reservas teológicas, a las que suponemos ajenos tanto a su escultor como al párroco de Grado de finales del siglo XII. Bango Torviso detectó en los capiteles de Grado del Pico la expansión de temas y formas destiladas por el taller aragonés de San Juan de la Peña, recibiendo para dicho autor los ábacos un tratamiento conforme a tal círculo artístico, así como el asunto de la genuflexión ritual en la Epifanía. Según Boto Varela, a los influjos aragoneses se suman otros sorianos y formas de origen local, precisando algunas de las lecturas del primero. Por nuestra parte, reconocemos en los relieves de Grado del Pico al menos dos facturas dentro de un mismo taller. A la mano más experimentada corresponden únicamente los capiteles del acceso meridional del atrio y el de los híbridos de colas entrelazadas y devoradas por un mascarón. En ellos se manifiestan composiciones más complejas, un más completo estudio anatómico y fisonómico de las figuras, amén de un tratamiento de las texturas y los plegados de los paños más voluminoso y elaborado, todo frente a la tosquedad del segundo artífice, bien manifiesta en sus capiteles figurados, donde los pliegues se resumen a superposiciones o simples acanaladuras. En cuanto a la filiación del taller, creemos que su origen es soriano y bien probable que su presencia se relacione con la pertenencia de estas tierras a la diócesis segontina, aunque recordemos que en las fechas en que debió levantarse la galería existía una disputa aún no resuelta entre ésta y la de Osma. La más ruda de las facturas tiene paralelos evidentes con la escultura del área meridional soriana -entorno de Tiermes y Caracena-, pudiéndose vincular la mano más hábil, más que con los modelos aragoneses directamente, con las producciones del taller de la catedral de El Burgo de Osma y con otras de Soria capital y su entorno, en las que es sensible la impronta del llamado “taller de San Juan de la Peña”, aquí matizadas y enriquecidas con ciertos modos derivados de la segunda campaña del claustro de Santo Domingo de Silos y del taller de Fuentidueña. Vemos así notables similitudes entre la construcción de los rostros de los magos de la Epifanía, con ojos exoftálmicos y abultados mofletes, y la vista en los capiteles de la portada de San Nicolás, hoy trasladada a San Juan de Rabanera en Soria, la portada occidental de Santo Domingo y los baldaquinos de San Juan de Duero, también en la capital soriana, o la cercana de Garray. También en algunas de éstas se repiten las hojas acogolladas encerrando piñas o granas que vimos en la imposta de la galería de Grado, así como el detalle de las pequeñas incisiones que marcan la línea de contrapliegue, recurso quizás derivado del trabajo de la eboraria y que detectamos en numerosas obras castellanas de los años finales del siglo XII y principios del XIII de ámbitos geográficos diversos: además de los ejemplos sorianos citados y los frontales de altar de San Nicolás y de San Miguel de Almazán, en el ámbito navarro-aragonés lo encontramos en San Miguel de Estella, Irache, Tudela, Santiago de Agüero, San Salvador de Ejea, el ábside de la seo de Zaragoza o en el claustro de San Juan de la Peña, las esculturas del deambulatorio de Santo Domingo de la Calzada o el tímpano del Cordero de Armentia; en la zona burgalesa en Soto de Bureba, Butrera, Gredilla de Sedano, Ahedo de Butrón, claustro de Silos, etc. En cuanto a la cronología, en función de las vinculaciones establecidas, podemos pensar que oscila entre los últimos años del siglo XII y las dos primeras décadas del XIII.