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Restos del muro románico en el brazo sur del transepto

Identificador
31000_0029
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Catedral de Santa María

Localidad
Pamplona / Iruña
Municipio
Pamplona / Iruña
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LAS INVESTIGACIONES REALIZADAS durante los últimos años vienen demostrando que en el románico navarro hay un antes y un después de la edificación de la catedral románica de Pamplona, un templo que no ha llegado a nuestros días debido a su hundimiento en 1391, pero cuya construcción resultó decisiva para la introducción de las nuevas formas artísticas en el reino. Tres son los caminos que nos aproximan a esa iglesia perdida: el análisis de los restos conservados, el estudio de la documentación con él relacionada y la revisión de todas aquellas fábricas que manifiestan su huella. El primer camino, el del examen de sus restos, ha vivido dos períodos. Desde el hallazgo de los capiteles en el segundo tercio del siglo XIX, en circunstancias que describe Madrazo, y su posterior vinculación con el documento que mencionaba la intervención en la catedral pamplonesa del Maestro Esteban de Santiago de Compostela, se forjó en torno a este personaje una trayectoria artística exagerada, puesto que se le hacía responsable de una amplísima producción escultórica con obras desde Galicia hasta Aragón. El punto de partida para la caracterización de su estilo fueron los capiteles de la portada occidental de la catedral y que hoy conserva el Museo de Navarra. Semejanzas iconográficas y formales fueron detectadas en Leire y Sos del Rey Católico, que primero fueron atribuidas a un discípulo. Más tarde hubo quien propuso su identificación con el Maestro de Platerías, lo que llevó a extender su hipotética presencia hasta San Isidoro de León y otras iglesias castellano-leonesas. Como ha sucedido con otros artistas románicos, un examen más crítico sucedió a determinadas atribuciones un tanto desenfrenadas. Por una parte se planteó cuál fue su verdadera dimensión creativa, ya que la documentación lo muestra como director de la obra, aunque no es descartable su actividad escultórica. Por otra, se analizó con más detenimiento el plantel de obras situadas en su órbita, de lo que derivó un conocimiento más riguroso y una disminución en las atribuciones. En la actualidad, parece aconsejable hablar de estas obras escultóricas como producto del “taller de Esteban”, en la medida en que corresponderían al grupo de escultores que trabajaron en la dilatada campaña plurianual iniciada hacia 1100 bajo la dirección de Esteban, pero sin asignarlas a ningún individuo en concreto. Se consideran procedentes de la antigua portada catedralicia cinco capiteles de gran tamaño, dos ménsulas y tres relieves, de los cuales los que se encuentran en mejor estado forman parte de la exposición permanente del Museo de Navarra. Son analizados en el capítulo correspondiente a dicho museo de esta Enciclopedia del Románico en Navarra. En el año 1990 la catedral pamplonesa fue cerrada para proceder a una completa intervención que incluía la excavación en extensión de su subsuelo. No era la primera vez que se exploraba bajo el pavimento catedralicio, si bien en anteriores ocasiones las deducciones relativas a la planta del edificio románico resultaron equivocadas. Las obras duraron hasta 1994. En los años 1992 y 1993 el equipo dirigido por Mª Ángeles Mezquíriz localizó la cabecera de la antigua catedral románica. Quedaron a la vista durante semanas varias hiladas del exterior de la capilla mayor, una cripta situada bajo el ábside meridional y la cimentación continua correspondiente a una iglesia basilical de tres naves con transepto de grandes dimensiones, poco menor que la catedral gótica. Los resultados fueron dados a conocer en una exposición, en la que se mostró una maqueta de los hallazgos y una serie de piezas labradas, alguna de ellas románica, todo ello reproducido y catalogado en una breve publicación. Lamentablemente, la memoria completa de la excavación todavía no ha sido dada a la imprenta, por lo que contamos con una información muy parcial acerca de lo encontrado. No obstante, como veremos, el análisis de la planta descubierta ha revolucionado lo que sabemos acerca del desarrollo del románico en Navarra. El segundo camino, el del estudio de la documentación y referencias literarias, comenzó también siglos atrás, cuando en diferentes crónicas e historias de Navarra y de los obispos pamploneses de las más antiguas fueron incluidas noticias sobre el templo procedentes del archivo catedralicio y de inscripciones de la portada. También aquí hubo controversia, especialmente en lo relativo a las fechas de inicio y conclusión del templo románico. Los ajustados estudios de historiadores avezados, como Lacarra, Ubieto y Goñi Gaztambide fueron clarificando el panorama, que hoy podríamos resumir así: a finales del siglo XI (1097) se evidencia el interés por edificar un nuevo templo, especialmente en la exhortación que dirigió el papa Urbano II al rey Pedro I y sus súbditos ad construendam nouam basilicam. Quizá las obras arrancaran en 1100, como decía la inscripción de la puerta occidental. En el año 1101 el obispo Pedro de Roda hace una donación a Esteban, Maestro de Santiago, por los buenos servicios que había hecho e iba a hacer en el edificio de la seo (in hedifitio supradicte ecclesie). Este maestro es calificado de opifex, artífice o creador, tenía mujer e hijo y todavía recibía bienes en Pamplona en 1107. Se ha discutido mucho acerca de su papel en la dirección de la obra, de sus responsabilidades en la seo gallega y, sobre todo, de su hipotética labor como escultor, de la que tratamos en otro capítulo. Algunos lo han supuesto hijo de Bernardo el Viejo, por lo que sería un continuador de los planes de su progenitor vinculado al obispo Peláez, otros lo consideran renovador de la fábrica, al servicio de Gelmírez. Incluso se ha hablado de un posible origen navarro o aragonés, lo que resulta sumamente problemático en función de su nombre, atípico en estas tierras. El examen atento de la documentación prueba que su suegra no era navarra, como a veces se ha afirmado. De lo que no hay duda es de las fuertes relaciones formales entre las soluciones empleadas en Pamplona y las compostelanas. Con el apoyo decidido de un obispo tan dinámico como don Pedro las obras avanzarían rápidamente. Quizá se vivió un momento difícil en 1114, fecha de una nueva exhortación papal, esta vez al rey Alfonso I, coincidente con la partida del obispo hacia Tierra Santa. El obispo Guillermo Gastón (1115-1122) pavimentó el templo y dispuso verjas en siete capillas, que han sido identificadas por Carrero con las situadas en la cabecera. La consagración tuvo lugar en 1127, en tiempos del obispo Sancho de Larrosa. Pocos años después aumentan las noticias documentales sobre el claustro, lo que permite situar su ejecución en los años 1130-1140, lo que por otra parte hace pensar que la iglesia en sí ya estaba terminada. Ha de considerarse estudio documental el examen de la planta de la fachada incluida en el proyecto que Ventura Rodríguez realizó a finales del siglo XVIII para la transformación del frontis occidental de la catedral. Una revisión superficial ya evidenciaba la relación con la Puerta de Platerías de Santiago de Compostela, puesto que aparecían también dos puertas y once columnas, de forma que cada puerta contaba con tres a cada lado, siendo común a ambas la central. Cálculos más detenidos han dado como fruto recientemente la restitución gráfica de la portada, que fue presentada en audiovisual en la exposición “La Edad de un Reyno” celebrada en Pamplona en 2006. Ha sido posible por una parte calcular el tamaño de la puerta con notable aproximación. Igualmente, la revisión exhaustiva de los capiteles del Museo, teniendo en cuenta sus dimensiones y su deterioro desigual en cada una de sus caras, ha permitido ofrecer una hipótesis de colocación de los capiteles y ménsulas antes citados. El tercer camino de análisis ha consistido en la revisión del románico pleno navarro a fin de identificar aquellos rasgos más específicos y no explicables por la influencia del arte del entorno (castellano y aragonés especialmente), sino más bien por la presencia de elementos de origen compostelano (y lejanamente derivados de lo tolosano-languedociano). El análisis se ha llevado a cabo primando las fábricas que podían mostrar alguna conexión con elementos verificables en los restos de la propia catedral, bien fuera en su planta, bien en las piezas escultóricas con tal origen. Este ensayo ha tenido como fruto la constatación de la abundancia en el arte navarro de cabeceras con exterior poligonal e interior semicircular, asociadas a capillas mayores con arquerías ciegas en su interior a la altura de los ventanales, utilización conjunta de ventana y óculo, etc. Conocidos los antecedentes y los consecuentes, resulta hasta cierto punto verosímil una restitución imaginaria del alzado catedralicio, aun sabiendo que ha de quedar en las grandes líneas, sin que sea factible concretar demasiados detalles. Una vez expuestos estos tres procedimientos de aproximación al conocimiento de un edifico desaparecido, podemos pasar ya a describir la iglesia catedralicia y su entorno, empezando por el edificio que hoy se considera más antiguo. LA CILLA (ANTIGUA CANÓNICA) La idea de edificar un templo nuevo obedeció a la confluencia de nuevas circunstancias. No cabe defender su necesidad causada por la destrucción de la iglesia prerrománica a consecuencia de los ataques musulmanes, puesto que la última entrada triunfal de los andalusíes en Pamplona había tenido lugar casi cien años atrás. Si se hubiera producido una destrucción considerable, las reparaciones se hubieran acometido en el primer período de prosperidad, en tiempos de Sancho el Mayor. Fue la llegada de un nuevo obispo con aires reformadores, el francés Pedro de Roda (1083-1115), el factor que desencadenó una sucesión de acontecimientos conducentes a la renovación eclesial. Pedro de Roda era un antiguo monje de la abadía de Conques, donde los aires de la nueva arquitectura habían marcado los dos últimos tercios del siglo XI. Conques brilla como uno de los templos abanderados de un nuevo arte, el del románico pleno, en que coincide la monumentalidad con la experimentación de nuevos sistemas de abovedamiento y la inclusión de una escultura renovada. Dicho prelado emprendió la renovación diocesana con la introducción de la vida regular entre los canónigos, conforme a la regla de San Agustín. Ello implicaba la necesidad de espacios donde desarrollar la vida en común: dormitorio, refectorio, etc. Así que se hizo preciso alzar una nueva construcción destinada a tal fin. Recientemente he propuesto identificar la denominada cilla o cillería con la canónica de finales del siglo, cuya terminación antes de 1097 queda probada por la felicitación del papa Urbano II ante la mejoría experimentada tanto en la religión de los clérigos de vida regular como en los edificios conducentes al servicio divino. Se trata de una construcción cuyo núcleo principal lo constituye una nave de planta rectangular organizada en dos niveles. Desde las intervenciones de mediados del siglo XX queda a la vista su fachada meridional, antes oculta tras añadidos arquitectónicos, constituida por aparejo muy irregular y perforada a distancias regulares por dos niveles de ventanas estrechas muy deterioradas, con evidentes señales de haber padecido un incendio. Están colocadas al tresbolillo, dos debajo y tres arriba en el lado sur, y una abajo y dos arriba en el norte. Entre las dos superiores más meridionales fue abierto un ventanal algo más ancho, rematado en arco de medio punto. El tipo de aparejo, con mampostería y sillarejos apaisados, que conforman hiladas que raras veces superan los 20 cm de altura (hay también hiladas perdidas) se corresponde con fórmulas constructivas empleadas en Navarra y otros lugares antes de la recepción del románico pleno, de lo que deducimos la participación de mano de obra local. Las esquinas están reforzadas por sillares de proporciones muy superiores. Más o menos en el centro se sitúa una puerta en resalte. Se abre a un nivel intermedio entre los dos del interior de la estancia (marcados no sólo por las ventanas, sino también por un rebaje en el grosor del muro, procedimiento normal en la Edad Media para apoyar un forjado). Dicha puerta fue excesivamente restaurada en el segundo tercio del siglo XX, hasta el punto de haber modificado elementos importantes para discernir sus fases y su datación. Así, en la actualidad todo el cuerpo avanzado está realizado en sillares repuestos, mientras que en las fotografías antiguas se percibe la combinación de sillares con un aparejo semejante al del muro de fondo, lo que constituye un argumento de peso para considerar que fue dispuesta al mismo tiempo que el resto de la edificación. Además, muchos de los elementos tallados fueron rehechos. La puerta está formada por una arquivolta moldurada, llevando como motivo central un bocel flanqueado por una media caña con adornos en relieve. Los restauradores reconstruyeron las dovelas con adornos de formas aristadas, que recuerdan a las típicas puntas de clavo usuales en el tardorrománico, lo que apuntaría a una fecha mucho más tardía para la puerta. Sin embargo, fotografías antiguas conservadas en el Archivo de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra ofrecen una realidad bien diferente, ya que la media caña incluye motivos ornamentales diferentes, con capullos, cabecitas humanas y de animales, en la línea de la variedad que caracterizará, por ejemplo, la portada occidental de Leire. Ya Gómez Moreno advirtió la proximidad de la puerta de la cilla con “lo tolosano, tal como irradió a Moissac y Lescure, por ejemplo”. Una chambrana con tres hileras de tacos al tresbolillo enmarca el conjunto. La arquivolta va sostenida por dos capiteles, de los cuales sólo uno es original (el otro está en el Museo de Navarra), el de la izquierda del observador, decorado con cuerpos de leones sentados sobre sus cuartos traseros y dispuestos por parejas con cierta torpeza, ya que se produce en la esquina una superposición de cuerpos poco conseguida. Parece posible afirmar un origen tolosano de este motivo, ya que aunque las parejas de leones con disposición vertical existen también en el románico hispano, la postura consistente en asentarse sobre los cuartos traseros es propia del foco languedociano (en España en lo que conozco las garras traseras se apoyan en el suelo). Es un motivo, por otra parte, frecuente a finales del siglo XI, que perdura con variantes a comienzos del XII y quedará obsoleto en el tardorrománico. El otro capitel muestra parejas de pájaros afrontados que unen cabezas y dorsos en las esquinas, en un diseño que igualmente cuenta con abundantísimos precedentes en el ámbito languedociano de las mismas fechas (y en el norte peninsular de él derivado). El mismo hecho de que una portada de tal monumentalidad centre un edificio cuya ubicación con relación al claustro se corresponde con la propia de las cillas o almacenes ha de llevarnos a la reflexión. Este tipo de dependencias secundarias no suelen tener puerta central y ornamentada; por otra parte, el claustro no dispone de acceso hacia esta estancia, ni parece que lo hubiera en el antiguo claustro románico si es que estuvo en el mismo emplazamiento que el gótico, asunto que trataremos más adelante. La nave longitudinal se interrumpe de manera un tanto brusca en su extremo septentrional por el encuentro con una construcción de planta cuadrada que hoy aloja la hermosa escalera de caracol añadida a comienzos del siglo XVI para subir al sobreclaustro. El encuentro es de difícil valoración y probablemente hayamos perdido parte de las claves interpretativas cuando fueron desmontadas las construcciones anejas hace décadas. Fotografías antiguas presentan casas tanto por delante de la cilla como adyacentes a la nave lateral meridional de la iglesia catedralicia. La continuidad de un aparejo irregular parecido al de la cilla por la parte inferior de la torre que envuelve la escalera deja en el aire el interrogante de hasta dónde llegaba la construcción de finales del siglo XI. Por el otro lado, la nave se prolonga sin aparente cesura en un cuerpo torreado sobresaliente. Este cuerpo se encuentra hoy abierto por un gran arco rebajado, de gran potencia y elaborado con un aparejo diferente al resto del muro. Visto desde el interior, el cuerpo torreado presenta vanos y hornacinas en lo que tuvo que haber sido un nivel superior (una ventana hacia el Oeste, un nicho hacia el Norte, mechinales a distintas alturas, acceso elevado a una escalera, etc.). Hasta el momento nadie ha realizado el estudio pormenorizado que esta torre merece. La puerta de comunicación interior a nivel de suelo hacia la nave de la cilla es de época gótica, lo mismo que el vano que conduce al claustro. Recientemente E. Carrero ha propuesto que la canónica románica debió de haber estado más desarrollada, de modo que al otro lado de dicha torre habrían existido un refectorio y una cocina. La ubicación del refectorio en esa zona es indudable. La dependencia ya existía en 1122 y un documento de 1273 habla del patio existente entre tal refectorio y el palacio episcopal que ha llegado a nuestros días. Una ventana abierta en el muro sur del cuerpo torreado evidencia que el refectorio no estuvo justamente al otro lado de dicho muro. LA DESAPARECIDA IGLESIA CATEDRALICIA En 1097 el papa Urbano II se felicitaba por lo hasta entonces conseguido y otorgaba indulgencias a cuantos se inscribieran en la cofradía de dicha iglesia (quicumque in confraternitate eiusdem ecclesie adscripti fuerint), con cuyos bienes se atendería la ingente labor de edificar una nueva iglesia. Y realmente podía calificarse como magnus labor la encaminada a alzar desde sus cimientos la antigua catedral pamplonesa. Dos elementos llamaron la atención de los investigadores cuando fue excavada y se dio a conocer la planta de la iglesia románica, que contaba con tres naves, transepto desarrollado y cabecera con dos capillas laterales flanqueando la central, abiertas más o menos en el centro de cada brazo del transepto, lo que las distanciaba de la central por medio de sendos tramos de muro que cabe suponer perforados por ventanales. En primer lugar, sus dimensiones muy superiores a lo habitual en la península por esas fechas (sin contar evidentemente la gran mole compostelana). Su longitud alcanzaba casi 70 m, lo que se valora con justicia si se compara con la catedral de Jaca (38. m desde el muro occidental hasta la embocadura de los ábsides) o con San Martín de Frómista (28 m). Era igualmente amplio el transepto, que rondaba 45 m. De hecho, estas medidas la convierten en el edificio más grande de su época en los reinos occidentales, siempre dejando aparte la seo jacobea. El segundo punto de atención fue la forma de su capilla mayor, que describía un polígono de siete lados hacia el exterior y semicírculo en el interior. Bajo la capilla meridional, una cripta salvaba el desnivel existente hacia el río. Toda la cabecera presentaba una construcción esmerada, de sillería regular relativamente grande (no tanto como Leire, pero sí superior a los restantes edificios del pleno románico navarros) muy bien trabajada, con esmeradas marcas de cantero (hasta una veintena diferentes), molduras biseladas y resaltes en los paramentos. Ambos aspectos tienen su antecedente en Santiago, de donde procedía el arquitecto. Se ha estudiado la proporción nave-transepto, comparable con la existente en la propia catedral jacobea. En cuanto a la combinación polígono- semicírculo, supone una variación sobre un tema compostelano, puesto que allí vemos este juego en las terminaciones de las capillas abiertas a la girola o en la combinación entre el cierre del presbiterio (claramente poligonal a nivel de tribunas) y el pasillo exterior del deambulatorio. Por supuesto, el templo gallego no es imitado en detalle, por ejemplo se prescinde de la girola, fórmula que escasea en el panorama del románico hispano. Pasemos a un asunto que queda en el terreno de la hipótesis bien fundada, o al menos así lo creemos. Me refiero al alzado del edificio. Las excavaciones proporcionaron información sobre la cripta ubicada bajo la capilla lateral sur. Tenía columnas, por lo que cabe imaginar la presencia de bóvedas de aristas. Su construcción suponemos derivó de un condicionamiento topográfico, ya que quedaba muy próxima a la pendiente que conducía hacia el río (la percepción actual de todo ese espacio está muy modificada por la construcción de las grandes murallas abaluartadas a partir de finales del siglo XVI; con anterioridad en esa zona hubo una puerta romana que respondía al camino que bajaba hasta el puente medieval de la Magdalena). También pudimos ver el exterior de la capilla central, con aparejo muy cuidado, una banqueta a partir de la cual se elevaba el muro. Para imaginar qué hubo más arriba tenemos que acudir al eco que dejó la catedral en el románico navarro. Concretamente son nuestros puntos de interés la cabecera de Irache, que presenta el mismo juego polígono-semicírculo en su ábside, y la de Santa María de Sangüesa (y en menor medida otras como San Martín de Unx, Zamarce, etc.). De ahí que podamos proponer que en el alzado de la capilla mayor se produjo una combinación arco-óculo, dado que la hay en las girolas de Santiago y San Saturnino de Tolosa, así como en Sangüesa e Irache. Los ventanales se habrían desplegado en un nivel intermedio, mientras los óculos quedarían por encima. En el interior, el nivel intermedio ofrecería una sucesión de arcos de los cuales algunos contenían ventanas y otros simplemente quedaban ciegos, como en los edificios antedichos. Esta teoría de arcos presentaría capiteles dobles y sencillos decorados con la primera flora románica languedociana y quizá con motivos como la lucha entre guerrero y dragón que aparece en Toulouse y se repite en Irache (y todavía se copia en San Pedro de Olite). Al terreno de la pura especulación pertenece saber cuántos óculos perforaban la capilla mayor, cómo eran los ábsides laterales (probablemente más sencillos) o si tenía o no cimborrio sobre el crucero (con él figura en un sello de la Navarrería de 1236). En cuanto a las naves, la cimentación continua no da pistas acerca de los pilares, que imaginamos compuestos de sección cuadrada o cruciforme con semicolumnas adosadas, como en Aibar. En el terreno de lo puramente especulativo está el sistema de abovedamientos, puesto que pudo haber tenido cañón sobre fajones en la central y lo mismo o aristas o cuarto de cañón (también como en Aibar) en las laterales. Sin duda habría fajones, con los que se corresponderían los contrafuertes cuya cimentación apareció tanto en el muro norte como en el meridional. Ninguna tribuna en el románico navarro ayuda a defender su presencia en la catedral, aunque hemos de reconocer que no sería rara, teniendo en cuenta la dimensión que alcanzó el edificio y su directa imitación de Santiago. Además, la atípica ubicación dentro de la actual catedral gótica de una escalera, que ocupa el emplazamiento que en la seo románica correspondería al encuentro entre el transepto y la nave de la epístola, justamente el lugar donde existe una gran escalera de acceso a tribunas en Compostela, es un argumento complementario para defender la existencia de estos espacios elevados sobre las colaterales. Como se ha dicho, el templo se hundió en 1391. Cabe descargar a Esteban de la responsabilidad de una construcción deficiente que causara el colapso, porque posiblemente fue el debilitamiento de los pilares, a causa de unas obras encargadas por el rey Carlos III en memoria de su padre, lo que determinó la caída de la nave mayor. El rey Noble, el obispo y el cabildo prefirieron sustituir el edificio románico por el gótico que hoy contemplamos, edificado entre 1394 y 1500. Las obras se efectuaron en tres fases, sin que afectaran a la fachada occidental, con sus dos torres y su doble puerta. Los ilustrados pamploneses del siglo XVIII estimaron conveniente acometer la renovación del frontis occidental, que les resultaría vetusto y deteriorado. El encargo recayó en el académico Ventura Rodríguez. Como se ha avanzado, conservamos el dibujo en que la planta proyectada de la nueva fachada se superpone a la antigua. Su análisis revela una directa derivación de la puerta de Platerías, en el brazo sur del transepto compostelano. La comparación con las medidas del edificio finalmente construido por Santos Ángel de Ochandátegui a partir del mencionado plano nos faculta para calcular las dimensiones de la puerta románica. El resalte de contrafuerte a contrafuerte alcanzaría casi 13 metros de frente; el hueco en que se emplazaban las dos series de arquivoltas superaría en poco los 10 m; y el vano de cada puerta sería algo mayor de 2 m. El estudio de los elementos que la integraron se efectúa en el capítulo dedicado al Museo de Navarra. EN TORNO AL CLAUSTRO ROMÁNICO No queremos terminar sin al menos presentar la problemática que afecta a la ubicación y dimensiones del desaparecido claustro románico, cuyos capiteles constituyen una de las obras más exquisitas del pleno románico en España (y se estudian igualmente en el capítulo dedicado al Museo de Navarra). Aunque existen referencias documentales al claustro en 1110 y 1114, parecen menos concluyentes con relación a la existencia de un espacio cerrado con galerías que las de 1141 y 1142, en cuyo texto se habla de enterramientos infra claustra. Por desgracia, carece de fecha el diploma de concesión de indulgencias que el obispo Sancho de Larrosa otorgó a quienes entregaran doce dineros para terminar la obra del claustro. Según Goñi Gaztambide sería poco posterior a la consagración de la iglesia en 1127. Aunque hubiera podido iniciarse antes, la mayoría de los estudiosos coincide en suponer que los capiteles hubieron de ser tallados en la década de 1130-1140. Tampoco se da total coincidencia en cuanto al número de capiteles pertenecientes a aquella construcción, ni en los que han llegado a nuestros días ni en los que conformaron su desarrollo completo. En el Museo de Navarra se exponen siete sobre los que casi nadie plantea dudas: tres historiados (Job, Pasión y Resurrección) y cuatro vegetales, entre los que sobresale el de hojas en espiral; los siete van acompañados de otros tantos cimacios vegetales. En los fondos existen otros dos de dimensiones y factura semejantes, ambos con acantos (uno añade máscaras) que sólo están tallados por tres caras, por lo que tuvieron que estar unidos a un pilar. La mayor parte de los estudiosos aceptan que el medio capitel doble dedicado al Lavatorio y el otro medio con la Última Cena también formaron parte del grupo. Menos consenso hay a la hora de incluir el llamado “de San Cernin” y el fragmento con figuras humanas de tema desconocido. Para mí no ofrece dudas la pertenencia al grupo del llamado “de los ríos”, hoy en paradero desconocido y perspicazmente identificado a partir de fotografías antiguas por Aragonés. En total, en el mejor de los casos, trece capiteles, dos de ellos de esquina, lo que permitiría elevar una arquería con doce arcos o dos medias con seis (suponiendo que en una situáramos los historiados y en otra los vegetales, conforme a la distribución que hoy vemos por ejemplo en San Pedro de la Rúa). Para hacernos una idea, la citada iglesia estellesa tiene nueve arcos por galería, la catedral de Tudela alterna dos lados de nueve arcos con otros dos de doce, galerías de diez y de siete vemos en San Pedro el Viejo de Huesca, de catorce y dieciséis en Silos, y trece tiene la galería antigua de San Pedro de Cardeña. No hace falta seguir el listado para advertir que sólo conservamos capiteles para una cuarta parte de lo que pudo haber sido un claustro acorde con las dimensiones de la iglesia antes analizada. ¿Y cuál es el motivo de que hayan llegado a nuestros días? En el caso de los capiteles de la portada, está claro que los tenemos por su tardía destrucción y por el cuidado que alguien puso en recogerlos. El magnífico estado de conservación de algunos de los claustrales lleva a concluir que por alguna razón se les dio uso hasta fechas cercanas, quizá también hasta comienzos del siglo XIX. Aquí es donde entra en juego la sorprendente afirmación de Ponz, que ha hecho cavilar a los estudiosos. En el Viaje fuera de España (1785) afirma: “Se conserva parte de un Claustro pequeño de grandísima antigüedad; en cuyos capiteles de sus columnas pareadas se representan pasos de la Pasión de Christo, executados con rusticidad”. ¿Pudo haberse inventado una afirmación así? ¿Vio sólo los capiteles y se permitió una licencia creativa con lo demás? A mi juicio, no. En tiempos de Ponz todavía había en pie una o más galerías que darían idea de un claustro viejo, que habría convivido durante siglos con el gótico. He propuesto alguna ubicación alternativa, imaginando que pudo haber sobrevivido una parte del claustro original en algún lugar, para lo que he examinado la planta de la catedral y su entorno tal y como podría estar en el XVIII. En la misma línea, otros investigadores han planteado distintos lugares donde pudo haber estado el claustro original, bien debajo del gótico o en otro sitio, por ejemplo al sur de las naves, dando o no crédito a lo escrito por Ponz. Considero que la hipótesis más convincente de las hasta ahora planteadas es la propuesta muy recientemente por Eduardo Carrero, según la cual el claustro que vio Ponz no era el original del siglo XII, sino que estaba formado con elementos del original. Se apoya en citas de un claustro viejo del que todavía se habla en el siglo XVI, recreado con elementos del original románico (capiteles, fustes, cimacios) cuando éste fue sustituido al construirse el gótico a partir de los últimos años del siglo XIII. Y habría estado emplazado en el patio del pozo al norte del refectorio. Es tan amplia la casuística relativa al devenir de los restos medievales en el arte europeo que bien podría admitirse una reedificación de esta naturaleza, aunque sería atípica. Abundando en la materia, existen referencias documentales correspondientes a obras ejecutadas en la catedral en el entorno de 1800 que cabría vincular con el desmonte de una galería donde podrían haber sido reempleados esos capiteles. La hipótesis da respuesta a algunos de los interrogantes, concretamente a cómo y por qué han llegado esos capiteles a nuestros días, y también a la veracidad del testimonio de Ponz, pero no de modo definitivo a la que ahora más nos preocupa: ¿dónde estaba y cómo era el claustro románico del siglo XII? La respuesta más probable lleva a pensar que ocuparía el emplazamiento del posterior claustro gótico y que sería algo menor. Y concretamente con relación a sus dimensiones entra en juego otra edificación románica: el palacio episcopal, que limitaba el conjunto claustral por el Sur. PALACIO EPISCOPAL El descubrimiento del Palacio Real románico de Pamplona, en los años finales del siglo XX, ha proporcionado información y perspectivas novedosas que han llevado a identificar la práctica totalidad de los restos del palacio episcopal románico, situado al sur del claustro catedralicio y del que antiguamente sólo había sido reconocido un muro. El acceso a sus dependencias se puede realizar bien desde el propio claustro, a través de la Puerta Preciosa, que entra de lleno en lo que había sido la gran sala palaciega, bien desde la calle Dormitalería, a través de una puerta situada junto a la cabecera del refectorio gótico. Las referencias documentales permiten reconstruir la historia del edificio. No consta el momento de edificación, pero sí que existía en la primera mitad del siglo XIII, en 1226 y también en 1235, cuando el obispo Pedro Ramírez de Piédrola lo dio al rey Teobaldo I en garantía por una deuda de 12.666 sueldos de sanchetes. Ya entonces era conocido como “palacios viejos”, también llamados de la iglesia de Jesucristo, en referencia a la capilla de la que trataremos más adelante. Los obispos recuperaron la propiedad en tiempos de don Armingot, quien lo donó a los canónigos en 1273 para que lo destinaran a dormitorio, juntamente con un patio contiguo al refectorio (suponemos que es el del pozo) y unas huertas, que deben ser las emplazadas al sur de dicho palacio. En el preámbulo del diploma el prelado hablaba de la estrechez de las dependencias existentes por entonces en torno al claustro. El acondicionamiento del nuevo dormitorio ya se había planteado en 1270 y sería renovado, como veremos, en el siglo XV. La mirada perspicaz de Lambert había advertido que el muro que cierra por el sur el patio del pozo del refectorio, presentaba aparejo y vanos románicos, lo que le llevó a considerarlo como resto visible del antiguo palacio de los obispos pamploneses, que dató por sus restos monumentales en la segunda mitad del siglo XII. Se trata de la única de las seis fachadas de la edificación original que hoy queda a la vista. No obstante, se ha podido constatar que dicho muro es sólo una parte, en concreto el cierre septentrional del ala que suponemos dedicada a las dependencias privadas, de una construcción mucho mayor, que tenía planta en L, en lo que se asemejaba al palacio real (al que había precedido en el tiempo), pero carecía de torre en esquina, elemento significativo desde el punto de vista simbólico y de uso de la sede regia. Liberado de multitud de elementos que dificultaban su visión, hoy es posible reconocer, en el ala oriental, la gran sala, de planta rectangular y dispuesta conforme a un eje Norte-Sur. Confluía en ángulo recto con el ala meridional, otra estancia más estrecha y menos monumental. Curiosamente, mientras que la espacialidad original del ala oriental es visible en su parte superior, donde se localizan los correspondientes arranques de arcos transversales, el ala meridional, en cambio, sólo es reconocible con nitidez en su parte inferior, ya que la superior se vio muy alterada por añadidos de diversas épocas. La gran sala presenta planta rectangular, mide aproximadamente 31,30 m de longitud por 9,15 m de anchura, siempre sin contar el grosor de los muros, que ronda 1,20 m (la superficie construida alcanza los 390 m2). En origen constaba de un único espacio de muy considerables dimensiones, pero desde la Baja Edad Media se encuentra dividida a media altura en dos niveles. La parte inferior está muy modificada por la inclusión de los potentes arcos que a comienzos del siglo XV fueron añadidos para alzar el nuevo dormitorio, conforme a los deseos de don Lancelot, hijo del rey Carlos III y vicario general de la diócesis de Pamplona entre 1408 y 1420. Con ello pretendía resolver el grave problema de humedades que afectaba a dicha dependencia desde antiguo. Estos arcos, en número de cinco, quedaron distribuidos a distancias regulares sin tomar en consideración lo preexistente, de forma que el segundo obstruyó parcialmente la primitiva puerta principal del palacio episcopal, abierta en la fachada occidental. Esta puerta se aprecia con nitidez desde la estancia llamada Sala de la Pintura. El vano primitivo tenía una luz de 2,04 m y una altura de 3,20; su único adorno es una chambrana con sogueado. En el piso alto es más fácil imaginar el aspecto original de la sala románica, ya que se conservan algunas ventanas y los arranques de los arcos. Concretamente la cubierta estuvo organizada mediante cuatro potentes arcos transversales, de unos 60 cm de frente, cuya altura original no es determinable con total certeza. De los ocho arranques de arcos vemos hoy en día tres del muro occidental (falta el meridional) y dos en el oriental (los dos extremos). En los orientales se reconocen marcas de cantero semejantes a una letra B mayúscula. Entre arco y arco hay una separación de 6,44 m. Frente a la sencillez de las ménsulas del palacio real, las del episcopal se organizan mediante dos baquetones horizontales separados por molduras angulosas. El muro oriental, que daba a las inmediaciones de la muralla de la ciudad, carece de ventanas. En cambio, en el occidental por la parte interior se ven los abocinamientos de dos de ellas, ambas de medio punto, que curiosamente no están dispuestas exactamente en el centro de cada tramo. Dicho abocinamiento mide entre 92 y 94 cm de anchura. Además, en el exterior del tramo septentrional se localizaron empotrados en el muro restos de un capitel con su correspondiente fuste. Si algún día se interviene se podrá analizar con detalle su entorno. También en el hastial meridional se aprecia otra ventana, que debió de formar parte de un conjunto ya que está situada más o menos en el tercio oriental. Desde la logia situada ante la biblioteca se contempla el exterior del hastial meridional, con huellas de vanos y añadidos de ladrillo. Resultaría muy instructivo suprimir dicho revestimiento para indagar cuánto se conserva de la fachada de época románica, que pudo estar organizada con un gran ventanal axial, a semejanza del que iluminaba la sala del jardín del Palacio Real de Pamplona. En caso de descubrirse el piñón del antiguo hastial tendríamos la altura de la cubierta lo que permitiría aproximar el trazado de los arcos diafragma de la gran sala. Un gran arco apuntado de 5,50 m de luz abre este nivel alto de la sala oriental hacia la sala meridional. El arco está remetido en muros preexistentes, lo que lleva a pensar en que fue ejecutado al tiempo que se acondicionaba el dormitorio alto, en el siglo XV. Debido probablemente al adelgazamiento del muro, la parte alta de la sala oriental es algo mayor que la inferior: las medidas que hemos tomado nos dan 31,26 m de longitud por 9,30 de anchura. Los muros presentan aparejo de piedra hasta una altura aproximada de 3,40 m, que pudo ser la original. Fueron recrecidos en ladrillo a comienzos del siglo XX para disponer en este espacio una sala capitular nueva; como la construcción añadida no ofrecía garantías, fue finalmente demolida en 1926; si bien no existe documentación que detalle la intervención, una fotografía muestra sus gigantescas dimensiones, que elevaban su cubierta por encima de la de la Biblioteca. No es el único cambio importante de la estructura de la nave, ya que parece haber sido alterada por la edificación del claustro gótico. En esta parte alta se aprecia que el actual hastial septentrional no va trabado con los muros oriental y occidental, con los que tampoco cierra a escuadra, lo que abona el terreno para la especulación. Nos ha llamado la atención el hecho de que la puerta principal estuviera descentrada, lo que cabría explicar en razón de un acortamiento. De ser así, en origen la gran sala todavía hubiera sido mayor, pero no es posible aventurar cuánto, ya que según los planos de que disponemos la puerta tampoco se encuentra perfectamente centrada con relación a los arcos transversales. En este nivel alto que estamos describiendo existen puertas hacia la llamada sala de cortes y hacia una estancia situada encima de la Sala de la Pintura, derivadas de las modificaciones posmedievales. Aunque hoy vemos todo el espacio despejado, sabemos que cuando don Lancelot construyó el dormitorio alto, éste quedó compartimentado en celdas de madera que procuraban cierta privacidad a los canónigos. El ala oriental carece de contrafuertes en su muro occidental y los del oriental no se corresponden ni con los arcos añadidos para ubicar el dormitorio alto del siglo XV ni con los cuatro grandes arcos transversales que aguantaban la cubierta románica. En la llamada Sala de la Pintura, que es la estancia cubierta situada en la planta baja al Oeste del ala oriental, existe un saliente del muro cuya finalidad nos es desconocida. Podemos aventurar un posible uso como chimenea, pero no es posible verificarlo mientras se mantenga el enlucido de los muros del llamado dormitorio bajo. Una puerta situada en la esquina sureste comunica con un paso detrás del cual se encuentra la Capilla de Jesucristo. Las fachadas laterales del ala oriental sirvieron de muro de apoyo para otras dependencias: en la parte este, la llamada Sala de Cortes; y en la parte oeste, la Sala de la Pintura. Esta última está formada por el cerramiento acristalado de grandes arcos de piedra que parecen sustituir a un antiguo pórtico de madera, quizá existente desde el origen del palacio. Se conservan dos ménsulas al mismo nivel que las todavía visibles en la fachada del ala meridional que da al patio del pozo. Recordemos que el Palacio Real también tuvo un pórtico abierto al patio conformado por la L que dibuja su planta. Esta sala mayor oriental estaba conectada con el ala meridional, más estrecha (en torno a 5,80 m) y más corta (aproximadamente 27 m), cerrada por muros de menor grosor (unos 80 cm). También aquí el muro de cierre occidental fue modificado por las dependencias añadidas en época gótica (el eje del refectorio gótico parece haber quedado desplazado con respecto a la perpendicular del claustro en razón de la preexistencia del palacio). Mientras que el ala oriental parece haberse concebido como gran espacio único, es decir, una gran sala cubierta por los citados arcos transversales, el ala meridional pudo haber estado dividida en dos niveles desde el principio. Es la conclusión a la que llegamos al ver las hileras de ménsulas de piedra que hoy quedan por debajo del forjado, cuya altura parece estar condicionada por su conexión con el dormitorio alto. Muy probablemente, cuando don Lancelot mandó edificar el dormitorio alto, vieron la conveniencia de unificar los forjados para poder transitar cómodamente de uno a otro. En la planta baja apenas quedan otros restos originales distintos de las ménsulas que soportaban el forjado, doce en el muro norte y diez en el sur. En su muro meridional se advierte el comienzo de un vano con arco de medio punto, que quizá corresponda a su puerta inicial. Habrá que esperar a que la futura rehabilitación lo confirme. Existen varias ventanas, ninguna original. A diferencia del ala oriental, esta meridional sí presenta contrafuertes en ambos muros largos, tanto hacia el patio del pozo como hacia la logia situada al Sur. Miden aproximadamente 95 cm de frente y están distanciados por 4,40 m. El grosor de muro muy inferior pudo aconsejar su construcción para responder a los arcos transversales que suponemos articularían la cubierta. Como todo el nivel superior del ala está enlucido (hoy constituye el llamado “teatrillo”, que durante un tiempo también sirvió como sala capitular) no es posible reconocer la ubicación de tales arcos, ni ver desde el interior las ventanas románicas que se aprecian desde el patio del pozo. No obstante, consta que cuando se ejecutaron obras hace pocos años para la apertura de una puerta que conectase hacia el nivel alto del ala oriental, en el muro sur apareció un mirador gótico con ajimez, lo que sirvió como pista para aventurar que en el nivel alto del ala meridional hubiera estado situada la “cámara de los miradores”, también llamada camera nova qui est supra dormitorium canonicorum (incluso in spectaculis dormitorii canonicorum pampilonensium ubi capitulum fieri consuevit) tan citada en la documentación catedralicia a partir de 1295. Suponemos que este no es el único mirador, sino que hay varios más a la espera de su descubrimiento. Dicha cámara sirvió como sala capitular a partir del momento en que el antiguo claustro románico con su correspondiente sala capitular fue demolido para el inicio de las obras del claustro gótico. Aunque luego fue proyectada para su uso como capitular la hoy llamada Capilla Barbazana, cuando estuvo en uso los canónigos prefirieron continuar con sus reuniones en la camera spectaculorum en vez de bajar a la Barbazana, fría y húmeda. Su ubicación aquí, en alto y abierta a Mediodía, garantizaba mejor temperatura para las reuniones del cabildo. Posteriormente, en 1580, los muros de la antigua nave meridional del palacio episcopal fueron recrecidos con la intención de disponer un segundo refectorio, conocido como menor, nuevo o de invierno, lo que no significó el cambio de uso del refectorio gótico, que quedó como refectorio de verano. La cubierta actual, con lunetos, es todavía posterior. La fachada norte del ala meridional ofrece su apariencia románica a quien la contemple desde el patio. Construida con aparejo de tamaño mediano, destaca la presencia de dos ventanas de doble vano que tuvieron parteluz hoy perdido. Rematan en dos arquillos de medio punto labrados en una gran pieza semicircular a manera de tímpano. En la oriental se aprecia perfectamente que los alféizares estuvieron achaflanados. En la occidental, que ha perdido el tímpano, se ven restos de estantes como si durante un tiempo hubieran sido utilizados como anaqueles, lo que exigiría que estuviera en un interior. Por debajo y por encima de estas ventanas corren dos hileras de ménsulas, quizá la inferior existió desde el principio para completar un posible pórtico en el patio; el uso de la superior desde el principio es más problemático, ya que limitaría la luminosidad de las ventanas. Recordemos lo dicho acerca de un posible claustro viejo en este patio, donde según la hipótesis de Carrero pudieron haber sido reempleados los capiteles románicos del primitivo claustro románico. También se conserva casi en su totalidad la hilera de canes que soportaban la cornisa original, justamente por encima del final de los contrafuertes. Los recrecimientos del siglo XVI y posteriores han desvirtuado su apariencia. En cambio, la fachada sur está oculta por elementos añadidos, principalmente el gran torreón cuadrado edificado al mismo tiempo que el refectorio (con el que está alineado), en la primera mitad del siglo XIV, y los muros que soportan la biblioteca alzada en el siglo XVIII. Además, los muros están enlucidos y pintados de blanco. Tampoco puede verse el hastial occidental, ya que la nave termina en una escalera por delante del muro del refectorio. Por lo que respecta a la datación, no son muchos los elementos que proporcionen pistas. La decoración de la puerta, los boceles de las ménsulas y los chaflanes de los alféizares llevan a pensar en un románico avanzado, de manera que poco más hay que añadir a la datación propuesta por Lambert en la segunda mitad del siglo XII. Como veremos enseguida, pùede defenderse su construcción en el episcopado de Pedro de París (1167-1193). CAPILLA DE JESUCRISTO El conjunto canonical se completa con la llamada Capilla de Jesucristo, que parece haber sido propia del Palacio Episcopal románico. Una vez éste fue donado al cabildo, los capitulares la incluyeron en sus recorridos litúrgicos cotidianos. Se trata de un pequeño templo que consta de presbiterio con testero recto y dos tramos de nave (el presbiterio es más estrecho que la nave). Ambos tramos de nave y el presbiterio, separados por fajones apuntados de sección cuadrangular, se cubren mediante bóvedas de crucería sencilla, con nervios de sección circular y entrecruzamientos tallados en piezas monolíticas aspadas, indicio de cierto avance cronológico y de dominio del abovedamiento. Constan de arcos formareles, lo que -como vio Crozet- prueba su ejecución en una segunda fase de introducción de las bóvedas sobre arcos cruzados. Los nervios apoyan en pilastras centrales y de esquina. Las centrales tienen un diseño peculiar, estos diseños se repiten en iglesias rurales de la Cuenca de Pamplona en torno a 1200. Los capiteles que apean los nervios de la bóveda del presbiterio aparecen lisos. El arco de separación entre nave y presbiterio es apuntado y se adorna con doble moldura lisa. La capilla dispone de dos puertas, una hacia el Norte y otra hacia el Sur. La meridional fue abierta junto al hastial y consta por su parte interna de arco de medio punto. El exterior está enlucido. La septentrional está más centrada y fue parcialmente rehecha en la restauración. Al interior culmina en arco semicircular y al exterior el vano se cierra mediante tímpano liso envuelto en arquivolta enmarcada por chambrana de sencilla molduración, la misma que se emplea bajo los salmeres a manera de cimacio. Apea en pies derechos. También vemos dos ventanas, una en el eje del testero, de remate semicircular y enmarque interior achaflanado, y otra en el hastial, restaurada siguiendo las mismas formas. El exterior de la capilla queda disimulado por construcciones anejas. Desde la Ronda del Obispo Barbazán se ve el muro testero y el comienzo de la fachada meridional, que resultó muy alterado cuando siglos después dispusieron una estancia hoy convertida en estudio de pintor. Para ello lanzaron un arco en la parte de la cabecera y recrecieron directamente el muro sobre la cornisa de la nave, por lo que hoy ésta y los canecillos convexos que la soportan quedan embutidos. El testero está flanqueado por contrafuertes y centrado por una ventana sencilla, de remate semicircular y enmarque achaflanado, sin ornamentación escultórica. Su aparejo es de tamaño mediano y labra descuidada. El pasaje de conexión entre las dependencias catedralicias y el Palacio Episcopal oculta el resto. Por su parte, el muro occidental es visible desde el pórtico situado junto a la subestructura de la biblioteca, pero como está enlucido y fue restaurado hace décadas poco es lo que podemos comentar, fuera de la presencia de una estrecha ventana. En cuanto al muro septentrional, la parte inmediata a la puerta fue reconstruida en la misma restauración. La capilla está separada del palacio románico por un pasaje estrecho e irregular, que hoy termina en la escalera de acceso a la biblioteca, pero quizá antiguamente diera a un postigo de la muralla. En el muro occidental de este pasaje se ve un vano semicircular que puede ser románico tapiado. Permitiría la circulación desde la capilla hacia la huerta del palacio sin necesidad de entrar en la gran sala. La cronología de la capilla puede aproximarse por las referencias documentales y por el análisis de sus elementos constructivos. La mención más antigua, que ya hemos comentado, data de 1235. Los capiteles se corresponden con lo que se hacía en templos poco importantes en el entorno de 1200, por lo que cabe suponer que imitarían las formas recién llegadas a la capital. La presencia de formareles y el uso de nervios en bocel sitúan los abovedamientos en una fase posterior a los nervios cuadrangulares de encuentros mal resueltos que hemos visto en los años 1170- 1180. Las ménsulas con baquetones horizontales nos recuerdan tanto al palacio episcopal como a la nave cisterciense de Santa María de Iranzu. Esta conexión con Iranzu nos lleva a plantear otra vía de datación. La capilla también se ha llamado de don Pedro de Roda, no sabemos desde cuándo, pero este prelado falleció a comienzos del siglo XII, lo que es incompatible con los elementos arquitectónicos del pequeño templo. Los siguientes obispos de nombre Pedro fueron Pedro de París o de Artajona (1167-1193) y Pedro Remírez de Piédrola (1230-1238), en cuyo tiempo el palacio fue cedido como fianza al rey (lo que lleva a pensar que el obispo no le tenía el cariño propio de quien lo había construido). Es admisible pensar que una capilla atribuida por tradición a un obispo Pedro, una vez perdida la memoria de su promotor, fuera asignada al constructor de la catedral. Se da la circunstancia de que Iranzu fue donado por Pedro de París a su hermano Nicolás, monje cisterciense en Curia Dei, para que allí fuera edificado un monasterio bernardo que quedara bajo la obediencia del obispo de Pamplona. La iglesia fue construida con cierta rapidez, de modo que don Pedro pudo ser sepultado en ella a su muerte. Las relaciones formales entre Iranzu y la capilla de Jesucristo, así como su común carácter austero, podrían encontrar su nexo común en la personal del prelado. De modo que existen razones para pensar que la capilla de Jesucristo pudo ser edificada en los últimos años del episcopado de Pedro de París, hacia 1190.