Juan Gil Fernández expone cómo las diversas Reglas visigodas trataron de limar las tensiones que había producido en todo el mundo occidental la rigidez del ideal ascético. Salvatore Pricoco explica cómo entre las reglas de la primera mitad del siglo sexto , el texto benedictino es el que ha hallado los resultados más positivos en el largo proceso cultural, legislativo e institucional por el que el monacato llegó a convertirse en una de las grandes realidades creativas de la Europa medieval. Francisco Javier Fernández Conde y Mª Isabel Torrente Fernández sostienen que es evidente que San Benito no tuvo nunca intención de crear con su legislación centros de rigorismo espiritual, ni talleres de elaboraciones culturales, ni entidades de grandes rendimientos económicos; pero también está claro que ese espacio de orden y de equilibrio propiciaría, muy pronto, el florecimiento de muchos cenobios benedictinos que se convirtieron en focos de irradiación religiosa y cultural y, sobre todo, en instituciones poderosas, es decir, en importantes dominios señoriales dentro del modo de producción feudal. Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza analiza los afanes reformadores del mundo monástico, donde se pretendió extender el modelo cluniacense, o bien los rasgos más sobresalientes del programa de la abadía borgoñona, en especial la Regla Benedictina y el privilegio de exención de la autoridad episcopal, que los vinculaba directamente a la Santa Sede. José Sánchez Herrero, a pesar de que se ha escrito mucho sobre toda la amplia problemática que encierra la Orden de los Jerónimos en sus doscientos primeros años, por lo que resulta muy difícil intentar decir algo nuevo, insiste sobre algún punto en el que parece que no se ha reflexionado suficientemente.