Identificador
49600_01_287
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 0' 6.62'' , -5º 40' 50.46''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Benavente
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
SE SITÚA SANTA MARÍA DEL AZOGUE en el centro del casco histórico y actual de Benavente, presidiendo la plaza de Calvo Sotelo, uno de los puntos más elevados del entramado urbano de la villa. Desconocemos los datos históricos que envuelven el inicio de la fábrica, cuya cronología debe ir pareja a la del otro gran templo románico benaventano, dedicado a San Juan. Sólo una referencia epigráfica, un epitafio grabado en el brazo meridional del transepto, nos proporciona la datación de 1226, límite ante quem para esta parte del edificio. En su transcripción debemos seguir lo publicado por Gómez-Moreno, pues la inscripción se encuentra hoy parcialmente oculta por el cancel de la puerta de este brazo del transepto, en cuyo interior se encuentra el lucillo apuntado que cobija los restos de la difunta. Reza así (ponemos en mayúsculas los caracteres hoy visibles): hic [requiescit] / dop[na mar]ia OR(rat)e / PRO EA : ERA M CC LX / IIII IDVS : Madii, es decir, “aquí descansa doña maría, orad por ella, (murió) en la era 1264, el día de los idus de mayo” (año 1226). Cabe de lo dicho suponer que el inicio de las obras coincidiría con el desarrollo de la villa durante el reinado de Fernando II, a partir de 1167, y posiblemente su fase románica abarque las dos últimas décadas del siglo XII y las primeras del XIII. La imagen más poderosa de este edificio la proporciona la visión exterior del conjunto de su cabecera, con sus esbeltos y proporcionados cinco ábsides, que por su grandiosidad -parangonable a la que suele acompañar a las catedrales y grandes monasterios- resulta uno de los más ambiciosos de la región, no tanto por sus dimensiones, sin duda notables (35 m de longitud de este a oeste y 28 m en el transepto), como por su complejidad constructiva y las conexiones con las grandes fábricas del tardorrománico galaico y castellano. El modelo de planta derivado del isidoriano, de tres naves y transepto notablemente destacado se corona por una cabecera extraordinariamente desarrollada, compuesta de cinco ábsides semicirculares escalonados y precedidos de tramos rectos, entroncando con las soluciones expresadas en los grandes templos del románico final e inicios del gótico: colegiata de Toro, catedrales de Zamora, Salamanca, Sigüenza y, sobre todo, como ya señalara Pita Andrade, la de Orense. Como en el caso de San Juan del Mercado, el proyecto inicial llegó a trazar el perímetro completo del edificio, aunque sólo alcanzó a culminar la cabecera, y las partes bajas del transepto, iniciando el tramo oriental de las naves, y ello sin conseguir cubrir más que la primera. Esta fase se levantó en buena sillería de arenisca pizarrosa, excelentemente aparejada, con predominio de sogas y abundantes marcas de cantero. Planteó, como ya dijimos, un grandioso edificio de planta de cruz latina, de tres naves separadas por pilares compuestos sobre basamento circular (de los cuales sólo llegaron a levantarse los más orientales). El marcado transepto permitió coronar el templo con la compleja cabecera de cinco ábsides, más ancho y avanzado el central y decrecientes los laterales. Los ábsides se escalonan en planta y en altura, alzándose todos sobre zócalos rematados en chaflán ornado con dientes de sierra tumbados. Al exterior, los extremos presentan el tambor liso, con una imposta moldurada con bocel y nacela sobre la ventana rasgada abierta en el eje, mientras que los que flanquean la capilla mayor, de similar composición, añaden a esta imposta otra bajo las ventanas, como aquellas, de estrecho vano abocinado al interior rodeado por arco de medio punto moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído sobre columnas acodilladas y rodeado por chambrana de nacela. El ábside central aparece dividido verticalmente en tres lienzos mediante semicolumnas, cuyos capiteles vegetales alcanzan e interrumpen la cornisa. En cada paño se abre una ventana rasgada de mayor desarrollo que las otras, compuesta de dos arquivoltas molduradas con boceles y mediascañas sobre dos parejas de finas columnas acodilladas. Horizontalmente lo dividen en tres pisos dos impostas, una bajo el cuerpo de ventanas y otra que prolonga las chambranas de éstas, ambas invadiendo los fustes de las semicolumnas. Los capiteles de las ventanas son vegetales, de tratamiento espinoso similar a los del interior del brazo norte del transepto y animalísticos, destacando uno del absidiolo septentrional, con una pareja de trasgos afrontados y enredados en follaje perlado que ellos mismos vomitan. Las cornisas de los ábsides son de arquillos-nicho, de medio punto en los del brazo sur y en el extremo del brazo norte del transepto y trilobuladas las del ábside central y su inmediato por el norte. Las diferencias se extienden también a los canes que las sustentan, típicamente románicos los de las cornisas de medio punto (con rollos, bustos humanos en variadas actitudes, prótomos de animales, crochets) y los recurrentes en Zamora, troncopiramidales con cuatro hojitas lisas, en las trilobuladas. Estas diferencias parecen indicar un momento algo posterior para la culminación de los ábsides central y el inmediato por el norte, aunque seguramente ininterrumpido. Similares cornisas de arcos trilobulados las vemos en el presbiterio de la capilla mayor y en la obra gótica, al estilo de las cornisas de Santa María de la Horta y fachada del Obispo de la catedral de Zamora, transepto de la colegiata de Toro, etc. Cornisas de arcos de medio punto aparecen en la cabecera de Santa María de Toro, girola de Moreruela, etc., remedando ejemplos gallegos como los de la catedral de Orense, San Pedro de Vilanova de Dozón, San Esteban de Ribas de Sil, cuya progenie fue estudiada por José Carlos Valle. Los capiteles de las semicolumnas del ábside central son vegetales, de estilizados acantos de nervio central perlado, bordes con puntos de trépano y remate avolutado. Interiormente, se componen los ábsides de tramos rectos presbiteriales, cubiertos con bóvedas de crucería simple el central y sus laterales (alguno con el bocel central de los nervios ornado con florones, al modo compostelano) y con bóveda de cañón apuntado los abiertos en los brazos del transepto. Los hemiciclos, cubiertos con bóvedas de horno generadas por arcos apuntados, se disponen en batería y, aunque son iguales en planta, muestran algunas diferencias constructivas y decorativas. Se abren estos ábsides al transepto mediante arcos torales doblados y levemente apuntados que reposan en semicolumnas adosadas a los pilares. En las dos capillas del brazo norte del transepto los arcos externos se ornan con un bocel, exornado con arquillos de medio punto en el de la capilla mayor. Los dos absidiolos del brazo sur presentan el arco triunfal liso el interior, y ornado con boceles quebrados en zigzag entre mediascañas perladas el otro. Esta exuberante y recargada decoración se extiende al pilar que delimita los dos tramos del transepto. La decoración de chevrons o boceles quebrados entre mediascañas proporciona un aire “atlántico” al interior de Santa María del Azogue que la conecta con edificios mucho más septentrionales como los asturianos (San Juan de Amandi, Sograndio, Aramil, Santa Eulalia de Ujo, etc.) o la colegiata leonesa de Santa María de Arbas. En Zamora capital los volveremos a encontrar en una ventana de San Juan de Puerta Nueva. Los capiteles de la cabecera son vegetales, los del brazo norte del transepto y capilla mayor con coronas de palmetas y volutas en los ángulos, grandes hojas de acanto muy pegadas a la cesta. En el brazo meridional del transepto nos encontramos con bellísimos capiteles de acantos en uno y dos pisos, más recortados aunque de tratamiento menos espinoso que los otros y con puntos de trépano. Las pilastras, en esta zona, se encapitelan con dos filas de palmetas. En el presbiterio de la capilla mayor, la bóveda de crucería que lo cierra apea en ménsulas gallonadas del estilo de las de More ruela. Los robustos pilares que se abren hacia el transepto tienen el zócalo rematado en chaflán con dos hileras de semibezantes, sobre el que se disponen las basas, de perfil ático con garras y primorosamente trabajadas, decoradas con dientes de sierra tumbados y hojitas. El proyecto original de las naves, debido al parón que sufrieron las obras a inicios del siglo XIII, sólo se plasmó -además de en el perímetro- en la pareja de pilares más orientales, preparando el resto para una estructura de tres naves divididas en cuatro tramos. Estos robustos pilares compuestos del crucero se alzan sobre un zócalo circular y presentan semicolumnas en los frentes y cuatro parejas de columnillas acodilladas que debían recibir los nervios cruceros y los formeros doblados. Fueron rematados ya en época gótica, momento en el que se acomete la cubrición del transepto, como luego veremos. Sí que alcanzó el primer impulso constructivo a levantar las tres portadas, abiertas en los brazos norte y sur del transepto y en el primer tramo de la colateral meridional. En ambos hastiales de la nave de crucero es fácilmente observable el cambio de aparejo que delimita esta primera campaña, con la buena sillería tardorrománica hasta las chambranas de las portadas, luego sustituida en altura por la caliza porosa del aparejo gótico. La portada septentrional del transepto, descentrada respecto al cuerpo de la torre y posiblemente remontada, se abre en un antecuerpo flanqueado por dos columnillas esquinadas, inconclusas y sobre zócalo. Se compone de arco de medio punto rodeado por tres arquivoltas que apean en jambas escalonadas con tres parejas de columnas acodilladas, todo sobre zócalo escalonado. El intradós del arco se decora con florones inscritos en casetones y la rosca con las características “pinzas” de arquillos trilobulados y calados con oculillos sobre haces de tres boceles, similares a las que vimos en la portada norte de San Juan del Mercado. Esta curiosa ornamentación, que encontramos en San Isidoro de León, parece tener aquí su origen en modelos galaicos (portadas norte y sur de la catedral de Orense, San Pedro de la Mezquita, San Esteban de Ribas de Miño) y asturianos (portadas de San Antolín de Bedón y Santa María de Vega Poja), reforzando ese aire “atlántico” de la ornamentación del templo. Las jambas del arco, encapiteladas por dos relieves con torpes leones afrontados de aire gatuno, tallados en reserva y de mala factura, matan su arista con nacela ornada con botones florales, puntas de clavo, tallos y máscaras monstruosas y caulículos superiores. La primera arquivolta, sobre una cenefa de palmetas, se decora con tetrapétalas lobuladas con piñas y botón central, como las de la referida portada de San Juan; la segunda recibe un bocel exornado con arquillos y la exterior boceles quebrados con mediacaña perlada, al estilo de los del pilar del brazo sur del transepto, todo rodeado por chambrana decorada con palmetas. Los capiteles del lado izquierdo presentan entrelazos y palmetas (el exterior repitiendo un modelo recurrente en el románico inicial), todos de escaso relieve y talla a bisel. Idéntica factura manifiestan los del lado derecho, aunque aquí el central se decora con una pareja de arpías opuestas por su cola de reptil entrelazada. Los cimacios, que se continúan como imposta por el antecuerpo, se molduran con el tan zamorano perfil de bocel y nacela. La portada meridional del transepto se abre en un antecuerpo del hastial, con sendas columnillas en los codillos también sin rematar, y esta vez centrada respecto al muro. Como la norte, posee tres arquivoltas, aunque aquí acogen un tímpano, cuyas mochetas de sustentación fueron sustituidas por un arco adintelado moderno, probablemente correspondiente a las obras de 1751-1752, que debieron significar el remontaje del tímpano, lo cual explica su deterioro. El tímpano aparece presidido por el Agnus Dei inscrito en un clípeo y rodeado por cuatro ángeles turiferarios. Lo enmarcan tres arquivoltas, la interior figurada (de izquierda a derecha del espectador) con la figura de Eva ocultando su desnudez, la hoja de parra a sus pies y la serpiente del Pecado a su lado; le sigue una rama incurvada de la que pende un fruto, alusión al objeto de la tentación y, en la zona central del arco, un Tetramorfos en derredor de la figura del Padre, representado como un busto barbado que emerge de un fondo de ondas. Marcos aparece como un león alado que sostiene con una de sus patas una filacteria, la descabezada figura de Mateo aparece como un ángel que muestra el libro abierto, Juan como un águila de alas explayadas sosteniendo con sus garras una filacteria, sobre un fondo de ramas y Lucas como un toro con la filacteria. Completa la arquivolta, por el lado derecho, la figura orante de María sobre un mascarón monstruoso que vomita tallos, visualización del pasaje de Gén 3, 6. De modo sintético, extrayendo imágenes del Génesis y del Apocalipsis, se traza aquí un mensaje que resume la historia del Pecado, simbolizado por Eva, y la Redención, a través del sacrificio de Cristo, que reina triunfante en la visión del tímpano. Los transmisores de dicho mensaje, los evangelistas, forman parte del cortejo celestial del Cordero. La segunda arquivolta se orna con las tetrapétalas de anchas hojas lobuladas con botón central y piñas similares a las ya vistas en la portada norte y la arquivolta exterior recibe un bocel exornado por finos arquillos de medio punto, al modo de los de la catedral de Orense, sala alta del palacio de Gelmírez de Santiago de Compostela, San Juan de Portomarín, San Pedro de la Mezquita, ventanales del cimborrio de la colegiata de Toro, etc. En las jambas se acodillan tres parejas de columnas rematadas por capiteles vegetales de muy recortados acantos y palmetas. Los acantos del lado izquierdo de la portada, de profundas escotaduras como los del brazo sur del transepto, manifiestan un clásico aire borgoñón, que los acerca a los de la portada meridional del transepto de Moreruela e incluso a los de la Puerta del Obispo de la seo zamorana. La portada abierta en el muro meridional del primer tramo de la nave de la epístola, hoy encerrada por la estructura de los siglos XVI-XVII que envuelve esa zona, es mucho más sencilla que las referidas. Consta de arco de medio punto cerrado por un tímpano someramente decorado con un árbol de tronco central y grandes ramas onduladas que acogen hojas de arum, sobre mochetas ornadas con dos prótomos de felinos de orejas puntiagudas y jambas con boceles quebrados en zigzag y mediascañas perladas, de aristas matadas con boceles. Rodean al tímpano dos arquivoltas molduradas con gruesos boceles entre mediascañas que apean en jambas de similar molduración. El muro de esta colateral sur arranca de un basamento muy erosionado rematado por chaflán de dientes de sierra tumbados, de mismo tipo que el visible en el muro occidental del brazo sur del transepto. En este punto, hemos de volver al final de la primera fase constructiva del templo, la tardorrománica, para intentar dilucidar el estado en el que se interrumpieron los trabajos. Todo apunta a que el receso en las obras dejó únicamente concluida la cabecera y levantados los muros laterales del transepto y de las colaterales a la altura de las portadas de aquél. Estos muros se yerguen, como acabamos de ver, sobre un alto zócalo de algo más de un metro, rematado exteriormente con dientes de sierra tumbados y, al interior, con chaflán ornado con dos filas de semibezantes en el muro sur y en el interior del hastial occidental hasta la portada oeste, siendo el remate abocelado a partir de ella y en todo el muro norte. De los soportes interiores, sólo los dos robustos pilares más orientales de la nave llegaron a trazarse, quedando además inconclusos. La estructura de la torre se planteó ya en este momento, aunque no fue sino un siglo más tarde cuando se acometió en alzado. En el centro del paramento occidental del brazo norte del transepto se abre un puerta adintelada con dos mochetas a modo de capitelillos piramidales de cuatro hojitas, puerta que daba acceso a la escalera de caracol que da servicio a la torre. También llegó a realizarse parte del hastial occidental del templo, muy desfigurado hoy por la portada barroca, datada epigráficamente en 1735. Aunque desconocemos si se levantó una gran portada occidental en época románica (Puerta de los Apóstoles la denominan los libros de fábrica, a la cual Elena Hidalgo intuye que pertenecería la imagen en piedra de Santa María del Azogue), sí se dispusieron dos torres cilíndricas a ambos lados de su hipotética ubicación. La meridional alberga una escalera de caracol a la que se accede desde el interior mediante una puerta similar a la que acabamos de describir en el transepto, vano hoy día condenado. Mayor complicación en su análisis manifiesta la capilla adosada al brazo meridional del transepto, denominada del Cristo Marino, que ocupa la longitud del tramo más oriental de la nave de la epístola, desde la que se accede a través de un arco doblado y apuntado sobre semicolumnas adosadas. Exteriormente, su paramento presenta un aparejo similar al de la obra románica, aunque algo más descuidado y menudo. Varios indicios nos hacen pensar que su construcción es algo posterior al proyecto inicial. En primer lugar, su aparejo no continúa el del hastial meridional del transepto, siendo neta la ruptura de hiladas; además, el muro occidental del transepto presenta, hacia el interior de la capilla, el basamento con los dientes de sierra tumbados propio del exterior del edificio. Sin embargo, la estructura participa en altura del cambio de aparejos que marcan la diferencia entre la campaña románica y la gótica y ello, junto a la tipología del vano que la da luz, nos hace pensar que su construcción se realizó entre ambas campañas, probablemente en el segundo o tercer decenio del siglo XIII. Similar cronología adjudicamos al sepulcro abierto en el brazo septentrional del transepto, muy transformado y hoy cerrado por la reja de 1771 que protegía el camarín que, hasta fechas recientes, se abría bajo la ventana central de la capilla mayor. Sus laterales se decoran, a la izquierda, con dos personajes ataviados con ropas talares y portando libros abiertos y, a la derecha, otros dos personajes, como aquéllos bajo arquerías apuntadas y trilobuladas, uno con un libro cerrado en su diestra y una especie de cirio o cayado en la otra y el otro, mitrado, con báculo y vestido con una casulla en la que aparece bordada una gran cruz, que alza su diestra portando un objeto irreconocible. Su seco estilo se emparenta con el de la imagen de piedra policromada de Santa María del Azogue -una Theotokos de rígida expresión, ataviada con corona y manto de cuerda, con un tosco Niño bendicente sobre su rodilla izquierda- que Elena Hidalgo cree procede de la desaparecida portada occidental. Tras la interrupción de los trabajos, en fecha indeterminada de los inicios del siglo XIII, éstos se reanudan a finales de dicha centuria, aprovechando el auge que promueve Sancho IV y su fomento a una nueva repoblación, tras el paréntesis oscuro para Benavente -y en general para todas las villas del norte peninsular- de los reinados del Fernando III y Alfonso X, más volcados en la dominación de Andalucía. Fruto de tal revitalización es la continuación de la actividad constructiva en las dos grandes fábricas románicas de la villa. Santa María del Azogue, que permaneció durante casi setenta años inacabada, verá ahora completar, en el estilo gótico imperante, los pilares del transepto que habían quedado inconclusos, alzándose los muros laterales, con sus grandes ventanales apuntados (con tracería sólo el abierto al oeste del brazo septentrional), y los hastiales y cubriéndose los tres tramos centrales (incluido el crucero) de esta nave transversal con bóvedas de crucería y los dos extremos con cañón apuntado. Las actuaciones de este momento, como bien señala Elena Hidalgo, son claramente continuistas respecto al proyecto original, aportando sólo la evolución formal y estilística propia de las nuevas tendencias artísiticas. Los arcos muestran así un neto apuntamiento y los capiteles vegetales, de cestas más cortas que los románicos, la típica decoración de hojas de parra. Sólo la clave de la bóveda del crucero presenta figuración, con una coronación de María, acogiendo los restantes florones. Avanzan también las obras hacia el oeste, sucediendo a los pilares compuestos tardorrománicos las tres parejas de gruesos pilares, que ahora se simplifican como pilas prismáticas con semicolumnas, también sobre basamento circular; los más occidentales luego reformados en las obras del siglo XVI. También ahora se eleva la gran torre sobre el brazo norte del transepto, sólo iniciada en la fase anterior. Consta de basamento y tres pisos de arcos apuntados, decrecientes en tamaño en altura. Su remate aparece alterado debido a los sucesivos incendios y reparaciones, sustituyendo el actual remate con linterna a uno cupulado realizado en 1877. En las cornisas de la obra gótica se imita la estructura alveolar de arquillos trilobulados que vimos remataba el ábside y presbiterio de la capilla mayor. Probablemente es en esta fase gótica cuando se decide alterar la estructura interna de la cabecera, horadando los presbiterios y permitiendo la comunicación, a modo de anómala girola, por el conjunto de los ábsides. En el paso de la capilla mayor al ábside inmediato por el nort e se incrustó un bello relieve policromado con el Calvario, que junto al excepcional grupo de la Anunciación hoy colocado en el arco triunfal del ábside central, manifiestan la deuda respecto a la escuela leonesa de principios del siglo XIV. A inicios del siglo XVI y, como muestran los testimonios heráldicos, con el patronazgo de los poderosos condes de Benavente, se acomete la cubrición de las naves, con bóvedas de arista recubiertas de yeserías imitando las nerviaciones propias de las estrelladas, así como cresterías y claves. Para tal fin, se rehace en ladrillo el remate de los muros laterales de la nave mayor, iluminada con sencillos ventanales lisos, de arcos doblados apuntados. La instalación del coro alto que ocupa los dos tramos occidentales de la nave se acompañó de una reforma de las dos parejas de pilares, que fueron forrados hasta darles la actualmente visible sección octogonal en su parte inferior, retallando incluso el podio circular. A este momento corresponde también la construcción de la hermosa sacristía paralela a la nave del evangelio, levantada en mampostería y cubierta con bóveda de cañón con yeserías policromadas, así como la decoración pictórica del transepto y cabecera y la capilla meridional, dedicada hoy a Jesús Nazareno. En la capilla central se instaló, entre 1664-1668, el retablo mayor del templo, que forra y oculta el paramento románico. Hacia 1735, como ya señalamos, se acometió la portada occidental.