Identificador
49000_0362
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 9.11'' , -5º 44' 55.67''
Idioma
Autor
Alejandro M. Respaldiza Zurimendi
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SANTIAGO DEL BURGO se sitúa dentro de la primera ampliación que sufrió el primitivo recinto de Zamora hacia el este durante el siglo XII, englobando los antiguos arrabales que habían surgido en esta zona de ampliación urbana. Se sitúa al borde de la antigua Rua Nova o Renova (actual Santa Clara), prolongación en aproximada línea recta del carral maior, principal eje longitudinal del primitivo recinto, al que confluían tanto esta calle como la de los Francos (hoy San Torcuato) y la de San Andrés. Próximas a ella se encontraban las desaparecidas iglesias de Santo Tomás de Canterbury, propiedad del Temple, y San Miguel del Burgo. Durante el siglo XIII se consolidó el paulatino proceso de traslación del centro neurálgico de Zamora hacia esta zona de El Burgo, preponderancia que aún hoy mantiene. No resulta fácil desentrañar los avatares históricos de este templo, tanto por la falta de documentación como por la confusión asentada en la historiografía entre éste y el de Santiago el Viejo o de los Caballeros, situado extramuros por la parte occidental de la cerca vieja, junto a la Puerta de Santa Colomba, luego incluida en la muralla del castillo. Las referencias históricas de 1168, 1176, 1178 que aluden a Santiago de las Eras, señaladas por Gómez-Moreno y Guadalupe Ramos, corresponden a la iglesia de Santiago “el Viejo” o de los Caballeros, que se localiza in suburbio zemorensi, sita est in parte occidentali, versus porta Sancte Columbe. Sí aparece citada esta iglesia de Santiago del Burgo como referencia para la ubicación de la iglesia de Santo Tomás y Santa Marina, en el documento de 1181 de donación de dicho edificio a los templarios por el obispo Guillermo. Perteneció a la jurisdicción del arzobispado de Santiago de Compostela hasta las reformas diocesanas de mediados del pasado siglo. El de Santiago del Burgo es el templo zamorano de tres naves que mejor ha mantenido hasta nuestros días la estructura original de finales del siglo XII, y ello pese a haber sufrido notables reformas y restauraciones, la más importante de estas últimas a principios del siglo XIX, cuando el sector de la cabecera sufrió un colapso que dio por tierra con el triunfal y bóvedas de la capilla mayor y bóvedas de la parte oriental de la nave. De modestas dimensiones y levantado en buena sillería de conglomerado local, la iglesia presenta planta de tres naves desiguales, más ancha la central, delimitadas por pilares prismáticos con semicolumnas en sus frentes y cabecera triple de capillas con testeros planos, más ancha y levemente avanzada la central, al estilo de las de San Cipriano, Santo Tomé, San Esteban y San Juan de Puerta Nueva de la capital. Posee tres portadas, una en el hastial occidental, hoy inutilizada, y dos en los muros norte y sur del tercer tramo de las colaterales, así como torre cuadrada sobre el tramo más occidental de la nave de la epístola. Sus naves se distribuyen en cuatro tramos regulares, separándose por formeros doblados de medio punto y fajones apuntados e igualmente doblados. El mayor desarrollo también en altura de la nave central permitió su iluminación directa. Cubríase esta nave con una bóveda de cañón corrido con fajones, de la que sólo subsisten los dos tramos más occidentales, al haber sido sustituidas las cubiertas de los otros dos, hacia 1820, por las actuales bóvedas de crucería, iguales que la que cierra el ábside central. Las repisas de ángulo decoradas, colocadas en los responsiones del tercer tramo de la nave, parecen sugerir la presencia de nervios de una no conservada bóveda de crucería que destacaría este espacio. La colaterales, de las que la norte es algo más estrecha, reciben bóvedas de arista, algunas claramente rehechas, cuyos fajones recaen, respectivamente, en las semicolumnas de los pilares hacia la nave y en los responsiones semicruciformes lisos hacia los muros. Se ilumina el cuerpo del templo mediante ventanas rasgadas de medio punto, una por muro y tramo, tanto de la nave como de las colaterales, además de dos vanos sobre la portada occidental y otro en el cierre de la nave del evangelio. Las ventanas son lisas, de arcos de medio punto doblado, o bien con columnas acodilladas de capiteles de pencas, hojas lanceoladas, lobuladas, perladas y volutas. Interiormente, la nave central se articula en tres niveles mediante impostas con la típica molduración zamorana de nacela, bisel y bocel, una a la altura de los cimacios de los capiteles de los formeros, otra bajo la línea de ventanas, y la superior marcando el arranque de la bóveda. Los tramos más occidentales de las naves manifiestan una mayor complicación. El primero de la nave de la epístola es algo más corto debido al regruesamiento del muro para soportar la estructura de la torre y la escalera de acceso a su cuerpo alto, y en él se disponía una estancia abovedada con medio cañón, de planta rectangular (2,22 x 1,60 m) y parcialmente embutida en el hastial. Ignoramos su función, aunque pudo haber servido como archivo, tesoro o depósito de diezmos. Más o menos sobre ella se abre en el paramento interior del hastial un arco en esviaje -que conserva las quicialeras-, portada que daba servicio al husillo con la escalera de caracol y que obliga a pensar en escaleras sobre la mutilada estancia antes referida. Actualmente el acceso se realiza por un vano adintelado moderno. Por lo que respecta al tramo occidental de la nave del evangelio, fue cerrado con una artística reja y convertido a mediados del siglo XVI en capilla funeraria, realzada por una bóveda de terceletes y combados, disponiéndose entonces tres arcosolios en los muros norte y oeste. Se conservan los epitafios de Luis de Villarreal, fallecido en 1554 y de quien se dice que dotó la capilla, y su hija Antonia, muerta dos años antes. Hoy funciona como capilla bautismal, alojando la pila, ésta de copa semiesférica y gallonada, de 96 cm de diámetro y 63 cm de altura, sobre basamento moldurado; tiene cronología medieval aunque imprecisa, pudiendo bien corresponder a los primeros años del siglo XIII. La capilla mayor, muy reformada, avanza ligeramente sobre las laterales, como arriba señalamos. En el eje se abre una ventana, interiormente oculta por el retablo. Al exterior, el vano rasgado se rodea de arco y dos arquivoltas molduradas con bocel entre mediascañas sobre impostas zamoranas, chambrana de nacela y dos pares de finas columnas acodilladas coronadas por deteriorados capiteles de pencas. Al ábside del evangelio, cubierto con bóveda de cañón apuntado sobre imposta de típico perfil zamorano, le da paso desde la colateral un robusto arco toral liso, apuntado y doblado, que recae en responsiones prismáticos. En el testero se abre una ventana de vano rasgado y arco de medio punto sobre columnas acodilladas de basas de toro inferior muy aplastado sobre fino plinto y capiteles de tres niveles de pencas y volutas bajo ábaco de dados. Otra ventana igual, cuyo vano se amplió posteriormente, se abre en el muro norte del absidiolo, con capiteles de dos niveles de pencas. Bajo ella y en arcosolio de arco rebajado moldurado con bolas, se sitúa el sepulcro de Diego Osorio Laso de Castilla y Martel “teniente general de los ejércitos”, fallecido en 1767. Bajo el retablo de principios del XVII que ocupa el muro meridional de esta capilla se restituyeron, en 1990, los vestigios conservados del primitivo altar románico (de 1,80 x 0,45 m), concretamente la parte alta del mismo. De idéntica decoración al de Santa María de la Horta, el frente presenta cuatro arcos de medio punto con bocel exornado con dientes de sierra, correspondiendo un arquillo a los laterales. El ábside de la epístola fue cegado y transformado en sacristía y, como en su gemelo, en fecha imprecisa se abrieron en sus muros interiores vanos de medio punto para comunicarlos con el central, hoy cegados. La estructura original del templo es hoy perfectamente visible al exterior tras haberla liberado de los añadidos que la ceñían por el sur (“por un mal atrio y por la sacristía y casa del sacristán que, edificados posteriormente por necesidad, han desfigurado parte de las bellezas exteriores de este templo”, escribía Ursicinio Álvarez en 1883) y por el norte (tenía adosado el monasterio dominico de la Victoria), cuyas huellas restan en las innumerables rozas y reparaciones de sus paramentos. Hoy sólo mantiene como añadido la antigua sacristía, adosada al cuarto tramo de la nave del evangelio. La fachada meridional del templo es la que ofrece una más clara lectura del edificio y los avatares de su fábrica. La portada de este lado, ceñida como la norte entre dos contrafuertes prismáticos, consta de tres arquivoltas de arcos de medio punto levemente peraltados y moldurados con tres cuartos de bocel en esquina retraído y chambrana lobulada con decoración estriada, que apean en jambas escalonadas en las que se acodillan tres pares de columnas. Éstas, sobre basamento escalonado y basas muy desgastadas, se coronan con capiteles de dos niveles de hojas picudas y caulículos superiores, similares a los de la zona oriental del interior, bajo la imposta con el recurrente perfil de listel, nacela u bocel. La principal originalidad de esta portada radica en el cierre del vano con un tímpano liso que alberga un arco geminado recercado por chambrana de nacela y apeado por un capitel pinjante de hojas lisas con bayas y remate bulboso. Sus más cercanos referentes son los de las portadas de la catedral de Lugo y San Juan de Portomarín. Corona la fachada, sobre el acceso, un rosetón de doble tracería geométrica, con óculo circular central y seis hexagonales rodeándolo, ornados con botones de molinillos. Uno idéntico se abrió sobre la portada norte. En cada tramo de la colateral sur se abrió una ventanita de vano rasgado cobijado por arco liso de medio punto sobre columnas acodilladas y capiteles de hojas lisas y volutas y crochets. Los canes de la cornisa se decoran todos con mediacaña entre dos boceles o bocel entre mediascañas y bajo ellos, como en el muro norte, restan los canzorros de una estructura porticada. Tanto en el remate del hastial de la nave como en el del ábside de la epístola (a menor altura que aquélla) vemos los acroterios, a modo de hojas incurvadas, que coronaban el presbiterio de San Juan del Mercado de Benavente, San Esteban, San Isidoro de Zamora y la cabecera del Espíritu Santo (aunque estos últimos parecen rehechos). La portada septentrional, que conserva vestigios de policromía, situada entre dos contrafuertes de la nave, se compone de arco y tres arquivoltas de medio punto con dovelas almohadilladas y chambrana de mediacaña y fino bocel. Apean en jambas escalonadas con dos pares de columnas en los codillos, sobre zócalo y muy desgastadas basas de toro inferior aplastado. Los capiteles, todos vegetales y del mismo tipo, presentan (Ávila de la Torre sospecha de su modernidad) hojas de geometrizados nervios y volutas. La curiosa decoración almohadillada de los arcos la encontramos en las iglesias de San Leonardo de Zamora, San Juan de Arroyo de la Encomienda (Valladolid) y La Asunción de Barcenilla (Palencia). El motivo, de exótica infrecuencia en nuestras tierras y de probable raigambre oriental -aparece en las arquivoltas de las puertas dobles y ventanas de la fachada del transepto “de los cruzados” de la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén-, es relativamente frecuente en el románico meridional italiano, estando presente en algunas iglesias poitevinas, más probable raíz de nuestro caso. Sobre la portada, y como en la fachada meridional, se abrió un rosetón del mismo tipo que el allí visto, similar al del testero del Espíritu Santo y al norte de San Juan de Puerta Nueva. En cuanto a la portada occidental de la iglesia, abierta entre dos contrafuertes del hastial, se compone de arco de medio punto y dos arquivoltas de lóbulos calados y recercados por una línea incisa, del mismo tipo que los vistos en la portada meridional de San Pedro y San Ildefonso y similares a los de la Puerta del Obispo de la seo -éstos dobles- y a la portada sur de la Horta. Los rodea una chambrana de bocel y mediacaña de aspecto restaurado, al igual que los cimacios, bajo los cuales vemos dos parejas de columnas acodilladas de capiteles idénticos a los de la portada septentrional, sobre plintos decorados con arquillos incisos, del mismo tipo que los visibles en la catedral, San Juan de Puerta Nueva, etc. Sobre esta portada dan luz a la nave dos ventanas rasgadas de profundo abocinamiento interior que al exterior muestran arcos doblados moldurados con boceles y mediascañas, así como un doble rosetón lobulado con ocho arcos y cruz calada central. Lo fundamental de la escultura de este templo se emplaza en los capiteles de los formeros y fajones de las naves, así como en las ventanas. En toda la zona oriental del templo el tipo de cesta que domina es el capitel de dos niveles de pencas, grandes hojas lisas y picudas, hendidas y coronadas por caulículos bajo los salientes cuernos del ábaco. Este esquema se convierte en único en los capiteles de las ventanas de la cabecera y dos pilares más orientales de la nave. El resto manifiesta una mayor variedad, dominando los temas vegetales, de hojas lanceoladas lisas de puntas vueltas y rematadas en peltas y volutas, hojas muy ramificadas, acantos con granas en sus puntas, helechos, palmetas, hojas rizadas y avolutadas, tallos anillados y entrecruzados de los que penden hojitas, gruesos tallos incurvados y enredados, que surgen de cabecitas de felino, de los que penden hojas carnosas a modo lengüetas, etc. Alguna de estas composiciones, como la del capitel de hojas espinosas de la cara oeste del pilar central (nave del evangelio), parece sugerir una conexión con la escultura de la catedral de Ciudad Rodrigo. Encontramos además temas figurativos, como los cuatro personajes acuclillados que ornan las ménsulas del tercer tramo de la nave, uno desquijarando un león, otro rodilla en tierra en actitud orante y los otros dos, también arrodillados, blandiendo un hacha y una maza respectivamente. En los fajones y formeros de las naves vemos también animales fantásticos, como una cesta con cuatro arpías encapuchadas afrontadas, otra con dos parejas de dragones de cabezas perrunas y largos cuellos entrelazados, que mordisquean las hojitas de las que penden granas, en los ángulos. El capitel del formero inmediato a la portada meridional presenta el tema recurrente de las aves afrontadas de largos cuellos vueltos y picoteando granas que brotan de un cáliz vegetal en el centro del frente y en los laterales; en otro, éste del pilar meridional del tramo oeste, asistimos a la enigmática representación de dos leones que ocupan los laterales de la cesta, mientras, en el frente, un personaje ataviado con túnica corta, alza en su diestra una especie de maza con puntas, que blande contra una extraña gallinácea de cola erguida rematada en brote vegetal, pico de pato y largo cuello, que ase violentamente el personajillo. Ignoramos absolutamente la posible significación del asunto representado. En los muros norte y sur del segundo tramo de las colaterales se conservan dos magníficos ejemplares de sepulcros tardorrománicos, ambos realizados en el espesor del muro. El dispuesto en la nave del evangelio y hoy día semienterrado al estar sobreelevado el suelo de la iglesia en casi 50 cm, presenta dos arcos de medio punto moldurados con bocel entre mediascañas, corridos a modo de bovedillas que reposan en haces de triples columnas, adosadas las laterales y exentas las del medio, rematadas por sumarios capiteles vegetales de hojas nervadas de puntas avolutadas. El arcosolio del muro sur, quizá algo más tardío y de mayores dimensiones, presenta similar disposición, aunque los arcos son apuntados y las columnas muy cortas respecto a su flecha, coronadas por aplastados capiteles corridos de hojas lanceoladas y puntas vueltas y sobre basas de perfil ático, con lengüetas y sobre fino plinto. Ambos se enmarcan con alfices moldurados con listel, mediacaña y bocel y deben datar de la primera mitad del siglo XIII. Un letrero conservado en el ábside de la epístola (actual sacristía) reza: “Se reedificó esta yglesia en el año de 1820 a expensas de su fabrica y del exmo e ylmo señor Dn Rafael Muzquiz y Aldunate, arzobispo de Santiago a quien pertenece”, en alusión a las obras de reparación acometidas tras el desplome de la zona oriental del edificio en 1819. Aún hoy es bien patente el desplome del muro volado de la nave, que cedió por los empujes de sus bóvedas. Esta intervención moderna, a la que corresponden las bóvedas y ventanas orientales de la nave central, es la más significativa, junto a la de mediados del siglo XVI en el tramo occidental de la nave del evangelio.