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Pila bautismal

Identificador
40238_01_069
Tipo
Fecha
Cobertura
41º 28' 41.73" , -3º 57' 10.17"
Idioma
Autor
Raimundo Moreno Blanco
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Andrés

Localidad
Pecharromán
Municipio
Valtiendas
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SAN ANDRÉS se encuentra situada al sur del núcleo urbano de Pecharromán, donde se yergue sobre una ladera desde la que se domina la población. Tras descender una escalinata, se abre por el costado norte del atrio a una pequeña placita, que comparte junto a varias casas privadas y el escueto edificio de Ayuntamiento. Al sur, se ha enfoscado la nave en su práctica totalidad dándole uso como frontón, algo común en las iglesias castellanas. Orientada la cabecera a levante, su planta responde al sencillo modelo de única nave rectangular unida a la cabecera canónica de recto tramo presbiterial y curvo absidal, cubriéndose estos mediante medio cañón apuntado y bóveda de horno, que en la actualidad ocultan sus materiales tras el enjalbegado. Se adosa la torre a los pies, a la esquina meridional, en la que se observan palpables huellas de un hundimiento y posterior reintegración en sillería, quedando afectado en gran medida el ángulo suroccidental; se asciende a ella por escalera de caracol. El templo se compuso en su mayor parte en mampostería revestida con cal, a excepción del recercado de vanos y machones, los últimos en su mayoría modernos, despiezados en sillar. La proporción del edificio se ha mantenido bastante fiel a la original aun con el paso de los estilos, dado que la cabecera se ha conservado en este sentido intacta, y para la nave parecen haberse respetado las medidas en cuanto a longitud y anchura, habiendo de pensar en una cubierta de madera dado el escaso espesor de los muros de caja y, pese a que pudo ser una parhilera, en poco diferiría su altura del actual cielo raso atirantado. El único añadido lo constituye la sacristía, de planta rectangular, a la que se accede desde el tramo sur del presbiterio. Por el contrario y a juzgar por la grieta que comienza a hacerse patente en el muro sur en la zona del mencionado frontón, se le ha sustraído al templo un acceso que a juzgar por su perfil a de ser de medio punto. Tras el importante remozado interior en tiempos del barroco, tan frecuente en las iglesias de la provincia, el edificio ha perdido en buena medida sus elementos románicos, quedando estos reducidos al ámbito de la cabecera. Se accede a ella por medio del triunfal, ligeramente apuntado y doblado que apoya sobre sendas semicolumnas que perdieron sus cestas en la mencionada intervención. Los muros del presbiterio se articulan mediante parejas de arcos de medio punto que comparten el apoyo central en columnas que rematan en capiteles vegetales. El del sur muestra pencas de punta vuelta acogiendo un fruto carnoso en cada ángulo, quedando el espacio intermedio para una hoja de helecho de marcado nervio central. El septentrional sigue a nuestro parecer el modelo del anterior aunque de forma evidentemente más tosca, en otro ejemplo en que un artista de mayor calidad talla una pieza que será seguida por otro de técnica menos depurada como se repetirá en esta misma iglesia o en la ventana occidental de San Miguel de Bernuy, también relacionada con el llamado taller de Fuentidueña. El hemiciclo se iluminaba mediante tres ventanales con derrame al interior y exterior, de los que el central se encuentra oculto por el retablo, posiblemente conservando sus cestas intactas tras él. Siguen manteniendo su función los dos restantes, compartiendo estructura formada por un vano interior de medio punto apeado en jambas y trasdosado por otra rosca de arista viva sustentada por columnas. Ambos encalados y sobre imposta de nacela y listel a la altura del alfeizar. Se diferencian en las representaciones de los capiteles, mostrando los del sur esquemáticas pencas bajo puntas de hojas en planos superpuestos, y tallos avolutados angulares junto con hojas de helecho y acanto bajo nuevos tallos de menores dimensiones que recuerdan algún capitel de la nave central de Santa María de Sacramenia y a su vez ambos relacionados con los vegetales de la portada. Las cestas del vano septentrional muestran una tosca representación de tallos avolutados en los ángulos con hojas lanceoladas en la zona central, y el restante sendos trasgos de ruda labra mordiendo una de las varias máscaras que veremos más adelante repetidas en la parte externa. Al exterior el mayor despliegue ornamental se centra en la cabecera, que se yergue sobre un leve zócalo. Articulan el paramento cuatro pilastras dobladas que dividen el muro en cinco tramos, siendo los dos extremos de bastante menor anchura. Quedaban en origen abiertos para iluminación el segundo, tercero (hoy cegado por un poderoso contrafuerte) y el cuarto. Todo ello ceñido por dos impostas de listel y nacela que recorren el ábside. Los vanos repiten al exterior la estructura interior, por lo que al igual que en aquellos la decoración se centra en las columnas, de fuste circular sobre plinto y basa ática de aplastado toro inferior con garras angulares y rematadas en capiteles. Éstos, en el vano meridional, representan hojas de acanto con las puntas vueltas de las que penden frutos y en el parejo dos aves picoteándose las patas con las cabezas entrelazadas al modo de las existentes en la sala capitular de la catedral oxomense, repitiendo de nuevo uno de los motivos más gratos al taller vistos por ejemplo en Fuentesoto, Vivar de Fuentidueña o Cozuelos aunque en los últimos casos sin entrelazar las cabezas. De nuevo se repite en esta cesta la aparición en la zona superior del ángulo de una de las máscaras animalísticas que pueblan la línea de canes. Los capiteles del ventanal norte están ocupados por la misma representación aunque de manos de distinto artífice, de la misma manera que sucedía en las cestas del presbiterio. En ambos se representa una sirena-pájaro, sin embargo, la situada más al sur es la de mayor pericia mostrando un razonable tratamiento de los detalles y de la anatomía femenina que en el rostro se acerca a la arpía de San Miguel de Bernuy y a los capiteles del triunfal de Fuente el Olmo de Fuentidueña. Sin duda el elemento más importante por su temática en la escultura de San Andrés es la hilera de canecillos que sostienen la cornisa, en cuya configuración queda patente la unión con los maestros menos dotados de San Miguel de Fuentidueña, aquellos que actuaron en los canes de la nave con menos pericia. De la misma manera, según Ruiz Montejo, interviene también en ellos un maestro de técnica más depurada, identificado como el que “tallaba ambos párpados muy perfilados” en aquel templo. Comenzando su descripción de sur a norte y desde la zona del presbiterio, se inicia la serie con cinco piezas en las que la central representa un cánido y las laterales cuatro cabezas monstruosas de ojos circulares con los párpados bien marcados, hocico prominente y pequeñas orejas. Siguen el modelo de las vistas en el alero de San Miguel de Fuentidueña y recuerdan a las situadas a modo de ménsulas en los baldaquinos de San Juan de Duero en Soria. En el primer tramo del ábside sólo dos modillones, una simple nacela y un tosco cerdo de prominente morro y diminutos ojos y orejas. En el segundo tramo cuatro piezas, la primera un vacuno que introduce su lengua en uno de sus orificios nasales y las tres restantes seres monstruosos e híbridos similares a los del presbiterio, con muecas que abarcan del enfado en los dos primeros a la burla en el último. En el segmento central del ábside se muestra la figura más enigmática de cuantas se representan en el alero, a partir de la cual se pueden inferir distintas teorías acerca del programa iconográfico del templo. Se trata de un rostro humano con cornamenta, de largos cabellos que caen simétricamente a ambos lados de la cabeza, ceño fruncido, nariz recta, boca entreabierta y poblada barba que se agrupa en dos mechones a los lados del mentón formando bucles hacia el exterior. Está directamente relacionado con otro similar perteneciente a San Miguel en Fuentidueña para el que Ruiz Montejo propone la misma mano. Para esta autora sería la imagen de Moisés representado con su habitual cornamenta. Sin embargo, en opinión de Boto Varela, nos hallamos ante la representación de uno de los protagonistas del carnaval medieval disfrazado de ciervo, lo que supone un testimonio iconográfico excepcional de forma conjunta al mencionado de San Miguel y otro caso en Vega de Bur (Palencia). Acompañan a esta pieza una representación animalística; otra en la que un hombre en actitud burlesca ayuda a una mujer desnuda a voltearse apoyándose sobre su hombro izquierdo, apareciendo bajo ellos la figura de una serpiente con lo que hemos de pensar en el mundo del vicio, desde antaño ligado al carnaval; y por último un monje o campesino tocado con caperuza cónica. De nuevo cuatro piezas jalonan el cuarto tramo. La primera de ellas representa una figura femenina de largos cabellos lisos que caen simétricamente a ambos lados de la cabeza, con las cuencas oculares hundidas, nariz ancha y recta y prominentes pómulos; viste una túnica abotonada en la parte superior. El siguiente can muestra un saltimbanqui apoyado sobre los codos y manos en las que porta dos objetos; encorva su cuerpo de manera que muestra los pies por encima de la cabeza. A éstas siguen las figuras de dos exhibicionistas, mujer y hombre, que muestran de forma desenfadada sus sexos y que junto al anterior grupo de saltimbanquis parecen anteponer en San Andrés la temática obscena como algo procaz y recreativo a lo puramente moralizante. El quinto tramo lo ocupan dos figuras bastante desgastadas en las que aparecen un campesino ataviado con gorro de perfil cónico, y una mujer con tocado liso ceñido a la cabeza y sobre él un sombrerete. Para finalizar, en el tramo presbiterial, de nuevo aparecen cinco seres monstruosos siguiendo los anteriores modelos para la fisonomía. El primero de ellos con la boca abierta, aprieta la dentadura en mueca de dolor ya que de su cuello salen dos serpientes que le muerden la frente. El siguiente se abre con las manos las fauces y enseña la lengua en mueca de burla. Los tres últimos parecen mostrar rostro asustado o de sorpresa con las bocas entreabiertas. En nuestra opinión, la unión de los temas pecaminosos expuestos mediante las máscaras en actitud burlesca, los animales fantásticos, saltimbanquis y exhibicionistas siempre de la clase más humilde con el hombre disfrazado de ciervo, parecen indicar hacia la representación de un programa en el que prima la visión del mal como interpelación al fiel a alejarse de él a partir de un tema que bien podría ser el del carnaval. El contrapunto podría venir desde las representaciones de los vanos mediante las aves picoteándose las patas y las sirenas-ave, símbolo del alma tras la muerte. En San Andrés el ingreso al templo se realiza por el frente norte de la nave, dada la situación del edificio con respecto a la localidad. Entre pequeños machones, y probablemente remontada, se ubica una portada de medio punto y cuatro arquivoltas, exornada con chambrana de listel y nacela, que reposan sobre columnas acodilladas a excepción de la interior que lo hace directamente sobre la jamba. Las roscas extremas son de arista viva, quedando la tercera animada por un bocel entre listoncillos. La más sobresaliente es la dispuesta en segundo lugar, en ella se muestra una sucesión de cabecillas cuyos modelos son similares en muchos casos a los utilizados en los canes, y que por su disposición recuerdan la rosca del arco de ingreso al pórtico de Grado del Pico. En nuestra opinión las piezas más orientales son las de mayor perfección, encajando con las características del más experto de los artistas, aquél que tallaba “ambos párpados muy perfilados” según Ruiz Montejo, continuando la serie algunos de los miembros menos hábiles de la cuadrilla. Se agrupan las figuras por parejas en cada dovela representándose en ellas frutos carnosos, cánidos, hombres jóvenes, un cérvido y la serie de bestias fantásticas vista en el alero, tocadas algunas con gorros de perfil cónico. Estas roscas apean sobre cimacios de listel y nacela corridos a modo de imposta que a su vez se sostienen sobre columnas. Estas arrancan sobre plinto y basas áticas de aplastado toro inferior prolongándose en fustes monolíticos las de los extremos y despiezado siguiendo las jambas el central, creando un gracioso ritmo. Los tres capiteles del lado oriental son de temática vegetal quedando el izquierdo, desde la perspectiva del espectador, decorado con crochets, el central con dos hileras de pencas superpuestas y amenizadas por un ser monstruoso en el ángulo, y el de la derecha con un primer nivel de pencas y un segundo de tallos avolutados. En el lado occidental las cestas central y derecha repiten motivos del lado opuesto, destacando el capitel izquierdo por la representación, aunque tosca, de un trasgo. Hemos de hacer notar en la zona del arranque entre la tercera y cuarta arquivolta la presencia de una pieza embutida con labor de ajedrezado, de la que ignoramos su procedencia. De la misma manera un relieve muy desgastado en la cara interior del machón oriental que encuadra la portada labrado en granito. La última pieza de traza románica del templo se encuentra de nuevo en el interior, en la zona del sotocoro. Se trata de una pila bautismal de copa semiesférica y lisa de 127 cm de diámetro, tallada en caliza en la que aun se conservan restos de su labra a hacha. El tenante es cilíndrico, de 21 cm de altura. Dadas las características estructurales del templo, unidas a las formas escultóricas derivadas del taller que intervino en San Miguel de Fuentidueña, hemos de proponer una cronología para la factura de San Andrés hacia mediados del siglo XIII.