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Interior del templo en dirección a la cabecera meridional

Identificador
33850_01_057
Tipo
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
María Fernández Parrado
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de San Salvador

Localidad
Cornellana
Municipio
Salas
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
EL RÍO NARCEA DIVIDE EN DOS la actual localidad de Cornellana. En la margen derecha se sitúa la mayor parte del caserío, mientras que en la izquierda se alza el monasterio de San Salvador. El interés despertado entre los estudiosos por el monasterio de Cornellana se manifiesta ya desde épocas tempranas. Autores como Jovellanos o el padre Yepes le dedicaron algunas páginas en sus obras, pero ha sido en las últimas décadas cuando más atención se le ha prestado, debiendo destacar, desde el punto de vista histórico, la publicación de los documentos del archivo monástico por parte de Floriano Cumbreño, en 1949. Recientemente, entre los años 1999 y 2001, un equipo multidisciplinar llevó a cabo un importante proyecto de estudio arqueológico, histórico y artístico del monasterio y su entorno, que permanece inédito en su mayor parte, por lo que no ha sido posible conocer los últimos avances en la investigación. A principios del siglo XI gran parte de este territorio era propiedad de la infanta Cristina, hija de Vermudo II y la reina Velasquita, quien lo había heredado de su esposo el infante Ordoño, hijo de Ramiro III. En mayo de 1024, tras enviudar, dotó como monasterio una iglesia que ella misma había fundado en el lugar de Cornellana, poniéndolo bajo la advocación de San Salvador. Del análisis del documento fundacional se desprende que la institución se creo como una verdadera villa rústica de explotación agrícola, fundada bajo el régimen jurídico de iglesia propia, como era costumbre en la época, quedando así como parte de los bienes patrimoniales de la familia y fuera de la órbita de las autoridades eclesiásticas. Formando parte del patrimonio familiar, a la muerte de la fundadora, el monasterio fue dividido en diversas porciones entre sus herederos, una división que debemos entender no como separación y desglose de sus bienes, sino como reparto sobre sus beneficios y derechos. Así en varios documentos de los siglo XI y XII se puede ver cómo porciones del monasterio pasan de unas manos a otras a través de testamentos, donaciones, compras o permutas. Aparentemente algunas de estas donaciones tuvieron como beneficiaria la catedral de San Salvador de Oviedo, dato que sin embargo ha de tomarse con las debidas precauciones ya que la propia evolución histórica del monasterio y el hecho de que estos documentos formen parte del controvertido Liber Testamentorum hacen dudar de su veracidad. Uno de los herederos del monasterio fue el conde Suero Bermúdez, biznieto de la fundadora, quien junto con su esposa la condesa Enderquina se propuso la empresa de reunir todas las raciones en que se había ido dividiendo el monasterio junto con sus propiedades. Con estas pretensiones, hacia 1120 inició una política de reunificación haciéndose con los bienes fundacionales de la institución monástica unas veces mediante permuta o compra y otras por la fuerza. Así, por ejemplo, llegó a acuerdos de permuta con sus parientes Sancha Vélaz, Gonzalo Ansúrez y Urraca Bermúdez, al tiempo que se hacía por la fuerza con las raciones que otros familiares, como Cristina Alfonsiz, habían donado al monasterio de Corias. Un patrimonio que los propios condes acrecentaron con sus propiedades particulares, ya que al fallecer la pareja sin descendencia fue el monasterio el único beneficiario. Las motivaciones que llevaron a los condes a la refundación del cenobio y su posterior entrega al monasterio de Cluny, parecen responder a motivaciones que van más allá de lo espiritual y se adentran en terrenos de lo político y lo social. El conde Suero, uno de los hombres más destacados de su tiempo, asiduo de la corte leonesa de la reina doña Urraca y mano derecha del Emperador Alfonso VII, en cuyas crónicas aparece laureado, buscó con este acto una manera de afianzar su estatus y reivindicar el origen de su linaje, descendiente directo de la casa real leonesa, para lo cual nada mejor que poner como símbolo de ello el monasterio familiar fundado un siglo antes por una infanta. En 1122 se produjo un importante hecho que marcaría la historia de la institución: los condes refundadores donaron el cenobio asturiano al monasterio borgoñón de Cluny, la congregación más importante de su tiempo. Es ésta una donación un tanto controvertida ya que sólo seis años después, según un documento del archivo catedralicio, los mismos condes entregaron Cornellana a la Catedral de Oviedo. No deja de ser éste otro documento polémico, ya que si bien para algunos autores no es más que una de las tantas falsificaciones del obispo don Pelayo, resulta auténtico para otros al interpretarse esta donación como un arrepentimiento de la entrega a Cluny y un intento de modificar la decisión inicial. La situación produjo una serie de conflictos con la casa borgoñona, la cual llevó sus quejas ante el mismo Alfonso VII, quien debió reconocer sus derechos sobre el cenobio asturiano ya que en la confirmación de privilegios y posesiones de la abadía francesa otorgada en 1144 por el Papa Lucio II se incluye Cornellana. La historia del monasterio como cenobio cluniacense es oscura a causa de la carencia de fuentes documentales, pues no existen menciones concretas que vinculen directamente Cornellana con Cluny. De la escasa documentación conservada y teniendo en cuenta que el rector de Cornellana tenía título abacial puede desprenderse que la casa asturiana disponía de cierta autonomía dentro de la organización y que gozaba de independencia ante el representante del abad borgoñón en la Península, dependiendo directamente del abad de Cluny. Por este tiempo, periodo en que deben situarse las piezas románicas conservadas, el poder del monasterio fue creciendo, tanto desde el punto de vista económico, pues sus propiedades se extendían por buena parte del noreste peninsular, como social y político, ya que en el año 1126 el monarca Alfonso VII concedió al monasterio la jurisdicción del llamado Coto de Cornellana, base de su poder señorial y de su prosperidad económica, que fue confirmada y ampliada por otros monarcas en los años siguientes. El creciente aumento de su poder y su implicación cada vez mayor en el área de influencia más próxima, que coinciden con la crisis de la propia congregación cluniaciense, propiciaron una autonomía de Cornellana cada vez mayor hasta la total independencia de Cluny. No está muy claro el momento en que se produce este hecho; en 1279, cuando el Papa Nicolás III confirma su protección a la abadía borgoñona y sus filiales, todavía se cita entre éstas el monasterio de Cornellana, pero en los años 1291 y 1295, en los capítulos generales de la orden, ya no aparece citado el cenobio asturiano como parte de las propiedades cluniacenses, por lo que a finales del siglo XIII la independencia era ya total. A partir de este momento, definiéndose simplemente como monasterio benedictino, Cornellana se presenta como uno de los grandes monasterios asturianos en su doble faceta de centro religioso y señorial. Poco a poco fue deshaciéndose de sus propiedades más alejadas a favor de su consolidación como poder local, sumando a los derechos parroquiales los derechos jurisdiccionales que desde Alfonso VII fueron concediendo y ampliando otros monarcas. Es de destacar, en este sentido, el privilegio otorgado en 1360 por Pedro I, por el que se prohibía a cualquier otro señor tener vasallos en los territorios vinculados al monasterio, lo que trajo no pocos problemas con la sociedad del entorno, en especial con el concejo realengo de Salas, cuyo desarrollo y potenciación jugó en contra del dominio señorial del monasterio de Cornellana. La historia del monasterio en los siglos siguientes es la de una paulatina perdida de poder. La situación de crisis durante el periodo bajomedieval llevó a Cornellana, como a muchos otros cenobios, a solicitar la protección de particulares a través de las consiguientes encomiendas, quedando su protección en manos de poderosos personajes de la nobleza local. Destaca, en este sentido, su relación con Alfonso Enríquez, señor de Noreña, hijo bastardo de Enrique II, quien ejerció dominio sobre el monasterio al menos desde 1373. La etapa de crisis económica y religiosa llegó a su fin en 1536 cuando el monasterio de Cornellana pasó a formar parte de la Congregación de San Benito de Valladolid, iniciándose así la etapa moderna de su historia. Con la ocupación francesa a principios del XIX el monasterio se convirtió en cuartel de las tropas galas, quienes tras su marcha incendiaron el edificio. Poco tiempo después, en 1827, su coto jurisdiccional llegó a su fin y en 1835, con los procesos de desamortización, el monasterio fue vendido a particulares. La vida monástica desapareció definitivamente de sus dependencias y su iglesia se constituyó como iglesia parroquial de la localidad bajo la advocación de San Juan Bautista. En 1878 el obispado compró nuevamente el edificio, que en 1931 fue declarado como Monumento Nacional. Tras la guerra civil, Luis Menéndez Pidal llevó a cabo algunas obras de restauración en el conjunto monástico, principalmente en la torre y la iglesia. En la actualidad, cuando algunas partes de la estructura arquitectónica se encuentra en un estado de conservación muy deficiente, se han realizado trabajos de restauración en las dependencias domésticas del monasterio para adaptarlas a nuevos usos y se ha aprobado un proyecto para convertirlas en establecimiento hotelero. El conjunto monástico que hoy se conserva en Cornellana está integrado por una serie de edificaciones y reedificaciones en las que se combinan distintos estilos y épocas, que son exponente de las diferentes etapas por las que pasó la institución salense a lo largo de sus casi mil años de existencia. Aunque en su mayor parte la estructura del conjunto es barroca y fue levantada entre los siglos XVII y XVIII, todavía perviven importantes restos de estilo románico, como la cabecera y trazas de la iglesia, la torre y las portadas del claustro, que son muestra de la importante actividad constructiva llevada a cabo durante los siglos XII y XIII. De las ultimas investigaciones se desprende que la sustitución de las primitivas dependencias monásticas erigidas en tiempos de la infanta doña Cristina, de las que debieron formar parte las estructuras descubiertas en las inmediaciones de la cabecera del templo, por una nueva construcción románica pudo llevarse a cabo en dos fases diferentes. En un primer momento, datado en las primeras décadas del siglo XII coincidiendo con la refundación del monasterio y su entrega a Cluny, debieron realizarse algunas obras de acondicionamiento adscritas a las corrientes del románico temprano que dejaron como testigos la torre cuadrada, situada ente la iglesia y el claustro, y la llamada puerta de la osa que da acceso al recinto monástico. No mucho tiempo después, posiblemente de acuerdo a las necesidades de la vida benedictina y la nueva liturgia romana, entre mediados del siglo XII y principios del XIII, se llevaron a cabo nuevas labores con la reedificación de la iglesia y la construcción del claustro, siguiendo en este caso la estética propia del románico pleno, con fuerte influencia de las formulas y repertorios del románico borgoñón. Como decimos la torre y la portada de la osa, son los restos más evidentes de la primera fase románica de Cornellana. La torre, situada entre la iglesia y el claustro, cuyo basamento pudiera formar parte de las primitivas dependencias, puede considerarse como centro articulador de todo el conjunto, construyéndose a su alrededor, quizás debido a su función simbólica como emblema de poder, el resto de dependencias. Se trata de una torre cuadrada, elevada en dos alturas, de la que el piso inferior, de gran simplicidad y cubierto con bóveda de crucería, sólo se articula mediante un sencillo vano de medio punto con la rosca doblada y totalmente desornamentado que se abre en cada uno de sus frentes. El segundo piso, fruto de las restauraciones efectuadas en los años cuarenta por Menéndez Pidal, siguiendo posiblemente la disposición original, se articula con dos arcos de medio punto en cada uno de sus frentes. La torre, que a la vista de algunos restos de molduras con ajedrezados y motivos vegetales tuvo en origen una tratamiento plástico mucho más rico y complejo del que hoy se puede observar, sigue una tipología que, salvando las distancias, se encuentra en la Torre Vieja de la Catedral de Oviedo y con algunas variantes se repitió en la desaparecida de Santa María de la Vega y en la de San Salvador de Celorio. Por su parte, la llamada puerta de la osa, posiblemente perteneciente a esta primera fase, aunque el deterioro del relieve dificulta su filiación segura, se localiza actualmente en el acceso a las antiguas huertas del monasterio. Se compone de un sencillo arco de medio punto, con su única rosca moldurada con baquetones y medias cañas y rematada con guardapolvo recorrido por estilizadas tetrapétalas de botón central, inscritas en círculos concéntricos, que apoya sobre impostas con lacerías vegetales. Debajo de las impostas, en la parte superior de las jambas, se colocan dos cuadrúpedos agazapados que, a pesar de lo deteriorado de las piezas, pueden relacionarse con leones a juzgar por algunos de sus rasgos, como los mechones ensortijados que se adivinan en uno de los ejemplares, la disposición de la cola enroscada encima del lomo y la forma de las garras. La bestia, identificada con Cristo y como guardián de lo sagrado, aparece en numerosas portadas de templos románicos, entre otros en Santo Tomás de Sabugo y San Nicolás de Avilés dentro de Asturias, siendo muy numerosos los que se pueden citar fuera de la región, destacando las dos mochetas de la portada de San Isidoro de León. Encima de la clave del arco, una bestia lleva entre las garras una pequeña figurilla humana. La tradición popular identifica el animal con una osa y el ser humano con la infanta Cristina, poniendo así la escena en relación con la leyenda fundacional del cenobio según la cual la infanta fundó el monasterio de San Salvador en el lugar en que cuando era niña, perdida en las montañas de la zona, fue protegida y amamantada por una osa. En realidad este relieve, a raíz del cual debió de surgir la leyenda, debe interpretarse desde un punto de vista más acorde con las iconografías y espíritu del periodo románico en que fue esculpido. Así, por la aparente posición de lucha del hombre intentando escapar de las garras de la fiera y el terrorífico expresionismo del rostro de ésta, podemos relacionar la escena, como ya indicara Uría Ríu, con la imagen del demonio, representado como león, oso o lobo, que trata de apropiarse del alma del cristiano. Distinta lectura hace de la escena M. S. Álvarez Martínez, que identifica la bestia con un león por sus similitudes con los cuadrúpedos de las jambas y la interpreta como representación simbólica de Cristo acogiendo entre sus patas al hombre arrepentido, según una iconografía aplicada en torno a la ruta jacobea que cuenta en el tímpano de la catedral de Jaca con el ejemplo más conocido. Como cenobio benedictino ya consolidado y con monjes de origen franco, según constata su patronímico, el monasterio debió de iniciar a mediados de la duodécima centuria un importante proceso de transformación con vistas a acondicionar sus dependencias a la nueva forma de vida. A juzgar por las características formales y estéticas de los elementos conservados, como expone Raquel Alonso Álvarez, la mencionada reforma pudo haber comenzado por la construcción del claustro y sus dependencias anejas, que eran fundamentales para el desarrollo de la vida espiritual de los monjes benedictinos. Este claustro, del que apenas quedan vestigios al ser sustituido en el siglo XVII por el actual conjunto barroco, pudo ser iniciado a mediados del siglo XII, pues, tal como menciona Jovellanos, en el Libro de Óbitos del monasterio se rogaba por el alma de la condesa Enderquina por los claustros que fizo. La construcción debió prolongarse a lo largo del tiempo sin llegar a concluirse, pues en el siglo XIV, en las constituciones disciplinarias redactadas por el obispo don Gutierre, se habla de tres pannos, dato que parece haberse confirmado en las recientes intervenciones arqueológicas dirigidas por Gemma Adán. Poco más puede decirse del claustro románico de Cornellana ya que de su estructura solo se conservan, entre otras piezas menores, una columnilla y un rico capitel geminado decorado con motivos zoomorfos, que formarían parte de la arquería de alguno de los paños construidos. También en el claustro, aunque sin formar parte de su estructura propiamente dicha, se conservan dos de las piezas más destacadas del conjunto: la portada que comunica su espacio con el de la iglesia y que se abre en el muro sur de ésta, y un arco que da acceso al zaguán barroco de la entrada principal. Se trata de estructuras con similares características, que desde el punto de vista técnico, formal e iconográfico deben ponerse en relación con las soluciones borgoñas difundidas desde los talleres ovetenses, donde el preciosismo, la minuciosidad y el gusto por los repertorios vegetales, quizás en este caso un tanto menos acusado que en otros ejemplos del grupo, son las notas dominantes. Así, siguiendo estos postulados, la portada de acceso al templo, presenta arco apuntado con dos arquivoltas lisas y guardapolvo con moldura de baquetones, que apoya sobre columnillas acodilladas en las jambas. Estos apeos del fuste liso y basas áticas con garras en forma de lengüeta y bolas se coronan con hermosos y cuidados capiteles rematados por ábacos con decoración de rosetas. Tres de los capiteles presentan decoración fitomorfa, con lacerías de palmetas, hojas de acanto con grandes caulículos y complicadas composiciones vegetales con apomados; mientras que el cuarto ejemplar, siguiendo modelos semejantes a los que podemos encontrar en San Pedro de Villanueva o Santa María de Villamayor, combina los follajes vegetales con dos águilas en cada uno de sus frentes. Por su parte, el arco que da entrada al zaguán barroco, según expone Raquel Alonso Álvarez, parece estar conformado por piezas reaprovechadas de distintas partes de la construcción. Así, mientras el arco responde a las características propias de románico de finales del siglo XII o principios del XIII, siguiendo un lenguaje similar al visto en la portada anterior, con sus trazas de medio punto, su rosca doblada, y su rica decoración de puntas de diamante y rosetas de diferentes modelos adaptadas tanto al intradós como al extradós, los capiteles imposta sobre los que descansan las roscas, con sus motivos geométricos de grecas y reticulado de nido de abeja, parecen producto de un taller diferente que, en virtud de la inscripción conservada en una de las impostas podría haber trabajado en el monasterio a mediados del siglos XII. Estas dos piezas cuentan con un paralelo cercano en un cimacio procedente del claustro románico de la catedral de León, que la mencionada autora pone en relación con talleres procedentes del Languedoc francés, puesto que los repertorios ornamentales que presenta no son muy frecuentes en el noroeste peninsular y sí en dicha comarca francesa. Esa filiación parece explicarse por las relaciones mantenidas entre el reino leonés y la región de Toulouse además de las que parecen haber existido entre el propio conde Suero Bermúdez y algunos miembros de la familia condal de esa región francesa. Como se indicó, uno de los artífices dejó constancia de su trabajo a través de la inscripción que se conserva en una de las piezas, donde reza: ME MAUSCARONI FECIT MANUS OFICIOSA, epígrafe muy similar al que, según copiaron Caveda y Jovellanos, se encontraba en la lápida de consagración de la iglesia de Santiago de Caravia, donde, con fecha de 1146, se decía, entre otras formulas relacionadas con la consagración del templo: ME MAUSCARONI FACIT MANUS OFICIOSE. Esto parece indicar que el taller que trabajó en Cornellana lo hizo también antes o después en la iglesia del monasterio de Caravia, que había sido fundado en el siglo XI por Munio Muñóz. Sin embargo, la ausencia de restos materiales procedentes de este cenobio impide establecer relaciones más precisas. Entre finales del siglo XII y principios del XIII, con anterioridad para algunos autores, continuando con las reformas del monasterio, se iniciaría la reedificación del templo, sustituyendo la primitiva basílica por una construcción más acorde a la nueva liturgia y siguiendo los modelos benedictinos. Modificada en las obras del siglo XVII para adaptarla a la nueva estética de la Contrarreforma, la actual iglesia parroquial de San Juan de Cornellana plantea serias dificultades de interpretación aunque conserva lo esencial de su estructura primigenia. Sigue el modelo benedictino de planta de tipo basilical, con tres naves, la central más ancha que las laterales, y cabecera triple escalonada con ábsides semicirculares precedidos de tramo recto. La actual disposición del cuerpo de naves, dividido en tres tramos, el primero enmascarado por la construcción del coro alto en el siglo XVIII, plantea no pocas incógnitas. Está articulado mediante grandes arcos de medio punto, con la rosca doblada, que descansan sobre pilares de sección cruciforme con columnas adosadas en sus frentes internos. La excesiva luz de los arcos, impropia del período románico, y la existencia de seis contrafuertes en el exterior del muro norte, algo modificados, llevan a M. S. Álvarez Martínez a considerar que la estructura original de la iglesia, antes de las reformas modernas que la modificaron buscando una mayor diafanidad y teatralidad acordes con el gusto barroco, podría organizarse en seis tramos en lugar de tres, teniendo para ello seis pilares sobre los que gravitarían otros tantos arcos. De ser así, en la estructura actual de las naves sólo restarían de la fábrica original tres pilares, siendo eliminados los intermedios para proporcionar una amplitud espacial adecuada a las exigencias constructivas del estilo barroco y alterando por completo el concepto espacial románico. No menor problema que las naves plantea el sistema de cubiertas, también modificadas para adaptarse a los nuevos gustos. En la actualidad presenta bóvedas de cañón corrido, enmascarado con arcos fajones sobre ménsulas, que, como propone el arqueólogo Martínez Villa, aparentando función estructural, son meramente decorativos. Es difícil conocer cuál fue la cubierta original del templo 336 / C O R N E L L A N A románico ya que, si bien la presencia de contrafuertes pudiera denotar una sistema abovedado, la formulación de los pilares con columnas adosadas sólo en los frentes internos, no parece la adecuada para recibir los arcos fajones que necesitarían unas bóvedas de considerables dimensiones. Con independencia del tipo de cubierta, lo que parece claro es que se elevaría por encima de la altura de la actual, ya que tanto en el muro de la fachada como en el del testero se conservan dos vanos parcialmente tapiados que formarían parte del sistema de iluminación original y se abrirían en el muro por debajo de la primitiva cubierta. El sistema de iluminación se debió completar con una línea de saeteras de derrame interno abierta en la parte superior de los muros laterales, del modo de la que se conserva en la nave sur al lado del ábside, donde, además, se abre un estrecho vano semicircular y pueden apreciarse algunos restos de pinturas simulando sillares. La cabecera, construida con excelentes sillares de piedra en los que pueden apreciarse algunas marcas de cantero, parece ser la única estructura que quedó libre de las reformas barrocas. Sus tres ábsides, el central de mayor tamaño que los laterales, se cubren en el tramo recto con bóveda de cañón y en el espacio semicircular con bóveda de horno. Se accede a ellos a través de los correspondientes arcos triunfales, compuestos por un arco de medio punto doblado, dispuesto sobre unas pilastras de sección cruciforme con columnas adosadas, más gruesas en los frentes del pilar y con el fuste delgado en los ángulos. En el interior de la capilla central, en el tramo recto, se abren dos sencillos arcosolios de medio punto, posiblemente construidos en el siglo XVII, donde fueron trasladados en 1604, como comenta Yepes, los sepulcros de don Suero, doña Enderquina y su hijo, que se encontraban en el crucero en tres arcas de piedra. Articulando los paramentos de los ábsides y dando unidad al conjunto, dos líneas de imposta recorren los muros, tres en el caso del ábside central, la inferior de ella con puntas de diamante y las dos restantes lisas. Sin interrupción y abrazando los haces de columnas, pasan de una capilla a otra, y, a juzgar por los restos apreciables en un estrecho paño de pared que se conserva al lado del ábside sur, debían de continuar por los muros de las naves laterales. Junto con algunos detalles en las basas, decoradas con motivos florales, semicírculos, escamas de pez, dientes de sierra o sogueados, estas impostas ofrecen la única ornamentación del templo, ya que los capiteles coronan las columnas con un sencillo esquema de cesta troncocónica desornamentada siguiendo modelos que podemos encontrar en Santa María de Valdedios o en la Catedral de Zamora. Únicamente el situado en el pilar norte del ábside central se decora con elegantes lacerías vegetales, semejantes a las utilizadas en un capitel de la portada de San Pedro de Villanueva en Cangas de Onís, y responde a las características formales ya comentadas en las portadas del claustro. En el exterior, sólo resta de la construcción románica el muro norte, que se refuerza con los seis contrafuertes a los que antes se hizo referencia, y la cabecera, donde el esquema benedictino vuelve a hacerse patente. Con sillares bien escuadrados, como en el interior, los tres volúmenes de sección semicircular que la conforman aparecen perfectamente definidos, destacando claramente el central tanto por su mayor tamaño como por la mayor articulación de sus muros. Rompiendo con la monotonía y dando ritmo al conjunto, el ábside central, en el que se abre una estrecha saetera semicircular de triple rosca con guardapolvo moldurado, se articula en cuatro pisos horizontales separados por líneas de imposta, con taqueado la inferior y lisas las dos restantes. Estos paños murales articulados horizontalmente están recorridos en sentido vertical por sendas columnas que siguen un modelo similar a las del interior, con basa sencilla y capitel desornamentado. Los ábsides laterales, en los que se continúa la moldura ajedrezada dándole unidad al conjunto, presentan un tratamiento más sencillo. En ellos sólo rompe la monotonía mural una estrecha saetera que se abre en el centro del paramento, rematando el conjunto una sencilla cornisa con canecillos de cuidada talla y decorados en su mayor parte con una hoja desornamentada o con una bola. En líneas generales, podemos decir que lo conservado del templo románico del monasterio de San Salvador de Cornellana se caracteriza por la simplificación de las formas, la sencillez y la desornamentación. Una elegante sobriedad y limpieza ornamental que puede relacionarse con los influjos de la nueva estética cisterciense, difusora de la corriente purista del estilo, y que ya evidencian los programas protogóticos que también pueden apreciarse en el arco apuntado de la portada del claustro. Unas características, como vimos, en contraste con lo que debió de ser el primitivo claustro románico, donde las técnicas, formas y repertorios ornamentales presentes en estas dos portadas nos llevan a pensar en un claustro románico de gran riqueza escultórica y calidad plástica, receptor del lenguaje internacional, al tiempo que difusor del mismo, pues, siguiendo la órbita de Cornellana, el estilo románico en su versión arcaizante y popular llegó a los templos rurales de la zona donde los talleres locales lo interpretaron dentro de sus limitaciones técnicas y materiales. A modo de resumen, podemos decir que la construcción sobre la que la infanta Cristina fundó el monasterio por el año 1024 debió de continuar básicamente la estética y las formas de los templos altomedievales conocidos en Asturias. Esta primitiva construcción, tras la vinculación del monasterio a Cluny en las primeras décadas de la centuria siguiente, fue sustituida poco a poco para adaptarse a las nuevas costumbres y usos de la orden benedictina, de forma que, mediado el siglo XII comenzaría la construcción del claustro, que se extendería hasta los primeros años del siglo XIII, y quedaría inconcluso. Sería también en estos años o poco tiempo antes, cuando se inició la transformación de la iglesia, siendo sustituido el templo primitivo por una construcción acorde con las necesidades de la orden y siguiendo los modelos imperantes en el momento. Tras la construcción de la iglesia y del claustro, en torno al que sabemos que se disponían, al menos, un dormitorio común y un refectorio, durante la Baja Edad Medía (siglos XIV y XV), el estilo románico deja paso a las fórmulas góticas, de forma que entre la el templo y el mencionado claustro, respondiendo a las inquietudes espirituales del momento se construyeron en Cornellana, un sencillo arcosolio y una interesante capilla funeraria que apuntan a maneras protogóticas, similares a la que podemos encontrar en la Capilla de los Alas de Avilés. Con estas estructuras se mantendría la institución por un largo período de tiempo, épocas de decadencia y declive que durante los últimos años de la Edad Media y primeras décadas de la Edad Moderna sumieron al monasterio en una profunda crisis de la que no consigue salir firmemente hasta que, como hemos visto, en la primera mitad del siglo XVI pasa a depender de la Casa Benedictina de Valladolid, iniciándose un nuevo período de su historia y una nueva transformación de las dependencias monásticas. Así, en la segunda mitad del siglo XVII se inicia la reforma de la iglesia románica, adaptándola a los nuevos gustos de estética barroca y anteponiéndole una fachada de inspiración clasicista. No mucho tiempo después se continuó la transformación con la construcción de nuevas dependencias, encabezadas por la fachada del monasterio con tintes palaciegos, y ya en el siglo XVIII la sustitución del claustro medieval por el actual claustro barroco.