Identificador
33209_01_024
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Pedro Luis Huerta Huerta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Ceares
Municipio
Gijón
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
AL IGUAL QUE EN EL CASO de Baldornón, la primera mención documentada a la parroquia de Ceares aparece en el testamento de Ordoño II, fechado el 8 de agosto de 921, que Fernández Conde considera una interpolación del obispo don Pelayo, según el cual el monarca confirma diversas donaciones y concede otras nuevas a la iglesia de San Salvador de Oviedo, incluyendo la iglesia de Ciares. La iglesia de San Andrés de Ceares, aunque muy modificada por sucesivas ampliaciones y reconstrucciones, aún conserva trazas planimétricas y elementos arquitectónicos que la vinculan a la corriente internacional del románico. La iglesia, ya modificada en la época en que la visitó C. Miguel Vigil, fue destruida durante la guerra civil, después de haber sido convertida en almacén de municiones. De su fábrica primitiva se han conservado el ábside, el arco triunfal, de gran interés por los repertorios iconográficos de sus capiteles, y la portada oeste, aunque ésta apenas conserva más que las trazas y una línea de imposta. Originalmente fue una iglesia de una sola nave de cortas dimensiones y de ábside semicircular precedido de tramo recto. Aquella estructura ha sido alterada por una serie de añadidos que incluyen naves laterales, comunicadas con la central por un único hueco, sacristía y dependencias auxiliares y pórtico frontal. El arco triunfal es ligeramente apuntado y de una única arquivolta desornamentada, que está envuelta por un guardapolvo decorado con motivos vegetales. Las columnas pareadas que sustentan el arco concentran la riqueza decorativa de esta iglesia, aunque sus fustes, como evidencian el color y el material, se deben a un añadido reciente, ya que los originales se habían perdido. El primer capitel exterior del lado izquierdo presenta una abigarrada escena en la que animales y hombres se adaptan al cuerpo escultórico sin apenas dejar espacios libres. El motivo principal es un grupo conformado por dos leones que se levantan sobre sus patas traseras y giran sus cabezas para enfrentarse. Entre ellos, destaca la figura de un hombre de rostro barbado y sereno. A cada lado de esta escena principal se pueden apreciar otras dos figuras de hombres, cuyos cuerpos, ataviados con túnica o traje talar, presentan una talla más suave que la de las cabezas. Para Etelvina Fernández ésta es una de las imágenes de las que se servían en época románica para ilustrar la temática del castigo de los pecados: el tema de la lucha entre el león y el hombre es recurrente en la iconografía románica, aunque tiene dos vertientes bien diferenciadas en cuanto a significado. En unos casos aparece una escena en la que un león, o dos, luchan contra un hombre, indicando simbólicamente la lucha del bien contra el mal; en otras variantes, como es el caso de Ceares, la imagen muestra un momento más específico de esa lucha: el de la derrota y posterior castigo. El hombre que aparece en el centro de la composición de Ceares representaría al pecador, y los leones, que se vuelven para atacarle y además están sostenidos por sus patas traseras con lo cual pueden inmovilizarlo con las delanteras, el castigo del que no podrá escapar. El segundo capitel de esta jamba, del lado interior del ábside, presenta los tradicionales motivos vegetales, con grandes hojas lanceoladas, de aspecto algo geometrizado, pero con detalles de gran naturalismo en la talla de los nervios. Sobre las hojas se dispone una fila de volutas en espiral. Como remate de ambos capiteles, se sitúa una moldura decorada con roleos. El primer capitel del lado derecho resulta el más interesante del conjunto y presenta una escena cinegética, la montería del jabalí, que también se encuentra en otros templos próximos de la zona de Villaviciosa. Como en el caso anterior, también aquí hay gran número de figuras que dan origen a una escena de mayor dinamismo. Lo más destacado es la figura de un jabalí, de grandes proporciones, al igual que la figura del montero situado en el centro del capitel, que parece estar sujetando el hocico del animal. A ambos lados se disponen parejas de hombres, pertrechados con cuerno de caza, cuchillos, palos y lo que puede ser una pieza ya cobrada. A los pies de estas figuras aparece un perro de presa. El resultado de esta disposición de las figuras y las masas es una composición perfectamente equilibrada, en la que la escena principal, el momento en que el jabalí es alanceado, está en el centro, y los personajes se distribuyen según su participación más o menos directa en la caza. La cacería es una actividad que se ha venido representando en las manifestaciones plásticas desde la antigüedad y, ya en la Edad Media, la representación de escenas cinegéticas, preferentemente de caza mayor (osos, jabalíes...) alcanzó gran difusión y éxito como motivo ornamental de multitud de objetos y superficies susceptibles de ser decoradas. La caza era una de las actividades cotidianas de la sociedad medieval, incluso entre las mujeres (que solían decantarse por la especialidad de caza con halcón), de modo que la familiaridad de las imágenes representadas y su propia plasticidad aseguraron el éxito de esta temática decorativa. Asturias no fue ajena a este fenómeno y existen varios precedentes de escenas cinegéticas talladas en piezas del siglo IX, aunque el mayor número de escenas de este tipo pertenecen a la fase románica. Una temática de este tipo conlleva un nivel de complejidad elevado, ya que suele tratarse de una escena de carácter narrativo en la que han de disponerse adecuadamente numerosos personajes en un espacio tan limitado como, en el caso de San Andrés de Ceares, un capitel, aunque, naturalmente, pueden darse muchas variantes; por ejemplo, en Santa María de Narzana sólo aparece representado el momento cumbre, cuando el cazador consigue dar caza a su presa. A medida que avanza el tiempo, las escenas suelen ir complicándose en el número de personajes y, sobre todo, en detalles y en el grado de naturalismo y fidelidad a la realidad, en un proceso paralelo al refinamiento del ideal caballeresco, propio del período gótico. Así, cabe destacar la cuidada representación de las armas o del perro de presa que aparecen algunas imágenes (como la de Ceares o la de Santa María de Narzana), aunque la presencia del caballo, elemento imprescindible en una cacería, no suele ser frecuente. La mayor parte de las veces, al menos entre los ejemplos del románico asturiano, la representación de las figuras humanas incluidas no suele presentar alto grado de detallismo, predominando las figuras desproporcionadas, que se adaptan al marco según las necesidades de la composición. En el capitel de Ceares, a pesar de lo sumario de su tratamiento, se muestra cierto grado de individuación, apoyado por el objeto que porta cada uno de los personajes; se indica de esta forma que, a pesar de tratarse de una actividad de carácter grupal, se debe tener en cuenta el papel que ha de acometer cada cual. La basa de esta columna se conserva relativamente bien y permite apreciar la decoración que, suponemos, presentarían también el resto de las basas: una pieza vegetal en el vértice y una línea de apomados en su parte superior, debajo del arranque de los fustes. El capitel del interior vuelve a los motivos vegetales, ahora de grandes hojas de diente de león, rematadas de nuevo en volutas. La imposta que corona estos capiteles aparece ornamentada con tetrafolias de botón central, cuyos pétalos aparecen invertidos. El ábside, animado a media altura por una línea de imposta ajedrezada, está horadado por dos ventanas, una de ellas de apertura reciente, sobre las que también se dibuja la imposta. Esta misma imposta ajedrezada vuelve a estar presente en el exterior del ábside, sirviendo de base al arco de medio punto de la ventana, que tiene gran riqueza decorativa. Así, la arquivolta, algo desencajada en alguno de sus puntos, se decora con un potente zigzag en el frente y tetrafolias en el intradós, todo ello enmarcado por un guardapolvo tallado con idéntico motivo al de la imposta. Las columnas que soportan este arco se realzan con dos destacados capiteles, a pesar de su mal estado de conservación. El de la izquierda presenta dos aves afrontadas, motivo ya encontrado en San Miguel de Serín y San Juan de Cenero, iglesias con las que, sin duda por razones de proximidad geográfica, estuvo relacionado, pero que también se relacionan con algunos ejemplos de Siero, Villaviciosa o Colunga. El tema de las aves afrontadas era un motivo recurrente del arte medieval, y se conocen numerosos ejemplos en templos románicos de Asturias, especialmente en las zonas costeras. La iconografía es muy rica y variada, pues puede diferenciarse entre aves propiamente dichas o grifos, e incluso entre las aves hay diversas variantes, pudiendo representarse diferentes especies (palomas, pavos reales, lechuzas...) y en diferentes actitudes. Esta iconografía nació en la etapa paleocristiana y, aunque irá progresivamente perdiendo su significación simbólica, a favor de su aspecto más decorativo, la imagen poseyó durante mucho tiempo un claro significado eucarístico; así, acompañadas de una crátera o del árbol de la vida, las aves simbolizan las almas de los hombres justos bebiendo del vino consagrado. Si estas aves eran representadas como pavos reales, el simbolismo eucarístico era doble, pues el pavo real, como animal que pierde sus plumas durante el invierno para recuperarlas en la primavera, servía una metáfora del dogma cristiano de la muerte y resurrección, combinada con la idea de la vida eterna (el vaso eucarístico). La ausencia del vaso eucarístico y la confrontación entre ambas, atacándose mutuamente con sus patas, en el capitel de San Andrés de Ceares, lleva a Etelvina Fernández a considerarlo la variante iconográfica de los grifos afrontados. Tomada también de la Antigüedad, esta temática fue utilizada durante el Medievo para simbolizar la angustia y el miedo producidos por el pecado o incluso como representación del infierno. La figura del grifo se correspondería con un animal híbrido, formado por cabeza de ave y cuerpo de cuadrúpedo con alas; sin embargo, es cierto que este modelo experimentó muchas variantes, y no resulta extraño poder identificarlo por la imagen de dos aves de gran cola de aspecto robusto, incluso escamoso, como en el caso de San Andrés de Ceares, San Juan de Cenero, Santa Eulalia de La Lloraza o Santa María de Narzana. El capitel de la derecha muestra dos cuerpos monocéfalos de león. La presencia de leones, o felinos en general, es una de las iconografías más difundidas y completas del repertorio medieval, debido a sus múltiples lecturas; la primera de ellas es la que se relaciona con el miedo que provocan estos animales, por lo que su ataque podría simbolizar, sencillamente, la muerte, tal como es frecuente encontrar entre sarcófagos paleocristianos; otra posibilidad es la lucha entre el vicio y la virtud, los propios castigos infringidos a los pecadores o, siguiendo con los temas relacionados con el mundo infernal, la lucha del bien contra el mal; aunque también es preciso señalar que el león también puede tener una lectura positiva, como símbolo apotropaico. Una variante de esta iconografía es la que aparece en este capitel de San Andrés de Ceares, en la que, además de la simplificación a la que se han visto sometidos, los dos animales se presentan compartiendo una única cabeza, en posición angular. Tanto en el capitel de los grifos afrontados como en el de los felinos monocéfalos, las figuras se recortan sobre un fondo finamente cuadriculado. Las basas de ambas columnas, aunque muy erosionadas, presentan evidencias de haber estado decoradas con motivos vegetales similares a los de las basas del arco del triunfo. También llama la atención por su cuidado tratamiento la cornisa del ábside, jalonada de canecillos de variados repertorios. De la portada occidental, muy sencilla, apenas conservamos las trazas: un único arco de medio punto, sin decoración ni molduras, que apoya sobre una fragmentaria imposta ajedrezada. A pesar de esto, el arco triunfal presenta los suficientes rasgos, como su arquivolta apuntada, la iconografía de sus capiteles, de temas tardíos, o la presencia de apomados, como para fechar esta iglesia ya en el siglo XIII.