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Vista panorámica de los restos de la antigua iglesia desde el este

Identificador
31460_02_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 36' 30.02'' , -1º 24' 30.41''
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Martín

Localidad
Leache
Municipio
Leache
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
TRAS LA DESAMORTIZACIÓN, el deterioro del antiguo oratorio de San Martín debió de ser rápido y constante. No obstante, nada sabemos de él por la documentación. Ya se ha apuntado que todavía en el siglo XIX se documentaban reformas en la casa de la encomienda. Teniendo en cuenta los relativamente importantes recursos dinerarios que sus propiedades generaban, podemos suponer que el abandono del templo se inició tras la enajenación de la encomienda en 1848. Es probable que sus características arquitectónicas, asociadas a la vecindad con el pueblo, acelerasen su ruina y consiguiente reaprovechamiento como cantera. Cuando Biurrun visitó la iglesia en los años treinta del pasado siglo se conservaba viva la memoria de la vinculación del templo con la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Entonces, entre una maraña de tupida vegetación, seguían en pie al menos el hastial, el cilindro absidal y parte de la portada. “Cuando se penetra en el pueblo y se ve un informe montón de ruinas, y vetustos paredones cubiertos de yedra, con pilares que parecen desafiar la acción de los tiempos, más bien que a un castillo feudal pueden atribuirse a la mansión de los monjes Sanjuanistas, y aquellas ruinas, casi en completa desfiguración, solo por la parte semicircular al oriente, y por lo que de ellas cuentan los antiguos, puede asegurarse que fue la iglesia de San Martín”. “Vino a tierra toda la encomienda, lo mismo el edifico, del que puede haber alguna reminiscencia, que la portada de su iglesia, ruinas producidas por el inconsiderado afán de utilizar unas piedras y que precipitan el derrumbamiento de lo que, sin apoyar apenas, tiene que venir a tierra”. El tímpano de la puerta se había reaprovechado como una fuente. Los capiteles del interior se habían trasladado, lo mismo que algunos canecillos. “De esta iglesia se transportaron a la parroquial dos voluminosos capiteles, uno de sencillas volutas, y el otro de profusión de figuras, y ambos quedaron convertidos en pilas de agua bendita”. De la misma procedencia son “los fragmentos colocados en una fuente pública, al otro lado del pueblo. Y solo queda una portada con tres archivoltas, capiteles con variada labor, funículos con lostos [?] y extraños motivos, del gusto visigótico, del que ya se ha hecho mención y que a todo trance se debe conservar”. No tuvo demasiado éxito la recomendación del minucioso historiador navarro. Si esa era la situación del templo en los años treinta, ya podemos hacernos una idea de que hoy el análisis de lo que fue el oratorio de la encomienda sanjuanista va a resultar fragmentario e incompleto. Los restos de la ermita de San Martín se conservan en tres localizaciones distintas. In situ, se ha excavado recientemente el perímetro mural, con la definición completa de la planta, las dos o tres primeras hiladas de los muros, la parte baja de la puerta del mediodía y el hastial occidental completo con su ventana. Este muro se ha conservado completo porque ha sido reutilizado como base de la pared principal del frontón de la localidad. La parroquia de la Asunción conserva adosado sobre el tramo más occidental de su muro sur, bajo la torre, el tímpano y arquivoltas de la citada portada. En la parte más oriental del mismo muro aparecen tres canecillos muy deteriorados de similar procedencia. El interior del templo guarda dos interesantes capiteles provenientes de los soportes interiores, dos basas finamente decoradas y un capitel de ventana. Finalmente otros restos, entre los que se han conservado los cuatro capiteles de la portada, fueron a parar al castillo de Javier y de ahí al museo de Navarra. Los estudiaremos en detalle en el capítulo dedicado a la colección de piezas románicas conservadas en el Museo. Comencemos por la planta del templo y los elementos conservados junto al frontón. Muestra un profundo presbiterio semicircular, integrado por un anteábside rectangular y su definitorio cierre semicircular. Su embocadura lleva sendos pilares, reforzados al exterior por sus correspondientes contrafuertes. La nave, algo más ancha, se divide en tres tramos, marcados por dos pares de estribos bastante planos, que no se corresponden al interior con soporte alguno. La portada se abre en el tramo central del lado sur. Las dimensiones generales, en torno a 15 m de longitud por 5 m de anchura, así como la anchura de los muros, en torno a un metro, son las habituales en el ámbito rural. A su vez, el diseño de su cabecera, profunda y más estrecha que la nave, conecta con una interesante tradición arquitectónica que había dejado en la zona durante el siglo XII interesantes ejemplos, especialmente ricos en la vecina comarca de la Valdorba. Asociando la planta con los elementos conservados podemos hacernos una idea bastante aproximada de cuáles eran las características del pequeño edificio. El arco de embocadura del presbiterio estaba soportado por sendos pilares con semicolumnas adosadas. Mostraban ricas basas y monumentales capiteles labrados, siguiendo la tradición escultórica especialmente fértil en el vecino Aibar. Comencemos con las basas. Una forma grupo con su capitel, para soportar la mesa del altar de la parroquia de la Asunción; la otra se ha reutilizado como aguabenditera exenta sobre un fuste helicoidal. La del altar, bastante alta, muestra el tradicional perfil formado por amplia escocia, casi media caña completa, entre dos toros concéntricos. El encuentro con el plinto cuadrado se enriquece en los ángulos con una cabeza felina (?) a la derecha y una originalísima figura antropomorfa a la izquierda. Aunque está muy perdida, merece la pena detenerse un poco. De la base de la media caña nacen dos brazos humanos que con sus manos agarran el toro superior. Sugiere a una persona atrapada entre toro y escocia que sólo puede sacar los brazos para intentar liberarse. En el ángulo inferior, otra figura apoya su cabeza (perdida) y hombros sobre el plinto, y se agarra con sus garras al borde del toro inferior. Da la impresión de que impide a la persona atrapada poco más arriba liberarse, sujetando los encuentros de las molduras de la basa. Una composición tan curiosa como preciosista, de difícil justificación para un templo como el que nos ocupa. Su pareja es también alta y original. La basa propiamente dicha se moldura a través de un primer grupo de escocia entre listeles, un cilindro central y un toro de remate. Todo se labra en la misma pieza que una base prismática, a modo de breve plinto, con todos sus frentes labrados y las aristas con motivos sogueados. En los laterales, una serpiente ondula su cuerpo de la misma forma que luego veremos en uno de los canecillos conservados. En los ángulos achaflanados aparece un aspa y un hombre pez muy sumario; por último, el frente acoge una retícula de celdillas de rombos y triángulos. Los dos capiteles conservados, integrantes de los mismos soportes, muestran también características interesantes. El que sirve de aguabenditera a la entrada del templo ha mantenido los sillares que formaban la primera hilada del fuste en su integración con la pilastra prismática. La articulación de los sillares sigue las pautas características de soportes similares desde San Pedro de Aibar a Cataláin. El sillar del capitel acoge en una sola pieza tanto al capitel de la semicolumna como el pilar sobre el que se adosa. Inmediatamente bajo él, la siguiente hilada se articula mediante tres sillares, el central para el fuste embutido, los laterales para la pilastra. La tercera hilada sería de nuevo monolítica, siguiendo así la alternancia que caracterizaba las sucesivas hiladas del soporte. El capitel en sí sigue tanto los modelos compositivos como las proporciones y medidas aproximadas de los capiteles de San Pedro de Aibar. De nuevo vemos el tema de las águilas explayadas en esquina, con sus garras sobre el collarino y las cabezas (perdidas) en los ángulos superiores, bajo el encuentro de las volutas diagonales a la mitad superior de la copa. Todo nos remite a Aibar. No obstante, su labra, a pesar de estar bastante picado y deteriorado, parece más sumaria y ruda, aunque no exenta del dominio de las proporciones y los efectos monumentales de luces y sombras. Lo mismo podemos decir del segundo capitel que soportaba el arco toral desaparecido. Comparte con él el diseño de su copa, con los tradicionales tallos diagonales a su mitad superior, que se avolutan en los ángulos superiores. El resto se articula mediante dos niveles de hojas lisas con nervio central, que nacen del collarino elevando sus picos hacia los vértices. Lógicamente resuenan los ecos compositivos languedocianos, frecuentes y característicos del valle y sus comarcas limítrofes, en una labra tan efectista como sumaria. ¿Sólo tuvo el interior dos soportes? No lo podemos afirmar con seguridad. A pesar de haberse conservado numerosos restos escultóricos del templo, el riesgo de haber perdido otros es evidente. No obstante, el perímetro visible en la actualidad no ha conservado plintos de más pilares. En un ángulo del hastial se ha reubicado una basa de esquina con su plinto. Reproduce el esquema compositivo de la del altar, sólo que en un formato menor, quizá relacionable con el derrame de una ventana. Por el mismo muro, en el ángulo del toral, se conserva lo que parece otro original plinto, decorado con animales (¿leones?). El cilindro absidal y los poderosos soportes del toral irían con seguridad asociados a una bóveda de cañón, quizá apuntada, con cierre en horno. Lógicamente el semicilindro acogería un vano axial. La nave, sin soportes interiores y estribos de poco resalte, puede relacionarse con una cubierta de madera a dos aguas sobre arcos diafragma. Esta solución, recuperada por ejemplo en la nave de Cataláin, podía ser la causa de la rápida ruina del edificio una vez desamortizado. No obstante, la configuración de las hiladas del hastial define el perfil de una bóveda de cañón apuntado, que podía ser la de todo el templo o sólo la del tramo de los pies. El vano, bastante longitudinal, conserva su correspondiente perfil de medio punto. Como ya se ha apuntado, aunque fragmentada como un puzzle, podemos conocer la portada del muro sur casi 760 / L E A C H E al completo. Recordemos la ubicación actual de sus piezas: las hiladas inferiores del abocinamiento y las basas acodilladas in situ; las arquivoltas y el tímpano en el exterior de la parroquia; finalmente, los cuatro capiteles en el Museo de Navarra. Sobre un paramento adelantado a la altura de los estribos, articula su abocinamiento mediante dos arquivoltas de medio punto con tímpano central. La interior es de platabanda, mientras que la exterior lleva grueso bocel angular y guardalluvias con cinco fajas de fina retícula piramidal. Las arquivoltas apeaban sobre un jambaje escalonado que acogía dos pares de columnas acodilladas. Sus basas son altas, de amplio toro inferior y decoraciones en los ángulos de los plintos. Por el lado izquierdo sus frentes visibles están tallados con ondas a modo de escamas y serpientes ondulantes. Sobre el muro interior se ha adherido una figura humana nimbada, cuyas medidas y composición parecen caracterizarla como una de las estatuas columna que formaron parte de las jambas de la puerta. Lamentablemente sus características están casi completamente perdidas. Los cuatro capiteles, de labra y diseño integrado en el sillar de cada uno de los codillos, se decoran con un repertorio muy conocido y difundido, formado por entrelazos, volutas de tallos diagonales en la parte superior, entrelazos, hojas hendidas y festoneadas, y aves enfrentadas “dándose la pata”. Todo ello está labrado de manera sumaria, con poca profundidad y minuciosidad (para estas piezas ver el capítulo dedicado a la colección del Museo de Navarra). Da la impresión de que el repertorio decorativo, vivo y creativo en la comarca de Aibar-Sangüesa mediado el siglo XII, para cuando se erige la iglesia de San Martín, se concibe seriado y repetitivo. Definiría el trabajo de las sucesivas generaciones de canteros locales formadas en los repertorios tradicionales. Hemos dejado para el final la descripción del tímpano y sus relieves. Esta insólita pieza monolítica apeaba sobre sendos montantes prismáticos lisos. De su uso como fuente conserva dos orificios simétricos, cegados con metal y cemento. En los años 50 del siglo pasado ocupó su actual ubicación bajo la torre de la parroquia. Aunque en el centro aparece el tradicional crismón trinitario, el resto del espacio se ocupa por diversos motivos geométricos y simétricos labrados con precisión en un bajo relieve muy minucioso y elaborado. El semicírculo lleva como marco una triple orla formada, de dentro a afuera, por una faja de palmetas y tallo ondulante, botones lisos, y sogueado exterior. El crismón ocupa el centro superior de la pieza, sobre un rectángulo con ocho líneas de retícula piramidal y el remate de una faja de dientes de sierra a modo de media corona superior. Seis elementos circulares y perfectamente simétricos completan el conjunto: dos estrellas arriba, dos flores en los ángulos y dos flores entrelazadas sobre tres círculos concéntricos en los centros de cada lado. Entre ellos, más círculos pequeños, a modo de botones lisos, y otros motivos secundarios someramente esgrafiados sobre la piedra. Poco más se ha conservado del antiguo templo de San Martín. Sobre el muro sur de la parroquia se embutieron tres canecillos rescatados de la ruina. Sólo uno se ha conservado en buen estado; muestra en su frente una labor de entrelazos a modo de serpiente. Ya la hemos visto en una basa de pilar y en un plinto de la portada. Otra, muy perdida, conserva una retícula que recuerda al plumaje de una pájaro (?). En el interior de la parroquial quedan otros elementos sueltos de difícil análisis: una media basa, pareja de la reubicada en un ángulo del hastial de la ermita, un fuste helicoidal quizá relacionable con el jambaje de la puerta, y un capitel en esquina con lancetas lisas y bolas en sus picos superiores, probablemente parte de un vano. A pesar de haberse perdido casi en su totalidad, la antigua iglesia de San Martín ha conservado elementos suficientes como para hacernos una idea de su articulación primitiva. No cabe duda de que fue un edificio muy significativo para la población. De ahí la conservación de la mayor parte de sus elementos decorativos tras la ruina. De ahí también la inspiración que su portada trasmitió a la de la actual parroquial, que copia su perfil y su tímpano. El conjunto sigue las pautas arquitectónicas y los repertorios decorativos que se habían fijado en la Valdorba, Valdeaibar y Sangüesa, mediado el siglo XII. No obstante, muestra unos acentuados índices de seriación y rudeza en la labra, que parecen asociarse a un taller local que todavía permanecía vinculado a los antiguos repertorios. Por contra, algunos elementos como el tímpano y las grandes basas interiores sorprenden por su originalidad y decorativismo. Su cronología debe de ser, pues, tardía, probablemente avanzado ya el último tercio del siglo. En ese lapso temporal se sitúan también los primeros documentos que certifican la presencia de la Orden de San Juan de Jerusalén en Leache y la propia donación de la villa a los hospitalarios en 1195.