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Vista exterior desde el nordeste

Identificador
31230_01_015
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Alberto Aceldegui Apesteguía
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de San Martín de Tidón

Localidad
Viana
Municipio
Viana
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
EL LUGAR DE TIDÓN se encuentra a las afueras de la ciudad de Viana, en un pequeño promontorio rodeado por huertas, camino del hipogeo de Longar. Nada más llegar podemos apreciar que se trató de un lugar de población de época romana, pues todavía aparecen fácilmente fragmentos de cerámica (terra sigilata) y la ermita presenta unos enormes sillares bajos que, a juicio de algunos especialistas, están reaprovechados de construcciones anteriores. Parece claro que el lugar siguió poblado desde la romanización hasta la Edad Media, aunque no aparece en la documentación hasta el siglo XI, en concreto en 1044, cuando García Ramírez III, rey de Pamplona, lo donó e incorporó al monasterio de Sojuela. En 1085 Jimeno de Prezolas, vecino de Tidón, donó una villa en la misma población al monasterio de Leire. A partir de su despoblamiento la antigua parroquia de Tidón se convirtió en una de las ermitas de Viana y, desde el siglo XV hasta mediados del XX se acudía a sus inmediaciones en romería a celebrar el día de San Martín. Los años de abandono hicieron mella en la edificación que ha ido arruinándose hasta la actualidad y, aunque se levantaron algunos muros de contención de hormigón, la mayoría de las bóvedas se han hundido, además de gran parte de los muros. El resto de la ermita se encuentra en condiciones lamentables, la portada fue tapiada hace años y se ha de acceder al interior de las ruinas, atravesando cascotes y maleza, por la pequeña casa aneja que albergaba al ermitaño. La pequeña iglesia se compone de cabecera recta y una nave de mayor anchura que el presbiterio, constituida por dos tramos y totalmente reformada en el siglo XVII y hundida posteriormente. Al exterior, tras las reformas modernas, la fábrica original conservó el muro de la epístola, la cabecera recta y parte del muro del evangelio -lo más cercano al altar-. Estos muros se edificaron con paramentos de sillería muy cuidados y bastante regulares, pero probablemente por desplomes o amenazas de ruina hubieron de ser reforzados (los dos enormes contrafuertes del testero) o bien reconstruidos (se aprecia un corte de obra pocos metros al oeste de la puerta). Los muros de la cabecera culminan en cornisa sobre modillones en los que alternan baquetones con medias cañas. A nuestro parecer, las reformas practicadas en los siglos de la Edad Moderna pudieron contribuir al deterioro de la fábrica, pues son las zonas más arruinadas. La ventana del ábside, en su cara exterior, presenta cierto esmero ornamental. El estrecho vano en forma de saetera está rodeado por una arquivolta con tres hileras de taqueado complementada por una chambrana en la que tallaron grandes bolas. El cimacio es igualmente ajedrezado sobre columnas restauradas con capiteles de muy marcada esquematización (motivos ondeados). La ventana descansa sobre un fragmento de impostas taqueadas. Por el interior consta de un escaso abocinamiento y una sucesión de recuadros con curioso baquetonado. Ofrece un arco superior con cuatro hileras de ajedrezado y una chambrana lisa. En el interior entre las ruinas se reconoce una credencia en el muro del evangelio de la capilla mayor y dos vanos originales en el de la epístola de la nave, con derrame hacia el interior. En el muro de la epístola apreciamos grandes sillares, como hemos citado, en la zona inferior, probablemente reaprovechados de edificaciones de época romana, canecillos lisos en la nave y de rollo a ambos lados de la cabecera. En el último tramo encontramos la portada -actualmente tapiada-, de poco menos de dos metros de anchura, compuesta por un arco interior de medio punto labrado mediante grandes dovelas, seguido de una moldura con retícula de rombos, un baquetón liso (la arquivolta propiamente dicha) y una chambrana decorada con las habituales “cabezas de clavo” típicas del tardorrománico. El arco interior descansa en montantes lisos y la arquivolta en una columna a cada lado, de capitel decorado a base de hojas lisas de perímetro marcado mediante incisión, unidas por combados, con remate vuelto en adorno vegetal y perlado en el eje. También se trata de un motivo tardorrománico, que había entrado en el reino navarro desde Santo Domingo de la Calzada. Es de destacar asimismo como prueba de elaboración tardía la molduración del collarino. El cimacio también despliega un motivo tardorrománico, formado por palmetas de eje perlado conectadas mediante rosetas con orificio central. Todos estos elementos permiten proponer una datación para la fase tardorrománica de este templo en las primeras décadas del siglo XIII. Por último, hemos de citar la inscripción, contraída, que leemos en uno de los sillares bajos del mismo sitio, aunque no podamos precisar su datación: S(anctus) MARTINU[ S] ORA PRO N[OB]IS. Parecen reconocerse en la parte inferior cifras arábigas, lo que situaría su ejecución después de la Edad Media.