Identificador
09471_01_005
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
La Vid
Municipio
La Vid y Barrios
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA VID ES MONASTERIO AFORTUNADO en lo literario (sobrada cuenta dan Pío Baroja y Rafael Alberti) y también en lo historiográfico, glosado desde el siglo XVIII por Loperráez, ha sido foco de atención de numerosos trabajos de muy diverso género. Pero ante la contundencia de la fábrica moderna, es poco lo que sabemos de su etapa tardorrománica. La tradición atribuye la fundación de Santa María de La Vid a Domingo Gómez de Candespina, quien junto a Sancho de Ansúrez (el fundador de Retuerta), viajaron hasta San Martín de Laon para profesar como premonstratenses y conocer al mismísimo San Norberto. Hacia el 1133-1140, Domingo realizará vida cenobítica en Santa María de Monte Sacro, solar relacionado con la aparición de una imagen mariana, hasta que funde una casa dúplice auspiciada por Gutierre Pérez y su mujer Estefanía y por la condesa Embrot. En el fondo de la historia subyace el mítico hallazgo de una imagen de la Virgen, localizada por Alfonso VII tras una incursión cinegética por los montes cercanos a San Esteban de Gormaz, trasfondo habitual en la fundación de tantos monasterios hispanos. Lo cierto es que la ulterior devoción a la Virgen fue respetada y acrecentada por varios monarcas castellanos: Alfonso VIII y en especial Sancho IV. De 1156 parece ser el traslado hasta el monasterio actual, año en el que Alfonso VII confirmaba la donación de La Vid y todos sus términos realizada por Juan, obispo de Osma, al abad Domingo y los canónigos premonstratenses. En el mismo diploma el rey les donaba la villa de Cubillas y se especificaba que la comunidad acogía la regla agustiniana, sujetándose a la jurisdicción de la abadía vallisoletana de Retuerta. En 1163 el papa Alejandro III tomaba el monasterio de La Vid bajo su protección y durante el reinado de Alfonso VIII fue beneficiado con nuevos terrenos, exenciones de portazgo y libertad de pastos. En 1164 La Vid quedó como casa exclusivamente masculina, pasando a ocupar las canonesas otros conventos en Brazacorta y Fresnillo de las Dueñas. La Vid fundará durante los años sucesivos nuevas casas premonstratenses en San Pelayo de Cerrato, San Cristóbal de Ibeas, El Tejo, Villamayor de Treviño, Santa María de los Huertos (Segovia), Ávila, Tórtoles de Esgueva y San Juan de la Peña (Vizcaya). Casa puntera de la orden en la circaria hispana, formó un importante señorío eclesiástico que extendía su jurisdicción a los campesinos de La Vid, Zuzones y Guma, verdaderos barrios de la abadía. Recibió además las villas de Alcozar, Mesela y Alcolea, salinas en Bonilla y Medinaceli, y numerosas heredades en Quintanilla, Fuentelcésped, Hontoria de Valdearados, Torregalindo, Páramo del Arroyo, Guzmán, Roa, Camesa de Valdivia, Quintanadueñas, Canicosa, Brazacorta, Talamanca, San Esteban de Gormaz, Lomeda de Medina, Almazán y Ayllón que frecuentemente arrendaba dada la ineficacia de una explotación directa a gran distancia. De Alfonso VIII recibía en 1188 las villas de Tovilla y Frolilla, de Pedro García de Lerma en 1213 una heredad en Villaconancio, Cevico y Santa María y en 1214 otras propiedades, ganados y bienes muebles en Quintanilla de Valdado, Santa Cecilia, Levaniegos, Villahoz y Tordómar, además de 300 maravedís, bajo la condición de instalar un hospital en Quintanilla servido por un clérigo que cantara misa a diario y otro más ante el altar de Santa María Magdalena en La Vid pro anima. Con el obispado de Osma mantuvo interesadas relaciones, sometiéndose al mismo en 1255 y obteniendo en 1258 amparo del oxomense frente a los pleitos que La Vid sostenía con los premonstratenses de Retuerta. La decadencia de la casa vino marcada por la voracidad de los abades vitalicios que terminaron por vender propiedades y censos. La asunción de un organigrama capitaneado por abades comendatarios y trienales tampoco solventó las tensiones, haciéndose necesaria una reforma general. Don Íñigo López de Mendoza, nombrado por el papa León X abad comendatario perpetuo de La Vid en 1516, intentó poner coto a tanto desmán rentual y descarrío espiritual. Obispo de Coria (1520) y de Burgos (1529-1537), accedió al cardenalato en 1532. Entre 1516 y 1528 dirigió los rumbos de La Vid, auxiliado por priores de su confianza, destacando el protagonismo de Clemente de Mendieta. A juzgar por los 4.000 maravedís anuales que La Vid pagaba ante el capítulo provincial de los mostenses castellanos, estuvo muy por encima de las posibilidades del resto de los monasterios de la orden. Gracias al cardenal Íñigo López de Mendoza los mostenses incorporan los abades trienales y La Vid se convierte en cabeza de una abortada congregación, liberándose de la dependencia ejercida por Retuerta. Tras el fallecimiento de don Íñigo en 1535, fue enterrado en la Domus Dei franciscana de La Aguilera (Burgos) hasta que en 1579 sus restos fueron trasladados definitivamente hasta la capilla mayor de la iglesia de La Vid. Beneficiado por el conde de Miranda, don Juan de Zúñiga y Avellaneda, en 1594 La Vid obtenía de Clemente VIII el ius pontificalium, pudiendo los abades celebrar con mitra, anillo y báculo, bendiciendo a la feligresía como si de obispos se tratara. La concesión de indulgencias plenarias por parte de Pío V a cuantos visitaran la imagen de la Virgen potenció el monasterio como centro de peregrinación (1609), pero desde el siglo XVII, una tradición que atribuía la educación de Santo Domingo de Guzmán al abad Domingo en la casa premonstratense de La Vid, hizo ganar adeptos, limosnas y prerrogativas. Tan ilustres orígenes parecen reforzados por la obra de fray Bernardo de León, cronista oficial de la orden, publicada en 1626 en la misma imprenta del monasterio. A lo largo del XVIII los condes de Miranda renovaron su patronato mientras la comunidad alcanzaba los cuarenta miembros, distinguiéndose entre ellos el célebre abad Esteban de Noriega (1726-1729), general de los mostenses y obispo de Solsona, o el arquitecto, matemático y topógrafo Mateo de Arana. La Vid fue desamortizado durante el trienio liberal de 1820-1823, siete profesos de la comunidad al frente del abad Julián González Uriarte regresaron durante la restauración fernandina, la casa fue noviciado hasta su exclaustración definitiva en 1835, cuando se convirtió en parroquia. Por fortuna, el grueso del edificio fue calificado como casa rectoral dependiente del obispado de Osma, salvando así su fábrica y su extraordinaria biblioteca. El destino sonrió a la hermosa casa ribereña: el comisario provincial agustino Celestino Mayordomo conseguía de Isabel II y del obispo oxomense Lagüera la propiedad del ex monasterio y en 1866 el nuncio Barilli hacía donación perpetua de La Vid a la orden de San Agustín, los nuevos ocupantes del convento completarían allí su formación, fructificando en varias hornadas de misioneros filipenses que desarrollaron su apostolado en las lejanas tierras de China y las islas Filipinas. El patronato de los Mendoza marca el devenir artístico del monasterio de La Vid. Desde cualquier punto del entorno es reconocible su majestuosa capilla funeraria con dos niveles bien marcados, en realidad corresponde a la gran cabecera del templo, capilla mayor ochavada cubierta con bóveda estrellada sobre tambor. Fue iniciada en 1522 y su tipología sigue el modelo instaurado por el linaje de los Velasco en su capilla del Condestable de la catedral burgalesa: bloque cuadrangular con capilla poligonal en el testero y sendos tramos rectangulares al norte y al sur. El repertorio ornamental es plenamente renacentista, combinando el grutesco siloesco con la heráldica más exaltada (cf. Los escudos de Íñigo López de Mendoza y de su hermano Francisco de Zúñiga, tercer conde de Miranda, en los brazos del transepto, además de los presentes en los contrafuertes exteriores y en las maltrechas vidrieras que parecen corresponder a los Avellaneda, Velasco, Mendoza y Zúñiga entre otros). Sobre la capilla mayor está perfectamente documentada la actuación de Sebastián de Oria (ca. 1522-1542) y de Pedro de Resines, Juan de Resines y Juan de 0Vallejo (ca. 1542-1572). Bajo las cuatro trompas aveneradas sobre las que surge la bóveda aparecen esculturas exentas de apóstoles y abades premonstratenses (Pedro, Norberto, José Hermans, Godofredo, Milón, Gerián, Federico, Jacobo Lacops) y otros personajes de compleja identificación (quizá Gilberto, Federico y Adriano Papa) que datan de 1735-1738. En el triunfal oriental la data de 1572 parece corresponder con el fin de las obras en la capilla. El retablo mayor, encargado por Juan de Zúñiga, virre y de Nápoles en 1592, es obra de Antonio de Lejalde y contiene pinturas de marcado acento napolitano obradas por Fabricio Santa Fe, Jerónimo Napolitano, Domingo Nicenio, Juan Bautista Cavagna y Wensel Covergher. Preside una excepcional y apenas conocida talla en piedra policromada de la Virgen con el Niño datada ca. 1275-1300, quizás donación de Sancho IV y tradicionalmente incluida dentro del grupo vasco-navarro-riojano. Los retablos laterales, dedicados a Norberto, Agustín, Nicolás de Tolentino y beato Federico de Ratisbona son obra del XVII. Otras imágenes ya retiradas de los mismos, correspondientes a Domingo de Guzmán y la Virgen de la Concepción del Monte, parecen obra del taller de Gregorio Fernández. A pesar del acentuado aspecto tardogótico, las tres naves del templo -mucho más ancha la central- debieron alzarse hacia 1734 (data que aparece en uno de los fajones de la nave central), delimitando cuatro tramos separados por gruesos pilares fasciculados y cubiertos con bóvedas estrelladas. El coro alto de los pies, ocupando los dos primeros tramos de las naves, presenta bóvedas de terceletes y combados, con gran arco carpanel del XVIII abierto hacia oriente. Pero la imagen distintiva del monasterio de La Vid, además de la monumental cabecera, es la fastuosa fachada churrigueresca que cierra el hastial occidental de la iglesia, coronando con una airosa espadaña constituida por triple nivel de campanas y en relación con la ermita de la Santísima Trinidad de Fuentespina o la parroquial de Zuzones. En la espadaña trabajaron los maestros Jerónimo Tenorio, Domingo de Izaguirre, José Izueta y José Gorospe. El monasterio conserva de época románica una enorme portada de medio punto, que aparece avanzada sobre el muro y posee tres arquivoltas aboceladas y chambrana nacelada, “cuyas columnas -en palabras de López de Guereño- quedan ocultas por el gran recrecimiento del terreno en esta zona y sobre él un alero con [21] canecillos [ahora completamente erosionados], que hasta 1943 se utilizó como puerta de acceso al monasterio [justamente corresponde con la entrada al compás al suroeste de la iglesia], ubicada junto al antiguo hospital; parte de los muros de la panda oriental, así como los tres vanos de la sala capitular”. Señalaba López de Guereño cómo la iglesia moderna debió mantener el perímetro y quizá los cimientos e hiladas correspondientes a la fábrica medieval. Del viejo edificio templario sólo ha perdurado una ventana del paramento septentrional visible desde el claustro alto, parece de fines del XIII o inicios del XIV, quizá obrada durante la campaña constructiva promovida por Sancho IV. Presenta doble derrame y arquivolta levemente apuntada que apoya sobre cestas vegetales propias del gótico clásico, repitiéndose en la portada del muro oriental del claustro que ya relacionaba Rojo con los trabajos de fines del siglo XIII. En el Becerro de Ibeas se señalaba cómo en 1150 la vizcondesa Eloiz donaba al abad Domingo de La Vid la villa de Mijaradas coincidiendo con la construcción de la primera fábrica ribereña. López de Guereño interpreta tal donación más en el sentido espiritual que edilicio. La primitiva iglesia debió tener tres ábsides semicirculares escalonados y tres naves pero parece claro que no llegó a rematarse hasta época gótica, por otra parte el sector oriental claustral resulta el de mayor antigüedad. Durante el abadiato de Esteban (1267-1286) y el reinado de Sancho IV (desde 1293) se realizaron diferentes obras en la iglesia, que continuaron hacia 1311 -en tiempos del abad Juan- y 1315 con Alfonso XI. Se documentan otros trabajos en 1393, cuando María de Ochoa y Avellaneda otorgaba a La Vid todos sus bienes en Berlanga de Duero y otros lugares para la obra y reparación del cenobio. Martí y Monsó planteaba sin apenas solidez cómo el templo correspondiente al reinado de Sancho IV era de una sola nave cubierta con artesonado de madera y fue demolido durante el siglo XV, “conservándose para demostrarlo el cuerpo de la actual iglesia y algunas puertas y accesorios esparcidos por el edificio”. Zamora consideraba que el crucero del viejo templo pertenecía a los siglos XIII y XIV. Vallejo Penedo y López de Guereño optan por considerar una primitiva iglesia de tres naves que estuvo en pie hasta 1522 y que se construyó en dos fases (fines del XII y siglo XIV). Presentó espadaña occidental con husillo -derribado en 1542- que daba al coro y celdas. A inicios del siglo XVIII, cuando se decidió reformar la vieja iglesia, se señalaba que la soberbia capilla mayor “con las primeras ornazinas o capillejas de las tres naves deslucían lo restante de la iglesia antigua que por estar más baja, y anziana, y no corresponder su extructura con la de la capilla parezía un borrón y lunar de su hermosura”. El claustro medieval, con sobreclaustro de madera del siglo XVI (“bastantemente debil con unas pilastrillas de pie de cuadro y ocho pies de alto con basa y capitel y por encima de los capiteles corrian unas bigas gruesas forradas cubiertas de yeso formando figuras de arcos carpanelados o apañelados con algunas labores que hacian mui buena vista y cerrado el inferior con antepecho de piedra franca de buena calidad”), fue completamente transformado con posterioridad al 1767. El medieval -del que se mantienen vestigios en las pandas oriental y septentrional- debió presentar bóvedas pétreas y columnas con capiteles vegetales (“labradas semejantemente a los corintios, pero con alguna diferencia, y semejanza a fabrica de godos, de que se presume que ubo en este convento en su primitiva fundación otro claustro muy pequeño y mui reducido en el sitio y pared que divide la sacristía y el claustro...”) que partían de un zócalo corrido. Su ángulo sureste debió funcionar como campo santo (en la panda oriental aún se conservan dos estelas discoidales). Las dimensiones de la sacristía oriental, convertida después en panteón, se redujeron cuando los Mendoza construyeron la capilla mayor eclesial durante el siglo XVI. Toda la galería oriental fue remodelada hacia 1624-1627. Los únicos restos románicos de consideración se aprecian en los vanos de entrada a la sala capitular, sobre la que se encontraban los dormitorios monacales. Al sur del capítulo existen vestigios del armarium y al norte -según López de Guereño- se hallaba el artesonado, gran sala de 33 pies de lado con cubierta lígnea en forma de artesa que hacía las veces de locutorio. Durante el siglo XVIII fue dividido en dos espacios rectangulares (un agua - manil junto a la sacristía y un ámbito de paso hacia la biblioteca o librería y celdas del noroeste). Al norte del artesonado se encontraba el paso hacia la huerta -la escalera verde del siglo XVIII- y probablemente una biblioteca (trasladada a otro espacio sobre el refectorio en época moderna), al estilo de la sala de monjes de Aguilar de Campoo. Fernando Gutiérrez Baños, que visitaba el cenobio tras las últimas restauraciones, reflexionaba sobre la pieza rectangular instalada en el extremo septentrional de la galería oriental y cuyo eje longitudinal se dispone perpendicularmente a la misma panda, se cubre con bóveda de medio cañón y se divide en dos tramos iguales mediante un grueso fajón. En el muro norte presenta dos arcosolios apuntados (aún se mantiene uno de los sarcófagos pétreos). Al sur existe un trastero cubierto con bóveda de medio cañón con acceso desde la sacristía y al norte se acoda la caja de la escalera. El mismo autor consideraba que la función de tales estancias, donde se emplea preponderantemente el ladrillo, resultaba difícil de aquilatar, indicando cómo el paso hacia la huerta pudo ser un desideria usado al tiempo como locutorio. La galería septentrional acogía longitudinalmente el refectorio, pauta habitual entre los cenobios de la orden, más una sala de Profundis (seguimos a López de Guereño, aunque para Acero y Abad se tratara del desiderio donde se rezaba el célebre versículo del evangelio de Lucas Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum antequam patiar antes de la cena) y la cocina en su ángulo noroeste. Se ha conservado la puerta de entrada al refectorio, asienta sobre dos hiladas de cantería presentando arco de medio punto en ladrillo doblado y enmarcado por anchas bandas laterales, en el arranque del arco posee imposta de cantería nacelada que se prolonga por todo el frente. La puerta tiene señas de repicado, bien evidentes en su imposta frontal, fruto del enrasado al que fue sometida cuando debió cegarse durante el siglo XVIII. En la panda occidental se alzaba la cilla, completamente transformada por la gran escalera del siglo XVIII. Sobre la cilla existió un dormitorio para novicios, seguramente construido con perecederos materiales. Bajo la escalera monumental se ha conservado una magullada pila bautismal gallonada del siglo XIII que apoya sobre cuatro ménsulas naceladas del siglo XVII. En la galería meridional se alzó la escalera monumental - de tipología similar a otras existentes en Retuerta y Bujedo de Candepajares- que comunicaba con el claustro alto y las estancias del llamado cuarto nuevo, ampliación hacia occidente de la zona de celdas efectuada a principios del siglo XVII. Gutiérrez Baños infería cómo las dependencias clausúrales construidas en ladrillo debieron pertenecer a un mismo momento constructivo, tal vez contemporáneas de la pétrea fachada románica de entrada a la sala capitular. Refería la presencia en la portada del refectorio y en la entrada a la sala capitular de un “pequeño bocel que marca el paso entre las dos hiladas de piedra sobre las que se asientan ambas portadas y la sencilla imposta que marca el arranque del arco doblado, cuyo perfil es idéntico al de la moldura que aparece sobre los capiteles de la sala capitular”, dato que le permitía fechar unos restos medievales en ladrillo tradicionalmente desligados de la fábrica románica. Desde nuestro punto de vista resulta un argumento interesante aunque endeble. El acceso a la sala del capítulo presenta puerta de medio punto, con grueso baquetón y listel superior de elementos piramidales muy destrozados que apoya sobre columnas cuyos capiteles tienen tres deteriorados niveles de acantos trepanados y basas áticas con alta escocia y plintos prismáticos. La puerta está flanqueada por sendas ventanas de medio punto que parten de zócalo bocelado hacia el interior y cobijan otros dos arcos de medio punto. Del ventanal izquierdo sólo se ha conservado el doble capitel y sus fustes más meridionales, pero el derecho (el más meridional), mantiene íntegro su aparejo: el fuste central es torso, al estilo de los de las salas capitulares de la catedral de El Burgo y la casa premonstratense de Retuerta. Las cestas presentan refinada labra vegetal, delimitando ricos abanicos con piñas centrales o delicados acantos enrollados. Es evidente que tal tesitura nos aproxima a la cesta n.º 49 del claustro de Silos y otros modelos en la galería septentrional del de San Pedro de Soria. Las basas áticas portaban cuádruples bolas angulares. Portada y vanos aparecen superiormente rasurados por las reformas modernas. Ilardia señalaba la indiscutible progenie silense de los capiteles de La Vid, relacionándolos con otras piezas de Gumiel de Izán, Hontoria de Valdearados y Ahedo del Butrón. Desde nuestro punto de vista, la sala capitular de Retuerta presenta trabajos de similar factura, realizadas ambas tras la llegada de Prémontré a las casas ribereña y vallisoletana. Durante los últimos trabajos efectuados en la sala del capítulo (1998) quedó al descubierto -hacia el interior del ventanal meridional- un excelente capitel-ménsula, es una obra de excepcional maestría, mostrando una cabeza de dragón, de delicadas guedejas y fauces, aprisionando violentamente una mano antropomorfa que sirve de peana a un capitel con carnosos acantos y baya central. La pieza presenta claros puntos de contacto con otra depositada en el lapidario de la parroquial de Gumiel de Izán y una hermosa enjuta de la entrada a la sala capitular de El Burgo, datables hacia los últimos años del siglo XII. La presencia de numerosas dovelas boceladas, sencillas y triples, depositadas sobre el pavimento de la galería claustral oriental, permite intuir la aplicación de crucerías medievales en la misma y en la primitiva cubierta del capítulo. Entre otros materiales medievales se conservan algunos fragmentos de fustes, una clave vegetal calada de sabor silense y dos cestas, una sin labrar y otra vegetal trepanada, además de otro capitel de factura gotizante. Ya indicamos cómo la portada gótica de la galería oriental del claustro debió alzarse en época de Sancho IV, señalaba Gutiérrez Baños cómo pudo permitir el acceso hasta la antigua sacristía (panteón en el XVII). Es apuntada y presenta dos arquivoltas aboceladas que apoyan sobre impostas con escocia y listeles, jambas de aristas achaflanadas y dos columnillas acodilladas que parten de sencillas basas cilíndricas coronadas por pares de capiteles de crochets que la aproximan al gótico derivado de la catedral burgalesa (cf. Henrik Karge, La Catedral de Burgos y la Arquitectura del siglo XIII en Francia y España, Valladolid, 1995, pp. 227-229 y láms. 69 y 72). En este mismo monasterio se conserva también la pila bautismal procedente del cercano despoblado -en el espacio y en el tiempo- de Cuzcurrita de Aranda, formada por una erosionada copa caliza de 100 cm de altura y 97 cm de diámetro, decorada con estrechos gallones, un motivo que arranca de época tardorrománica y que se mantiene en tiempos posteriores.