Sant Quirze de Colera
Monasterio de Sant Quirze de Colera
El antiguo monasterio de Sant Quirze de Colera está situado al Norte del término municipal de Rabós, en un entorno privilegiado de la vertiente meridional de la Sierra de l’Albera, muy próximo al coll de Banyuls, que marca el límite de la frontera con Francia. Para acceder al monumento, considerado como Bien de Interés Nacional, se debe tomar la carretera local que une Rabós y Vilamaniscle, y a unos 4 km, en el coll del Reixac, girar hacia el Norte por una pista de tierra en buenas condiciones, perfectamente señalizada, que lleva al monasterio.
El dominio natural donde se emplaza este antiguo cenobio benedictino fue, en su época, un enclave estratégico de suma importancia entre los caminos que unían los condados de Empúries y Rossellón. La historia tradicional que explica la fundación de Sant Quirze está colmada de leyendas, las cuales se fundamentan en un documento fechado en el año 844 pero que debe ser considerado una falsificación del siglo xiii. Este documento detalla un juicio sobre los bienes del monasterio de Colera que Alarico, conde de Empúries, arrebató a los hermanos Libencio, abad del monasterio, y Asenario, señor de Toló (Peralada). Impartiendo justicia aparece el rey franco Carlos el Calvo, que falla a favor del monasterio y le otorga, además, otros muchos territorios. Se mencionan también, en el texto, diversas fundaciones de parroquias en la región por parte del cenobio.
Nada de todo esto parece que deba ser considerado cierto. Sí se conservan otros documentos que, por lo menos, evidencian la existencia de la abadía de Colera en el siglo x. Autores como Ramon d’Abadal sostienen razonablemente que el monasterio habría recibido un precepto de Carlos el Simple en el año 922, obtenido por el obispo gerundense Guigó; sin embargo, dicho precepto no se conserva y tampoco es aludido en documentos posteriores del cenobio, que sólo genéricamente mencionan la obtención de antiguos diplomas. En realidad, el primer documento conservado que, con seguridad, certifica la existencia del cenobio se fecha sólo cinco años más tarde, en el 927, cuando se hace efectiva la donación de una viña al monasterio. Esta es la primera noticia donde se habla explícitamente de Sant Quirze y de su primer abad conocido, llamado Manuel.
La iglesia abacial fue consagrada en el año 935 por el obispo Guigó (o Wigo) de Girona. El acta de dicha consagración es un documento de gran importancia para evocar la etapa inicial del monasterio, que en el texto se reconoce implícitamente más antiguo, pues se mencionan varios abades anteriores a Manuel. Este, además, aparece como responsable de una intensa actividad reformadora que precede a la consagración, tanto en lo constructivo como en la restauración del aparato litúrgico-decorativo de la iglesia: ab ecclesiis inutilia delecit et reparationis copie ornamenta reparavit, caucibus et Petrus utilitas reformavit, lucris quibus imperavit, signorum, palliorum et universorum opibus proutquivit laboribus propiis honestavit (hizo destruir todo lo inútil de las iglesias y las restauró con abundancia de ornamenta, reformó la utilidad de sillares y de piedras, con las ganancias obtenidas, las embelleció con objetos, tapices y todas las riquezas que pudo, con su propio esfuerzo). Por otra parte, el texto del acta confirma una generosa donación al cenobio realizada con anterioridad a la consagración (en 928, aunque efectiva en 931) por el conde Gausbert I de Empúries-Rossellón.
A partir de esta primera donación, la protección de los condes (primero de Empúries-Rossellón, luego sólo de Empúries) sobre Sant Quirze de Colera fue en aumento, como también ocurrió con otros monasterios de la zona, como el de Sant Pere de Rodes. Así, se tiene constancia de que el hijo de Gausbert, Gausfred I, confirmó y amplió la primera donación entre los años 965-966 y 977, en tiempos del abad Guillem. Posteriormente, en 989, el mismo Gausfred completó dichas donaciones antiguas con el legado testamentario de otros terrenos situados en la zona, como el valle de Banyuls o el valle de Colera. La historiografía considera que en estas fechas los condes llevan a cabo un ejercicio de promoción de cinco grandes cenobios situados de manera estratégica en sus territorios, con finalidades evidentemente políticas y para legitimación de su poder. Estos centros son, en Empúries: Sant Pere de Rodes, Santa Maria de Roses y Sant Quirze de Colara; en Rossellón: Sant Genís de Fontanes y Sant Andreu de Sureda.-
En el siglo xi, la comunidad benedictina de Colera mantuvo su posición privilegiada. Uno de sus abades, Amblard, figura en la firma del documento fundacional de la canónica regular de la catedral de Girona, de 1019. A finales de la centuria, en un inventario de bienes fechable entre 1078 y 1091, aparecen citados todos los alodios y posesiones pertenecientes al monasterio; además aparecen numerosos personajes relevantes de la época, como el conde de Empúries, Hug II, o el conde del Rosellón, Gislabert.
A comienzos del siglo xii, concretamente en 1100, se celebró un juicio que enfrentó al monasterio con Dalmau Berenguer, señor de Quermançó, Rocabertí y Peralada, por la usurpación de unos terrenos situados en la parroquia de Sant Jaume d’Espolla. En 1121, el abad Berenguer asiste a la consagración de Sant Andreu de Sureda, así como también a un sínodo celebrado en la catedral de Elna, en el que se disputaron la posesión de la iglesia rosellonesa de Sant Pere de Torrelles los monasterios de Sant Miquel de Cuixà i Santa Maria d’Arles.
Todavía en tiempos del abad Berenguer se llevó a cabo una nueva consagración de la iglesia abacial, en 1123. Al evento asistieron los obispos de Girona, Carcasona, y Elna, además de otros destacados personajes. El templo se consagra al titular, san Quirce, y además a san Andrés y a san Benito, a quienes debieron estar dedicados los altares situados en los ábsides laterales de la imponente cabecera triple del edificio. Se consagra, además, un altar dedicado a santa María quod fundatum fuerat in ecclesiola anate iunuasipsius monasterii in ecclesiam sancti Cirici trastulimus et in honorem sante Marie consecravimus (que había sido fundado en una iglesia que hay delante de las puertas del monasterio, lo hemos transferido también a la iglesia de Sant Quirze y la hemos consagrado en honor a santa Maria). Por lo demás, en el acta de consagración se especifican los terrenos donados al cenobio desde a primera consagración del año 935, incluyendo la importante dotación del conde Gausfred en el 977.
Entre mediados del siglo xii y principios del xiii (1135-1258), la documentación, pródiga en donaciones, revela el aumento progresivo del patrimonio territorial del monasterio de Colera. Confirma las propiedades un documento de ratificación otorgado por el obispo de Girona, Pere de Castellnou, en el año 1258. Poco después, a finales del siglo xiii, el cenobio vivió momentos cruciales para su historia. En 1285, el rey de Francia Felipe el Atrevido emprende una campaña militar contra la Corona de Aragón a la cual el papa Martín IV otorgó carácter de cruzada. Las tropas franceses acamparon precisamente en la encrucijada de caminos donde se encuentra Sant Quirze de Colera. Según las crónicas, las tropas galas profanaron el monasterio y sus reliquias, y destruyeron parte de la documentación escrita. Tres años más tarde, en 1288, de nuevo el cenobio fue testigo de una invasión septentrional, protagonizada esta vez por el rey Jaime II de Mallorca (a cuyos dominios pertenecía el Rossellón), auxiliado por tropas francesas. Estas acamparon también en las inmediaciones del monasterio, según se afirma en los Gesta Comitum Barcinonensium, y la abadía fue otra vez objeto de profanaciones. Los hechos están resumidos en el epitafio del abad Berenguer de Vilatenim (1320), cuya lápida se conserva en una colección privada de Castelló d’Empúries (colección Fina i Nouvillas); el texo de dicha lápida explica que el abad hubo de reformar la iglesia tras los estragos causados por gentem francorum.
A partir de ese momento, el monasterio experimentará un lento declive. Los siglos xiv y xv fueron tiempos de innumerables disputas por el control jurisdiccional de las zonas tradicionalmente bajo su dominio. De hecho, la reducción de las posesiones materiales de la misma abadía –constatada en las visitas pastorales de 1441 y 1444– desembocaron en la anexión de Sant Quirze de Colera al monasterio de Sant Pere de Besalú, por orden de Felipe II y sancionada por el papa Clemente VIII en el año 1592. Ello implició la extinción de la comunidad benedictina de Sant Quirze, y que sus posesiones y derechos jurisdiccionales (y las acostumbradas disputas judiciales por ellos) pasaran al cenobio bisaldunense.
Durante la desamortización, todas las posesiones del monasterio de Sant Pere de Besalú fueron subastadas entre particulares. Entre ellas se encontraba el monasterio de Colera, que fue adquirido por la familia de Ramon Nouvilas. El cenobio fue destinado entonces a masía, almacén y caballerizas, incluso después de erigirse como Monumento Nacional en 1931. Ya en época reciente, en 1994, el Ayuntamiento de Rabós compró, por una cantidad simbólica, la abadía, y creó un patronato para su recuperación, estudio y divulgación. Desde entonces se han llevado a cabo numerosas campañas arqueológicas en el conjunto, que además ha sido restaurado de forma bastante razonable.
El monasterio de Sant Quirze de Colera que ha llegado a nuestros días conserva, fundamentalmente, la espectacular iglesia abacial del siglo xi, y además una serie de dependencias auxiliares que son de época tardía pero entre los que se mantienen algunos restos románicos. No obstante, las mencionadas campañas arqueológicas han dejado al descubierto ciertos restos de dos iglesias anteriores, cuya interpretación y secuencia cronológica es todavía objeto de polémica entre los especialistas. En lo fundamental, se reconocen tres etapas principales, a las que corresponden tres edificios consecutivos: la iglesia del siglo ix (anterior a la primera consagración), la iglesia del siglo x (consagrada en 935) y el templo del siglo xi (consagrado en 1123).
Recordamos que, documentalmente, la existencia del primer templo aparece solo en el documento falso fechado en el año 844. Sin embargo, vinculados a una primera iglesia prerrománica se conservan enterramientos situados en la zona sur del actual monasterio. Los análisis con carbono 14 han fechado estos restos entre el 780 y 815. En consecuencia, parece razonable pensar que a finales del siglo viii o comienzos del ix ya existía algún pequeño templo en la zona. La historiografía tiende a suponer que sería una pequeña celda monástica, y que la necrópolis sería el lugar de enterramiento de su comunidad.
A nivel estructural, algunos investigadores consideran como parte de este primer edificio los restos de un ábside semicircular situado en la zona suroeste del conjunto actual, próxima al ábside románico del lado sur. No obstante, las medidas de este ábside son considerablemente grandes, lo que parece algo inapropiado para un conjunto tan antiguo; por lo menos, no hay paralelo alguno conocido para establecer comparación. Además, la situación de las tumbas altomedievales mencionadas en el interior de dichos fundamentos absidales apuntan a una etapa posterior para su construcción.
Los rastros de la celda primitiva tal vez deban reconocerse, en cambio, en el subsuelo del presbiterio de la iglesia románica, donde se han realizado varias excavaciones y sondeos que revelan la existencia de estructuras precedentes al templo actual. La colocación de las tumbas se aviene bien a ello, aunque nada puede ser confirmado de momento. En todo caso, de ser así la primera iglesia de Sant Quirze debería responder a un pequeño edificio, quizás de tipo martirial, que no se conservó pero que proporcionó el núcleo simbólico para la posterior evolución arquitectónica del conjunto.
La segunda iglesia, construida a comienzos del siglo x según se explica en el acta de consagración del año 935, fue resultado de la remodelación del edificio anterior. De nuevo, debemos prestar atención a los mencionados fundamentos absidales conservados al sureste de la cabecera actual. Algunos investigadores interpretan estos restos como pertenecientes a la iglesia del siglo x, aunque lo cierto es que sus dimensiones tampoco tienen parangón en la arquitectura catalana conocida de esta época. La situación desplazada hacia el Sur de este ábside, en relación con la supuesta celda primitiva (situada, a priori, bajo el presbiterio románico), no resulta tampoco demasiado convincente.
Hay que señalar, en este punto, que en el mencionado lugar de la posible celda primitiva parece que se construyó más tarde una cripta semisubterránea, de la que quedan algunos rastros (el perímetro y parte de sus dos accesos laterales). Dicha cripta se considera a veces vinculada a la iglesia consagrada en el 935, aunque la tipología del espacio difícilmente puede asociarse con una obra tan antigua. Es mucho más razonable suponerla parte del presbiterio románico, en el edificio del siglo xi que pasamos a describir a continuación.
La iglesia románica, es decir el templo que se conserva en el monasterio de Sant Quirze de Colera, es un edificio bien característico de la arquitectura de su época en el Noreste catalán, fechable entre finales del siglo xi y comienzos del xii. El templo consta de una planta basilical de tres naves y una gran cabecera triple situada a levante, que incluye un transepto ligeramente pronunciado en planta. La nave central cubre con bóveda de cañón, articulada con tres grandes arcos fajones, mientras que las colaterales van cubiertas con bóvedas de cuarto de cañón, igual que ocurre –por ejemplo– en Sant Pere de Rodes. Sendas bóvedas de cañón en disposición transversal cubren los dos brazos del transepto, mientras que los ábsides van con las habituales bóvedas en cuarto de esfera. El muro del ábside mayor se decora mediante una serie arquillos ciegos sostenidos por pequeñas columnitas, según esquema característico de los interiores absidales del primer románico en Cataluña (que responde, de hecho, a una modesta traducción interior de la característica decoración paramental externa).
El templo está iluminado por seis ventanas; cada ábside tiene una de doble derrame, y en la fachada occidental se ubica un óculo que corresponde a la nave central y dos pequeñas ventanas situadas en relación con las naves laterales. La iglesia tiene tres puertas de acceso, una en el muro meridional que comunicaba con el claustro, otra en el muro norte por la cual se accedía a otros espacios del monasterio, y una tercera en la fachada oeste, que no es original de la época románica. La historiografía concuerda en afirmar que la fachada primitiva del templo se hundió y se tuvo que reconstruir, como se puede constatar en un aparejo distinto. Lo que no está claro es cuando se produjo el derrumbe.
Exteriormente, la fachada occidental presenta una disposición austera, sin apenas decoración; sólo destaca la sencilla puerta de entrada, en forma de arco de medio punto con tímpano y dintel lisos, y una línea de imposta que separa el sector inferior de la parte alta. Corona la fachada el arranque de una enorme espadaña de cuatro vanos, cuya parte superior ha desaparecido. Por lo que respecta a la decoración absidal, el paramento se articula con la formulación estándar del primer románico meridional, a base de lesenas y arcuaciones ciegas. Estas se agrupan en series de dos arcos en el ábside central, y de tres en el absidiolo norte; faltan los arquillos en el absidiolo sur, que debe estar reconstruido por lo menos en su parte superior.
Además de la iglesia abacial, se ha dicho ya que el conjunto de Colera conserva varios espacios auxiliares del conjunto monástico, fundamentalmente el palacio y el refectorio. Aunque la mayoría de estructuras son de época tardomedieval, incluso posteriores, algunos elementos pueden fecharse en el siglo xii. Lo más antiguo se conserva en la zona del claustro, del que se conserva únicamente la galería septentrional, adosada al costado sur de la iglesia. Parte de sus muros incluso se han considerado prerrománicos (es decir, vinculados a la iglesia del siglo x) debido a su modelo paramental. En cualquier caso, la resolución final de la galería y del conjunto del claustro deben ser considerados ciertamente románicos, y suelen fecharse hacia 1170-1180 mediante el análisis estilístico de sus tres únicos capiteles conservados
Pese a que el claustro no se conserva en su totalidad, la arqueología ha determinado de manera aproximada su perímetro. Fue precisamente durante las excavaciones cuando se encontraron los mencionados capiteles, uno de los cuales se conserva hoy en el Servicio de Atención a los Museos de la Generalitat de Cataluña en Girona, y los otros dos en la colección particular de Ramon Fina Nouvilas. El resto de piezas que completaban las galerías claustrales han desparecido, probablemente espoliadas en época moderna.
El primero de los capiteles conservados (SQC-97/1), custodiado en la institución de la Generalitat, va decorado con parejas de leones afrontados, y con dados en los ángulos. El esquema iconográfico sin duda deriva de fórmulas tradicionales en contexto catalán, originadas en las canteras de marmolistas roselloneses del segundo tercio del siglo xii; hay paralelos en el claustro de Cuixà, y otros procedentes del más cercano claustro de Sant Pere de Rodes (piezas en el Museu del Castell de Peralada y en el Musée de Cluny).
De los dos capiteles conservados en la colección privada Ramon Fina i Nouvilas, uno de ellos tiene estructura de derivación corintia, con decoración vegetal dividida en dos registros: hojas de acanto dobladas hacia fuera en el registro inferior, y en el superior cuatro tallos perlados que nacen de la parte baja y se entrelazan en cada una de las caras del cesto, creando una especie de piña. Según la especialista Immaculada Lorés, el esquema es influencia de los últimos talleres de escultura tolosana derivada de la sala capitular de Santa Maria de la Dorade. Se relaciona, por lo tanto, con el amplio conjunto de escultura tardorrománica derivada del foco occitano, perfectamente estudiada en los claustros de la catedral de Girona y de Sant Cugat del Vallès, y que aparece también en Sant Pere de Rodes y en el triforio de la iglesia de Sant Feliu de Girona.
El tercer capitel es el único con decoración figurada, aunque se trata de un tema básicamente ornamental: personajes masculinos sentados en los ángulos de la pieza, que someten a parejas de dragones situados en el centro de cada una de las caras. Se trata de nuevo de un tema de filiación rosellonesa y amplia difusión en contexto catalán, que tiene un paralelo indiscutible en un capitel procedente del claustro de Sant Pere de Rodes, conservado en el Museu Castell de Peralada (núm. inv. 167).
Por último, cabe destacar que en la absidiola sur que conserva restos de pintura mural. Las investigaciones en torno a esta pintura concluyen en considerarla como una representación de la Maiestas Mariae dentro de una mandorla. La posible relación de este ábside y las pinturas con la documentación de la consagración del altar de Santa Maria en la iglesia de Sant Quirze de Colera todavía no ha sido contemplada, pero, por los restos pictóricos se podrían considerar pinturas de finales del siglo xi. De este modo, las pinturas, hipotéticamente, podrían haber estado proyectadas para la consagración del altar.
En Sant Quirze de Colera se conserva todavía otro ejemplo de escultura románica, aunque en este caso se trata de una lápida que se presume que estaba situada en la galería norte del claustro; hoy se conserva también en la colección Fina i Nouvilas. Se representa a tres personajes de pie, dentro de un marco perlado, y sin inscripción. Los personajes pueden identificarse como monjes, debido a su indumentaria. El del centro viste casulla y lleva un báculo en la mano derecha, lo que hace suponer que se trata del abad. En la mano izquierda lleva un gremial, lo mismo que los dos personajes que lo flanquean, que deben ser sus dos ministros: diácono (a la derecha, con un libro) y subdiácono (a la izquierda), ataviados ambos con sendas dalmáticas.
La historiografía tiende a situar la realización de la lápida entre el último cuarto del siglo xii y el primero del siglo xiii, aunque el estilo de la pieza es bastante particular y no se le han encontrado paralelos cercanos.
Texto y fotos: Lorena García Morato – Planos: Maria del Carmen Olmo Enri
Bibliografia
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