PROCEDE DE LA ERMITA llamada del Cristo de la Vega, que tuvo funciones de capilla funeraria en el cementerio viejo, ubicada en el extrarradio del casco urbano. El otro nombre de la talla sin embargo lo recibe del hecho de sacarse en procesión el día cinco de octubre, fiesta de San Atilano. Es una imagen de madera policromada, de tamaño natural, con una altura de 180 cm, 153 cm de anchura y 30 cm de espesor. Representa a Cristo muerto en la cruz, con la cabeza ligeramente ladeada, la boca entreabierta y los brazos en perfecta posición horizontal, con las manos abiertas y los dedos rígidos. El cuerpo es recto, apenas sin formas, con el costillar muy marcado, geométrico y simétrico. El paño de pureza se sujeta con una cinta de la que penden largamente los dos extremos laterales, también en verticalidad muy simétrica, llegando por delante hasta encima de las rodilla mientras que por detrás es más largo; los pliegues frontales del mismo se marcan por geométricas y someras líneas en V. Las piernas carecen de formas, igual que los pies, muy toscos, separados, sujetos con dos clavos a un soporte inclinado. El crucifijo es muy posterior. Durante la última restauración a que ha sido sometida la pieza se le retiraron las sucesivas capas de policromía que se habían ido añadiendo con los siglos sobre la original: cuatro en las encarnaduras y tres sobre el paño de pureza. Es, en definitiva, una talla tosca, desproporcionada, con muy pocos detalles anatómicos, resueltos además con escasa gracia, obra por tanto de un escultor de segunda fila. Su cronología puede establecerse a comienzos de siglo XIII.