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Capitel del lado izquierdo de la portada sur

Identificador
31174_02_007
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Esteban

Localidad
Otazu
Municipio
Etxauri
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
EN LLANO SE ESPARCEN AISLADOS los pocos edificios históricos que hoy conforman este apacible lugar. Entre ellos cabe destacar el palacio, una torre palomar y la iglesia. Ésta no tiene ningún obstáculo que impida rodearla. Es un ejemplo de los innumerables templos que tapizaron el paisaje rural navarro en tiempos románicos, a cuyas fórmulas constructivas se sujeta. De reducidas dimensiones, aparece como un bloque compacto y hermético, de fábrica de sillarejo muy irregular. La torre, como es norma, también prismática, se yergue sobre el tramo de los pies. Las campanas voltean en un doble hueco de medio punto abierto en el muro occidental. En la parte baja del hastial se cegó una pequeña puerta apuntada y achaflanada, mientras que a la altura del coro, el muro se rasga con una abertura como saetera. Existen noticias de que en 1725 se obró en la torre y en el cuerpo de campanas. El muro norte, completamente ciego, aparece articulado por tres contrafuertes muy gruesos (130 cm de frente), que, más estrechos, escalonados y en número de dos, se repiten en la cabecera. Ésta presenta forma semicircular, en cuyo eje, a media altura, se abre una estrecha ventana, a modo de aspillera. A la parte sur del ábside se adosó en el siglo XVII la sacristía. El muro meridional de la iglesia también resulta muy macizo, pues sólo se ha horadado otra pequeña ventana en el tramo inmediato a la cabecera, que coincide también con la sacristía, cuya fábrica, realizada en 1648 por Juan de Varrendegui, oculta el arranque de un contrafuerte. Antes de pasar a describir la portada, conviene señalar que las obras posmedievales llevadas a cabo en la iglesia dejaron evidencia en el exterior, tanto en la torre como en los mencionados contrafuertes, de la cabecera. Pero sin duda el aspecto más llamativo fue el recrecido de la sobrecubierta que alteró las proporciones originales del templo cuya altura primera viene marcada por los contrafuertes y por la moldura que recorre el edificio y que podría indicar el lugar de la cornisa primitiva. Este recrecimiento no sólo ha trastocado el volumen exterior, sino también ofrece una imagen atípica en una iglesia románica, aunque la utilización de un aparejo similar en formato a la fábrica primera le otorga cierta unidad. Sin embargo, se utilizó una piedra dorada en lugar de la más grisácea medieval. La portada, siguiendo el código de estas iglesias románicas, se dispone en el muro sur, entre contrafuertes, en el tramo anterior a los pies, y en resalte. Mide 1,37 m de vano, 0,38 de resalte y 4,96 de frente. En el caso de Otazu, es abocinada, con arco ligeramente apuntado y tres arquivoltas baquetonadas lisas entre medias cañas con chambrana final. Las arquivoltas apoyan en columnas cilíndricas que se elevan sobre podio prismático y basas circulares con bolas. Temas de flora, tallada a modo de esbozo, son los elegidos para adornar los capiteles, deteriorados por las inclemencias del tiempo. Con pocas variaciones se repiten las hojas grandes lisas, que terminan en bolas o florones, y las parejas de tallos rematados en volutas. De izquierda a derecha del observador, el primero se ve casi liso, el segundo con dos niveles de hojas vueltas en florones y volutas, el tercero con grandes hojas hendidas rematadas en volutillas y otras centrales menores con bolas, el cuarto y el quinto muy parecidos al tercero pero con bolas bajo las volutas de esquina, y el sexto, en otra piedra, igualmente del mismo tipo, con restos de piña en la esquina y dobles volutas afrontadas en las hojas menores intermedias. El cimacio está recorrido por una cinta de roleos con trifolios labrados con escasa gracia. La portada cuenta también con tímpano, cuyos únicos elementos figurativos son un crismón trinitario y las cabezas de buey y monstruo devorador de hombres adaptadas a las ménsulas que lo sostienen. Sorprende el buen estado de conservación del crismón, frente al deterioro que afecta a los capiteles. Su diseño es muy peculiar, con círculo externo adornado mediante zigzag, tamaño muy grande de las letras alfa y omega, reducción del travesaño central, presencia de circulitos en la omega y en los extremos inferiores de la X y terminación en L de la P. La cabeza de buey aparece en otras portadas del románico pleno hispano, y fue puesta en relación mediante inscripción en una de ellas con la decoración de toros y leones del templo de Jerusalén. El monstruo devorador figuraba en la gran portada occidental románica de la catedral de Pamplona, desde donde se extendió por algunas zonas del reino, como comprobamos en la cercana localidad de Gazólaz. El de Otazu deja ver entre sus fauces las extremidades del hombre atacado, representado de lado, lo que lo relaciona más directamente con la catedral que aquellos en los que sólo vemos las piernas verticales. Al pasar al interior encontramos una planta de nave única de 15,54 m de largo y 6,03 de ancho, dividida en tres tramos más cabecera de ábside semicircular, de construcción robusta. Se levantó en un sillarejo muy irregular cuya altura media oscila entre 12 cm y 15 y la largura entre 25 y 50 cm. Cubre la nave una bóveda de medio cañón apuntado, reforzada con arcos fajones también apuntados que apoyan en ménsulas lobuladas cuyo cimacio en dos de ellas se decora con bolitas. Para el ábside se dispuso la habitual bóveda de horno apuntada. Recorre todo el perímetro, a la altura de los cimacios, una imposta lisa, excepto en el hastial. Su tenue iluminación procede de las ventanas abocinadas abiertas, una, en el eje de la cabecera, oculta por el retablo, otra, en el tramo contiguo del muro sur (abierta en época posmedieval para iluminar el retablo) y la tercera, en la torre a la altura del coro. También en el interior dejaron testimonio las obras posteriores , como se constata en la oscilación que muestran los muros laterales a la altura del contrafuerte anterior a la cabecera, en las esquinas romas de los dos últimos fajones, o en las dimensiones de las dos ventanas visibles. La oscuridad propia del interior hoy está acentuada porque se le despojó del acabado enlucido, habitual en estas construcciones, para dejar vista la piedra de la fábrica. El interior se enriquece con interesantes muestras de arte mueble, como dos tallas góticas: una Virgen con Niño y un Crucificado, y el retablo y pila bautismal, ambos ejemplos muy dignos del Renacimiento. Este templo, aunque se construyó de acuerdo con los postulados del románico, palpables en la dimensión y proporción, o en la estructura, incorpora también elementos, como el apuntamiento de arcos o la sobriedad ornamental, difundidos en el románico tardío. Todo ello lleva a considerar que pudo alzarse durante el primer tercio del siglo XIII, cronología que coincide con la aparición en la documentación del único personaje relevante de época románica, por lo que cabría conjeturar alguna intervención de Pedro Gil de Otazu en su ejecución, quizá como promotor. Como se ha dicho, su aspecto actual deriva no sólo de su ejecución tardorrománica, sino también de la importante reforma introducida en la Edad Moderna y de la restauración llevada a cabo hacia la década de los setenta del siglo pasado.