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Canecillos del ábside

Identificador
33775_01_073
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
María Fernández Parrado
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Pedro

Localidad
Arrojo
Municipio
Quirós
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
EN LA MARGEN IZQUIERDA de la carretera, en dirección a Bárzana, se distribuye linealmente el caserío de este pequeño pueblo, destacando entre él la iglesia de San Pedro, justo al pie de la carretera y el palacio de los Quirós. Anteriormente hemos citado la existencia de un documento fechado en 1036 en el que por primera vez aparece una mención explícita al lugar de Arrojo. Ahora bien, debemos advertir que anterior a este documento en un controvertido diploma, fechado en el año 891, considerado por algunos autores como una falsificación o interpolación de principios del siglo XII, que posiblemente tome como base un documento verídico, por el que Alfonso III y su esposa Jimena fundaron y dotaron con una serie de bienes el monasterio de San Adriano y Santa Natalia de Tuñón. Una fundación que puede ponerse en relación con la política de reorganización administrativa y consolidación política del reino llevada a cabo en esos momentos. En la nómina de bienes patrimoniales con que fue dotado el monasterio de Tuñón se incluyen varios lugares del territorio quirosano, siendo uno de ellos la villa in Barrio cum ecclesia Sancti Petri, un templo que algunos autores identifican con el de San Pedro de Arrojo, al no conocerse en Quirós otro templo bajo la advocación del príncipe de los Apóstoles, y basándose en el hecho de que el lugar que se menciona tiene su misma situación geográfica, ya que a su lado se citan los núcleos de Casares, Fresnedo y Salcedo. Dato que, además, parece corroborar un documento posterior, fechado hacia 1094, por el que Alfonso VI confirma a la Mitra Ovetense sus propias donaciones y las de sus antecesores, entre las que se incluye el monasterio de San Adriano de Tuñón con sus propiedades, una de ellas la ecclesiam Sanctji Petri iusta Casares, que no puede ser otra que la iglesia de Arrojo, pues responde exactamente a su situación geográfica. De este modo, su presencia entre los bienes de Tuñón, y el hecho de que la lista de propiedades dispuestas en ambos documentos, el del 891 y el del 1094, presenten gran semejanza expresiva, por lo algunos paleógrafos consideran que proceden de una fuente común, puede llevarnos a considerar que la iglesia de San Pedro mencionada en la primera donación se identifica con la de Arrojo; y a ella pertenecería la planta de cabecera cuadrada y tradición prerrománica constatada en las últimas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en el templo bajo la dirección de Gema Adán. Este primitivo templo sería sustituido a principios del siglo XIII, coincidiendo con su vinculación a San Salvador de Oviedo, por una nueva construcción acorde con las preferencias estéticas del momento y con las nuevas necesidades de la liturgia. Un templo que debe de haber llegado hasta nosotros en su mayor parte, no exento de reformas y modificaciones, pues sabemos que hacia el siglo XIV, cuando como encomenderos del poder episcopal y aliados de la Corona, los mencionados Bernaldo de Quirós inician su ascenso social y político, toman la iglesia de Arrojo bajo su pratonazgo, de tal forma que, siguiendo las costumbres nobiliarias de la época, convierten el templo en panteón familiar y acometen para ello una serie de reformas, como la apertura de arcosolios en sus muros perimetrales y la elevación de la altura de la nave donde se abren dos vanos, siguiendo ya los presupuestos del gótico. Como menciona P. García Cuetos, en las siguientes centurias, como iglesia parroquial a la vez que de patronazgo nobiliario, se llevaron a cabo diferentes obras con la anexión a la fábrica original de la espadaña, el pórtico, la portada meridional, la sacristía, el osario... y diversas campañas de conservación, ornato y remoce de los muros. El siglo XIX sería decisivo para la historia de Arrojo: en 1811, en plena guerra de Independencia, las tropas francesas saquearon la iglesia; poco tiempo después, hacia 1850, se llevaron a cabo nuevas obras de conservación, pero, como ya mencionaba C. Miguel Vigil, en 1887 sus “paredes de cantería labrada amenazan ruina”, posiblemente debido a la construcción de la carretera, para cuya ejecución fue rebajado el nivel del terreno que hizo necesario construir una escalinata para poder acceder al templo. El estado de ruina fue en aumento, hasta el punto de que en 1929 Aureliano de Llano de Roza informa de que el templo había sido cerrado al culto por su lamentable estado de conservación. Tras la guerra civil, que contribuyó aún más a su deterioro, en los años 40 el arquitecto Luis Menéndez Pidal emprendió una importante restauración en la que, utilizando sus propias palabras, “para corregir la ruina acusada en toda la fachada a poniente y en sus contiguas, fue menester desmontar sillar a sillar todas estas partes, levantándolas otra vez sobre sólidas cimentaciones. Fueron restaurados muros y paramentos, limpiando de cales su interior, pero dejando el ábside inclinado tal cual estaba, por haber alcanzado ya su posición de equilibrio. Se cubrió el templo con armadura de madera a la vista y con un tramo de bóveda, sobre la obra gótica iniciada en el coro a los pies de la iglesia. También fueron rehechos los solados”. El actual templo de Arrojo, difícil de interpretar en algunos aspectos, dada la profunda restauración a la que fue sometido en los años cuarenta, conserva, aunque retocados, gran parte de los elementos de la fábrica románica. Con sillares bien escuadrados, como técnica de construcción en la totalidad de sus paramentos (hecho no muy habitual en los templos rurales de la región donde suelen reservarse los sillares para las partes más nobles de la construcción, dejando el sillarejo para el resto de los muros), debemos pensar que fue Arrojo una obra de cierta envergadura, con relación al espacio geográfico que ocupa, patrocinada por algún grupo familiar o institución de prestigio que no reparó en gastos. Planimétricamente responde a uno de los modelos más difundidos en el románico asturiano, donde se combinan la sencillez de la nave única con las innovaciones de la cabecera benedictina, también simplificada, y compuesta en esta ocasión por un ábside semicircular precedido de tramo recto, a la manera que podemos encontrar en muchos otros templos coetáneos. Al interior, la nave aparece dividida en cuatro tramos por tres pilastras que lleva adosadas al muro, correspondiéndose en el exterior con el mismo número de potentes contrafuertes. Un esquema perfectamente preparado para recibir los empujes de los arcos fajones de una bóveda de cañón, sistema de cubiertas que no sabemos si llegó alguna vez a utilizarse en Arrojo, ya que, al menos en el siglo XVII, la iglesia se cubría con armadura de madera. Podríamos afirmar, o al menos pensar con cierta fiabilidad, que, a la vista de la estructura comentada, la bóveda debió de ser proyectada inicialmente para cubrir la nave, hecho que nuevamente vendría a indicarnos las pretensiones con que fue concebida la fábrica, pues lo más habitual es la armadura de madera, reservándose las bóvedas, como también ocurre en Arrojo, para la cabecera. Hay que tener en cuenta que hacia el siglo XIV se llevaron a cabo en el templo una serie de obras de acondicionamiento para adaptar el espacio a las funciones de panteón familiar de los Bernardo de Quirós. Para ello, junto con una serie de arcosolios que se abrieron en los muros de la nave, también se elevó la altura de ésta, con lo que podríamos pensar que fue entonces cuado se sustituyó la cubierta abovedada, si alguna vez llegó a construirse, por una armadura de madera semejante a la que hoy podemos observar. Esta reforma goticista trajo consigo, además de la elevación de la cubierta, la apertura de dos nuevos huecos de iluminación para complementar las aspilleras románicas, abriéndose en este tiempo la ventanita geminada, con dos arcos apuntados y sencilla tracería, que encontramos en el piñón del imafronte, y el óculo, a manera de pequeño rosetón, también con tracerías, que se abre en el piñón opuesto. En los paramentos de la nave se abrieron una serie de arcosolios, dos en el flanco norte y tres en el sur (los restantes que vemos actualmente son fruto de la mencionada restauración de los años cuarenta) a la manera de los que podemos ver en el monasterio de Cornellana o en la capilla de los Alas en Avilés, en los que, alternando el arco de medio punto con el apuntado, se decoran con tetrapétalas, puntas de diamante... siguiendo los modelos de la nueva estética del espíritu gótico. Como elemento de transición entre la nave, espacio destinado al pueblo, y la capilla, el lugar más sagrado del templo, reservado a la imagen de la divinidad, encontramos el arco triunfal, el acceso a la Jerusalén Celeste. Sigue el toral de Arrojo un sencillo esquema compuesto de arco de medio punto doblado, con las roscas totalmente lisas, y envuelto en un guardapolvo nacelado. Apean las roscas sobre complejos pilares de sección cruciforme, con tres columnas adosadas, una en cada uno de sus frentes libres. Partiendo de un podium biselado, las columnas se componen de basas cilíndricas decoradas con sencillas garras, fustes de varios tambores y capiteles cúbicos, en la actualidad totalmente lisos, sin ningún tipo de tratamiento decorativo. Una frase de L. Menéndez Pidal, aludiendo a los “capiteles ornamentados” en su descripción del arco triunfal en el momento de la restauración, puede llevarnos a pensar que fue en este momento cuando se sustituyeron los primitivos capiteles por los actuales; sin embargo, el hecho de que C. Miguel Vigil, que visitó el templo a finales del siglo XIX, no haga mención a ellos, y, sobre todo, la fotografía de la portada occidental publicada en la obra de A. Llano de Roza en 1926, donde se puede ver cómo parte de los capiteles de la portada también aparecen sin tallar y siguiendo el mismo esquema que los del arco triunfal, nos llevan a plantearnos algunas dudas acerca del momento de sustitución de unas piezas por otras, o incluso a pensar que en realidad nunca llegaron a tallarse, ya que, tanto por el material utilizado como por la forma, mantienen estrecha relación con los capiteles decorados de la portada y del exterior del ábside. Así pues, debe contemplarse la posibilidad de que la fábrica románica de Arrojo hubiera quedado de alguna manera inconclusa. Como único elemento decorativo, por encima de los capiteles y extendiéndose al interior del ábside, articula el paramento una línea de imposta con rombos enfilados, a la manera de los que más tarde hallaremos en la portada. Dentro del ábside, compuesto de tramo recto y capilla semicircular, esta imposta sirve de arranque para las bóvedas, de cañón en el tramo recto y de horno en el hemiciclo, siendo, junto con el estrecho vano abocinado de derrame interno, los únicos elementos románicos que articulan los muros. En la actualidad están decorados con una serie de pinturas al fresco de principios del XVIII, que por la iconografía, relacionada con la simbología cósmica y la oposición entre contrarios, pueden superponerse a otras anteriores de los siglos XV y XVI, que ocuparían el espacio de los frescos románicos con que comúnmente se cubría este espacio del templo. Al exterior, la figura del templo aparece un tanto distorsionada, de modo que la horizontalidad característica del románico es sustituida aquí por una tendencia a la verticalidad más propia del lenguaje gótico. Esta circunstancia viene servida principalmente por dos razones: en primer lugar, hay que recordar la reforma llevada a cabo hacia el siglo XIV elevando la altura de la cubierta y la apertura de dos vanos de inspiración gótica, y, por otro lado, a finales del siglo XIX, al construirse la carretera que pasa por delante de la puerta de Arrojo fue necesario rebajar el terreno, con lo que parte del basamento que debería permanecer oculto quedó al descubierto, aumentando así la altura de la fachada occidental, donde, además, se construyó una escalinata de esquema semicircular con seis escalones que según van ascendiendo disminuyen su tamaño gradualmente, contribuyendo todo ello a aumentar la sensación de verticalidad, tan ajena al lenguaje románico. Elevados sobre un basamento, los muros laterales, aparecen articulados verticalmente por tres potentes contrafuertes a cada lado, correspondiéndose, como ya se ha dicho, con las pilastras del interior. Se rematan con una sencilla cornisa a bocel de la que penden una serie de canecillos, algunos fruto de la restauración, en la que fueron precisamente los muros laterales uno de los elementos más retocados. Adosada al flanco norte se encuentra la sacristía, construida en el siglo XVIII, mientras que en el flanco sur, donde se abren dos aspilleras, parece que en su día estuvo adosado el pórtico, construido hacia el siglo XVII y eliminado durante la restauración. La cabecera es la parte más destacada de toda la fábrica y el lugar, junto con la portada, donde se concentra la mayor parte de la decoración. Totalmente rehundida sobre sus cimientos, parece que a causa de la construcción de la carretera y a la naturaleza arcillosa del terreno sobre el que está construida, advierte Menéndez Pidal que “por haber alcanzado ya su posición de equilibrio”, se decidió no intervenir en ella durante la restauración, de forma que nos encontramos ante el elemento menos alterado de todo el conjunto. Sigue la disposición de las cabeceras benedictinas, según uno de sus esquemas más simples y repetidos en la región, similar al que podemos encontrar en el ábside de San Juan Priorio en Oviedo, por citar un ejemplo cercano. Se articula verticalmente por medio de dos columnas adosadas que recorren el muro desde la base hasta el alero, compartimentando el volumen en tres paños; mientras que horizontalmente lo recorre una moldura lisa, situada a media altura, y sólo interrumpida en la calle central por una estrecha saetera. Remata con la pertinente cornisa, moldurada a bocel y decorada en la parte interna por grandes tetrapétalas, de la que pende una interesante serie de canecillos, entre los que se intercalan metopas, también decoradas con motivos florales, trebolados en este caso, siguiendo así un elaborado esquema, que, salvando las distancias de calidad técnica y formal, nos recuerda inmediatamente el empleado en templos del románico pleno, como Santa María de Villamayor o Santa María de Narzana. Entre los canecillos, que al igual que el resto de piezas son de talla bastante plana y carente de detallismo, encontramos un variado e interesante repertorio compuesto por piezas con temas geométricos que siguen modelos conocidos y muy repetidos, como los de forma de quilla, los modillones de lóbulos o los decorados con triángulos y rombos en distintas composiciones. A su lado, conjugando las funciones estéticas con las morales o dogmáticas, destacan las representaciones figurativas. Un repertorio con el que, como menciona P. García Cuetos, trata de plasmarse e inculcarse, a través de un lenguaje simple y comprensible para el campesino rural, la lucha entre el bien, representado por los animales domésticos y los amables rostros humanos, y el mal, el pecado y el miedo a caer en él, a través de las fieras de la fauna local, como los osos o los felinos autóctonos, las máscaras grotescas y las serpientes, al modo en que también lo encontramos en la cercana Colegiata de Teverga. Entre este repertorio zoológico, podemos destacar en Arrojo la presencia de la serpiente, representada en tres de los canecillos, un ser cargado de significados ambivalentes que hunden sus raíces en ritos y creencias precristianas, unas veces relacionada con el pecado y el mismísimo diablo y otras con connotaciones benéficas, como símbolo de Resurrección. En uno de los canes de Arrojo, aparecen dos serpientes mordiendo vorazmente a un pez, una iconografía que, según expone M. S. Álvarez, puede hacer referencia a un mensaje de carácter salvífico en el que la serpiente, animal capaz de renacer y cambiar de piel, representa al pecador arrepentido, resucitado, que, a través de la eucaristía, representada con el pez, consigue su salvación; una escena que guarda algunos paralelos con la representada en un capitel de la iglesia tevergana de Santa María de Villanueva, donde también aparecen serpientes mordiendo peces; y con una escena de una de las portadas de Santa María de Arbás, donde dos serpientes muerden vorazmente un anfibio. Las otras dos representaciones de reptiles que encontramos en Arrojo muestran, una de ellas, a la mujer-serpiente de signo maligno, mientras que la otra, en el primer canecillo de la nave sur, muestra una sierpe enroscada alrededor de un tallo floreado, como la serpiente que “vigila el árbol del que gotea el bálsamo”, de la que nos hablan los Bestiarios medievales. Mención especial merece la presencia en Arrojo de dos canecillos, uno de ellos insertado en el muro de la sacristía, en los que se representa el tema de las llamadas “cabezas rostradas”, monstruosas cabezas de pájaro que con el pico agarran una moldura bocelada, normalmente la rosca de las arquivoltas donde se representan, siendo más extraño, como ocurre en este caso, su presencia en los canecillos. Se trata de un motivo de ascendencia atlántica, que puede tener su origen en el mundo celta y vikingo, muy habitual en tierras de Normandía, Inglaterra e Irlanda, desde donde, a través de los intercambios comerciales por mar con el norte de España, penetraron a finales del siglo XII en el románico peninsular, destacando especialmente su presencia en el área costera asturiana, en el llamado grupo de Villaviciosa y en la zona portuguesa de Oporto. Junto a los canecillos, las metopas y los sofitos, a los que ya hemos hecho referencia, completan la decoración de la cornisa del ábside dos interesantes capiteles, compuestos por un bloque monolítico del que forman parte un volumen cúbico flanqueado por dos secciones del canecillo, de tal forma que parece que el capitel fuera una prolongación de las metopas, quedando perfectamente integrado en el conjunto de la cornisa. Al igual que las metopas, la cara central de la cesta se decora con una tetrapétala de relieve plano, mientras que en los laterales, en un pequeño espacio en cuña que deja libre la sección del canecillo, se colocaron dos palmetas en el de la derecha, una a cada lado, mientras que en el de la izquierda ocupan este campo un rostro humano y dos peces. Son estos capiteles de Arrojo modelos únicos dentro del panorama del románico asturiano, de los que no encontramos paralelo alguno en los templos conservados. En el imafronte, elevada sobre una escalinata, se abre la portada occidental, único acceso románico que se conserva en el templo, ya que la portada meridional, un pequeño vano adintelado, fue abierta durante las obras del siglo XVII. Destacada en arimez sobre el muro de la nave, se compone de arco de medio punto de tres roscas, talladas tanto en su frente como en el intradós, y envueltas por un guardapolvo, todo ello profusamente decorado a base de motivos geométricos de procedencia atlántica, como los zigzag, las puntas de diamante y los triángulos enfilados, tan comunes en las portadas del románico asturiano, y las no menos recurrentes tetrapétalas, tréboles de cuatro hojas y rosetas. Reciben el peso de las roscas tres columnas acodilladas en cada una de las jambas, compuestas de sencillas basas apenas molduradas, fustes cilíndricos con varios tambores y capiteles más o menos paralelepípedos, rematados con imposta de triángulos enfilados, de los que sólo aparecen decorados los de la jamba derecha, permaneciendo los de la izquierda, tal y como ya mencionamos al hablar del arco triunfal, sin ningún tipo de tratamiento, lo que puede deberse a que nunca llegaran a tallarse o a que fueron colocados sustituyendo a los originales durante alguna restauración anterior a 1887, ya que C. Miguel Vigil en esta fecha ya los describe “lisos y reformados”. En los tres que se conservan, con una talla casi plana, lacónica, y sumaria, carente de expresividad, en la que no tiene cabida ni un ápice de detallismo, se representan: un esquemático y sucinto ángel con las alas explayadas y vestido con túnica talar, en el capitel exterior; dando paso en la siguiente pieza a la figura de un mono, ser con sentido demoníaco que encarna los vicios humanos, flanqueado por un lado de un somero árbol junto al que se sitúa un animal que no hemos podido identificar y por el otro lado con una cabeza de perro y otra de liebre enfrentadas; en el último de los capiteles, de mayor tamaño que los anteriores, se representa un inexpresivo rostro humano debajo del cual se dispone una rama cargada de hojas y frutos de la que picotea un ave, mientras que por el lado opuesto se acerca un animal de aspecto terrorífico. Toda esta composición vendría a representar, según opinión de P. García Cuetos, una lucha entre el bien y el mal, de forma que el ángel representaría la virtud del buen cristiano, en oposición al mono, encarnación del mal y del pecado; las dos opciones sobre las que duda el hombre, representado en el último de los capiteles, que se debate entre el bien, escenificado por el ave que picotea el fruto, símbolo de la redención del alma al tomar la eucaristía, y el mal, el pecado que representa el monstruoso animal que aparece al otro lado. Por su parte Mª Soledad Álvarez Martínez, considera que estas piezas, más que adscribirse al período románico, pueden ser producto de la intervención gótica llevada a cabo en Arrojo en el siglo XIV. Se completa la decoración de la fachada con los nueve canecillos y algunas metopas floreadas del tejaroz que cobija a la portada, una serie de piezas sumarias, toscas e ingenuas, igual que el resto de tallas que hemos visto hasta ahora, en las que se representan motivos geométricos, como los tres ejemplares en forma de quilla, al lado de terroríficas cabezas de felino de rasgos amenazadores y expresionistas, similares a los que podemos encontrar en otros templos de la zona, como Santa María de Villanueva, en el vecino concejo de Teverga; así como figuras antropomorfas en diferentes aptitudes, entre las que tenemos: un personaje con cuerpo humano y cabeza de perro, a la manera de los que podemos ver representados en MS.Cotton Tiberius de la Brithis Library de Londres, fechado en el siglo XI, donde en una de sus ilustraciones aparece un hombre con cabeza de perro comiendo los frutos que coge de un árbol; un hombre sentado sosteniendo entre sus piernas lo que pudiera ser un instrumento musical; un tercer hombre, barbado y de rasgos expresionistas, de cuya boca salen serpientes, y por último la imagen obscena de una mujer que sin pudor muestra sus genitales, en una representación del pecado y la lujuria. Técnica y plásticamente estos relieves, de talla muy plana, sin apenas contrastes de claroscuro, se caracterizan por el esquematismo, la tosquedad y el tratamiento sumario de las figuras, constituidas a través de sucintas incisiones que dan lugar a rostros sumarios e inexpresivos, de rasgos expresionistas en algunos casos. Un templo que por las características a las que nos hemos referido y por la presencia de una serie de motivos decorativos (como las cabezas de pico o los zigzag, que parece no entraron en la órbita del románico asturiano hasta finales del siglo XII) podemos datar en la primera mitad del siglo XIII dentro de las corrientes del románico internacional. No debemos perder de vista que la iglesia de San Pedro de Arrojo se encuentra emplazada en un espacio geográfico en el que en un área de apenas 25 km encontramos tres destacadas construcciones: San Adriano de Tuñón, San Pedro de Teverga y Santa María de Villanueva, ejemplos de la evolución arquitectónica en Asturias. La primera, ejemplo vivo del arte prerrománico; la segunda, inscrita en el período de transición entre el arte asturiano y el románico; la tercera, donde se consolida el lenguaje del románico internacional, del que también será deudor, ya en la primera en el siglo XIII, la iglesia de Arrojo, que debió de ser el principal exponente de este arte en la tierra quirosana, donde sabemos, por la descripción de C. Miguel Vigil de 1887, que también existieron otros ejemplos, como la iglesia de San Vicente de Nimbra, que “cuando se reedificó (a finales del siglo XIX) desapareció el arco toral con sus lindos capiteles, últimos restos que conservaba de su primitiva construcción románica”.