Identificador
09230_01_004
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 19' 23.81'' , - 3º 55' 16.71''
Idioma
Autor
Benigno Gómez López
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Hormaza
Municipio
Estépar
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN ESTEBAN de Hormaza -heredera quizá de aquel antiguo monasterio donado en 1107 al convento de Ibeas- ubicada en el extremo septentrional del caserío, es un edificio tardogótico con barroca torre del siglo XVIII a los pies, aunque conserva de la obra primitiva una espléndida portada románica profusamente ornamentada, abierta en el espesor del muro meridional de la nave y protegida por un moderno pórtico que la solapa en parte. La corona un tejaroz de cornisa nacelada sobre sencillos canes lisos o de nacela. Notablemente abocinada, se compone de arco de medio punto moldurado con un bocel entre mediascañas exornado por dos finas cenefas, de sumarios acantos la interior y pequeñas palmetas inscritas en tallo ondulante la externa. Rodean el arco, que apea en jambas lisas de aspecto rehecho, cuatro arquivoltas sobre columnas cuyas solapadas basas descansan sobre un alto podium. Los arcos recaen en gruesas columnas, mientras que entre ellas -donde tradicionalmente se ubicarían las aristas de las jambas- se disponen otras de más fino fuste cuyos capiteles vegetales -de acantos u hojas lisas de nervio central con puntos de trépano rematadas en cogollos- se intercalan entre los figurados de las anteriores, dando continuidad al relieve al modo de la característica decoración corrida de época gótica. El esquema compositivo que domina en los capiteles es el de las figuras afrontadas y enredadas entre decoración de tallos rematados en cogollos. Iniciando la descripción por el capitel exterior del lado izquierdo del espectador, observamos un híbrido alado, con cuerpo escamoso de cola enroscada y cabeza de ave frente a un cuadrúpedo, especie de león de maléfica cabeza antropomorfa con puntiagudas orejas que alza su pata interior. Los tallos que parten del ángulo de la cesta envuelven a las figuras, resolviéndose en brotes acogollados y hojitas polilobuladas de puntas vueltas y aire gotizante. En la siguiente cesta asistimos a una de las composiciones más recurrentes en este tipo de escultura: el afrontamiento de dos arpías de rostro de efebo con alas replegadas y largos cuellos vueltos hacia atrás y cubiertos por un paño plisado, cuyas colas de reptil se enroscan en sus patas de cáprido. En la cesta inmediata vemos una pareja de grifos afrontados, con sus cuellos vueltos hacia atrás, las alas externas replegadas y las interiores desplegadas marcando en eje de simetría de la composición. Por último, el erosionado capitel interior presenta el combate entre un centauro y un caballero armado con lanza y un fracturado escudo de cometa. En las cestas de la parte derecha de la portada, el capitel interior muestra un muy perdido y retallado busto, quizá femenino, coronado, sobre un fondo de acantos de puntas recurvadas. En el siguiente se afrontan dos aves de cuidado plumaje similares a otras de Avellanosa del Páramo, siguiendo en el otro una muy deteriorada cabeza masculina, sin corona, sobre un fondo de hojas cóncavas de nervio central partido. En la cesta extrema de este lado, semioculta por la fábrica del pórtico, observamos un cuadrúpedo alado de rostro maligno tocado con capirote que cae sobre el pecho a modo de pañoleta, similar a otros de la fachada meridional de Ahedo del Butrón. El conjunto de los capiteles se corona con una imposta ornada con palmetas entre estilizados acantos de marcados nervios que acogen bolas en las puntas. De las arquivoltas, la interior y la tercera reciben decoración historiada, con las figuras dispuestas en sentido radial, mientras que la segunda y la externa se ornan con grueso baquetón entre mediascañas, en el primer caso exornada con tetrapétalas a modo de puntas de clavo. Se inicia la lectura de la arquivolta interior, en el sentido de las agujas del reloj, con un prótomo de animal, quizá un cérvido, tras el que aparece un ave rapaz devorando un pequeño cuadrúpedo que yace recostado, al cual ha desgarrado la piel mostrando el costillar, cruenta re p resentación del estilo de las vistas en Abajas y Hermosilla. Sigue un busto masculino de gruesos labios y cabello distribuido en rizados mechones, un ave que vuelve y agacha su cuello picándose una de sus patas y una máscara monstruosa y cornuda de grandes orejas, mostacho rizado y barba llameante que vomita haces de hojas de su boca, mostrando amenazadoramente sus dientes. Continúa la decoración con un personajillo sedente en actitud de leer el códice o rollo que ase sobre sus rodillas (similar a los apóstoles de la Última Cena de la tercera arquivolta) y dos escenas de combate entre infantes y bestias lamentablemente muy deterioradas. En la primera un casi desaparecido guerrero lucha contra un león rampante que acomete su escudo, mientras que en la otra escena otro infante hundía su espada en un dragoncillo al que sujeta por la cabeza (como en Escóbados). Cerca de la clave del arco se dispuso una estrecha dovela de encaje decorada con un rugiente prótomo, a la que sigue un jinete que cabalga su hoy descabezada montura, sobre cuya grupa se yergue un ave, especie de arpía o halcón. Sigue la rosca del arco con Sansón desquijarando al león y un rústico cubierto con caperuza que alza el sayón en la impúdica actitud de mostrar los genitales que caracteriza las representaciones del mes de febrero, o bien como en Abajas al espinario, aunque la fractura del relieve no perm ite ser concluyente. Vienen luego dos escenas de combate entre animales: en la primera luchan un reptil y un ave y en la otra un cuadrúpedo, especie de lobo o hiena, hunde sus fauces en el cuello de un caballo que yace con el lomo en tierra, al estilo de un capitel del ábside de Soto de Bureba. Completan la arquivolta un prótomo de grifo, un busto femenino velado de rostro surcado por profundas arrugas y dos dragones afrontados que entrelazan sus cuellos y colas, repitiendo fielmente una composición que vimos en la portada de Abajas y en Avellanosa del Páramo. Frente a la mera yuxtaposición de imágenes de la antes analizada, la tercera arquivolta muestra, tras el prótomo de carnero de mechones triangulares y rizados que inicia la serie, doce figuras que componen un calendario agrícola. La primera de ellas, que correspondería con el mes de enero, se figura con un personaje, ataviado con capa y caperuza que, sentado en una ornamentada silla, se calienta ante un fuego sobre el que pende una gran marmita cuyo contenido revuelve la figura. La siguiente escena muestra a un pastor, vestido con una pelleja con capucha, alzando su cayado ante dos cabritillas que ramonean un arbusto del que cuelga un nido, cuyos huevos parece querer recoger el cabrero; sigue un encorvado labriego ataviado con saya corta podando una viña, y tras él la típica representación del mes de abril en forma de una figura femenina (la “doncella de abril”) vestida con brial y manto de cuerda que alza un ramo de flores. Mayo se representa como un caballero que quizá parta a la guerra (no porta el tradicional halcón del cazador), mientras que a junio corresponde un campesino portando una azada. Siguen julio, con la escena de la siega de la mies, y agosto, con el afanoso acarreo del trigo que un personajillo carga en un carro. La recurrente representación de la vendimia caracteriza al mes de septiembre, siendo el símbolo de octubre el trasiego del vino del odre a la barrica. Noviembre se figura con un personaje que porta un cayado o largo cuchillo y agarra un esbelto árbol, en probable alusión a la recolección de bellotas para los cerdos, mientras que diciembre lo representa una maltratada escena, creemos que de matanza del cerdo. Tras este calendario se figuró una Última Cena, con los once apóstoles (falta Judas) ante una mesa recubierta por un mantel de estereotipados pliegues “en uve” entre otros de tubo de órgano. Preside la composición la figura de Cristo, imberbe y con larga cabellera, re p resentado en el momento de instituir la Eucaristía (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20 y 1 Cor 11, 23-26), bendiciendo con su diestra mientras sostiene el libro en la otra mano. El resto de los personajes se muestra en posición frontal, en actitud expectante o bien cogiendo con sus manos los cuencos y platos. Finaliza la decoración de la arquivolta una escena juglaresca, en la que un rabelista hace sonar su instrumento ante una figura femenina con los brazos en jarras en actitud de baile, y un rugiente prótomo monstruoso de puntiagudas orejas. El principal atractivo de esta portada reside más en la riqueza iconográfica de su decoración que en la calidad de los relieves. Sobre este segundo aspecto, parece que pueden distinguirse al menos dos manos dentro de la obra, la más ducha responsable de los capiteles y parte de las figuras de las arquivoltas y otra menos diestra que sigue servilmente el estilo del anterior denunciando mayores carencias técnicas. Generalizando, nos encontramos ante un taller que participa de las mejores realizaciones del tardorrománico rural burgalés (Ahedo del Butrón, Abajas, Soto de Bureba, Hermosilla, Escóbados de Abajo, Jaramillo de la Fuente y las iglesias imbuidas del estilo silense, etc.), no alcanzando, sin embargo, el preciosismo de los monumentos citados. Algunas composiciones, como los dragones de cuellos entrelazados, el rústico (posible espinario), el ave devorando un pequeño cuadrúpedo, el jinete o el Sansón de la segunda a rquivolta, parecen copias literales de motivos vistos en la portada meridional de la iglesia de Abajas, e incluso la factura de estas escenas es muy próxima. En Abajas, no obstante, el escultor dota a las figuras de un mayor volumen, pro d uciendo los abundantes calados y efectos de claroscuro una sensación de movilidad de la que carecen las de Hormaza y las de Avellanosa del Páramo, aunque en nuestro caso el deterioro del relieve no hace sino solapar sus cualidades. Junto a esta evidente relación con Abajas y Avellanosa, encontramos estrechas vinculaciones entre estos relieves y ciertas figuras de la cabecera de Soto de Bureba, como el Sansón desquijarando al león, un similar tratamiento de las colas y sillas de los caballos, el diseño del plumaje en las patas de los híbridos, que parten de un anillo perlado, y otros detalles como las coronas y paños de las arpías, el tipo de hojas trilobuladas de aire gotizante, los crochets y hojas dobladas y caladas, la decoración a base de líneas de puntos de trépano en el nervio central de los acantos, etc. Ciertos diseños, como el de las arpías y grifos afrontados enredados en tallos, los centauros o los infantes pasando a espada a dragonzuelos o la máscara demoníaca que vomita haces de hojas, los encontramos también en edificios estilísticamente próximos, caso de Ahedo del Butrón, capiteles del castillo de Frías, galería de Jaramillo de la Fuente, ermita de la Oliva de Escóbados de Abajo, ábside de Hermosilla, etc. Junto a esta “tradición” románica de lo figurativo, en lo vegetal, como en la propia disposición de los capiteles que anuncian el friso corrido propio del gótico, se evidencia la tardía cronología de la portada, obra de los años finales del siglo XII. Por lo que respecta a la iconografía, y pese al carácter decorativista y la ausencia de un programa como tal -asistimos a una mera yuxtaposición de escenas-, algunas de las agrupaciones escénicas que decoran la portada retendrán nuestra atención. Una re p resentación de la Última Cena desgajada del ciclo de la Pasión la encontramos en un capitel de Moradillo de Sedano, aunque formalmente las más fuertes similitudes se establecen con la portada palentina de Revilla de Santullán. Si en Moradillo se retuvo el momento de Judas mojando del plato de Cristo, en Hormaza el momento escogido parece ser el de la instauración de la Eucaristía. Aunque sugerente, creemos dudosa la interpretación de Castiñeiras, quien ve aquí una “mesa primaveral”, es decir, un banquete profano. Mayor relevancia, por su excepcionalidad en lo burgalés, alcanza el completo calendario agrícola, recogido junto a otros ejemplos en el documentado estudio de Castiñeiras. Aunque algunas de las escenas se encuentran sumamente deterioradas, por lo que su interpretación resulta compleja, ciertos detalles le confieren especial relevancia, como la figura del rústico de la primera arquivolta, que el citado autor considera como una contaminación entre la tradicional figuración del campesino exhibicionista calentándose y “la idea isidoriana de la concupiscencia de marzo”.