Identificador
31100_01_364
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Alberto Aceldegui Apesteguía
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Puente la Reina / Gares
Municipio
Puente la Reina / Gares
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
UNIENDO LAS VERTIENTES puentesinas del río Arga y aguantando sus ocasionales acometidas sobrevive en pie, desde hace algo menos de mil años, el magnífico puente románico de Puente la Reina. El origen y razón del nombre han dado pie a leyendas y discusiones. Lo cierto es que también recibió el nombre de Puente de Arga (Ponte de Arga), denominación constatada desde 1085 que precisa pocas explicaciones, dado que hace mención al río que salva. También consta sólo como “Ponte”, es decir, el puente por antonomasia. Pero desde finales del siglo XI y comienzos del XII aparece citado en la documentación, con frecuencia, como Puente la Reina (Pons Regine ya en 1090, Ponte Regina, Ponto Regene, Puent de la Reina, Puent de la Reynna). Para analizar la denominación no debemos contentarnos, como algunos autores, con un mero estudio lingüístico (de pirueta lingüística han llegado a calificarlo); ni intentaremos estudiarlo sólo desde el punto de vista de la historia. En nuestra opinión hemos de conjuntar ambos puntos de vista, pensando desde la perspectiva del historiador del arte, a fin de dar respuesta a dos interrogantes básicos: para qué se construyó y quién lo promovió, preguntas que tratan de esclarecer el objetivo del nacimiento de una obra de arte y su posible promotor. Por desgracia, una tercera cuestión, relativa a quién edificó su materialidad, quedará para siempre sin contestación dada la precariedad de las fuentes documentales. Parece claro que el puente se creó para servir al Camino de Santiago, para facilitar el paso del río, pero también con la intención de dar una nueva dimensión, en el pequeño reino de Pamplona, a la política “europeísta-jacobea” auspiciada por Sancho III el Mayor. Si lo anterior es cierto, y parece serlo, debemos contestar al quién. En la segunda mitad del siglo XI el reino de Pamplona no poseía grandes magnates laicos ni religiosos con los recursos o las motivaciones precisas para afrontar esta monumental obra. Los señoríos monásticos estaban creándose en ese momento, mediante donaciones y compras. Los nobles del reino de Pamplona no pasaban de ser súbditos con una casa más grande, mas ganado y derecho a portar armas y, por último, la mitra de San Fermín todavía no había iniciado la decidida política constructiva que inauguraría con la catedral románica de Pamplona hacia el año 1100. Teniendo en cuenta lo anterior, únicamente nos queda la monarquía. En las fechas de construcción del puente -a mediados del siglo XI- sobresalen dos mujeres. Por un lado doña Munia o Mayor, viuda de Sancho III el Mayor, que sobrevivió a su marido más de treinta años y más de diez a su hijo y falleció hacia 1066. Y por otro, doña Estefanía, nuera de la anterior y esposa de su hijo García Sánchez III el de Nájera, quien también sobrevivió a la prematura muerte de su esposo en campaña, en 1054. En nuestra opinión posiblemente cualquiera de ellas podría ser la promotora del puente de Puente la Reina, aunque nos inclinamos, con otros estudiosos de la talla de Uranga e Iñiguez, por ejemplo, más por doña Munia, ya que sus afanes constructivos están acreditados, puesto que antes de morir había iniciado la edificación del monasterio de San Martín de Frómista en tierras palentinas. Para entender la actuación de cualquiera de ambas es preciso recordar que los monarcas hispanos de la segunda mitad de la undécima centuria tuvieron como uno de sus objetivos importantes (que llegan a recordar expresamente en sus testamentos) edificar puentes, como atestiguan los comportamientos de Ramiro I de Aragón y Alfonso VI de Castilla. El puente domina el cierre de la calle mayor de la villa y encauza el Camino de Santiago hacia las localidades de Mañeru y Cirauqui, camino de Estella. La estructura original de la construcción ha variado desde sus orígenes muy levemente, sobre todo en la abortada reforma de 1843, como ha estudiado recientemente Armendáriz. En ese año el ayuntamiento de Puente la Reina encargó al arquitecto José de Nagusia, quien había realizado los planos del Palacio de la Diputación Foral de Navarra, un ensanchamiento de su calzada para que los carruajes pudieran cruzarse en su centro y evitar, de esta manera, las interminables discusiones sobre tal asunto. Sabemos que Nagusia proyectó reforzar el puente en las partes que apoyaban en los extremos y, para ello, realizó un gran arco de ladrillo en la vertiente que da a la villa, en la zona del actual embarcadero. Además recreció el pretil colocando guardarruedas en la zona superior. Pero al intentar ensanchar el centro del puente se hundió la pequeña capillita de la Virgen del Txori -pájaro en euskara-, imagen de gran devoción de los lugareños puesto que, según la leyenda, hasta su destrucción una golondrina aparecía de cuando en cuando y, tras chapotear en el río, subía hasta la capilla de la Virgen y lavaba su cara eliminando telarañas y otras impurezas. La desaparición de Nuestra Señora del Txori y su traslado hasta la parroquia de San Pedro, donde hoy se conserva, hizo que el pajarillo no apareciera más y que, por tanto, en adelante dejara de celebrarse de manera religiosa y profana tal prodigio. Tanto molestó esta cuestión a los vecinos que José de Nagusia hubo de abandonar el proyecto total y rápidamente. Además de la pequeña capilla de Nuestra Señora del Txori, el puente poseía dos torreones en sus extremos, torreones que, al parecer, fueron derruidos durante la primera guerra carlista y de los que hoy sólo podemos ver el que apoya en el lado de la villa, reconstruido por iniciativa popular en los años cincuenta del siglo XX. Dichas defensas formaban parte del poderoso recinto amurallado de la localidad, del que todavía quedan cubos en pie. La impresionante obra de ingeniería, una de las pocas del románico civil en Navarra -excluyendo torres, palacios y planes urbanísticos-, está constituida por siete arcos sensiblemente de medio punto y, como dictan las normas de la simetría románica, decrecientes en tamaño desde el central hasta los extremos, lo que le confiere la tradicional forma de lomo de camello. Todos los arcos apoyan en grandes pilas que se prolongan en tajamares triangulares escalonados. Las pilas van caladas en su parte superior por aliviaderos en forma de grandes vanos de medio punto (4 ó 5 m en los pilares centrales y de 2 a 3 m en los laterales), siguiendo algunas características de la tradición romana, pero bien ceñido a la arquitectura medieval. En 1999 el Ayuntamiento de Puente la Reina realizó una serie de excavaciones en la calle Mayor con el objetivo de mejorar las canalizaciones de aguas y el empedrado de la misma. En el transcurso de estas labores, al terminar la calle, y gracias a las excavaciones arqueológicas emprendidas por el técnico puentesino Javier Armendáriz Martija, quedó al descubierto el séptimo arco del puente que apoyaba sobre la calle Mayor al igual que en el otro lado. El puente está construido en sillar y sillarejo de piedra arenisca, lo que ha propiciado su desgaste en varios lugares, subsanado de modo esporádico por reconstrucciones parciales. En su conjunto podemos decir que subsiste la mayor parte de la estructura alzada a comienzos del segundo milenio, lo que habla bien a las claras de la perfección con que fue diseñado y ejecutado. El pavimento actual del puente es fruto de la restauración de 1989, mientras que el original consistiría en losas más grandes e irregulares que los actuales adoquines, como demostraron las excavaciones de 1999. Toda la construcción se apoya, como hemos expuesto, sobre las robustas pilas con tajamares triangulares escalonados. Presenta unos 110 m de longitud -más 12 del último arco enterrado- y 4, de término medio, de anchura actual en su calzada, si bien en origen era más estrecha, puesto que rondaba los 2,70-2,85 m. Su arco central tiene algo más de 20 m de longitud, los siguientes 17 y 12,5, mientras que los más pequeños llegan a unos 6 m, incluido el recuperado bajo la calle Mayor en 1999. Este último parece hacer sido retocado y parcialmente reconstruido durante el siglo XVIII para facilitar la curva que había de tomarse desde la actual calle de La Población y enfilar el trazado del puente. Dichas medidas confieren a todo el conjunto una impresionante sensación de grandeza, haciendo del mismo un referente de la ingeniería arquitectónica románica, al ser uno de los más antiguos y más bellos puentes de Europa, según la opinión de conocidos autores. La elección del lugar no dependió del azar. Se ha observado que probablemente el vado más frecuentado antes de su edificación se encontraba aguas abajo, junto al camino de Mendigorría. Muy probablemente la localización de un sustrato rocoso apropiado para asentar la cimentación de la estructura hizo que se escogiera el emplazamiento, que se ha demostrado perfecto a tenor de su perduración. En cuanto a su cronología, los testimonios documentales acerca del nombre de la localidad atestiguan su existencia antes de 1085, pero probablemente la audacia y perfección de la obra han llevado a algunos autores a proponer, que no a justificar, una datación algo más tardía, en la primera mitad del siglo XII. Ya Uranga e Íñiguez analizaron las peculiaridades de su aparejo, delgado y largo, “acomodado a iglesias y edificios civiles en los siglos X-XI, antes de la invasión por el mismo Camino del románico”. Y concluían: “Seguimos dentro de la tradición prerrománica y de la grandeza constructiva de Sancho III el Mayor, sea de sus años o de sus continuadores directos”. Para terminar, las impresionantes dimensiones de la construcción revelan mejor su atrevimiento e importancia para la historia de la edificación románica cuando las comparamos con los arcos y bóveda cronológicamente más cercanos ejecutados en el viejo reino de Pamplona. Para buscarlos debemos acudir, fundamentalmente, a las naves centrales de la abadía de San Salvador de Leire y de la iglesia de Santa María de Ujué, pues ambos fueron, con Aralar, los empeños de arquitectura religiosa más significativos del siglo XI (la primera de ellas edificada a mediados de siglo y la segunda antes de que concluyera la centuria). Como ha analizado Martínez de Aguirre, en los dos templos las naves centrales resultan mucho más pequeñas, en Leire 5 metros de anchura por 6,5 en Ujué. Estas dimensiones las acercan a los arcos más pequeños de nuestro puente. La luz del arco central puentesino alcanza algo más de veinte metros, lo que supone más que triplicar las citadas naves, por lo que podemos concluir que las dimensiones del arco central del puente románico de Puente la Reina son muy considerablemente mayores. Y no sólo hay que valorar la extensión, sino también la fecha de ejecución, con seguridad dentro del siglo XI, por lo que estamos ante el arco más atrevido de su tiempo, no sólo en el viejo reino, sino también en el resto de los reinos hispánicos.