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Vista interior del ábside

Identificador
31200_01_534
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Alberto Aceldegui Apesteguía
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Nuestra Señora de Rocamador

Localidad
Estella / Lizarra
Municipio
Estella / Lizarra
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE ROCAMADOR se encuentra en la avenida de Carlos VII de la ciudad estellesa. El pequeño edificio se levantó a orillas del Camino de Santiago, una vez franqueadas las murallas del burgo de San Martín camino de Irache, en una zona de arrabal poco poblada. Fue dependiente de la iglesia de San Pedro de la Rúa, al menos desde principios del siglo XIV, la cual la proveía de un sacerdote. El nombre y la dedicación de la pequeña basílica remite a la localidad homónima francesa situada en la región de Quercy, donde creían conservar las reliquias de un conocido personaje evangélico, el publicano Zaqueo, con quien cenó Jesucristo. Los lugareños asociaron el nombre de Zaqueo con Amadour y como el milagroso hallazgo tuvo lugar bajo una roca, el resultado fue Rocamador. Pronto se hizo muy conocido por sus milagros, y de esta manera proliferaron los santuarios y la devoción a Nuestra Señora de Rocamador en Europa. Concretamente en Navarra se encuentran templos dedicados a ella en Sangüesa, Olite y Estella. Además la peregrinación a Quercy hacía ganar indulgencias y otras gracias. Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra, en 1201 concedió veintitrés monedas de oro a la Virgen del Rocamador, a recaudar de las rentas de la vieja carnicería de Estella, y otras dieciocho sobre las pechas del molino de Villatuerta. El monarca hizo esta donación para que en adelante siempre ardiera al lado de la Nuestra Señora del Rocamador un cirio por su alma y por la de sus padres, Sancho VI el Sabio y Sancha de Castilla. La razón de esta donación se debe, según algunos autores, al gran consuelo que la Virgen proporcionó al monarca cuando éste estuvo preso en el norte de África. La generosa dádiva suscitó un gran equívoco en algunos escritores. El fuero navarro en su libro tercero, título quince, dice que: “Todo infanzón que va en romería no debe ser prendido hasta que retorne. Si fuese a Santiago debe ser seguro un mes, a Rocamador quince días, a Roma tres meses, a ultramar un año y a Jerusalén un año y un día”. Obviamente el fuero se refiere a las ciudades citadas y a los días, meses o año de ganancia penitencial por la cual al volver de la romería no podía ser detenido. Ciertos autores confundieron lo referido en el fuero con la donación de Sancho VII el Fuerte y la basílica de Rocamador estellesa con la francesa a la que, sin ninguna duda, hace referencia el fuero. Tal entuerto comenzó en el siglo XVII con el Padre José Moret y no se resolvió hasta tiempos bien cercanos, gracias a las obras de José Goñi Gaztambide y Juan Utrilla Utrilla. De la primitiva basílica construida a finales del siglo XII o comienzos del XIII queda más bien poco. Como tantas otras ermitas románicas debió de consistir en una cabecera edificada con cierto esmero en sillería, seguida por una nave mucho más descuidada y con cubierta de madera. Fue profundamente ampliada y reformada a finales del siglo XVII, concretamente en 1691 -fecha que aparece en la portada actual- por el cantero Santiago Raón. De esta manera, los únicos restos románicos de la misma se circunscriben al ábside. A finales del siglo XIX y comienzos del XX se edificó un colegio, noviciado y residencia de los frailes capuchinos a su lado. Actualmente es esta comunidad quien se encarga de atender la pequeña basílica. Como sucede asimismo con San Pedro de la Rúa, el edificio está encajonado bajo la Peña de los Castillos. El ábside ocupa la zona más recóndita y sólo puede accederse hasta él a través del convento. Hoy aparece enmarcado por un rústico paseo y un gran muro de contención que dista escasos centímetros del paramento románico, lo que hace imposible bajar al pie del edificio. El citado paseo transcurre por encima del muro de contención, de tal suerte que resulta factible tocar desde él los canecillos románicos. La cabecera está formada por un ábside semicircular tanto al exterior como al interior, precedido del habitual anteábside recto. Presenta sillería esmerada y uniforme que llega hasta la altura de los canecillos. La cornisa fue renovada y el medio cilindro recrecido con ladrillo en época barroca. El semicilindro se ve articulado al exterior por dos potentes columnas que desde el suelo alcanzan la cornisa, culminando en capiteles decorados a base de motivos vegetales. La presencia de columnas en los exteriores absidales es una constante en el románico del foco estellés. Vemos en el capitel meridional hojas de acanto de eje perlado combinadas con otras digitadas superpuestas y una curiosa teoría de hojitas perladas colgantes, de remate oval, en la parte superior, que terminan en volutas de esquina de las cuales penden parejas de piñas. En el septentrional se suceden roleos vueltos en hojas digitadas con perlado exterior, trabajados con notable dinamismo, por delante de hojas lisas que forman volutas en las esquinas. Los canecillos siguen una decoración muy variada. Encontramos desde los sencillamente lisos pasando por los que presentan figuras geométricas -lóbulos y baquetones-, hasta llegar a los vegetales y figurados. Describiremos estos últimos, que son de notable calidad, obra de uno de los talleres tardorrománicos que decoraron otros edificios estelleses. Comenzando de izquierda a derecha, vemos dos canecillos vegetales a base de diferentes hojas superpuestas de cuidada volumetría y remates envolventes (reconocemos en una el motivo de las hojas superpuestas vueltas en pico del que pende una bola, pero en vez de ser lisas, aquí todas las superficies están festoneadas). El tercero presenta un ser monstruoso con patas equinas, cuerpo de ave recubierto de ondas en vez de plumas y cabeza de dragón con puntiagudas orejas, de lejanos recuerdos silenses. En el cuarto vemos a un personaje con cuerpo de mamífero y gran cabeza, mezclando rasgos humanos con los propios de los perros. En el quinto -tal vez el más bello- fue labrada una gran cabeza humana con larga cabellera y barba. Tallaron sus rasgos mediante superficies geometrizadas en las que destacan las finas líneas que constituyen las cejas y el reborde del párpado superior; los pómulos están muy marcados (alabeados y aristados), al igual que las líneas curvas que desde las aletas de la nariz bordean el poblado bigote. Parece que el artista quiso, en cierto modo, individualizar el rostro a la manera del magnífico escultor responsable del alero de Irache, pero le falta suavidad en la gradación de las superficies, lo que no obsta para que reconozcamos el interés de esta pieza. En efecto, su ejecución trae a la memoria un canecillo del ábside central del monasterio de Irache y asimismo otro con cabeza de anciano de la ermita de Santa Catalina de Azcona. El sexto canecillo presenta un ave con patas unguladas a la que le falta la cabeza, y el último, otro híbrido con patas de caballo, cuerpo de ave, cola de dragón y cabeza humana barbada tocada con cogulla, que también tiene su paralelo irachense en un canecillo del ábside central. Los modillones de los muros laterales del anteábside siguen una decoración muy parecida a los canes más sencillos, así, vemos algunos lisos, otros geométricos y los últimos con hojas semejantes a las anteriormente descritas. No está de más recalcar la notable calidad de las esculturas, que pueden tener precedente remoto en Silos (tipologías teriomórficas) y más cercano en el eco que las secuelas del taller burgalés dejaron en el núcleo románico estellés, capitaneado por la parroquia de San Miguel, el monasterio de Irache y el palacio de Estella. En efecto, algunos de los motivos decorativos de Rocamador tienen su correspondiente en Irache y la ermita de Santa Catalina de Azcona. Terminando con los exteriores debemos mencionar las numerosas marcas de cantero, casi todas presentan una forma conocida, que cuando está cerrada parece un 9 o un 6, y cuando aparece más abierta recuerda a una J en diversas posiciones. Además existe una con forma de cruz griega situada en el mismo centro del ábside. En el interior, un arco doblado nos introduce en la cabecera. La rosca superior descansa sobre gruesos machones, en tanto que la interior se apoya sobre dos grandes capiteles colgados del muro a modo de ménsulas. A la altura de los capiteles corre por todo el ábside una imposta lisa con la parte inferior abiselada, que marca la separación entre muro y bóvedas. Éstas últimas son de horno para el propio ábside y de medio cañón encima del altar. Los capiteles interiores presentan decoraciones a base de tres niveles superpuestos de hojas de acanto combinadas con otras hendidas, de talla minuciosa aunque un tanto esquematizadas, cuyos extremos superiores cuelgan a modo de volutas. Todo el conjunto participa de los rasgos propios del románico estellés del entorno de 1200, y sin duda fue ejecutado por canteros pertenecientes a los talleres que por entonces trabajaban tanto en edificios civiles como religiosos. Para concluir, debemos mencionar la imagen de la titular del pequeño templo, Nuestra Señora de Rocamador. Se trata de una talla de finales del XII, sedente en un trono rematado por bolas. La profesora Fernández-Ladreda la hace derivar de los modelos de Santa María la Real de Pamplona y, sobre todo, de Santa María la Real de Irache. En concreto se engloba dentro de un segundo grupo de imágenes con mayor influencia de la titular de Irache. Dentro de este conjunto se sitúan también las imágenes marianas de Gastiáin, Torralba e Izurzu. Nuestra Señora de Rocamador, según la teoría citada, debió de derivar directamente de la imagen irachense, teniendo en cuenta su gran popularidad en la zona y la proximidad geográfica de Estella con el citado monasterio. Todo ello haría de la imagen de Rocamador un precedente en el que se basarían las tallas de Gastiáin, Torralba e Izurzu. La talla alcanza los 88 centímetros de altura, lo que la convierte en la más alta de su grupo. La disposición de sus brazos se aleja de las otras imágenes, puesto que en vez de presentarlos paralelos para acoger al Niño, baja su brazo izquierdo hasta hacerlo descansar en el trono y sujetar, así, al Niño. Dicha posición es muy original y evidencia que el Hijo no ha sido trasladado de lugar. María presenta en su mano derecha un pequeño atributo original. Jesús aparece sedente sobre la rodilla izquierda -lo que hace que la imagen de Gastiáin sea la más cercana en este aspecto- bendiciendo con la diestra y sujetando un libro con la izquierda. La imagen mariana viste túnica, sobretúnica y toca con pliegues paralelos y muy cercanos al modelo irachense. Por último, la corona original de la Virgen de Rocamador, que debió de existir en origen, ha desaparecido como en otras imágenes, aunque en este caso no haya sido suplantada por una moderna.