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Portada meridional

Identificador
24000_0140
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 35' 41.19'' , -5º 34' 9.26''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa María del Camino o del Mercado

Localidad
León
Municipio
León
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS FRANCOS, desde 1259 denominada Nuestra Señora del Camino la Antigua y desde 1675 y hasta la actualidad como Santa María del Mercado -por cerrar su cabecera uno de los laterales de la plaza del Mercado o del Grano- se sitúa extramuros del primitivo recinto cercado, el de la “ciudad vieja”. El origen de este barrio hay que buscarlo en los años iniciales del siglo XI, cuando se acomete la revitalización de la ciudad tras el atormentado fin de la décima centuria y las destrucciones de Almanzor. El proceso se iniciaría, según Represa, con la ocupación del entorno del antiguo mercado, agrupándose allí población eminentemente artesana en torno a la iglesia de San Martín. La expansión del poblamiento hacia el este hizo que, en la segunda mitad del siglo XI, se constituyese junto al de San Martín el barrio de los Francos, cuyo núcleo lo constituyó la iglesia de Sancte Marie de vico francorum, que debió erigirse en las últimas décadas del siglo, pues aparece citada en 1092 con ese carácter (ecclesia que in Uico Francorum uidetur esse statuta) y en 1120 como Ecclesia Sanctæ Mariæ de Vico- Francorum. En 1122 debía estar ya articulado el burgo, pues se citan testigos pertenecientes al consilio francorum en el documento de donación de la iglesia del Santo Sepulcro de León (omnium francorum Sancte Marie de Camino Sancti Iacobi). La consolidación del espacio entre los barrios de San Martín y de los Francos se materializó a partir de la constitución de un mercado en la actual plaza del Grano (o quizá mejor en la de don Gutierre), que aparece citado en el último cuarto del siglo XII, lo cual empujó a proveerlo de una muralla terrera, ya a finales de la centuria. En la primera mitad del siglo XIV la endeble defensa fue sustituida por otra de mampostería. Así pues, la ocupación tardía de los dos barrios citados y su disposición en torno a un templo acercan esta área de León al sistema de asentamiento articulado en collaciones al modo de otras ciudades más meridionales como Zamora, Salamanca o Soria. La iglesia de Santa María del Camino constituye, aún hoy y pese a los numerosos avatares de la fábrica que pasaremos inmediatamente a referir, el monumento románico más destacado de la ciudad, tras San Isidoro. El proyecto original planteó un edificio de planta basilical y tres naves distribuidas en cuatro tramos, hoy convertidos en tres al eliminarse una pareja de pilares, aunque restan las rozas de los responsiones en los muros de las colaterales, coronadas por cabecera triple de ábsides semicirculares, destacado el central por un profundo presbiterio. Machaconamente se ha acudido al apelativo de “planta de tipo sarcófago” para explicar la irregularidad de la caja de muros de las naves, notablemente más estrecha hacia el oeste, como si tal convergencia constituyese una característica constructiva y no un mero defecto, responsable, eso sí, de buena parte de los problemas de estabilidad que llevaron a la fábrica a numerosos procesos de ruina. Soportaban formeros y fajones de las primitivas bóvedas pilares de sección prismática con semicolumnas en los frentes, cuyas basas presentan perfil ático de toro inferior más desarrollado, quizá sobre plintos, aunque la elevación del suelo original no permite adivinarlo. Estos soportes fueron remontados y prolongados en altura en las sucesivas reformas sufridas por el edificio ya desde época gótica, pudiendo afirmarse, aunque sin certidumbre, que las únicas cubiertas originales son hoy las de la capilla de la epístola. Veamos sintéticamente las principales intervenciones en el edificio, fruto la mayoría de los problemas estructurales de los que adolecía desde su fundación: entre 1364 y 1371 se rehizo el campanario, así como varios arcos de la iglesia; entre 1404 y 1409 se cubriría la zona occidental con las bóvedas que hoy vemos; hacia 1419 se construyó una sacristía, hoy desaparecida pero que suponemos se abría en el tramo oriental del muro del evangelio; en 1410 y 1430 vuelven a rehacerse arcos del interior; en 1484 se reformó la capilla mayor, obra de la que resta la actual bóveda del presbiterio de la misma; en 1598 Felipe de la Cajiga inicia la obra de la torre, que será rematada con el chapitel realizado en 1758 por Fernando Compostizo (el mismo que realizó el pórtico de la colegiata de Arbas en 1734); en 1691 se transforma el antiguo cementerio, situado al norte, por un atrio cercado con un pretil; en 1704 se encontraba trabajando en el camarín de la Virgen y actual sacristía J. de la Lastra, obra finalizada en 1740 que supuso la eliminación del ábside medieval (ya reformado a fines del siglo XV). En 1710, y ante la amenaza de ruina, se realizaron diversas obras en la nave, como constata un testimonio epigráfico en el pilar más oriental de la colateral sur, pese a lo cual, en 1853, se hundieron las bóvedas de la nave, provocando un colapso de los muros laterales. Esta ruina motivó la eliminación de los pilares que delimitaban el segundo y tercer tramo de las naves, unificados en la restauración de 1883. Nuevas intervenciones restauratorias tienen lugar a inicios del siglo XX, con la intervención del arquitecto diocesano Juan Crisóstomo Torbado Flores y su ayudante Julio del Campo, quien firma los elementos miméticamente repuestos en el ábside del evangelio y, finalmente, actúan en el edificio Eduardo García Mercadé, quien en 1979 elimina el sobreábside del evangelio del siglo XVIII, obra de Lastra, y Martínez del Cerro, quien en 1987 dirige obras de consolidación. A pesar de tal avalancha de intervenciones, el templo mantiene de su origen románico partes sustanciales, aunque muy alteradas. El ábside central, pese a la eliminación del hemiciclo, conserva retazos de los muros laterales del presbiterio, abierto éste a la nave mediante un arco de medio punto doblado y rehecho, al igual que la bóveda de cañón que cierra el tramo, hacia 1484, según inscripción pintada en ella. Observamos aún las impostas que, en tres niveles, articulaban el paramento, ornadas con triple hilera de billetes y listel, así como las semicolumnas que recogen el arco triunfal, coronadas con capiteles de idéntica factura, decorados con una pareja de leones que asen con una de sus patas alzadas un tallo, que ellos mismos vomitan y que surge de una cabecita felina invertida en la parte inferior de la cesta, sobre el astrágalo. Los cimacios se decoran con tetrapétalas y palmetas inscritas el clípeos vegetales anillados. Al añadir el camarín de la Virgen y la sacristía del siglo XVIII, este antiguo tramo recto presbiterial pasó a funcionar como capilla mayor. Los absidiolos presentan breve tramo recto abovedado con medio cañón, cuyos paramentos se dividen en dos pisos mediante impostas de tres hileras de billetes, una bajo las ventanas abiertas en el eje y otra, rasurada, en el arranque de la bóveda. Los rematan hemiciclos cubiertos con bóveda de horno y en cuyo eje se abren ventanas rasgadas abocinadas al interior, con arcos de medio punto sobre columnas, exornados por chambranas de tres filas de finos tacos. Las columnas de la ventana del ábside de la epístola, de basas de perfil ático sobre fino plinto, se coronan con capiteles vegetales de aire isidoriano y cimacios de palmetas en clípeos de tallos anudados, decorados con dos niveles de hojas lanceoladas, interiormente lobuladas, y ábaco con volutas. El ábside del evangelio fue miméticamente restaurado en la intervención de Torbado, hasta poder considerarlo prácticamente rehecho. En la basa de una de las reintegradas columnas dejó su firma “Julio del Campo, Aydte. de J. C. Torbado”. Se abren a las colaterales estos ábsides secundarios mediante arcos de medio punto doblados que reposan en semicolumnas. Resulta curiosa la basa conservada en el absidiolo meridional, moldurada con toro superior, escocia y doble toro inferior, que se transforma en toro y fino bocelillo sogueado en las del ábside norte. Los capiteles que coronan los triunfales de los absidiolos reciben, por parejas, idéntica decoración vegetal, de espléndida factura. Los de la capilla de la epístola muestran dos niveles de hojas de acanto incurvadas acogiendo bolas y volutas con hojitas en el ábaco, disponiéndose sobre ellos cimacios de palmetas muy excavadas inscritas en clípeos. Los del ábside del evangelio, igualmente vegetales y de similar diseño, manifiestan un tratamiento algo más espinoso y los cimacios muestran carnosas rosetas y hojarasca. El muro meridional de la nave de la epístola mantiene, aunque notablemente alteradas, las cuatro ventanas que daban luz al templo, abiertas en el centro de cada tramo, con vano rasgado abocinado al interior y arco de medio punto sobre columnas acodilladas de sencillos capiteles vegetales de crochets y hojarasca. El aparejo del muro septentrional conserva apenas la zona inferior de sillería original, con numerosas alteraciones y reparaciones en mampuesto y ladrillo. Igualmente recrecidos y alterados se presentan los pilares que se conservan, encapiteladas sus semicolumnas ya en el siglo XVIII, época a la que deben corresponder los formeros y bóvedas de arista y lunetos de los tres tramos más orientales de las naves. El cuerpo occidental de la iglesia aún mantiene, junto a los vestigios primitivos, parte de las intervenciones de época gótica, responsable de las bóvedas de crucería del primer tramo de las naves. Los formeros de este tramo reposan, hacia el hastial occidental, en capiteles románicos decorados con dos coronas de carnosas hojas lisas de nervio central (una con un helecho), el del tramo norte, y redecilla romboidal de tallos y remate de crochets y hojita lobulada el del sur. Los capiteles fronteros de éstos, en los primeros pilares, presentan ya la típica hojarasca gotizante, mostrando su talla a trinchante. Tan sólo resta un muy mutilado capitel vegetal en la semicolumna que recogería en fajón del primer tramo de la nave de la epístola. El hastial occidental, pese a las reformas, mantiene parte de su estructura románica, con una portada de arco de medio punto doblado y liso sobre reutilizadas impostas ornadas con palmetas anilladas de seco tratamiento y jambas con bocel en la arista. Sobre la portada, en el interior de la actual estructura de la torre iniciada a finales del siglo XVI, restan dos arcos ciegos, decorativos, de medio punto con chambrana de tacos que convergen en un capitel-ménsula decorado con una ascensión de alma. Muestra, inscrita en la mandorla decorada con banda de contario, una figurilla femenina desnuda en actitud orante que es elevada por dos ángeles. Bajo los arcos -que acogían restos pictóricos prácticamente suprimidos en una reciente y desafortunada intervención- corre una imposta decorada con dos hileras de billetes, que se convierte, sobre el capitel, en un cimacio ornado con una banda ondulante, engullida por mascarones monstruosos en los ángulos, de la que brotan hojitas. La factura de este capitel, el único figurativo de los conservados, refuerza los vínculos estilísticos de esta obra respecto al taller de San Isidoro. Aunque adolece de cierta rigidez compositiva, la ejecución es cuidada, alcanzando cierto preciosismo en la resolución de los rostros, las alas y los plegados de las túnicas. Además de en el tratamiento, el mismo tema de la ascensión del alma encuentra su referente en un capitel de San Isidoro. Al exterior, pero sobre todo en la estancia moderna dispuesta al sur del vestíbulo de entrada, con función de trastero, se observa cómo el muro meridional de la nave se prolongaba prácticamente hasta la línea de fachada actual, atestiguando su antigüedad una ilegible inscripción, probablemente funeraria, grabada en el talud del zócalo. Confirmaría este vestigio la hipótesis de una primitiva estructura porticada, y probablemente torreada, rematando el primitivo hastial occidental del templo, al estilo, quizás, de la de Santiago de Carrión de los Condes. Sólo un más detenido estudio, que se escapa de las posibilidades de este trabajo, podría verificar tal hipótesis. Exteriormente, la lectura de los paramentos nos corrobora las agitadas vicisitudes de la fábrica de Santa María del Mercado. En el muro meridional se plasma el primitivo trazado románico, levantado en deleznable sillería arenisca con predominio de sogas y en mal estado, junto a las reparaciones modernas en el aparejo, con sillares de caliza y ladrillo, así como las reparaciones de las ventanas románicas que iluminaban la colateral, de arcos de medio punto sobre columnas acodilladas con sencillos capiteles de crochets. En el segundo tramo de este muro sur se abría una de las tres portadas originales del templo, ésta remontada y coronada por dos arquivoltas, la interior lobulada -al estilo de las zamoranas- y la exterior ornada con un grueso bocel, sobre jambas lisas y cimacios de nacela. Restan aún en esta parte del edificio -probablemente la que de un modo más traumático sufrió los colapsos de principios del siglo XVIII y mediados del XIX- vestigios de la imposta de tacos que recorría el paramento bajo el cuerpo de ventanas. Muy alterados aparecen los tres contrafuertes y moderna es la zona alta del muro, de mampostería con verdugadas de ladrillo, contemporánea de las bóvedas actuales de la nave. El muro septentrional conserva parte de su aparejo románico, así como una portada coetánea -descubierta en 1976- cegada y dispuesta en el tramo más oriental de la nave. Se compone de arco doblado de medio punto con chambrana de nacela y dos columnas acodilladas con basas de perfil ático sobre plinto y coronadas por capiteles de hojas carnosas y volutas e imposta de palmetas inscritas en clípeos. Otra portada, labrada a trinchante y ya gótica, se abrió en el segundo tramo de la nave, demostrando el hecho de que su umbral se sitúe aproximadamente 1,5 m por encima del de la románica la rápida colmatación de la zona norte del templo. La cabecera, al exterior, ofrece en el ábside de la epístola su estructura mejor conservada, pese a síntomas de haber sido rehecha en altura. Conserva, parcialmente restaurada, la imposta con perfil de nacela que corre bajo a ventana. Ésta, que mantiene la reja original, manifiesta una disposición similar a la del interior, habiéndose sólo preservado el capitel izquierdo, decorado con entrelazo vegetal. Los cimacios presentan friso de hexapétalas de botón central inscritas en clípeos. La cornisa, ornada con tres hileras de tacos, es soportada por modillones, la mayoría de cinco rollos y progenie altomedieval matizada por lo isidoriano, y sólo tres, muy deteriorados, figurados. De la capilla mayor sólo se conserva, como arriba vimos, el presbiterio, avanzado sobre los absidiolos. Se articulaba en tres pisos delimitados por dos líneas de imposta, la inferior con perfil de nacela y la otra con tetrapétalas en clípeos. La cornisa, igual que la del absisiolo meridional, es soportada por canecillos de rollos y otros con un mascarón felino sobre un helecho, grotescas representaciones de simios acuclillados, un personaje alopécico mesándose las barbas, otro acuclillado y sosteniendo un barrilillo sobre sus hombros, una hoja lobulada y un ave rapaz que se apoya sobre su presa. En el extremo oriental del tramo recto, donde se iniciaría la presumible curva del hemiciclo, se dispusieron sendas columnas acodilladas coronadas por un capitel vegetal idéntico a los del toral del ábside del evangelio, en la sur, y un espléndido capitel con dos parejas de aves afrontadas picoteando una palmeta pinjante, con dos rosetas en clípeos y remate de volutas, en la semicolumna correspondiente al muro norte. El ábside del evangelio fue radicalmente restaurado por Torbado y desembarazado de añadidos por Mercadé, por lo que poco resta de original en él. Destacamos en el alero su cornisa de tres hileras de finos billetes e interiormente decorada con rosetas octopétalas inscritas en clípeos perlados, al igual que parte de las metopas -remedo de las del brazo sur del transepto de San Isidoro- entre los canes que la soportan, decorados éstos con crochets, contorsionistas y personajes en actitudes grotescas y exhibicionistas. Junto a otras inscripciones ya góticas, conserva el interior del templo dos testimonios epigráficos interesantes de la primera mitad del siglo XIII. En dos sillares del muro occidental de la nave del evangelio se grabó la inscripción funeraria siguiente: + IN : HOC : TUMVLO : RE / QVIESCIT : FAMVLA DEI : MIESOL : Q(uæ) OBIIT : E(ra) MCC : LXX : M(e)NSE / S(ep)T(em)BR(i), es decir, “en este túmulo descansa la sierva de Dios Miesol, que murió el mes de septiembre, en la era de 1270” (año 1232). En el muro norte del segundo tramo se dispuso, bajo un arcosolio apuntado moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído que descansa en sendos machones ornados con columnillas rematadas por sencillos capitelillos de pencas, un sarcófago en cuya caja se grabó la inscripción: + HIC : REQVIESCIT : FAMUL(u)S : DEI : GIRALDVS : ANDREAS : CIUIS : LEGION(ensis) : QUI / OBIIT : IN : ERA : MCCLXXVIIII ... [N]OTO : VI : IDUS : AUGUSTI. Es decir, “Aquí reposa el siervo de Cristo Giraldo Andrés, ciudadano de León, que murió en la era de 1279, en el día 6 de los idus de agosto” (año 1241). Este Giraldo Andrés aparece confirmando un documento del fondo documental de los bachilleres de San Marcelo, en 1232. Destaquemos, finalmente, la presencia de varias rejas románicas, algunas in situ, como las de dos ventanas del muro sur o la del absidiolo meridional, y otras reutilizadas, así las de los dos arcos laterales de la fachada occidental. Se componen de vástagos verticales de los que brotan volutas y tallos y manifiestan una notable calidad. Reflejan similar diseño que las de San Isidoro y, según Gómez- Moreno, se aproximan a las de San Vicente de Ávila. Santa María del Camino re p resenta, en síntesis, un jalón importante dentro de la evolución del románico pleno en tierras leonesas, íntimamente ligado al monumento más sobresaliente del estilo, que es San Isidoro. Desde el punto de vista formal, parece clara la conexión con tan import a nte y cercano referente, y lo mismo podríamos decir en cuanto a su cronología. Como la zamorana iglesia de Santa Marta de Tera, con la que los paralelismos derivan del modelo común citado, su cronología debe rondar la segunda o tercera década del siglo XII, coincidiendo así con la consolidación del burgo de los francos de la que fue parroquia.