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Marcas de cantero

Identificador
50095_02_103n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 9' 44.46'' , -1º 15' 36.04''
Idioma
Autor
Jesús Andrés Navarro
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia Inacabada

Localidad
El Bayo
Municipio
El Bayo
Provincia
Zaragoza
Comunidad
Aragón
País
España
Descripción
Está situada en la parte sur del cabezo más septentrional de los dos que forman La Corona de El Bayo. Al igual que el resto de las edificaciones se encuentra totalmente abandonada y en estado de ruina avanzada, aunque las partes conservadas no se hallan demasiado deterioradas. Presenta numerosos signos de haber sido usada durante un tiempo por los pastores de la zona. Para Fabre esta iglesia debía de estar en plena construcción cuando, en 1380, se descubrió la trama de los monjes, y el monarca aragonés ordenó destruir el monasterio, por lo que nunca llegó a finalizarse. Giménez Aísa se decanta por la interrupción de la obra en el año 1289, cuando El Bayo pasa a manos señoriales. En todo caso, lo que está claro es que se trata de un edificio inacabado del que actualmente podemos ver lo que se reduce a un ábside semicircular orientado al Este y el tramo del presbiterio, con una anchura que alcanza la muy considerable dimensión de 10,58 m por 11,90 m de longitud, correspondientes a la parte construida. En el ábside, que mide 6,10 m hasta el arco triunfal, abren cinco ventanas. Se trata de una obra para la que utilizaron sillares de buena factura, colocados en hiladas de entre 20 y 30 cm de altura (casi todas rondan los 25 cm). Existen multitud de marcas de cantería en sus sillares, tanto en los muros exteriores como en los interiores, entre las que predomina la T tumbada, la cuña y la doble cuña entrelazada. Por lo que se aprecia al contemplar las ruinas del edificio, el esquema constructivo contemplaba la cubrición del ábside mediante bóveda de horno apuntada sobre nervios, que se conserva hasta media altura en alguna de sus partes, y bóveda de cañón apuntado para el anteábside, de la que tan sólo se mantienen los arranques. Únicamente ha llegado a nuestros días el cilindro absidal y el tramo del presbiterio, sin poder dilucidar con seguridad, a falta de estudios arqueológicos, si se completó la cubrición para estos dos espacios antes del abandono de la obra. Si nos detenemos en el ábside, podemos ver un espacio de planta poligonal dividido interiormente en cinco paños por cuatro columnas adosadas de fustes cilíndricos, realizadas mediante tambores que aparecen en varios casos incompletos. La planta poligonal perfectamente perceptible en el exterior es compartida igualmente con edificios de la comarca como Ejea y San Gil de Luna. Las columnas rematan en capiteles troncocónicos lisos que sustentan los nervios de la bóveda, siguiendo una estética favorable a la reducción de los motivos ornamentales que es propia, pero no exclusiva, de los cenobios cistercienses. Los nervios están constituidos por un haz de tres baquetones, solución semejante a la empleada en edificios tardorrománicos de la comarca de Cinco Villas, como Santa María de Ejea, San Gil de Luna o Puilampa, pero también en grandes fábricas no muy alejadas, como La Oliva o la catedral de Tudela. Como sucede en otros edificios de la época, el casquete de la bóveda fue aparejado sin tener en cuenta las posibilidades que ofrecía la utilización de nervios, por lo que no estamos ante una bóveda típicamente gótica. Es de suponer que dichos nervios irían a confluir en el arco de embocadura, quedando el anteábside cubierto sólo con bóveda de cañón apuntado, de nuevo como en San Gil de Luna, Puilampa, La Calzada y La Oliva. El paralelismo con ciertas construcciones cercanas, como los monasterios de la Virgen de la Concepción de Cambrón o el de Puilampa, en Sádaba, ha llevado a algún autor a establecer relaciones formales perfectamente defendibles, aunque no sea completamente preciso el término utilizado para calificarlas, en la medida en que se ha hablado del “triángulo cisterciense” a orillas del Riguel. Entre las columnas abren cinco vanos de medio punto, configurados con aspillera al exterior y abocinamiento hacia el interior. En el paramento exterior las ventanas se sitúan sobre una moldura horizontal de triple bocel que recorre toda la cabecera, incluidos los contrafuertes. Todos los vanos son iguales excepto el central, que presenta un mayor desarrollo hacia el exterior, mostrando sobre la aspillera un arco de medio punto con baquetón en la arista, apeado sobre dos capiteles con sencilla decoración vegetal, a base de hojas lanceoladas lisas en sus ángulos y cimacio con grueso baquetón horizontal, que han perdido los fustes cilíndricos que los sustentaban. La chambrana está moldurada con bocel y friso de dientes de sierra, combinación que también puede verse en Ejea de los Caballeros. En la parte interior del edificio, la moldura que marca el arranque de las ventanas está muy estropeada, mientras que perdura en mejor estado una segunda moldura, decorada con baquetón horizontal y los mismos dientes de sierra, coronando los cinco vanos y prolongándose en los muros de la nave a la altura de los capiteles. Es interesante señalar que esta moldura de separación entre muros y bóvedas se curva para enmarcar el abocinamiento de las ventanas, en una solución que vemos en algunas de las edificaciones citadas con anterioridad. El arco que da paso al presbiterio pone de manifiesto lo avanzado de este edificio dentro del románico, puesto que opta por una solución intermedia entre los haces de baquetones usados en los nervios de la cabecera y los arcos fajones dovelados con los que se pensaba continuar la obra. De esta forma se utiliza un arco con doble baquetón en la cara que da al ábside y con dovelas lisas en la cara de la nave, sustentado por columnas pareadas. Merece la pena señalar la existencia de combinaciones comparables en Ejea de los Caballeros. Estas columnas rematan en cuatro capiteles con sencilla decoración vegetal a base de hojas lanceoladas lisas en los ángulos, a excepción del colocado en la columna más oriental del lado sur, que presenta tres tallos vegetales acabados en bulbos carnosos sobre un fondo liso. Para el arco de acceso al presbiterio se proyectó utilizar uno doblado, tal como constatan los arranques de esta última parte construida. Iba apoyado en las pilastras con columnas adosadas que observamos a ambos lados del edificio. Dichas columnas presentan capiteles decorados con hojas lisas lanceoladas rematadas en volutas, con nervio axial y reborde en cordoncillo, muy esquematizadas. Por la parte exterior ocho contrafuertes muy esbeltos refuerzan la estructura del edificio, coincidiendo con los apoyos verticales internos. En lo alto de los muros del lado norte todavía se pueden apreciar los canecillos colocados para sustentar la cornisa del tejado. Se trata de unas sencillas piezas distribuidas de cinco en cinco entre los contrafuertes exteriores, siendo la mayoría lisas y cóncavas, aunque existen dos distintas: una terminada en rollo y otra en arista. Por lo general el estado de los sillares es bueno, salvo por algunas zonas del lado sur y del interior, que presentan un grave deterioro. Cabe destacar el grosor de los muros, que sobrepasa el metro y medio. De haberse continuado con esta construcción habría sido necesario demoler la edificación que se encuentra en su lado occidental. Se trata de una nave rectangular, de 15,70 m de longitud por 6,62 m de anchura, con una puerta adintelada de 0,90 m al sur del primer tramo, actualmente cegada, y un zócalo a manera de banco corrido en la parte inferior de sus dos lados largos interiores. En lo alto del muro occidental se abre una pequeña ventana de medio punto, aspillerada al exterior y con derrame interior. Utiliza como aparejo la piedra sillar, distribuida en hiladas más irregulares que el ábside, y está cubierta mediante una bóveda de cañón apuntado que arranca desde el zócalo comentado, reforzada por dos arcos fajones, que dividen el espacio interno en tres tramos, aunque el último no se conserva en su totalidad. Existen un gran número de elementos diferenciadores entre ambas estructuras, como el grosor de muros, la decoración, la planta y el alzado, la técnica constructiva, la iluminación o el nivel del suelo. Todo ello indu- ce a pensar en un origen anterior para esta última, aunque también en época tardorrománica por el apuntamiento de la bóveda. Dadas sus dimensiones, de ningún modo podría desembocar en el ábside del templo inacabado, aunque cabe la posibilidad de que la interrupción de la nueva obra se produjera en un momento de coexistencia en el uso de ambos edificios. Con buen criterio, dada la monumentalidad de la fábrica, se ha planteado la posibilidad de que esta nave constituyese un edificio relevante del conjunto monástico previo al proyecto y ejecución del edificio que quedó inacabado, dado que su tipología es más antigua que las dos iglesias comentadas hasta el momento. Fabre ha propuesto su utilización como capilla o iglesia primitiva hasta la construcción de ambas. Otra opción ofrece Giménez Aísa, quien ve indicios de la existencia de un piso superior sobre la estructura conservada, inclinándose a pensar que podría haber desarrollado la función de sala capitular. La tipología del espacio no se corresponde con un edificio religioso de gran empeño, pero ciertamente la ausencia de ventanas y la sencillez constructiva aparece en ermitas e iglesias secundarias de la zona, como San Miguel de El Frago. Tras perder su función original pudo haber sido usada como almacén o bodega, lo que explicaría los huecos a modo de hornacinas practicados en el interior de su muro oeste. Junto a esta segunda construcción encontramos abundantes restos de una antigua necrópolis medieval. Ocupando una superficie importante en la parte sur del cabezo se pueden contabilizar a simple vista más de una veintena de enterramientos. Algunos presentan todavía sus lápidas correspondientes, y otros, bastantes desgraciadamente, han sido excavados y expoliados. Varios nichos excavados han sido rellenados de nuevo, pero los que continúan vacíos dejan ver su revestimiento interno, realizado a base de losas de piedra. Las dos construcciones descritas en este apartado parecen pertenecer a dos períodos diferenciados. Las características edilicias de la nave nos hacen remontarnos a la segunda mitad del siglo XII, en fechas no muy alejadas de la instauración de la comunidad eclesiástica. Conviene advertir que esta fábrica ofrece muy escasos elementos de datación, de modo que podría perfectamente ser algo posterior. Por otro lado, la cronología para la iglesia Inacabada en la que coinciden un mayor número de expertos la sitúa en un momento avanzado del siglo XIII, si bien los referentes que le sirvieron como modelo ya estaban terminados en el entorno de 1200, por lo que convendría aproximar su datación a esta fecha. El edificio habría quedado inconcluso a partir de finales del siglo XIII o del XIV, aunque quizá siguiera siendo funcional en algún aspecto, y habría sido abandonado definitivamente con el despoblamiento de la localidad en el siglo XV.
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