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Detalle de la imposta en el interior del ábside

Identificador
31840_01_049
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 55' 25.67'' , -1º 57' 43.52''
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de Santa María de Zamarce/Zamartce

Localidad
Huarte Araquil / Uharte Arakil
Municipio
Huarte Araquil / Uharte Arakil
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
SANTA MARÍA DE ZAMARCE se encuentra en el término municipal de Huarte Araquil, al otro lado del río que le da nombre. Para llegar desde Pamplona, de la que dista 33 km, hay que tomar la autopista AP-15, o bien la N-240, hasta Irurzun, donde nos desviaremos hacia la Autovía de la Barranca A-10, que abandonaremos en la salida de Huarte-Araquil. Tras atravesar la población y el puente de piedra, a la vera de la pista que conduce a San Miguel de Aralar, en un hermoso entorno natural, veremos el templo que hoy constituye el oratorio de la “Casa de Espiritualidad Santa María de Zamartze”, inaugurado en 2005 tras una completa restauración iniciada en 2002 y dirigida por Leopoldo Gil, en la que sobresale la puesta en valor del bello interior románico y la sustitución de la cubierta de madera por otra de hormigón pintado de color oro. Núcleo habitado desde época antigua, en el subsuelo de Zamarce existe un yacimiento arqueológico con interesantes restos romanos recientemente excavados, aunque todavía no publicados en su conjunto. Mantuvo su ocupación durante la Edad Media, mucho antes de la fundación de Huarte-Araquil (siglo XIV). Las referencias documentales son muy antiguas. Se cita por primera vez como monasterio en 1007, pero el diploma es dudoso. Menos reparos ofrece el de 1031, conforme al cual Sancho el Mayor habría intervenido en una confirmación de que la decanía de Zamarce siempre había sido episcopal. De su tenor cabe deducir que el templo existía desde tiempo atrás, al menos desde el siglo X, aunque en la actual edificación ningún elemento corresponde a datación tan antigua (los únicos restos previos a la obra románica consisten en sillares anormalmente grandes ubicados en el muro norte de la edificación aneja). Las siguientes referencias documentales, de la segunda mitad del siglo XI y a lo largo del siglo XII, presentan a Zamarce como monasterio perteneciente a Santa María de Pamplona. También por estas fechas queda de manifiesto su permanente vinculación con San Miguel de Excelsis, que inicialmente dependía de Zamarce (monasterio quod dicitur Sancte Marie de Zamarce et cum sua ecclesia Sancti Michaelis de Excelsi indica el documento de 1007). Este nexo hace que los encargos de obras en ambos edificios dependan de los mismos clérigos y ayuda a entender por qué el mismo equipo de escultores trabajó en la terminación románica de San Miguel y luego bajó a esculpir los elementos ornamentales de Zamarce. En la segunda mitad del siglo XII consta la existencia de un clavero de nombre Miguel y de un capellán llamado Semén de Urra. Y se contempla la posibilidad de que allí fuera admitido algún otro clérigo. La documentación del XII permite proponer una hipotética identificación del promotor de las construcciones en Aralar y Zamarce: el abad de San Miguel de Excelsis de nombre García Aznárez de Zamarce, quien aparece en una concordia establecida con el conde Ladrón y Ortí Lehoarriz, en la que convenían el derecho de los maestros canteros y carpinteros de San Miguel a recibir queso y manteca. Y él mismo en 1125 había conseguido liberar a los collazos de San Miguel de Excelsis de trabajar en los puentes reales del valle del Araquil, para que sirvieran a San Miguel. Estas noticias avalan la iniciación de trabajos en Aralar, que culminarían con la consagración de 1141. Muy probablemente, una vez terminados, parte del mismo equipo edificaría Zamarce. La institución de la chantría en la seo pamplonesa en 1206 introdujo un cambio en la situación de Zamarce y Aralar, ya que ambos templos permanecieron en ella hasta el siglo XIX. Como dice Arigita, “con la institución de la Chantría perdió el Monasterio de Zamarce su importancia”. Las noticias disminuyen de manera muy considerable. En 1296 califican a Zamarce como iglesia mayor y madre de cuatro villas o parroquias cercanas, afirmando que en ella se recibían los sacramentos, se enterraban y llevaban los diezmos. Una concordia del siglo XIV habla de la iglesia con sus casas (palacio y casa de la cofradía), molino y tierras. Las referencias documentales entre los siglos XVI y XX no aportan novedades relevantes con respecto a la edificación románica, pero sí informan acerca de incendios e intervenciones en las casas anejas. La ermita y hacienda de Zamarce quedaron exceptuadas de la desamortización. Allí solía residir el ministro de San Miguel de Aralar. La escasa bibliografía sobre la iglesia románica se inició en el siglo XVIII. En su estudio sobre San Miguel de Aralar (1774), Burgui suponía su fundación anterior a la invasión islámica a partir del crismón y resaltaba la semejanza con San Miguel de Excelsis (“ambas fabricas de una misma edad, y especie de arquitectura”). A lo largo del siglo XIX varias publicaciones la mencionaron, siempre desde el punto de vista histórico. Ya en el XX Lampérez le dedica un par de líneas, caracterizándola como románica. Las cuestiones históricas hallaron detallado estudio en la monografía sobre Aralar de Arigita (1904), quien dejó claro que en Zamarce nunca hubo monjes benedictinos. Altadill incluyó la primera fotografía publicada del templo. Otras descripciones fueron redactadas por S. Huici y V. Juaristi. En 1932 es mencionada su similitud con edificios sanjuanistas, por lo que proponen que quizá su custodia hubiera sido confiada a los hospitalarios. Comentada con cierto detalle, concluyen su datación en “la época de Sancho el Fuerte, hacia el 1200”. En 1936 Biurrun destaca la semejanza de su ornamentación escultórica con la capillita interior dedicada a San Miguel en Aralar, lo que llevaba a proponer para ambas obras una misma autoría. Gudiol y Gaya Nuño apreciaron una derivación jaquesa. Ya en 1973, Uranga e Íñiguez abandonaron la teoría del origen monástico del templo y propusieron que habría sido la iglesia de un hospital fundado en la ruta de peregrinación a Compostela, ahora bien, en ninguno de los documentos conocidos se menciona un hospital. Ambos autores se ocuparon también del extraño macizado de las ventanas absidales, que consideraron “cerradas en una reforma, que parece muy primitiva, sin dejar huellas externas”. Coincidieron con Biurrun en relacionar el templo con San Miguel de Aralar y lo fecharon hacia 1143, supuesta fecha de la consagración de San Miguel. Otra gran aportación fue la vinculación con el taller de Maestro Esteban, arquitecto de la catedral románica de Pamplona, y la apreciación de diferencias de mano entre la mayor parte de la escultura y los canes en que reposaba la cubierta lignaria. Igualmente advirtieron la existencia en Zamarce de tallos en espiral. En 1986 M.C. Lacarra aventuró una supuesta protección por parte de los reyes de Navarra desde su fundación, que carece de apoyatura documental y aceptó una realización hacia 1140. En 1987 P. Echeverría y R. Fernández consideraron el año 1167 como término ante quem de terminación del edificio románico, a partir de lo que ellos llaman “las costumbres de Zamarce”, documento que relata el convenio de explotación de una heredad de la institución. El estudio del crismón les llevó a proponer una “avanzada cronología dentro del siglo XII. Al mismo tiempo apuntaron cierta deuda con el arte islámico. Resulta muy acertada la comparación que establecieron entre su interior absidal y el de Irache, ya que fueron los primeros en afirmar la existencia de arcos ciegos apuntados entre las ventanas macizadas, entonces ocultas por el retablo. En 2002 Martínez de Aguirre la relaciona con el eco de la catedral pamplonesa, que aquí expondremos con más detalle. Su declaración como Bien de Interés Cultural data de 1983. Santa María de Zamarce constituye un magnífico ejemplo de románico en ámbito rural, pero no es el modesto templo de una aldea de la montaña, sino que se presenta como la iglesia de nave única que con mayor fidelidad siguió el modelo de la desaparecida catedral románica de Pamplona. El diseño de la planta, con ábside semicircular, anteábside y tres tramos de nave, es el más habitual en tierras navarras. Sus dimensiones resultan algo superiores a las más usuales entre los templos parroquiales rurales, ya que alcanzan los 21,80 m de longitud interior por una anchura de 6,60 en el presbiterio y 7,30 en la nave. El alzado se realiza mediante aparejo típico del románico pleno, formado por sillares bien escuadrados de tamaño mediano. El ábside se articula en tres niveles. El inferior consta de una banqueta sobre la que se alzan ocho hiladas. Una estrecha moldura, de media caña con bocel y banda grabada, marca el comienzo del segundo nivel, el de las ventanas, constituido por siete hiladas. Es de destacar la existencia, justo en el centro del ábside, de un estrecho añadido. En las ventanas absidales aparece una de las peculiaridades constructivas de Zamarce, dado que de las tres programadas sólo la meridional se encuentra efectivamente abierta. Por el haz externo se aprecian interrupciones de la imposta ajedrezada justo en los lugares donde habría de iniciarse el rebaje para la colocación del adorno de la ventana. Por encima de la imposta se nota perfectamente la curvatura que marca el comienzo del vano axial. Todavía se acusa más el emplazamiento inicialmente previsto para la ventana septentrional: incluso se conservan los fragmentos inferiores de la moldura dentada destina a decorar la rosca. El examen de la moldura ajedrezada, que continúa por donde había de abrirse el vano, manifiesta muy leves diferencias en su factura: la original presenta tres niveles de ajedrezado y una línea incisa horizontal en el frente superior; en el tramo colocado en el espacio macizado, la talla es ligeramente más tosca y además no existe la línea horizontal incisa del frente superior. Tales diferencias son apreciables en las dos ventanas cegadas. Por encima de la línea de impostas de las ventanas, el paramento continúa otras catorce hiladas hasta alcanzar el nivel de colocación de los canecillos. En la zona absidal falla la continuidad de hiladas, lo que atestigua una edificación irregular. Un último elemento interesa señalar en el exterior del ábside: la presencia de dos contrafuertes de reducido frente y resalte, que no se corresponden con ningún elemento sustentante ni por el interior ni por el exterior. Como más adelante veremos, fueron colocados con la finalidad de evocar los contrafuertes que tuvo el modelo inspirador de este templo. Por el interior el ábside tiene tratamiento distinto. Las ventanas septentrional y axial fueron cegadas prolongando por encima las molduras ajedrezadas, que aquí no cuadran con la decoración de los cimacios. Se conservan perfectamente los dos arcos ciegos, convenientemente adornados con sus columnas en todo semejantes a las que flanquean las ventanas. Es muy significativo señalar que ambos tienen trazado apuntado, frente al semicircular de los correspondientes a las tres ventanas. El alzado absidal interior es muy parecido al exterior: ocho hiladas hasta la primera moldura, en este caso adornada mediante rosetas dispuestas a distancias constantes (algo más recargadas las de las esquinas); otras ocho entre dicha moldura y la línea de impostas de las ventanas; y por encima de los arcos, una hilada que da paso a una moldura decorada con volutas. Ventanas y arcos ciegos disponen de enmarques moldurados y una chambrana decorada con hilera de puntas semejante a la del exterior. El anteábside está formado por un tramo rectangular poco profundo. Por el exterior lo marca un leve ensanchamiento del muro, carece de molduras y dispone una estrecha saetera. Por el interior el tratamiento es muy distinto. En planta viene señalado por un ligero ensanchamiento. La saetera se abre mediante amplio abocinamiento en una ventana, adornada con los habituales columna y arco abocelado. En el muro septentrional no hay saetera, por lo que el espacio interior fue ornamentado con un arco ciego abocelado sobre columnas. El área absidal, constituida por ábside y anteábside, queda separada de la nave por dos pilastras que llevan adosadas sendas semicolumnas rematadas en hermosos capiteles. La nave resulta algo más ancha que el anteábside. Sus tres tramos se marcan exteriormente por potentes contrafuertes de sección rectangular, no todos ellos perfectamente trabados con el muro perimetral, como si hubieran sufrido reconstrucciones. El muro septentrional carece de vanos. El meridional posee la hermosa puerta abocinada y pequeños huecos abiertos con posterioridad a la construcción románica. El paño inmediato a la cabecera muestra evidentes signos de haber sido recompuesto. La pareja de contrafuertes orientales se corresponde por el interior con las pilastras y semicolumnas que separan el área absidal de la nave. La segunda pareja coincide con las ménsulas que soportaban una enorme viga en la que apoyaba la cubierta lignaria antes de la restauración. Aunque de factura algo más tosca, ambas ménsulas presentan el repertorio formal habitual en el taller. Su colocación a nivel con la imposta absidal lleva a pensar que estaban pensadas en origen para apear los arcos transversales que sustentaran la techumbre. A la altura de la tercera pareja de contrafuertes se ven por el interior pilastras distintas a las de separación de la zona absidal; sustentan un coro alto en el que no quedan restos medievales. En el hastial se conservan la puerta original y una ventana muy alterada. La puerta da paso a la casa aneja. Aunque el vano ha sufrido modificaciones y añadidos, se reconoce su diseño original de medio punto. Carece de exorno. La imposta se adentra ligeramente en el vano. Una bovedilla salva la anchura del muro, cuyos montantes disponen los correspondientes huecos para atrancar la puerta. La ventana igualmente remata en semicírculo y por su tamaño, forma y ubicación nos recuerda a soluciones típicas del románico pleno en el área navarra. Como ha quedado expuesto, la cornisa románica iba a ir apoyada en canecillos decorados que se han conservado en cierto número. Los sillares emplazados entre los canecillos están perforados por cajas de sección cuadrangular y además parecen haber sido tallados en otro momento que el resto del muro, por presentar en su superficie la sucesión de incisiones inclinadas que suele dejar la trincheta. En la tercera hilada por debajo de dichos canecillos, a lo largo de todo el perímetro fueron tallados de manera bastante tosca rebajes oblicuos claramente destinados a alojar jabalcones. Es decir, que en una época indeterminada, el sistema habitual de canes más cornisa de piedra fue sustituido por un alero de gran vuelo soportado por soleras que corrían apoyadas en jabalcones y canes de madera. Aunque la nave única y varias más entre las soluciones propiamente arquitectónicas de Zamarce pertenecen a una tipología de amplia difusión, ciertos detalles permiten afirmar su adscripción a la escuela de la catedral románica de Pamplona. Probablemente el más particular sea la articulación interior del ábside, mediante arquería en la que alternan arcos semicirculares (para ventanas) y apuntados (ciegos, puramente decorativos), unida a la del anteábside, constituido igualmente por ventana al sur y arco ciego al norte. El alzado interior de Irache alterna ventanas y arcos ciegos, como en Zamarce, con la diferencia de que en el cenobio benedictino entre las ventanas hay dos arcos ciegos; asimismo, Irache dispone de anteábside, cuyo interior despliega dos niveles de doble arquería ciega. Una de las secuelas más cercanas de este tipo es Zamarce, propiedad de la seo pamplonesa, donde el modelo se simplifica, se adapta a menor altura y anchura, de modo que se mantiene la combinación ventana-arco ciego pero se reduce a un único nivel y a un único arco intermedio. La iglesia de Zamarce fue alzada durante el románico pleno, como lo demuestra la abundancia de elementos ornamentales integrados en la construcción. La escultura refuerza visualmente los puntos fuertes del edificio, enmarca los vanos y recalca las transiciones arquitectónicas. La puerta constituye el elemento más monumental, su resalte total alcanza 6,30 m. Carente de tímpano, consta de cuatro arquivoltas. La interior descansa en los montantes (que aparecen con un delgado chaflán adornado con volutillas), directamente sobre la imposta que prolonga los cimacios de los capiteles. La rosca interior está abocelada, seguida hacia fuera por una media caña decorada por rosetas constituidas por un botón central y seis o siete pétalos con nervadura axial. Una banda adornada por palmetas de siete lóbulos nervudos, enmarcadas por dos tallos curvos, la separa de la segunda arquivolta, igualmente constituida por bocel liso entre medias cañas. La banda de separación con la tercera arquivolta se ve recorrida por una red de rombos. La tercera arquivolta es idéntica a la segunda y va seguida de banda decorada con roleos. La cuarta y última arquivolta, idéntica a las anteriores, está enmarcada por una moldura exterior de tres hileras de billetes. Las arquivoltas segunda, tercera y cuarta apoyan en capiteles, que numeraremos de izquierda a derecha. El primero presenta dos cabezotas monstruosas, como de oso, una en el vértice central superior y otra en el que mira al interior del templo. De sus bocas brotan tallos que se entrelazan en el centro de las caras para rematar en florones digitados o en hojas lobuladas. El segundo dedica ambas caras a un tallo que describe tres vueltas de espiral, terminado en hojas digitadas. De la vuelta interior brotan otros tallos que pasan por encima y por debajo de las espirales para culminar en las esquinas en hojas digitadas o en trifolios asimétricos. El tercero está formado por grandes hojas hendidas situadas en los ángulos, que rematan en volutas acaracoladas y presentan bordes perlados; entre las tres hojas se alza un tallo también perlado que remata en trifolios asimétricos. El cuarto despliega en los ángulos unas particulares hojas de bordura interior perlada, que terminan en múltiples tallos rematados por botones cruzados con los de la hoja que le hace pareja. En el espacio que queda entre ambas figuran volutitas. Las hojas de los extremos son algo distintas, también rematan en tallos abotonados, pero una de ellas se ve festoneada a todo lo largo por hojitas nervudas. En el eje de cada cara hubo hojas lisas picudas sobre bolas. El quinto muestra un diseño vegetal cordiforme invertido, perlado, de cuyo centro brotan cuatro tallos entrelazados y rematados en botones. Los vértices vienen ocupados por hojas lisas picudas que acogen bolas. Y el sexto desarrolla un entrelazo de tallos triples que alterna senos amplios con estrechos y remata en la parte superior en hojas digitadas nervadas. Los cimacios siguen dos diseños. Sobre los tres primeros capiteles se despliegan roleos de tallos triples de los que brotan trifolios asimétricos entrelazados. Sobre los del otro lado también corren roleos de tallos triples, de los que en este caso nacen las tan conocidas hojas digitadas. La ventana meridional del ábside dispone de dos capiteles, el de la izquierda muestra hojas hendidas festoneadas y de reborde interno perlado, rematadas en botones con pétalos nervudos. En el de la derecha las perlas quedan entre las hojas hendidas y las hojitas festoneadas. Empezaré la descripción de los motivos del interior por los capiteles del arco de embocadura de la zona absidal. El septentrional desarrolla un entrelazo de lazos triples que rematan en volutas en las esquinas y dejan espacio para alojar bolas en el seno de cada entrecruzamiento. Su cimacio se adorna con volutas espaciadas. El meridional está dedicado a hojas hendidas rematadas en volutas acaracoladas, con rebordes perlados. En el interior de cada hoja aparecen a su vez hojitas de seis lóbulos. El cimacio es idéntico al de su pareja. El arco ciego septentrional del anteábside muestra en su capitel izquierdo entrelazo de tallos triples en cuyos senos asoman hojitas. El derecho está ocupado por grandes hojas lisas de remate picudo triple. Un abanico abotonado adorna las esquinas de ambos cimacios. La ventana septentrional está macizada. El capitel izquierdo del arco ciego que ocupa el espacio entre ella y la ventana axial tiene un sencillo entrelazo de tallos triples que alojan hojas picudas sobre bolas; el capitel derecho, esbeltos tallos de hojas paralelas rematados en bocas. La ventana axial también carece de capiteles. El siguiente arco ciego apea en capiteles con hojas grandes de reborde perlado rematadas en volutas y hojas lisas hendidas superadas por lo que parecen ser hojitas nervadas. Y la ventana absidal meridional consta de un capitel con grandes hojas de rebordes perlados rematadas en abanicos abotonados y otro con lancetas muy sencillas con nervio axial. Todos los cimacios muestran abanicos abotonados en las esquinas. En la ventana meridional del anteábside, el de la izquierda dispone hojas lisas picudas rebordeadas y el de la derecha tallos con hojitas paralelas rematadas en hojas picudas sobre bolas. Uno de los cimacios tiene el típico abanico abotonado de esquina y el otro un diseño estrellado poco definido. Por último, las ménsulas en el centro de la nave reparten su superficie en tres registros. La septentrional muestra abajo una hilera de bolas, en medio una sucesión de lancetas abiseladas y arriba tres niveles de billetes. La meridional resulta menos plástica, aunque también decore la parte inferior con hilera de bolas, el centro con lancetas nervadas y la superior con red de rombos. La cornisa de la portada tuvo seis canecillos, muy deteriorados. Se reconocen una cabeza humana, aves y restos de animales. Entre los centrales figura un sencillo crismón muy estropeado, pues ya antes de la restauración carecía del tercio superior y en la actualidad apenas conserva elementos. A lo largo de la cornisa se despliega un número irregular de canes decorados con cabezas y figuras humanas, aves, barril, voluta, “alcachofa”, roseta globulosa de pétalos nervudos, cabeza leonina y muchos otros lisos en nacela. El repertorio coincide con el de otras iglesitas románicas derivadas de la catedral. Ciertamente no existen dos capiteles iguales; juegan con un repertorio de formas procedente de la catedral pamplonesa, de origen languedociano, que combinan a su gusto evitando reiteraciones. Los tallos en espiral tienen idéntica procedencia pero su presencia en Navarra tiene fecha más tardía, la del taller que labró los capiteles del claustro de la catedral hacia 1130-1140. La conjunción de ambos nos confirma una cronología en la década de 1140-1150. Pero tanto unos como otros fueron ejecutados por artistas de segunda fila que había aprendido las formas y las trataban con cierta sequedad y aplanamiento (se trata de una degradación habitual en el románico, que no hemos de confundir con influencias islámicas). Aun dentro del mismo repertorio se distinguen dos maneras de trabajar, una más plástica, que gusta de recalcar los volúmenes, y otra más aplanada, a menudo correspondiente a motivos más sencillos. No es difícil concluir asignando estas diferencias a dos manos distintas. El modo menos plástico coincide con la menor capacidad advertida en quien completó las molduras y las ménsulas tras la reconstrucción a raíz del desplome y fractura de lo construido. Se aprecia una significativa cercanía formal entre algunos capiteles de Zamarce y otros de San Miguel de Aralar. Concretamente vemos en el santuario idénticas hojas hendidas perladas, idénticos abanicos rematados en botones, tallos triples entrelazados con motivos vegetales en su interior, tallos festoneados de hojitas nervadas paralelas, picos sobre bolas, volutas acaracoladas, cimacios solamente adornados en las esquinas con motivos vegetales, etc. Pero apenas hay capiteles iguales en el conjunto Aralar-Zamarce, lo que confirma el sistema de trabajo del taller. Los paramentos se ven salpicados de marcas de cantero, más de ocho señales diferentes, varias de ellas con ligeras variantes que no permiten asegurar que correspondan a dos maestros distintos. Para identificarlas las denominaremos mediante la letra de nuestro alfabeto que se les asemeja. En el ábside aparecen una J de trazo doble, una cruz sencilla de brazos iguales (también en el anteábside y en los contrafuertes meridionales), A, X (también en los contrafuertes meridionales segundo y tercero, y en la jamba oriental de la puerta; en otros casos aparece redondeado, como un 8), T (asimismo en el muro meridional del anteábside y en los dos contrafuertes meridionales extremos) y una especie de M cursiva. La P aparece en el relleno del primer tramo meridional de nave, en el contrafuerte meridional central y en ambas jambas de la puerta; el círculo con variantes se despliega por el primer tramo meridional de nave y en los dos contrafuertes que flanquean la puerta; y la I en las jambas de la puerta. La abundancia de cruces sencillas emplazadas en las hiladas inferiores quizá se deban a enterramientos (en algún caso incluso figuran dos de estas cruces en el mismo sillar). Comparadas con otras del románico navarro, sólo una es semejante a las identificadas cuando se realizaron las excavaciones de la catedral de Pamplona y se encuentran claras semejanzas con algunas de San Miguel de Excelsis. Podemos suponer que sólo una parte del equipo que había colaborado en la terminación románica de Aralar bajó luego a Zamarce, por lo que vinieron otros canteros a completar el taller. Tratemos ahora de reconstruir el proceso constructivo, teniendo en cuenta el extraño macizado de las ventanas absidales. La iglesia fue proyectada hacia 1140 por un maestro conocedor de la catedral de Pamplona, que contó con la colaboración de al menos ocho canteros. En una primera fase, alzaron buena parte de los muros perimetrales. Se había pensado en el abovedamiento del área absidal, pero no es seguro que hubiesen determinado el de la nave, ya que no existen vestigios de soportes intermedios destinados a apear el correspondiente fajón. La bóveda sobre el ábside empezó a montarse, quizá incluso fue concluida, pero muy pronto la estructura se abrió y los muros se vieron afectados por un leve desplome que todavía perdura y que provocó una grieta en el eje. Resulta verosímil que incluso cayeran al suelo y se fracturaran algunas piezas (ello explicaría que no se reemplearan las molduras del arco de la ventana oriental y sí las de la septentrional) Sin embargo, no fue a más y los constructores decidieron proceder a una reparación de urgencia. Desmontaron la bóveda y el paño central del ábside, macizaron las ventanas oriental y septentrional, y rellenaron los huecos con pequeñas piezas labradas al efecto. Ante el dilema de cómo cubrir el edificio, parece que la opción adoptada fue deshacer el abovedamiento hasta la altura donde deja de ejercer empuje lateral y colocar una cubierta de madera, sustituida al menos dos veces a lo largo de la historia.