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Detalle exterior de una ventana del ábside

Identificador
31522_02_098
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Luisa Orbe Jaurrieta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María de la Caridad

Localidad
Tulebras
Municipio
Tulebras
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
EL LUGAR DONDE SE ASENTARON definitivamente las monjas cistercienses era conocido como la “casa romana” y cumplía los requisitos de aislamiento, emplazamiento en llano y proximidad a un curso de agua, que recomendaban los monjes blancos para sus fundaciones. Es muy posible que, realmente, existiera una construcción de época antigua, de la que quedarían vestigios todavía en la zona del actual museo, lo cual no hace sino confirmar la fuerte romanización de la comarca. Todo lleva a pensar que en los inicios acondicionaron dicha casa para vivir, y a partir de ella levantar las distintas dependencias monacales, necesarias para la dignidad de la vida conventual. Hoy Tulebras es un complejo monástico que responde al programa de necesidades propias de una institución de estas características, aunque en versión sencilla, con su cerca de obra aislándola del entorno y los elementos fundamentales singularizados en la iglesia, el claustro y, en el ámbito de éste último, la sala capitular. Sin embargo disfrutar del monasterio actual ha sido labor de muchos siglos. Es importante subrayar que las monjas de Tulebras nunca poseyeron un gran patrimonio, lo que les impidió construir un monasterio de fábrica sólida y duradera como los mencionados de varones. Todo los beneficios que fueron acumulando en los primeros años los dedicaron a construir la iglesia abacial, y probablemente la sala capitular, considerados los espacios nucleares de los monasterios cistercienses, aunque sólo subsiste de época medieval el templo. El resto se fecha ya en la Edad Moderna. Desde mediados de la década de 1960 en el monasterio se han sucedido distintas campañas de restauración, comandadas por las propias monjas, que han afectado tanto a las dependencias como a la iglesia. En las actuaciones realizadas se ha buscado devolverle su original aspecto medieval, cuyo resultado apreciamos hoy. El templo consta de nave única, en cuya fábrica se utilizó el sillar. De su exterior sólo es visible al visitante el muro norte que da al compás. El muro sur, como es habitual en la arquitectura monacal, se alinea con el claustro, mientras que el de los pies se yuxtapone a dependencias conventuales y la cabecera da al huerto de clausura. El lienzo norte, muy restaurado, se articula con contrafuertes y en la cornisa aparecen una serie de modillones lisos. Queda también patente la obra de la bóveda tardogótica. En cuanto a los accesos al templo desde fuera del recinto conventual sólo existe una entrada lateral, pues debido al restringido culto público de una comunidad femenina se podía prescindir de la portada a los pies, presente en las abadías masculinas. En efecto, esta puerta, muy reconstruida, se abre en el muro norte en el tramo inmediato a la cabecera; dibuja un arco de medio punto con cuatro arquivoltas de diseños variados: la interior con baquetón de esquina; las dos intermedias, con dobles baquetones separados por media caña, y la exterior otra vez con baquetón flanqueado por media caña y la chambrana decorada con hojas cuatripétalas. Varias dovelas de la puerta están rehechas a causa del progresivo deterioro. Las columnas en las que apoyan las arquivoltas asientan en un alto podium, constan de basa circular con garras o bolas, fuste cilíndrico (dobles bajo el arco interior, evidencia de una cronología cercana a 1200) y capitel con cimacio liso. Casi todo es producto de la restauración. La decoración se centraba en los capiteles, que a nosotros han llegado muy deteriorados, por lo que algunos se han repuesto, pero se adivina que los motivos dominantes eran vegetales esquematizados en forma de palmetas, hojas grandes lisas y otras hendidas festoneadas. Los dos externos, aunque recrean temas de tradición románica, son nuevos y los siguientes han sido sustituidos por bloques lisos. Sólo son originales los dos interiores, que coronan columnas pareadas; aunque muy perdidos, se aprecia que fueron decorados con hojas hendidas y palmas, con técnica de esbozo. Esta portada mide 1,40 m de vano y 3,70 de frente. A finales de los años setenta del siglo XX el exterior del ábside circular, sólo visible desde los jardines de clausura, fue también muy restaurado. Antes de la intervención estaba articulado por cinco potentes contrafuertes (el sexto estuvo donde se abre la capilla de San Bernardo), como era habitual en las construcciones contemporáneas y evidencian los cenobios de La Oliva o Fitero. Pero al aparecer en el transcurso de las obras vestigios de fustes que recorrían los muros hasta la cornisa, se optó por su reconstrucción en sustitución de los estribos, con lo que el ábside ganó en ligereza. Únicamente se mantuvo el contrafuerte orientado al sur, pues ese muro es el que muestra un pandeo más acusado. Las esbeltas columnillas descansan en podium cúbico y basa circular y terminan en capitel vegetal inspirados en la estética cisterciense del momento. Sin embargo sólo es original el del lado norte en el que se adivinan palmetas avolutadas y piñas. En este muro, en torno a la ventana, se repite una marca de cantero similar a unos anteojos invertidos. A la altura media del ábside, en el muro axial y en los laterales, se sitúan tres ventanas de medio punto con finas columnas. El deterioro de los capiteles no impide confirmar que se terminaron tallando motivos de flora, palmas, hojas hendidas y otras vueltas en bolas, recurrentes en el momento y conforme con la interpretación esquemática habitual de la época y al gusto austero cisterciense. En general esta ornamentación vegetal es de muy escasa calidad. Encima del ábside medieval sobresale la fábrica de ladrillo de la cubierta del siglo XVI. Como es usual en estos complejos monásticos, el muro sur de la iglesia, en el que se marcan los contrafuertes, sirve de cierre a la crujía norte del claustro. En él se abren dos puertas a la iglesia, una en el tramo anterior al presbiterio y la otra a los pies. La primera, más elaborada, es de medio punto con dos arquivoltas baquetonadas entre medias cañas. Mide 1,46 m de vano y 5,42 de frente. Los fustes cilíndricos se alzan sobre podium corrido y basa circular con garras. Los capiteles presentan distintos motivos tallados. En el exterior de la izquierda distinguimos un rostro humano muy esquemático en el ángulo y en los frentes estrías ondulantes. El siguiente se adorna con una hoja hendida entre tallos avolutados en los frentes y piña en la esquina. Estos tallos recuerdan, en diseño más elaborado, a un capitel de Eristain. En el lado derecho el capitel externo representa temas florales muy abultados, mientras que en el interior se superponen palmas y palmetas. La puerta de los pies, mucho más sencilla, consiste en un simple arco de medio punto liso con dovelas. En esta zona aparece una estrella como marca de cantero, que se repite a los pies de la nave. También se identifica una A tumbada. En la panda oriental se conserva una arquería de medio punto que pudo pertenecer al acceso a la primitiva sala capitular, hoy desaparecida. La actual es moderna. Pasando ya el interior del templo abacial, encontramos una prolongada nave de 34,28 m de largo y 7,04 de ancho, con ábside semicircular. Las dimensiones no son nada despreciables en comparación con las iglesias tardorrománicas de nave única más frecuentes, pero de todas formas contrasta con la amplitud espacial de las tres naves normales en los monasterios masculinos de la orden. Esta diferencia viene dada por las distintas necesidades de culto que tienen la rama masculina y la femenina. Ya a primera vista llama la atención la desviación del eje, que algunos han explicado porque la construcción de la iglesia estuvo condicionada por la primitiva “casa romana”, donde suponemos se alojaron las monjas al llegar. Su espacio se divide en cinco tramos más la cabecera semicircular y profunda, que se articula con medias columnas adosadas a pilares, que son enteras en el arco triunfal. Al despojarle del acabado de enlucido que presentaba desde el barroco, fue precisa una intervención radical también en el interior, siempre con la idea de retornar al ámbito original de un templo cisterciense. Así la cornisa moldurada que recorre el muro es nueva al igual que los capiteles de la nave que reproducen la estética esquematizada y sobria del Cister, pues están inspirados en algunos del cercano monasterio de Veruela. La espléndida bóveda estrellada que la cubre es obra del siglo XVI, pero sustituyó a la original de medio cañón apuntado. El interior recibe la luz de las tres ventanas abocinadas de la cabecera, sustentadas en columnas, cuyos capiteles de temática vegetal sí son originales. Los de la ventana norte reproducen uno labores de trenzado y el otro ondas helicoidales; en la ventana axial uno es liso y el otro muestra palmas; por último, la del muro sur repite en uno las ondas ascendentes y en el otro vemos palmas y piñas. En este muro, ya en la nave, se abre un rosetón encima de la puerta principal al claustro, y en lo alto de cada tramo ventanas abocinadas de distinto tamaño. Al norte las ventanas se reducen a los dos tramos próximos a la cabecera, mientras que a los pies se colocó un gran rosetón, de perfil baquetonado entre medias cañas, cuyo interior se decora con piedras talladas. Los temas de rosetas y cuadrifolias son frecuentes en la época, en tanto que evocan al románico más imaginativo las figuras entre las que se reconocen: un ser simiesco, un personaje con atuendo talar y libro entre las manos y por último un diablillo. Otra conexión con la escultura de Eristain la observamos en el personaje, ya que recuerda al representado allí, pero en Tulebras adquiere mayor corrección y dignidad. De todas formas, estos parecidos quizá estén basados en la falta de pericia de dos canteros poco diestros a la hora de reproducir motivos habituales en los repertorios de la época. No todo el rosetón es visible ya que la parte baja queda oculta por la trompetería del órgano. En la parte inferior derecha del muro de los pies existe una pequeña puerta de arco rebajado que en tiempos comunicaba con el dormitorio de las conversas. En ella volvemos a encontrar la marca de la estrella. En el presbiterio se conserva el altar original de piedra cuya ara está sustentada por cuatro columnas esquineras y una central. Son cilíndricas y apoyan en plinto cúbico, alguno muy deteriorado, y basa, y las coronan capiteles vegetales. Su técnica sucinta y abocetada es la propia de los maestros secundarios del momento y entre los temas elegidos se distingue hojas hendidas, palmas, palmetas y piñas, así como bolas y volutas en los ángulos. El sistema constructivo de la iglesia de Tulebras, en el que domina la austeridad y simplicidad, participa de las novedades introducidas por los monumentales monasterios cistercienses, y como en ellos los motivos ornamentales, muy escasos, se reducen a lo vegetal, siempre tratados esquemática y sumariamente. Con todo ello se ponían en práctica las recomendaciones de San Bernardo referidas a los templos. Su construcción pudo tener lugar durante el último cuarto del siglo XII, prolongándose quizá hasta los primeros años del siglo siguiente, coincidiendo con un momento de mayor desahogo económico, tras la fundación. El hecho de que existiera en 1221 la cofradía de San Benito con sus propios estatutos, redactados durante el gobierno de la abadesa Toda Mómez (1213-1240), parece indicar que el culto en el monasterio ya estaba muy organizado. La abadía conserva la que se tiene como imagen titular y fundacional de Nuestra Señora de la Caridad, si bien hoy no preside la iglesia, ya que en su lugar lo hace otra talla de la Virgen, obra del siglo XIV. La original la guardan las monjas en clausura. Una profunda restauración que sin duda afectó también a la policromía, ha desvirtuado su aspecto primero, sorprendiendo hoy por su candidez y sencillez. No se ha repuesto el brazo izquierdo del Niño. Llama la atención por su reducido tamaño, 43 cm de alto, 12 de profundidad y 15 de ancho, y su formato fusiforme estrecho y alargado. La talla repite la iconografía románica enriquecida con rasgos humanizadores, patentes en la relación que la madre mantiene con el hijo a través de las manos que le sujetan, por lo que se incluye dentro del grupo denominado por Fernández-Ladreda “vírgenes sustentantes”, en este caso con las dos manos sujetando a Jesús, una en la cintura y la otra en el hombro. Se representa a María sedente y frontal con el Hijo sentado en el centro de su regazo, también de frente. El atuendo en María está compuesto por velo, manto y túnica y en el Niño sólo por túnica. Está tratado con extremada simplicidad, sin plegados ni volumen, con la peculiaridad de contar con muy amplias bocamangas que dejan ver la camisa. Los extremos del manto se unen en un broche por delante del cuello y luego se abren en un triángulo que enmarca al Hijo. La misma simplicidad alcanza a los rostros, de expresión ingenua incluso dura en la Madre. Cronológicamente se sitúa entre finales del siglo XII y comienzos del XIII. El monasterio de Nuestra Señora de la Caridad de Tulebras fue declarado Bien de Interés Cultural en 1994.