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Capiteles del lado izquierdo de la portada norte

Identificador
31494_04_016
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

Localidad
Olleta
Municipio
Leoz
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA PARROQUIA DE LA ASUNCIÓN se enclava en un hermoso entorno, enmarcado por dos brazos del río Sánsoain. El soto boscoso acompaña al templo en la parte más baja de la hondonada que acoge al reducido caserío. Son dos los puentes que permiten al acceso a la plataforma de la iglesia, uno por el Sur y otro por el Norte. Este último, comunicación natural con el centro del pueblo, es de origen medieval y se asocia a un pasadizo que se abre a la fachada norte del templo. El conjunto resulta bello y pintoresco. En la Edad Media, la iglesia debió de estar vinculada a la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, al igual que otros templos del valle a través de las encomiendas de Leache e Iracheta. Durante los siglos XVI y XVII se realizaron diversas obras de conservación que terminaron en el siglo XVIII con la construcción sobre su hastial occidental de la casa del abad. En 1956, en el curso de la limpieza de la capa de cal que decoraba el interior, se encontraron interesantes pinturas murales góticas que fueron trasladas al Museo de Navarra. Durante el año siguiente se llevaron a cabo las obras de restauración del entorno, retirando algunos edificios y estancias de su perímetro. En planta muestra nave de cuatro tramos con presbiterio de cierre semicircular. El ábside, más estrecho que la nave, está conformado por dos espacios unidos en continuidad: un preámbulo rectangular y el cierre cilíndrico propiamente dicho. Como Cataláin, Echano y Orísoain, también la Asunción de Olleta presenta unas dimensiones generosas para su tipología, acercándose a los 20 m de longitud por algo más de 6 de anchura. Destaca la profundidad de los pilares que acogen a los fajones y formeros del cimborrio; se aproximan a los 2,5 m, mientras que la luz máxima de los fajones es aquí de unos 3,5 m. Por contra, la nave se planea sin contrafuertes, consiguiendo un espacio más diáfano y claramente diferenciado. Sus muros, con aproximadamente un metro de grosor, son como en Cataláin relativamente finos, sobre todo teniendo en cuenta la ausencia de contrafuertes. La fisonomía exterior de la Asunción de Olleta nos va a deparar un buen número de sorpresas, algunas de difícil justificación. Su fachada norte da a una amplia plaza ajardinada a la que se abre la portada situada en el último tramo de la nave. El ábside, por su lado meridional lleva adosada la sacristía. Junto a ella, diversas construcciones y viviendas ocultan el resto de su perímetro. La torre de los pies y el cimborrio de ladrillo son el resultado de sucesivas reformas e intervenciones. Los paramentos están resueltos con sillares de arenisca perfectamente escuadrada y bastante regular. Mayoritariamente conforman hiladas continuas y compactas hasta alcanzar las cuatro últimas, donde se observa un evidente recrecimiento por encima de la primitiva línea de canes. Para hacernos una idea de cómo era la articulación del tejaroz primitivo debemos observar las partes altas del muro meridional desde el tramo recto del ábside hasta el arranque de la torre. Oculto por los tejados de los casales perimetrales se conserva el tejaroz primitivo con su correspondiente línea de canes. En una disposición muy original, éstos se embuten en el muro en alternancia con un sillar rectangular con un breve medio punto horadado en el centro de su mitad inferior. Da la impresión de que en la parte del ábside visible se retiraron los canes, cegándose con argamasa tanto el hueco que dejaban, como los breves arquillos que entre ellos se intercalaban. El muro norte, cuyo tejaroz primitivo debía de ser una o dos hiladas más alto, no ha conservado ningún resto de esta configuración, que fue sustituida por una doble línea de sillares muy finos. El recrecimiento del muro por el lado sur, no visible desde la calle, utilizó sillarejo en lugar de los sillares escuadrados. Este uso de mal aparejo en lugares ocultos parece definir una obra posterior a la construcción de la sacristía, relacionable quizás con los trabajos de cantería documentados a partir de 1600. Todo el recrecimiento se remata mediante una moldura ajedrezada, que probablemente integraría el primitivo tejaroz. En consecuencia, por el lado meridional se ha conservado la línea de canes primitiva. Subsisten, en mejor o peor estado, una veintena que repasa algunos de los temas y figuras habituales. De Este a Oeste, los cinco primeros se encuentran en el ábside: un águila de buena labra con sus tarsos y plumas perfectamente diferenciados; lo que parece un león devorando a otro animal; relieve de hojas con tallos diagonales; para terminar la serie, dos más, también vegetales, tratados con volumen. Ya en el muro de la nave, la serie continúa con un repertorio igualmente variado y conocido: hombre que se echa la mano al cuello, cabezota monstruosa, taqueado, hombre con delantal, lo que parece un oso con algo en la boca, hombre barbudo orinando, taqueado, hombre con saquete al cuello, voluta volumétrica, toro, cabeza de animal y un pájaro con cabezota monstruosa. El muro norte es el único de todo el perímetro visible que utiliza sillares de dimensiones notoriamente irregulares. Vamos a detenernos un poco en valorar sus detalles. Las hiladas muestran una clara continuidad en la unión con el ábside. En sus partes bajas (cuatro primeras hiladas visibles) esa homogeneidad es patente, incluso en el paramento adelantado de la portada. Las irregularidades se acentúan a partir de una línea vertical que escalonadamente nace por abajo, a unos dos metros del ábside, y a sólo uno por arriba. Esta línea escalonada parece señalar un cambio de obra, el final de un primer impulso constructivo y el inicio del segundo. Esta compartimentación de los trabajos seguiría las pautas habituales, concentrando el primer impulso constructivo en la cabecera, cimentación y primeras hiladas del perímetro y puerta de acceso. Después abundaremos en este tema. Como es habitual, el cilindro absidal acumula buena parte del impacto plástico del edificio. Muestra tres pequeños vanos de medio punto y doble arco liso, con un vierteaguas de moldura ajedrezada como único recurso decorativo. Simétricamente dispuestos, son cuatro los contrafuertes prismáticos que compartimentan el alzado. Su remate es poco menos que curioso. A la altura de los arcos se observa un brevísimo escalonamiento; y a una hilada sobre los vierteaguas organizan un remate en base a dos pirámides truncadas que, a modo de elevado basamento, rematan en cuatro basas de diseño también peculiar. Con toro, caña y toro de nuevo, reproducen una composición presente, por ejemplo, en las relativamente cercanas San Andrés de Aibar o el Santo Cristo de Cataláin. Curiosamente, el estribo en general, y su remate en particular, se asemejan a sus correspondientes en Cataláin, si bien allí no llegan a alcanzar la altura de los vanos. ¿Recibirían estas basas su fuste correspondiente? Es de suponer que sí. Da la impresión de que sobre ellas no se dispuso canecillo, por lo que con sus oportunos capiteles, formarían parte también de los soportes del tejaroz. Así se articula, por ejemplo, la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria). ¿Se libra la portada de irregularidades? No, por supuesto. Como el muro vecino, el paramento avanzado sobre el que se organiza su breve abocinamiento no tiene un remate con alero propio como es habitual. Alcanza la imposta taqueada superior a través de un enlace trapezoidal. Esta evidente asimetría compositiva, probablemente sea consecuencia de la propia historia constructiva del edificio por esta parte. Pero veamos ya cuáles son las características de la bella portada de la iglesia. Dado que el muro no es muy grueso, y tampoco lo es el paramento avanzado, el abocinamiento del hueco se salva mediante sólo dos arquivoltas. Muestran un perfil moldurado a través de bocel angular, medias cañas y listel. Todas las molduras son lisas, excepto las medias cañas de la exterior, decoradas con bolas y flores; igualmente es liso el vierteaguas. Apean sobre dos pares de columnas acodilladas, de fuste liso e interesantes capiteles con decoración mayoritariamente vegetal. Curiosamente el diseño de las basas es similar a las descritas sobre los estribos del ábside. Una imposta de listel y tacos subraya, a modo de cimacio, el encuentro entre arcos y capiteles. En el centro queda el tímpano, con un elaborado crismón trinitario, sobre portantes rectos y zapatas. El crismón es más rico de lo habitual. Se organiza mediante dos círculos concéntricos, más ancho el exterior, que acogen en su corona cuatro cruces patadas orientadas y simétricas. Estas cruces, que recuerdan al emblema de los sanjuanistas, la hacen única; también que tanto las cruces como las letras están tratadas con espíritu ornamental y generosas dimensiones. Igual que otros elementos de la portada, conserva restos de policromía. Como es habitual, la mayor carga estilística está en los cuatro capiteles. Sus características son homogéneas. Se organizan mediante dos niveles de vegetación. Las hojas inferiores, festoneadas, hendidas y rellenas, curvan sus picos para acoger bolas. Los tallos superiores se avolutan en los vértices superiores en torno a bolas, quedando en los centros caras o discos. Los dos niveles de vegetación se unen mediante un vástago que queda exento y supone casi una marca de clase dentro del ámbito comarcal de la Valdorba. Recientemente J. Martínez de Aguirre ha observado esta solución en uno de los capiteles de la antigua portada románica de la catedral de Pamplona. Todas las peculiaridades descritas en el exterior del templo anuncian un volumen interno rico, variado e interesante. De hecho, entre otras cosas vamos a observar tres tipos distintos de bóvedas, dos grupos de soportes y un interesantísimo conjunto de capiteles, todo dentro de un espacio de luces muy contrastadas y volúmenes claramente jerarquizados. Presbiterio, cimborrio y nave se nos muestran como tres unidades equilibradamente superpuestas. Empecemos por el presbiterio. Al cilindro absidal se abren las tres ventanas simétricas de abocinamiento liso. Otra similar, cegada, se abría a la nave por el Sur. Tanto ábside como anteábside se cubren con una bóveda de cañón rebajada que se convierte en horno para el cilindro de cierre. Sus sillares, tras unas primeras hiladas talladas a escuadra, van reduciendo su anchura y dejando su cara externa sin escuadrar; este aparejo, que también define las demás bóvedas del templo, es característico de paramentos que debían ir lucidos y pintados. Entre muro y bóveda, el ábside acoge una imposta decorada con finos roleos con hojitas de cuatro lóbulos, que conserva buena parte de su policromía. Continúa hasta alcanzar los primeros pilares. En las esquinas aparecen sendas cabecitas monstruosas de las que nacen los tallos y caulículos. Como veremos más adelante, esta imposta tendrá continuidad en los cimacios de los capiteles de los citados pilares. El elemento arquitectónico más peculiar de edificio es el cimborrio. Como ya hemos visto en el estudio planimétrico, lo sustentan cuatro pilares prismáticos con semicolumnas adosadas, hoy recortadas en dos tercios de su altura. Para conformar el rectángulo de su base, se erigen en los lados largos dos gruesos fajones de medio punto. Los lados cortos reciben una articulación doble: dos profundos formeros apuntados parten de los pilares sin alcanzar sus ápices la línea de impostas; sobre ellos, de los capiteles occidentales nacen sendos arcos de cuarto de círculo que alcanzan las enjutas del fajón oriental. Ya está erigido el cuadrado. Las trompas lo convierten en octógono, y el octógono, tras una imposta lisa, se cierra progresivamente hasta conformar una la cupulita semiesférica de hiladas concéntricas, restaurada mediado el siglo XX. La nave, por su parte, se cubre con una bóveda de cañón apuntado que sorprende por su luz y por la aparente ligereza de sus elementos sustentantes. Está reforzada por dos arcos fajones simples que apean sobre semicolumnas adosadas directamente al muro (recordemos que no tiene contrafuertes exteriores). En la bóveda del tramo de los pies se conserva la huella del primitivo acceso al cuerpo de campanas, al que se subía por medio de una escalera de mano. De los ocho capiteles del templo, los dos más orientales son figurados, mientras que los demás se ajustan al tradicional repertorio vegetal. Estos últimos muestran características homogéneas, si bien la calidad de su labra se va reduciendo hacia occidente, de tal forma que, aunque los repertorios son los mismos y la composición general uniforme, pierden volumetría, profundidad de talla y detallismo. Vamos a comenzar por los dos interesantes capiteles historiados del toral del presbiterio. Ambos conservan restos apreciables de su policromía y organizan sus escenas sobre un fondo de grandes volutas que asoman en las esquinas superiores. El meridional presenta a dos personajes, uno en cada esquina, que sujetan saquetes anudados a sus cuellos. Tras ellos, parejas de demonios de orejas picudas, cara felina y garras les azuzan con picos y lancetas. Los avaros asoman sus pies sobre el collarino del capitel, mientras que los demonios se enganchan con sus garras a bolas o botones prominentes. Las mangas de los condenados muestran ricos brocados de pedrería, lo mismo que la correa de la que penden sus “riquezas”. ¿Y sus rostros? Ojos prominentes y almendrados, con párpados resaltados, pupilas buriladas, narices anchas y no demasiado prominentes, frente breve, pelo trabajado a base de incisiones paralelas, boca recta con comisuras marcadas y rostro de composición triangular. Remata el capitel un elaborado cimacio, continuación de los roleos absidales, que lleva dos parejas de leones muy estilizados que comparten cabeza esquinada. Frente a él, en el otro capitel, podemos ver a tres hombres, uno en cada cara y el de la frontal a eje, que parecen sujetar a sendas fieras (leones o similar) mientras intentan devorar a otros dos hombres. En las esquinas del capitel, éstos aparecen en cuclillas, con las fieras sobre sus hombros y las fauces mordiendo sus cabezas. Los barbudos laterales, además de sujetar a las fieras, agarran uno de los brazos de las víctimas, como acompañándolas. Las características faciales son similares a las ya descritas. Como en el otro capitel, todos los personajes asoman sus pies sobre el collarino. El cimacio lleva de nuevo leones, esta vez cazando ciervos. Da la impresión de que, como en otros templos de su mismo contexto geográfico y cronológico, nos encontramos ante el tema genérico de la iglesia y la práctica religiosa como salvaguarda de las almas ante las amenazas que les acosan. La imposta que sigue, bajo el cimborrio, muestra media caña y listel lisos. Nos lleva hasta el siguiente par de capiteles. Con ellos se inicia la serie de repertorios vegetales. Con una articulación de dos niveles, el inferior presenta las conocidas hojas simétricas festoneadas, hendidas y rellenas, que nacen del collarino y curvan hacia afuera; sobre gruesos tallos se avolutan en las esquinas dejando en los centros flores, caras o rosetas. Todos ellos muestran el vástago de unión entre los dos niveles, tan característico de la zona. En general sus rasgos son similares a los de la portada. Sus cimacios van siempre decorados, los cuatro más orientales con bolas, los de los pies con tacos. En el pilar sureste del cimborrio se conservan restos de una imposta con bolas, que para el resto del edificio es sustituida por la citada moldura lisa. Con las peculiaridades descritas, la historia constructiva del edificio se nos presenta tan interesante como compleja. En una primera campaña se erigió el ábside con los pilares más orientales del cimborrio, sus capiteles y arco fajón, el resto del perímetro mural y la portada. Da la impresión de que también se realizaron entonces algunos capiteles y molduras. El proyecto inicial, como en Cataláin o Echano y otros edificios de la comarca, pretendía construir un templo de nave única con cimborrio ante el presbiterio y nave con cubierta de madera a dos aguas sobre dos arcos diafragma. De ahí la ausencia de contrafuertes y pilares para los soportes de la nave. Como ocurrió en otros casos, el edificio no se terminó siguiendo este proyecto. No obstante, la continuación de las obras de Olleta fue la más fiel con el plan inicial, ya que erigió el cimborrio alterando la articulación inicial de los formeros, que adquirieron dos niveles con perfiles apuntados en el inferior. Observamos, pues, un evidente progreso cronológico entre fajones y formeros. Es en esta campaña cuando se realiza el cierre perimetral de muros y probablemente también la bóveda apuntada. Para completar los soportes se utilizan los capiteles que ya estaban labrados. Ante la ausencia de documentación relevante, van a ser razones estilísticas las que nos permitan aproximarnos a la cronología del primer proyecto constructivo. Ya Uranga e Íñiguez observaron en Olleta y otras iglesias de la Valdorba influencias decorativas jaquesas y del taller del maestro Esteban. Recientemente ha precisado más esta orientación J. Martínez de Aguirre, relacionando los capiteles que nos ocupan con el repertorio decorativo que deriva en último término del “taller de Esteban” y de la portada de la antigua catedral románica de Pamplona. Allí vemos un capitel con vástago labrado como los de la portada de Olleta. No obstante, esos repertorios muestran una clara evolución tanto formal hacia la simplificación, como de contenido hacia la incorporación de nuevos temas. Teniendo en cuenta la cronología del citado taller, la Asunción de Olleta se iniciaría durante el segundo cuarto del siglo XII. Más difícil es situar en el tiempo la conclusión del edificio. La presencia ya generalizada de perfiles apuntados en los arcos, la llevaría al menos al último cuarto de dicha centuria.