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Capitel de la portada occidental

Identificador
34120_02_006
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 20' 25.12'' , -4º 36' 40.74''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de San Zoilo

Localidad
Carrión de los Condes
Municipio
Carrión de los Condes
Provincia
Palencia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL MONASTERIO DE SAN ZOILO aparece al oeste de la población, al otro lado del puente que cruza el río Carrión con dirección a Sahagún. Aunque tradicionalmente se ha supuesto que el monasterio de Carrión existía ya al menos desde el siglo X, no hay ninguna evidencia documental lo suficientemente explícita para poder mantener tal aseveración. El argumentado dato apuntado por Morales sobre la presencia de un Teodomirus abbas en uno de los libros conservados en su archivo y fechado en 948 resulta indicio insuficiente en un momento en la que la simple dotación de un monasterio implicaba la entrega de libros procedentes en muchos casos de otros lugares. Más parece resultado de una refundación realizada en el segundo cuarto del siglo XI en el asentamiento de un pequeño centro monástico dedicado a San Juan Bautista. En torno a esos años un poderoso magnate de la Corte de Fernando I, Gómez Díaz, conde de Carrión, Saldaña y Liébana lo recibía como donación del monarca. De esta forma conformaba un monasterio familiar en uno de sus territorios jurisdiccionales. Fallecido antes de verlo concluido (1057) -tan sólo realizaría un puente que ponía en comunicación las dos orillas del Carrión- la obra era rematada por su mujer doña Teresa. Mediado el siglo XI, Fernando, primogénito del matrimonio, regresaba de Córdoba con las reliquias de los mártires hispanorromanos Zoilo y Félix, y del obispo Agapio. El monasterio, conocido entonces como de San Juan de la Puente, triplicaría desde entonces su advocación. En 1076-1077 fue donado por doña Teresa junto a sus hijos al monasterio de Cluny alineándose así con la política reformadora del monarca Alfonso VI. Dieciséis años después de esta entrega, la propia Teresa, que pudiera haber partido al priorato cluniacense femenino de Marcigny en Borgoña, falleció en 1093 en olor de santidad siendo inhumada en su antiguo monasterio familiar. Bajo el dominio de Pedro Ansúrez la población de Santa María de Carrión prosiguió su desarrollo. Los hijos de los condes favorecieron el antiguo monasterio familiar siendo enterrados junto a sus familias en la galilea de la iglesia. Fallecido Alfonso VI (1109) Carrión de los Condes protagonizó las revueltas surgidas tras el matrimonio de la heredera en el trono, Urraca, con Alfonso I el Batallador. Sitiada en varias ocasiones debió jugar un destacado papel en el devenir de los acontecimientos. La reina contó con el apoyo de la comunidad cluniacense que recompensó al prior con la entrega en 1118 del importante monasterio de San Martín de Frómista. En 1130 San Zoilo acogió a los participantes de un concilio que, como el de Palencia un año antes, trataría de asentar las bases para la recuperación económica y social de los reinos muy afectados por el conflicto civil. Durante el último cuarto del siglo XII el monasterio asistiría a un período de auge correspondiendo con el gobierno del prior Humberto. Procedente de la casa de San Isidro de Dueñas, había reformado el también priorato de Santa María de Nájera siendo investido con el título de camerario o administrador general cluniacense en la Península. Entre los logros durante su gestión en San Zoilo destaca la concesión por parte del monarca castellano Alfonso VIII en 1169 de una feria de quince días en el barrio de San Zoles. En 1188 se convocó una curia en la cual fueron concertados los esponsales de las hijas de Alfonso VIII así como el acto de vasallaje del nuevo monarca leonés, Alfonso IX. En el curso del siglo XIII la crisis cluniacense repercutió de forma considerable en el priorato de San Zoilo. En 1291 tenía acumulada una deuda con la casa madre que alcanzaba los 4.000 marbutinos. A comienzos del XIV, en 1306 la comunidad se vió obligada a vender las campanas de la iglesia; sólo dos años después, el capítulo general cluniacense conminaba al prior carrionés a que reparara las construcciones monásticas que así lo exigieran. Algunos años después, en 1337 y 1349 continuaban los problemas de mantenimiento; en este último año se precisaba que, de no poner remedio, la iglesia y el claustro acabarían arruinándose a causa del desbordamiento del río. A mediados del siglo siguiente (1340) el priorato de San Martín de Frómista fue arrendado durante siete años por 14.000 marbutinos, y en 1392 le tomó en encomienda por seis años D . Gómez Manrique. Sin embargo, las dificultades continuaron: en 1387 hubo de venderse buena parte de la madera destinada a la reparación de los edificios priorales. Aún en 1387 el dormitorio, el claustro, la casa y la granja del priorato amenazaban ruina debido, según los visitadores, a la negligencia del prior “que no pone ningún cuidado para su remedio”. Esta situación se reflejaba en el propio tamaño de la comunidad. Aunque el capítulo de la orden estipulaba que el número de monjes asignados al priorato de San Zoilo era de 25, tal cifra sufría fuertes oscilaciones, hasta quedar reducido en ocasiones a la tercera parte (1349). En 1387 y 1392 eran quince, y más de veinte en 1291 y 1460. La crítica situación no comenzó a cambiar hasta 1531, año en el que San Zoilo fue incorporado a la Congregación de Valladolid, abandonando su condición de priorato y entrando en una nueva fase de esplendor durante la cual se procedió a la renovación de las dependencias monásticas. Así, en 1537 dieron comienzo las obras de un nuevo claustro que sustituiría al románico. Durante los siglos XVII y XVIII fueron emprendidas nuevas actuaciones enfocadas en esta misma dirección ya que el estado del monasterio debía ser desolador. En 1835, año de la desamortización, tan sólo quedaban treinta monjes. Conservado por orden gubernamental, fue a rrendado y parcialmente convertido en fábrica de harinas quedando su antiguo abad, fray Plácido Trevijano, como cura de la parroquia que bajo la advocación de la Magdalena se ubicaba en la zona del coro de la iglesia monástica. Tras la fugaz ocupación de una comunidad agustina, en octubre de 1852 comenzaba su andadura un seminario menor regido por jesuitas. Tres años después se convertía en colegio de segunda enseñanza y tras la expulsión de la Compañía en 1868 volvía a ser ocupado nueve años después, en 1877, añadiéndosele esta vez un noviciado. Con esta última dedicación persistió hasta 1959 fecha en la que fue desalojado por los jesuitas instalándose el Seminario menor de la diócesis palentina. Trasladado a la capital a comienzos de los años ochenta quedó nuevamente desocupado hasta 1991, año en el que los edificios conventuales, a excepción del claustro y la iglesia, fueron adquiridos al obispado palentino por parte de una empresa privada con el objetivo de convertirlo en hospedería. Desde entonces se han iniciado obras de reacondicionamiento para este nuevo destino, fruto de las cuales han aparecido una serie de restos escultóricos románicos del primitivo priorato cluniacense. Partiendo de su epitafio, las escasas fuentes con que contamos -la Crónica del obispo Pelayo (ca. 1101-1129), el Tudense (1236) y Jiménez de Rada (ca. 1241)- hacen responsable de la construcción de una iglesia monástica a la condesa Teresa. Este epitafio cuya primera transcripción la debemos a Ambrosio de Morales en la segunda mitad del siglo XVI señala: FAEMINA CHARA DEO IACET HOC TUMULATA SEPULCRO QUAE COMITISSA FUIT NOMINE TERASIA HAEC MENSIS JUNII SUB QUINTO TRANSIIT IDUS OMNIS EAM MERITO PALNGERE DEBETHOMO ECCLESIAM PONTEM PEREGRINIS OPTIMA TECTA FECIT PARCA SIBI LARGAQUE PAUPERIBUS DONET EI REGNUM QUOD PERMANET OMNE PER AEVUM QUI MANET ET TRINO REGNAT UBIQUE DEUS ERA MILLESIMA CENTESIMA XXXI. Sin embargo, más que al templo románico cuyos escasos restos hoy contemplamos, todo apunta a que su verdadera participación se centró en el pre rrománico, que su marido dejó inconcluso a su muerte en 1057 tal como señala ella misma en el segundo documento de donación a Cluny en el que se recapitula brevemente el pasado del monasterio (1077). Hay que tener en cuenta que la conservación del viejo templo encontraría dificultades de fondo con la entrada en vigor de nuevos usos litúrgicos, impuestos a partir de 1080, y cuyos principales propulsores eran precisamente los monjes cluniacenses. A ello se suma la privilegiada posición del monasterio de San Zoilo, en el mismo eje socio económico del momento e inserto en una población de enorme vitalidad, circunstancias que facilitan pensar en una rápida sustitución de la fábrica. A ello hay que sumar la existencia de testimonios documentados que inciden en la renovación arquitectónica en los principales monasterios castellano-leoneses en estas mismas fechas: San Pedro de Arlanza -iniciada en 1080-, Santo Domingo de Silos -consagrada en 1088- y San Facundo y Primitivo de Sahagún -consagrada en 1099-. Otras canterías de importancia como la catedral de Jaca también están en marcha en estas fechas (1094). Los restos materiales que analizamos a continuación apuntan en esta misma dirección cronológica. La sustitución barroca de mediados del siglo XVII se adaptó a las proporciones medievales conservando los muros perimetrales hasta cierta altura -enfoscados por el interior- y arrasando la cabecera. Así de la iglesia del primitivo priorato románico tan sólo quedó visible el exterior del muro septentrional. En el extremo occidental de éste es posible apreciar la ventana de una torre del hastial que ha sido citada en los trabajos realizados hasta la fecha. Su a rticulación y molduración resulta muy próxima a la que se encuentra en las ventanas de San Martín de Frómista. Presenta dos capiteles entre los que destaca el izquierdo, decorado mediante animales de grandes cabezas colocados frontalmente y separados por hojas lisas y puntiagudas. El derecho, muy deteriorado, incluye un cuerpo también de hojas lisas y volutas. Recientes estudios han puesto a la luz en el interior de esta torre una pequeña capilla que se corresponde con el nivel de la ventana. A ella se accedía mediante una escalera helicoidal embutida en el muro y, aunque muy intervenida con las reformas del XVII, puede comprobarse una continuidad espacial hacia la zona sur del hastial. Precisamente algunas evidencias constatables en esta parte de la fachada apuntaban a la existencia en el ángulo sudoeste de otra torre, ésta cilíndrica. No hace mucho tiempo y en el curso de algunas obras de rehabilitación se ha podido certificar esta hipótesis así como la existencia de dos potentes contrafuertes que flanqueaban la portada. A ello debe sumarse un desapare c ido pórtico occidental alineado con la fachada que en el contexto cluniacense era denominado galilea, y que conformaba el panteón funerario de los condes de Carrión. A la espera de unas deseables excavaciones arqueológicas, todo apunta a que la primitiva iglesia románica de San Zoilo presentaba una planta basilical sin transepto acusado en planta, es decir como la mayor parte de los edificios comenzados a construir en las últimas décadas del siglo XI: Frómista, Arlanza o la catedral de Jaca. Sin embargo, a diferencia de éstos, incorporaba un complejo desarrollo de su fachada. Con motivo de unas obras de acondicionamiento en agosto de 1993 apareció en la fachada de la iglesia monástica la portada occidental de su iglesia románica en un espectacular estado de conservación tras haber estado emparedada desde al menos 1786. Anteriormente y fruto de las intervenciones realizadas en el refectorio fueron descubiertos algunos otros restos entre los que caben destacar cuatro capiteles exentos. La portada conserva en una de sus arquivoltas los restos de una inscripción de contenido bíblico (Mateo 3, 4-5) en capitales romanas sobre estuco, alusiva a san Juan Bautista, que debe datar del período comprendido entre fines del siglo XVI, comienzos del XVII, cuando el primitivo pórtico o “galilea” ubicado a los pies de la iglesia fue convertido en capilla tomando la antigua advocación del monasterio: ( Ipse autem Ioannes habebat vestimentum de) PILIS CAMELORUM ET ZONAM PELLICEAM (circa lumbos suos). Su articulación se resuelve de forma sencilla, mediante una doble arquivolta alternando la rosca plana con dos gruesos boceles, que arrancan a uno y otro lado de sendas columnas acodilladas. No existe tímpano ni indicio de que estuviera pensada para incluirlo; en este sentido enlaza con las portadas occidentales también monásticas de San Isidoro de Dueñas, San Pedro de Arlanza y San Salvador de Oña. Las basas de las columnas se exornan con bolas en sus escocias, así como en las esquinas del plinto sobre el que apoyan, todo ello dispuesto sobre zócalos de ligera forma troncopiramidal, configuración idéntica a la que se encuentra en la portada occidental de la catedral de Jaca. Se incluye el por otro lado común recurso de reutilizar material precedente, en este caso fustes de mármol de neto abolengo romano. Los capiteles rematan en ábacos o cimacios que se desarrollan a lo ancho de la portada con 15 cm de altura, hasta la parcialmente desaparecida línea de imposta taqueada, articulándose el conjunto de las esquinas con bolas. Con excepción del primer capitel que más adelante describimos, más complejo, el resto reitera diseños de los principales focos plenorrománicos. Las cestas presentan 34 cm de altura; las exteriores con unas dimensiones de 34 x 34 cm en el borde superior, siendo así muy proporcionadas, y las interiores con 34 x 29 cm. A excepción de la número 3, equilibran sus composiciones simétricamente. Todas desarrollan considerablemente sus volutas. Siguiendo un orden norte-sur, el capitel exterior izquierdo incluye en sus dos caras cuatro figuras dispuestas por parejas, cuya sucesión se unifica a través del afortunado recurso de un paño ondulante que recorre toda la cesta en sentido horizontal. Portan unas bandejas sobre las que se asientan los bustos de otras, más pequeñas y aladas, que parecen sostener un libro con una de sus manos y alzar la otra en actitud de adoctrinamiento o bendición. En la zona superior, centrando la composición, cabezas de leones y, a ambos lados, amplias volutas anudadas. Al igual que en todos los personajes de la portada son característicos los amplios y carnosos rostros ovalados con cierta tendencia al prognatismo y la ausencia de pupila. El ábaco desarrolla en sus frentes palmetas contrapuestas. Se trata quizá del capitel más sorprendente del conjunto, tanto por su composición como por su acusado tratamiento de bulto. La iconografía pudiera estar en relación con la primitiva advocación del monasterio: san Juan Bautista, última prefiguración de Cristo. En la cara interna del capitel izquierdo de la portada de Santiago de Carrión aparece una derivación planteada de forma muy similar. El interior izquierdo introduce parejas de reptiles alados de cola serpenteante en forzada posición vertical. Se separan mediante el botón superior del capitel, estriado, y por un motivo vegetal rematado en una bola. En la cara oculta es posible percibir una serpiente dispuesta también en sentido vertical. El interior derecho nos muestra, en su cara interna, un ángel blandiendo una espada, única figura aislada del conjunto. En la cara exterior un jinete. La representación no parece admitir duda sobre la escena de Balaam sobre la burra (Números, 22, 1-38), escena visible en el pórtico de San Isidoro de León pero emparentada más directamente con uno de los capiteles de la portada meridional de la catedral de Jaca, aunque estilísticamente diverso. Ambas figuras -ángel y jinete- aparecen separadas, al igual que en la catedral aragonesa, por el extendido recurso plenorománico del pitón sobre el que montan las volutas. Desgraciadamente el personaje de Balaam ha perdido la mano izquierda, junto con su más que probable fusta, y su montura las orejas. Por otro lado es posible adivinar al menos una tercera figura, un ave, en la cara oculta por la pared. En el capitel exterior derecho las caras son también separadas mediante pitones de ángulo, aunque la dificultad impuesta por lo ambicioso de su composición impide su desarrollo armónico. Incluye en cada una de ellas hombres vendimiando y sobre ellos unas enigmáticas figuras reducidas a manos y cabeza dominando las viñas. Éstas se componen de un vástago con raíces vistas -solución que aparece en Frómista- del que parten tallos vegetales enroscados y rematados en racimos. La iconografía del trabajo -concretamente porteadores- está representada en otros lugares próximos escultóricamente a esta portada: Frómista, Granja de Valdecal en Santa María de Mave (Museo Arqueológico Nacional) y Santillana del Mar. Existen otros restos descontextualizados que aparecieron en estos mismos años. A finales de 1991 en el relleno de los muros que configuran el refectorio fueron extraídos algunos capiteles que se depositaron en el zaguán de entrada de la hospedería. De ellos destacan tres conservados actualmente en el acceso a la hospedería. Respecto a su ubicación original, resulta arriesgado adscribir estas piezas a un claustro y no, por ejemplo, a los ventanales de una sala capitular, pero la diferencia que presentan en su concepción apunta hacia una localización en un marco más amplio. El hecho de podernos encontrar con los restos de una galería claustral, en directa conexión con la escultura de la torre norte del hastial, nos hablaría de una continuidad traducida en un fuerte impulso constructivo, ya que su realización conlleva lógicamente la prioritaria ejecución de las dependencias. A ello se suma la existencia del modillón que se relaciona directamente con estas esculturas. El primero de ellos, figurado y con una altura de 38 cm, representa cuatro personajes sentados en los centros de las caras, que alzan los brazos y sujetan con sus manos las orejas de otros cuatro animales -de aspecto similar a los de la ventana de la torre-, que con sus dos únicas patas agarran el collarino del capitel. Incluye volutas estriadas; entre éstas y las cabezas se introducen pequeñas hojas. Es quizá el más interesante de todos ellos, tanto desde el punto de vista iconográfico como desde la óptica puramente plástica. La derivación de las consecuciones de la portada son evidentes (rasgos, tratamiento del pelo, de los ropajes...). Se articula mediante cuatro figuras principales en los frentes y cuatro en los ángulos de vestimentas clásicas -dos de ellas portan himatión-, enlazando tibiamente con esa onda clásica desprendida de Husillos. El recuerdo de los ángeles de la lauda de Alfonso Ansúrez se hace inevitable; al margen del modo de tratar los paños, se evidencia una clara similitud en lo referente a los rasgos faciales. Manos y pies, sin embargo, son reducidos a su mínima expresión convertidos en muñones. Las volutas planas y ralladas son muy frecuentes en Frómista, así como las pequeñas hojas intercaladas entre aquéllas y los personajes representados. El segundo de ellos, cuatriple y también figurado, presenta idéntica altura. Se compone de animales que se dan la espalda, volutas lisas y botones sobre cada uno de aquellos. Las patas, similares a las de los cuadrúpedos anteriores, se sitúan por encima del collarino, lo que incide negativamente en el resultado final de su composición. Por otra parte los rostros son idénticos a los que veíamos en el capitel este de la ventana norte de la torre, pudiéndose adscribir a un mismo taller. Esto nos lleva a adjudicarles una cronología pareja, fruto de una misma secuencia constructiva. Un tercer ejemplar, doble, combina hojas y tallos entrel azados rematados en semipalmetas, volutas ralladas y botones centrales similares al del capitel anterior, así como hojas entre ambos. Resuelto de forma convincente en los frentes menores, el escultor pierde su efectividad en los mayores dejando vacíos poco afortunados. El tipo de pequeñas hojas contrapuestas está presente en los capiteles de Frómista, Nogal de las Huertas y en general en el conjunto del léxico hispano-languedociano, aunque no la forma de desplegar los amplios tallos en espiral que dominan las caras frontales del capitel. El entrelazo central de las laterales encuentra idéntica resolución y características que un modillón de la iglesia, reaprovechado en la actual cubierta. Este mismo tipo de composición en el que los tallos convergen en el centro de la cesta es posible verla en otros capiteles tanto en la catedral de Jaca como en su claustro sobre el que podría trabajarse en los primeros años del siglo XII. Asimismo es visible en el transepto de Compostela cuya cantería actúa también en torno al cambio de siglo. Por último cabe reseñar un pequeño capitel también con 38 cm de altura, único no exento y el más arcaico de todos ellos. Resuelto a base de hojas anchas con calles y volutas, posiblemente se ubicase en la esquina de un machón. Otros restos dispersos completan esta interesante muestra lapidaria: bolas pertenecientes casí con toda seguridad a capiteles y cimacios; fragmento de capitel (?) representando un barril; basas dobles muy desgastadas. Asimismo un fragmentado modillón que, reutilizado en la zona de cubiertas de la iglesia, es posible asociar en su motivo vegetal al capitel doble procedente del claustro lo que posibilita una asociación de talleres. Más recientemente, durante el año 1995 y en el curso de nuevas obras de rehabilitación, aparecieron dos ejemplares estrechamente vinculados estilísticamente con la portada occidental aunque con un tratamiento más vulgar. Ambos con dimensiones idénticas (0,28 x 0,28 m). El primero de ellos muestra uno de los iconogramas más frecuentes desde el románico pleno: músicos. Desarrolla amplias volutas que convergen en los ángulos. Los extremos culminan en pitones estriados uno de los cuales, el izquierdo, se encuentra fragmentado. La cara izquierda muestra un músico ataviado con túnica corta, tocando una vihuela de arco. Se trata de una figura de gran tosquedad en la que el escultor muestra una gran impericia a la hora de resolver la adecuación de la figura al espacio de la cesta. El cabello se presenta de modo similar a uno de los pertenecientes a Frómista, hoy en el Museo de Palencia; es decir, una tira sogueada que ciñe la frente, y mechones escamados. En la cara derecha contrasta otro músico con postura genuflexa a fin de someterlo a la cesta sin comprometer las proporciones. El segundo se compone de volutas, muñones estriados y una fila de hojas, también estriadas, que rematan en bolas. Tallado por tres de sus caras, la izquierda está sin concluir, por lo que suponemos formaría parte -como el anterior- de la jamba de una ventana, o de una pequeña portada. Finalmente señalar que esta variante compositiva es muy frecuente en el léxico Jaca-Frómista, tal como ilustran multitud de ejemplos del entorno de 1100. En el mes de octubre de 1999 y durante unos trabajos en la iglesia barroca aparecieron diversos restos románicos. Los trabajos de desenfoscado pusieron a la luz buena parte del muro meridional románico reutilizado hasta el mismo arranque de la bóveda de cañón que cubría la nave de la epístola del templo. Entre los pilares contiguos al actual crucero aparecieron dos capiteles ubicados en las que fueron columnas de separación entre los tramos primero y segundo (contabilizando desde la cabecera) de las naves laterales. Los cimacios (16 cm) se decoran con palmetas inscritas en tallos muy próximos a las que presenta el capitel de la vendimia de la portada occidental. En cuanto a las dos cestas, ambas de considerable amplitud (70 cm), la correspondiente al muro del evangelio se ornamenta con un complejo entrelazo mientras la del lado meridional lo hace con un enrevesado motivo figurado. En ambos ejemplares las volutas que han subsistido se abren completamente sobre el plano de la cesta. El capitel figurado, de evidente mayor interés, responde a una estilística que, sin ningún género de duda, entronca directamente con las realizaciones de la portada románica occidental. En lo tocante a la composición de la cesta, tal y como se ha dicho, tan sólo son visibles la cara lateral derecha y buena parte de la frontal, quedando totalmente oculta la izquierda. Se articula mediante un esquema centrífugo aunque no completamente simétrico. La frontal está dominada por un león con una elegante disposición de los cuartos delanteros, cruzados, en disposición de avanzar, y cuya cabeza converge en el ángulo derecho. En este lugar un personaje barbado, vestido con camisa y falda corta, y cuyo cuerpo ocupa parte de la cara derecha, aferra con ambos brazos la cabeza del animal mostrando sus amenazadoras fauces. Sobre el lomo del léon se encaraman dos pequeñas aves acoladas, de poderosas garras (presumiblemente águilas) que pueden verse con dificultad. Las colas se unen en las fauces de otra cabeza leonina, de menor tamaño y que ocupa la parte superior del eje de la cara mayor de la cesta. Finalmente, en el espacio de la cara derecha no ocupada por el personaje barbado, aparece una figura masculina ataviada con toga, prenda que recoge con la mano izquierda, calzada y portando un libro en su mano derecha. La composición encuentra paralelos claros en la catedral de Jaca y en la iglesia del castillo de Loarre . Otro aspecto importante a tratar es el del panteón situado a los pies de la iglesia. Los dieciséis sepulcros aludidos en la inscripción del siglo XVIII de la portada occidental se conservaron apilados en las paredes laterales de la llamada “capilla de los condes”. Aunque en 1860 una comisión de la Academia de San Fernando conminó a la recién instalada comunidad jesuita a que procediera a extraerlos, al menos once de ellos no fueron puestos a la luz hasta 1948 bajo la supervisión de los PP. Arcadio Torres y Quintín Aldea. Desde 1570 a 1786, es decir, antes de ser emparedados, estuvieron ubicados a ras de suelo, por lo que las inscripciones de muchos de ellos sufrieron un importante desgaste que nos han privado de su identificación. Afortunadamente tanto Sandoval como Yepes transcribieron buena parte de ellas si bien con algunas diferencias entre sus versiones ya que ambos tampoco pudieron verlas completas y partieron, en algunas de ellas, de material existente en el archivo monástico. Los cinco más antiguos, objeto de nuestra atención, por su común tipología se podrían ubicar a fines del siglo XI-comienzos del XII. Todos ellos presentan laudas de doble vertiente con un vértice plano en el que se disponen las inscripciones careciendo de decoración alguna. Tan sólo es identificables la de Fernando Gómez (1083), en una sola línea muy deteriorada en sus extremos, y que reconstruimos a partir de Sandoval: [Hoc in tumulo requiescit famulus Dei comite] FREDNANDO GOMIZ QVI OBIIT DIE III F(eria) III ID(us) M(a)RTII ERA T [c xxi Christus in quo credivit sucurrat ei]. Asimismo destaca el del noble llamado Fernando Malgradiensis (1108) que conserva intacto su epitafio en tres líneas paralelas con una formulación de la era hispánica frecuente desde el siglo X: PULVIS IN HAEC FOSA PARITER TUMULANTUR ET OSSA CONSULIS ILUSTRI FERNANDI MALGRADIENSIS / POSSITUS LAETETUR IN ARCE POLORUM QUO GAUDET ZOILUS FELIX CUM TURBA BONORUM / DECIMA QUATER ERA CENTES UNDENA SEXTA.