Identificador
31650_01_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Roncesvalles / Orreaga
Municipio
Roncesvalles / Orreaga
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LAS PRINCIPALES EDIFICACIONES de Roncesvalles se extienden a ambos lados del camino de peregrinos, que al llegar al llano toma dirección norte-sur. Un tanto separada de la iglesia colegial, en la salida de la población, se encuentra una construcción muy particular, la capilla del Espíritu Santo también llamada Silo de Carlomagno. Recibe este apelativo por creer la tradición que fue encargada por el propio emperador para enterramiento de los francos muertos en la batalla, pero en realidad consiste en un carnario o enterramiento colectivo culminado por una capilla. Se trata de la construcción más antigua de las que actualmente integran el complejo hospitalario. Aunque el padre Fita afirma que fue construida a expensas de Alfonso el Batallador (1104-1134), no hay nada en ella que remita a cronología tan antigua. Algunos autores la han identificado con la iglesia que menciona Aimerico Picaud en el capítulo VII del Liber Sancti Iacobi: “en el descenso del monte se encuentra el hospital y la iglesia en donde está el peñasco que el poderoso héroe Roldán partió con su espada de arriba debajo de tres golpes”. Como era de esperar, carecemos de documentación alusiva a su ejecución, pero afortunadamente una descripción de comienzos del siglo XIII nos habla de su aspecto y de su uso. Forma parte del poema latino en alabanza al centro hospitalario contenido en el códice llamado La Preciosa, fechado por los especialistas entre 1199 y 1215. Merece la pena transcribir enteras las estrofas que le dedica: Mortuorum carnibus eo quod aptatur / A carne carnarium recte nuncupatur / Angelorum agmine sepe visitatur / Ore audientium eos hoc probatur /Est huius basilice medio preclarum / Altare contagia purgans animarum / Fit ibi misterium regum Regi carum / Tenebrarum principi nimis est amarum / Iacobite Iacobum pie requirentes / Sua secum Iacobo munera ferentes / Sepulture machinam circumspicientes / Laudes Deo refferunt genua flectentes / Huius est materia undique quadrata / Quadrature summitas est orbiculata / Cuius in pignaculo Crucis est parata / Forma per quam rabies hostis iacet strata. La parte correspondiente a la edificación fue traducida un tanto libremente por Torres Balbás: “Este monumento es cuadrado por todos sus lados; la parte más alta está redondeada (o en forma de cúpula) y en su remate hay una cruz, signo de derrota para el príncipe de las tinieblas”. De esta remota descripción pasamos a otras muy posteriores. Jerónimo Münzer en su itinerario hispánico de 1494 escribe acerca de una gran capilla emplazada fuera de la colegiata, donde habían sido enterrados los muertos en la batalla, lo que le causó gran impresión (extra monasterium capellam unam magnam, in qua multa milia Christianorum a Sarracenis interfectorum tempore Karoli [...] Horribile est videre). Resultan muy valiosas las líneas que le dedicó el licenciado Huarte, que llegó a prior de la colegial, a comienzos del siglo XVII en su pormenorizada relación de todo lo referente a la institución hospitalaria. Habla de la Capilla del Espíritu Santo como “un gran silo, cueva o carnario, que algunos llaman carnero, que se llama sepultura de franceses porque en ella fueron sepultados los cristianos... Tiene alrededor un claustro pequeño en cuyas paredes hay muchas pinturas de batallas y apariciones de ángeles tan viejas y gastadas que casi no se divisan (...) tienen las pinturas centenares de años y es bien grosera, a la antigua, y por su demasiada antigüedad están como se ha dicho muy gastadas”. Resulta de especial interés el poder constatar que para entonces ya existía la arquería exterior, cuya cronología ha sido objeto de controversia entre diferentes estudiosos, puesto que mientras algunos la consideran románica y otros gótica, Torres Balbás cree que se hizo hacia 1600. Nueva descripción encontramos en el padre boloñés Domenico Laffi, realizada en 1670-1673, algo más pormenorizada ya que menciona su culminación en una cúpula en pirámide. En cuanto a los murales, estos autores del siglo XVII especifican que “todo estaba pintado en claroscuro”, lo que convendría a decoraciones del XVI ejecutadas en grisalla, como los que decoraron el Palacio de Óriz (Museo de Navarra), pero también a pinturas murales que hubieran perdido su color, como las del árbol de la vida del siglo XIV que hubo en el claustro catedralicio de Pamplona (también hoy en el Museo de Navarra). Entre la capilla y el muro exterior había sarcófagos y piedras tumbales en mal estado. Al parecer, las arcadas del claustro estaban parcialmente tabicadas ya en 1707, según publicó Daniel en su Histoire de France, y así llegaron hasta el siglo XX, puesto que igualmente tabicadas las vio Torres Balbás, antes de su restauración, llevada a cabo bajo la dirección de Pons Sorolla en 1978 con motivo de la conmemoración del centenario de la batalla. La documentación prueba que la capilla ha tenido como finalidad principal servir de enterramiento y oratorio donde rezar por los fallecidos, tanto peregrinos como vecinos de la localidad. Pero a este uso se ha unido el conmemorativo vinculado a la memoria de los muertos en la batalla del 778. Efectivamente, aunque desde antiguo se ha afirmado el traslado de los cuerpos de los principales paladines a otros santuarios franceses, sin embargo se forjó la leyenda de que el edificio había sido construido por Carlomagno para dar digna sepultura al mayor contingente de los vencidos. Durante siglos los peregrinos, especialmente los franceses, han honrado aquí su memoria e incluso han tomado huesos del osario a manera de piadoso recuerdo de sus antepasados. Algunos viajeros han dejado testimonio de que sacaban del pozo restos óseos que creían de tamaño superior al normal, lo que atribuían a la fortaleza de aquellos legendarios guerreros. No resulta fácil llevar a cabo un análisis riguroso de la edificación, en cuanto que su actual fisonomía es producto de impulsos constructivos y restauradores sucesivos. Está formada por dos partes diferenciadas, si bien perfectamente integradas en un conjunto que responde a un plan centralizado. Como elemento básico encontramos un núcleo central casi cuadrado, constituido por un pozo de 8,80 x 8,60 metros de lado y profundidad comprobada de 9 m y supuesta de 12 m, cuyas paredes sobresalen aproximadamente 1,50 m por encima del nivel del suelo. Fue ejecutado con muros de mampostería y se cubre con tosca bóveda de medio cañón realizada con el mismo aparejo. Sobre este núcleo se alza la capilla propiamente dicha, formada por una sencilla estructura constituida por dos potentes arcos de sección rectangular, que trazan un perfil de aspecto parabólico y arrancan de las esquinas del carnario para intersecarse formando una crucería simple a 6,79 m de altura. Ambos arcos descansan en cuatro sólidos pilares emplazados en los ángulos y no generan contrafuertes. El arquitecto restaurador apreció que primero se edificó el arco NO/SE completo y luego el SO/NE en dos mitades hasta apoyar en el anterior. Este sistema de edificación sucesiva de arcos entrecruzados también fue empleado en la bóveda de Torres del Río. La capilla aparece en la actualidad abierta en sus frentes, ya que Pons Sorolla pensó, como antes había hecho Fuentes, que los muros que la cerraban, “alzados con mampostería y barro o morteros pétreos con armadura de madera que apoya en los esquinales, incluso rompiendo algún sillar” según la memoria de intervención, habían sido añadidos, por lo que los suprimió en la restauración. Dispone en su centro de un altar, como también contaban las fuentes antiguas (confundido por viajeros del siglo XVIII con la sepultura de Roldán). En torno a este núcleo se organiza un cierre de arcadas de medio punto sobre pilares con moldura marcando la línea de impostas. Está separado del pozo y capilla por ánditos de entre 3,30 y 3,80 m. El enlucido oculta el aparejo, pero se advierten cadenas de sillares en los ángulos, con apariencia más moderna que medieval. Los frentes norte y sur, de unos 16 m de lado, presentan siete arcos de luces variables entre 1,40 y 1,50 m. que incluyen muretes hasta media altura, por debajo de la línea de impostas, y reja en el resto. El oriental es macizo, mientras que el occidental ofrece dos vanos liberados de muro y cerrados con reja (1,65 y 1,70 m) entre dos con murete al norte y cuatro al sur. Toda esta galería de arcadas, como ya se ha indicado, estuvo tabicada hasta la restauración de 1978. La cubierta, hasta dicha intervención, era continua a cuatro aguas. Actualmente se interrumpe a media altura formando dos faldones diferenciados en cada cara separados por un murete en que se han abierto orificios rectangulares. La cubierta interior va sostenida por vigas de madera a la vista en un entramado de carpintería popular que Pons Sorolla quiso semejante al existente antes de su intervención. En la cúspide, hoy como hace ochocientos cincuenta años vemos una cruz de piedra. En distintas zonas de la capilla encontramos restos de pinturas y esculturas de época medieval, entre ellas una labra románica, aparecida en el muro de cierre, con rústicas cabezas humanas en las esquinas y decoración de entrelazo en los frentes. Las restantes son góticas. Estamos, por tanto, ante un edificio de planta central. Su utilización como osario conecta con la tradición de templos centralizados con funciones funerarias, existentes desde los primeros tiempos del cristianismo y herederos de obras mucho más antiguas donde también se estableció un nexo entre la planta central y el mundo de la muerte. Por este hecho, la capilla del Espíritu Santo fue puesta en relación por Lambert con los otros dos edificios románicos navarros de planta central situados en el Camino de Santiago: Eunate y el Santo Sepulcro de Torres del Río, bajo la común denominación de “capillas funerarias”. El gran historiador francés supuso, sin base, que el Espíritu Santo habría culminado en origen en una linterna de muertos, lo que también se predicaba de Eunate. El intento por relacionar los tres edificios perdió sus argumentos cuando se intervino primero en Eunate, donde quedó claro que nunca había existido un edículo superior semejante al de Torres de Río, y más tarde en Roncesvalles, en cuya cubierta tampoco se hallaron restos de ninguna linterna. Además, recordemos que La Preciosa indica claramente que en la parte superior había una cruz, no un edículo. Sin embargo, es este poema el que ha servido recientemente a Plault para hablar otra vez de una linterna de muertos en Roncesvalles, a partir de una lectura equivocada de uno de los versos, pues cree que alude al Espíritu Santo cuando en realidad está describiendo las salas del hospital, iluminadas de noche mediante lámparas. Está claro que Roncesvalles responde a una tipología completamente distinta a la de Torres y Eunate, unidos por su planta octogonal absidada. La capilla del Espíritu Santo ha tenido como finalidad, desde el principio, servir de lugar de enterramiento colectivo: machina sepulture la llamaba el poema latino de comienzos del XIII. La razón de su existencia aquí es fácil de entender. Que estamos en un lugar de clima riguroso no precisa demostración documental. Todavía en la actualidad se dan inviernos en que la nieve y el hielo cubren Roncesvalles durante semanas. El documento que nos refiere la fundación de la cofradía recuerda los fallecimientos derivados de la dureza del clima y de los ataques de los lobos. No debían ser raros tampoco las muertes de viajeros exhaustos o enfermos a causa del viaje de ida o de regreso, o bien de víctimas de ataques de salteadores (el Códice Calixtino expone prácticas agresivas de algunos lugareños hacia los viajeros), o incluso de quienes perdían su rumbo en las tormentas (todavía hoy mueren peregrinos por esta circunstancia). El pozo y su entorno proporcionaban lugar de enterramiento al que siempre se podía acudir, aún en las circunstancias más duras, convenientemente apartado de la colegiata pero no tanto como para ser de difícil acceso. En resumen, un lugar atípico apropiado para circunstancias asimismo atípicas. Ahora bien, la tipología en sí no resulta única en el panorama medieval europeo, puesto que pertenece a una tipología conocida, la de los carnarios en forma de pozo de enterramiento colectivo que existían en determinados cementerios, preparados para recibir a quienes morían sin recursos. Este tipo de carnarios aparecen en otros lugares de Europa, generalmente miden unos 5 o 6 m de lado por 10 de profundidad; abundaron a partir de las grandes mortandades del siglo XIV. Dicen que algunos llegaban a contener entre 1.200 y 1.500 cadáveres. Justamente los peregrinos eran en su mayoría gentes con recursos limitados, alejados de su patria y de quien pudiera cuidar de dar sepultura apropiada a su cadáver. El llamado Silo de Carlomagno servía a este fin: era un lugar digno donde reposar, con el beneficio espiritual que significaba el que los canónigos rezaran expresamente por los allí enterrados. Aunque no constan referencias de sus primeros tiempos, en el siglo XVII se mantenía la costumbre de que si algún peregrino fallecía en la enfermería de Roncesvalles, los capitulares lo enterraban en el Espíritu Santo, celebrando uno de ellos la misa con asistencia de los demás y de los racioneros. Un inventario de 1587 menciona que había un altar con un retablo antiguo y doce sillas para los canónigos, y habla de la capilla subterránea “donde, dice, es el entierro de los doce pares y gente de guerra, que con ellos murieron”. A ello hay que añadir la creencia, expresada en el texto de La Preciosa, en que era lugar frecuentado por los ángeles. En cuanto a su cronología, una vez descartada su identificación con la iglesia citada en el Codex Calixtinus, han de ser sus elementos arquitectónicos y ciertas referencias escritas los que proporcionen base para su datación. Por supuesto, hemos de descartar su ejecución por Carlomagno. El término ante quem lo aporta el poema contenido en La Preciosa. La referencia es muy concreta: edificio cuadrado redondeado en su parte superior; indudablemente describe nuestra capilla. Por tanto, ya estaba concluida cuando se redactó el poema, que suele fecharse entre 1199 y 1215. Y en esas fechas tenía cúpula o arcos en su parte superior (Pons Sorolla entendió que los arcos cruzados habían sido añadidos en el siglo XIV o XV a un carnario preexistente). El término post quem lo proporcionan los elementos arquitectónicos y muy concretamente la bóveda de crucería sencilla formada por dos gruesos nervios de sección cuadrangular notablemente apuntados. Este tipo de nervios es empleado en la arquitectura navarra del último tercio del siglo XII y primeros años del XIII. Lo vemos en edificaciones cuidadas como las capillas laterales de La Oliva, alzadas muy probablemente entre 1164 y 1180 por un maestro que vino de Santo Domingo de la Calzada. En el mismo entorno creativo hay que citar las bóvedas más antiguas de Irache y las del semisótano de la nave del río del Palacio Real de Pamplona. Por su sencillez cabe pensar que se realizó antes de que llegaran a Roncesvalles las formas góticas instauradas a partir de la edificación de la iglesia colegial, a partir de 1210. Por tanto, una datación entre 1170 y 1210 parece la más acertada.