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Un premostratense en Aguilar de Campoo, 200 años después

En 1836, tras diversos avatares históricos y políticos, la comunidad premostratense abandonaba, para no regresar jamás, el Monasterio de Santa María la Real en la localidad palentina de Aguilar de Campoo. Casi dos siglos después un hermano de aquellos canónigos medievales ha vuelto a transitar por las estancias del viejo cenobio, hoy reconvertido en Instituto de Educación Secundaria y en la sede de la Fundación Santa María la Real – Centro de Estudios del Románico.

 

”No soy padre, sino hermano;  ni tampoco monje, soy canónigo”, precisa  Robert Joseph Lauerman, el hermano Terrence, con tono amable e infinita paciencia, la de quien está acostumbrado a este tipo de confusiones. Puede parecer baladí, pero su apunte es fundamental.

Los monjes, explica, permanecen la mayor parte de su tiempo recluidos en el monasterio, “los canónigos,  en cambio, tenemos un pie en el claustro y otro en el mundo”. Su comentario es terriblemente gráfico, pero además lo refuerza con gestos, pisando fuerte el enlosado, primero un pie y después otro.  “Estamos en contacto directo con la gente del pueblo, con las parroquias, somos la transición entre los monjes y las órdenes mendicantes…”, continúa.


Foto: Cesar del Valle/Archivo FSMLReal


Para mi trabajo, el hábito no sirve de mucho:

Ataviado con el hábito blanco, junto a la sala capitular del viejo monasterio premostratense de Santa María la Real en Aguilar de Campoo, el hermano Terrence bien podría parecer un canónigo medieval de aquellos que habitaron el cenobio hasta la forzada exclaustración de mediados del XIX.  Enseguida acaba con la ensoñación, “normalmente no llevo hábito, tan sólo me visto así el día de San Norberto y en fechas señaladas para la comunidad”.  “Para mi trabajo, francamente, esto no me sirve”, asegura zarandeando levemente la capa que le distingue como canónigo. Y es que sí, el hermano Terrence, como el resto de su comunidad trabaja y lo hace en contacto directo con la gente, con las parroquias del entorno, de su entorno, la Abadía de San Norberto en Wisconsin, Estados Unidos, donde conviven más de medio centenar de hermanos. “Por la mañana y al atardecer estamos en la comunidad, oramos y cantamos, pero durante el día salimos del monasterio para entrar en contacto directo con la gente”, explica. “Tenemos una vida muy activa en parroquias y escuelas”.


De Wisconsin a Aguilar de Campoo:

Pero, ¿qué hace un premostratense de Wisconsin en Aguilar de Campoo? Lo cierto es que es la segunda vez que el  hermano Terrence visita la villa. Lleva años estudiando la realidad y la trayectoria de los premostratenses en España, a donde ha venido ya en nueve ocasiones.  “Había oído hablar del Seminario sobre Historia del Monacato y este año surgió la oportunidad de participar”, cuenta.

 Conoce y ha visitado casi todas las casas mostenses que aún quedan, de una u otra forma, en España, hasta un total de 16. Por eso es consciente y así lo cuenta de que tan sólo dos de ellas siguen perteneciendo a su comunidad, los conventos femeninos de Santa Sofía en Toro (Zamora), con 19 canónigas y el de Villoria de Órbigo en León, donde conviven 5 hermanas. “La desamortización nos hizo desaparecer”, comenta “y fue mucho más dura para con las comunidades masculinas”, de ahí, que hoy por hoy no quede ninguna. No obstante, muchos de los cenobios siguen teniendo una función espiritual y litúrgica, bajo la tutela, eso sí,  de otras órdenes.

 

Foto: Cesar del Valle/Archivo FSMLReal


Ávido investigador de la tradición hispánica:

Robert Lauerman ha investigado la historia y la tradición de su comunidad en nuestro país y es además un ávido estudioso del mundo  hispánico, fue su profesor de español de Secundaria, quien, con su buen hacer, le inculcó esta afición que no ha dejado de cultivar desde entonces.  Su paso por universidades como la de Nuevo México y la de Nueva York, su estancia de más de un año en Lima (Perú), sus seis meses en Quito (Ecuador) o su doctorado en Español por la Universidad de Siracusa, no hacen más que constatar el orgullo que sentiría su profesor de bachillerato si conociese la trayectoria seguida por el hermano Terrence.

Un canónigo con los pies bien asentados en la tierra que reconoce que, en los monasterios, como cualquier parte, también cuecen habas,  y hay “comunidades más liberales y otras más conservadoras”. Él, sin duda, pertenece a las primeras, a las que han sabido adaptarse a los tiempos. Quizá por eso, ve con buenos ojos el renacer del Monasterio de Santa María la Real, “me gusta la idea, el hecho de que cumpla una función cultural y didáctica”. Así, reconoce, el viejo cenobio,  sigue siendo fiel a uno de sus antiguos propósitos, “la educación de la gente”.

 

Foto: Cesar del Valle/Archivo FSMLReal